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domingo, 29 de noviembre de 2020

Yo, lector


Hubo una vez, en un pueblo pequeño en donde Dios había decidido que la maravillosa vista del mar debería compensar todas las demás carencias, una mujer esperaba un hijo. Los doctores le dijeron que el embarazo estaba comprometido, por lo que le recomendaron guardar reposo. Esto, obviamente, era más fácil decirlo que hacerlo, habida cuenta que habían otros dos pequeños que cuidar y el esposo estaba viajando continuamente a la capital buscando un trabajo que les permitiera mudarse. La mujer continuó haciendo su vida normal hasta que los malestares la pusieron realmente en riesgo. Obligada a guardar cama, sin que la dejen ver a sus otros hijos ni a la pariente que vino a casa a ayudar en las tareas, se vio obligada a coger un libro, uno de esos que por su tamaño y su peso imponen respeto y hasta miedo de emprender la lectura. El libro fue despachado en apenas tres días, y toda la familia se dio a la tarea de buscar otros libros para que leyera. 
Al cabo de pocos días, en su cuarto había dos enormes pilas de libros, una de los que ya había leído y otra de los que aún le faltaba leer. Se dice que por allí pasaron El Quijote, Las Mil y una Noches, El Conde de Montecristo, los nueve libros de Herodoto, Balzac, Julio Verne, tragedias griegas, novelas del Siglo de Oro español y colecciones varias de literatura, además de muchas novelitas románticas de Corin Tellado y cuanto periódico llegara al pueblo. Como si hubiera sido adrede, el parto se adelantó hasta justo el día en que ya no quedaba en el pueblo libro que no haya pasado por su habitación. Después del nacimiento, ya sea por las labores propias de la maternidad o por falta de algo nuevo que leer, la compulsión lectora cesó para siempre. La familia consideró el evento como una versión algo rara de los clásicos antojos de embarazada, opinando que era el bebé quien en realidad leyó todos esos libros, por lo que nadie se extrañó cuando el hijo aprendió a leer antes de lo usual y no podía salir a la calle sin leer en voz alta todos los carteles y anuncios que veía. 

En cuanto al niño, que terminé siendo yo, mantuvo la avidez de la lectura, impulsado por sus padres y la competencia con sus hermanos, que luchaban por terminar el libro antes que los otros para narrar el final a los demás. Con el tiempo, adquirí la habilidad de leer con rapidez comics y revistas en los estantes de las librerías para terminarlos antes de que el dueño se diera cuenta de que estaba leyendo gratis y que no pensaba comprar nada. El bus también se convirtió para mí en una biblioteca ambulante. Me sentaba o incluso me quedaba de pie junto a quien estuviera leyendo una revista o libro para leer durante el viaje. 
Cuando la situación económica, aún muy comprometida, lo permitió, me trasladaron a un colegio que tenía una biblioteca muy surtida. Fue uno de los descubrimientos que cambió mi vida. Allí leí por primera vez a Borges, Vargas Llosa, Vallejo y Goethe. Recuerdo que durante las vacaciones extrañaba la biblioteca y sus libros, y al volver a clases emprendía furiosas sesiones de lectura para saciar el síndrome de abstinencia. 

En la universidad, ya me consideraba un lector muy competente, hasta que conocí gente que me decía que lo había estado mal toda mi vida. Los libros, me decían, estaban hechos para ser subrayados, anotados y comentados. Esto para mí era casi una herejía, acostumbrado como estaba a compartir libros con mis hermanos o tomarlos prestados de las bibliotecas. Mi mérito era más bien conservar los libros limpios y sin señas de que alguien hubiera pasado por allí, para que el siguiente en leerlos tuviera la misma sensación de descubrimiento que yo tuve. Había también gente que se escandalizaba al saber que yo no había leído a Sartre, ni a Marx, profesores que urgían a sus alumnos a leer a Lenin. Una vez alguien me alcanzó una lectura de Stalin y me causó tal desagrado que no pude comprender la adoración que causaba en otras personas. Consideré suficiente las lecturas de Bertolt Brecht en la biblioteca de mi escuela y nunca volví a leer esa literatura panfletaria de izquierda que se empeñaban en pasarme. Afortunadamente, también había algunos aficionados a la ciencia ficción, a cuyo grupo me agregué con entusiasmo. 

La biblioteca de la Facultad de Ingeniería se volvió también el lugar a donde quien me buscaba podía encontrarme. Tomaba entonces los libros de los cursos que llevaba, pero me detenía mucho tiempo también en aquellos que narraban la historia de la ciencia y la técnica. Algunos compañeros encontré que compartían mi gusto por la literatura, y el afán competitivo propio de la Universidad nos hacía vanagloriarnos de los libros que habíamos leído. A quien enseñaba orgulloso "El Lobo Estepario", otro respondía con "Crimen y Castigo", y a quien presumía de haber leído "La Divina Comedia", respondía con "Fausto". No faltó en ese tiempo quien me recomendara un curso de lectura rápida. Aunque yo puedo leer bastante rápido, siempre tuve miedo de esos cursos, temiendo que la rapidez me quite el placer de la lectura. Ignoro aún si los que han seguido tales cursos pueden gobernar su velocidad de lectura, dependiendo de si leen por placer o necesidad. 

De vuelta al mundo real, el trabajo se hizo tan exigente que no dejaba tiempo para nada. El periódico dominical me duraba varios días, de tan cansado que llegaba a dormir. Poco a poco fui mejorando y cuando quise volver a tomar el hábito de la lectura, descubrí que todos parecían estar leyendo libros de autoayuda. Con solo hojear uno de esos libros, sentí lástima por los lectores. Después de haber leído “El Aleph” simplemente no podía descender a esas pobres imitaciones. A todos los que leían a Paulo Coelho les recomendaba “El Nombre de la Rosa”, y a los que leían “Caballo de Troya” les recomendaba “El Evangelio según Jesucristo” de Saramago. Con algunos tuve éxito. 

Ahora ya no leo tan vorazmente como antes, aunque tengo algunos libros a los que regreso. Aunque tengo una tablet en la que descargo algo de vez en cuando, no es lo mismo, porque no me es tan fácil regresar páginas para entender mejor, que es algo que hago mucho con los libros de papel. Todavía soy incapaz de tomar un lápiz para profanar un libro y anotarlo, o peor aún, subrayarlo, perversión de fanáticos religiosos que tienen su biblia llena de líneas con colores fosforescentes. Tampoco he logrado nunca terminar un libro de Cortázar, aunque respete a quienes lo han logrado. No sé todavía si soy un buen o mal lector, creo que simplemente soy un lector.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Mi clase de tonto


Cansado de que la gente me pregunte qué clase de tonto soy, intenté primero establecer una clasificación de los tontos, para descubrir que hay tantas clases como tontos existen, porque los tontos son únicos e irrepetibles, cada uno a su manera. Tampoco se puede proponer una escala cualitativa porque siempre hay un tonto que sobrepasa la escala, los tontos se superan y sobrepasan cualquier límite humano. Lo único que entonces puedo hacer es clasificarme por analogía, poniendo casos como ejemplo. Como resultado, puedo decir que soy esa clase de tonto que:

  • No cree en lo que lee si encuentra una falta de ortografía.
  • No hace caso de las críticas, a menos que encuentre algo de razón en ellas.
  • Cuando viaja, se encuentra a sí mismo no en el destino, sino en el viaje.
  • Cree que el bien es silencioso, a diferencia del mal, que es muy ruidoso, y por eso la gente piensa que es el mal lo que más abunda.
  • Pregunta en voz alta lo que todos piensan pero no dicen por miedo a parecer tontos.
  • Cuenta situaciones normales de la vida como si fueran sucesos maravillosos, como si la magia fuera un elemento cotidiano de la existencia.
  • Al que nadie toma en cuenta cuando da una opinión, hasta que los hechos le dan la razón, y aún entonces, la gente critica por agorero y por dar mala suerte.
  • Piensa en sí mismo más que como un tonto intencional, como un tonto en defensa propia.
  • Al contrario que el resto de la gente, solo se porta normal cuando está totalmente borracho.
  • Tiene una musa que le susurra tonterías al oído, dejando a la gente sorprendida por esas tonterías tan inspiradas.
  • Siente empatía no solo por los pobres y desamparados, sino también por los malvados, pensando en lo que les habrá pasado para volverse así.
  • Cree que todos somos tontos en algún momento del día, en alguna situación, en alguna época de la vida, con alguien, o por alguien.

Esta no es una definición, ni una clasificación, tan solo sirve como ayuda para los que preguntan.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Cuando era izquierdista


Una de las ideas que he tenido siempre, y que ha gobernado mi vida, es la de que el hombre nace izquierdista, y la vida lo va derechizando. Desde que estaba en la escuela primaria, siempre había alguien tratando de adoctrinarme sobre la lucha de clases, el glorioso socialismo o el antiimperialismo. Aunque estaba de acuerdo con muchas de esas ideas, nunca llegué a pasar de ser un izquierdista tibio, siempre había algo que no me cuadraba en esas ideologías. Cuando llegué a la universidad, ya la cosas estaban cambiando. La perestroika nos decía que dentro del socialismo las cosas no eran color de rosa, y podía discrepar abiertamente con amigos que profesaban un comunismo cavernícola. Fueron ellos los que iniciaron mi camino al liberalismo económico, cuando negaban las contradicciones de su pensamiento, que para mí eran tan claras. Por qué, si el socialismo es tan bueno, tanta gente arriesga la vida para escapar y nadie huye de un país capitalista hacia uno socialista, por qué un universitario me hablaba de una dictadura del proletariado que en donde no habría lugar para los universitarios, porque allí un graduado valdría lo mismo que un obrero. 

Recuerdo que en esas discusiones era tachado de burgués, con la pasión de quien cree hacerme un insulto terrible. Yo no sabía entonces muy bien lo que significaba esa palabra, y pronto me dieron explicaciones detalladas sobre cómo los pequeños burgueses vivían un mundo de comodidades a espaldas del pueblo. Esas explicaciones cambiaron mi rumbo. Mi aspiración fue desde entonces convertirme en un burgués. Soñaba con tener una hermosa casa y salir en un auto nuevo por las calles, mientras todos los comunistas me gritaban improperios desde sus ropas desgastadas y harapientas.

Afortunadamente, para entonces ya había llegado la Generación X. Ese movimiento sin ideología se convirtió en mi ideología, y de pronto me vi colaborando para desterrar la política de la vida universitaria. Así fui testigo de la primera vez en la historia universitaria en que hubo elecciones estudiantiles sin una lista afiliada a algún movimiento político. Mi camino hacia la derecha estaba ya marcado.

En el mundo real fuera del claustro universitario, tuve la suficiente percepción para ver cómo el capitalismo nos tendía trampas para abandonar el izquierdismo. El pago de los primeros sueldos y las responsabilidades familiares lo vuelven a uno capitalista. Por primera vez podía comprar cosas que yo quería, y no sólo aquellas que necesitaba. Por su parte, aquellos amigos que un día quisieron hacer la revolución mundial, poco a poco se limitaban a querer cambiar al país, para terminar queriendo solamente poder vivir tranquilo con su familia, con el único consuelo de estar lo suficientemente tranquilos para poder criticar al gobierno.

Con el tiempo, hasta el socialismo pasó de moda. Los que hoy se llaman a sí mismos “socialistas” o “izquierdistas” ya no son ni la sombra de los que yo llegué a conocer, aquellos que al escucharlos hablar parecía que al día siguiente abandonarían todo y se irían a la selva a iniciar la revolución. Pero el mercantilismo liberal tampoco es lo que nos prometieron que sería, no es por lo que creímos luchar. Al final, he vuelto a no creer en nada, he vuelto a ser un Generación X en medio de los millennials. Pero por alguna razón ya no puedo volver a ser un izquierdista, y me tengo que conformar con ser un liberal ortodoxo con unas pocas opiniones de izquierda.

Es que, como dije al principio, el hombre nace izquierdista y la vida lo va derechizando.

domingo, 15 de octubre de 2017

Escribiendo con la izquierda


Hace un tiempo fue el día de los zurdos. Como me ocurre todos los años, yo no me he enterado hasta que alguien que lo vio en internet me lo recordó. Y como siempre, no sé qué sentir al respecto, ya nunca he considerado mi condición de zurdo como algo que deba ser reconocido y celebrado. Y no es que me sienta diferente por el hecho de usar “la otra mano”, sino porque me parece que tengo muchas cosas más por las cuales ser recordado. Cuando me abandona la modestia, pienso que no es nada fácil encontrar a un ingeniero que pueda hablar con soltura de literatura, música, cine, historia y todas las cosas que saco a relucir cuando el momento es apropiado. Además, para mi, ser zurdo no ha sido nunca una sensación solitaria, siempre he encontrado compañeros de estudios, amigos, y colaboradores zurdos. No hay sitio en el que haya estado como único zurdo.

Y ser zurdo para mí es algo tan natural que no caigo en la cuenta de ello. Son las demás personas las que se sorprenden, se maravillan y empiezan a difundir a los cuatro vientos qué hay un zurdo en la habitación. Es entonces cuando tengo que responder preguntas hechas con mucho, poco o ningún tacto:
- ¿Eres zurdo?
- ¿Cómo se siente ser zurdo?
- ¿Puedes escribir con la derecha?
- ¿Sabes que dicen que los zurdos son más creativos?

Así que tengo que responder o inventar datos o anécdotas sobre la difícil vida de un zurdo que vive en un mundo al revés. Es por esto que escribo estas líneas, con la intención de imprimirlas y repartirlas como volantes la próxima vez que alguien me señale como fenómeno de circo.

En principio, debo decir que hay varios tipos de zurdos, no todos somos iguales. Yo los reconozco por varios detalles, como la forma de escribir. El que agarra el lápiz como si fuera un puñal y escribe con la hoja perpendicular a la mesa, es generalmente es un zurdo ultraizquierdista, que tiene todo el lado derecho inútil, incapaz de usar la derecha para nada. Es este un tipo que no quiero juzgar, porque estoy seguro que existen muchos derechos que podrían perder la mano izquierda y no se darían cuenta, y que pasan desapercibidos porque nadie les pide que escriban con la otra mano, como a nosotros. Hay otros zurdos que pueden hacer algunas cosas con la derecha, ya sea por talento o por presión social. Yo pertenezco a esta categoría. Me han contado, y recuerdo vagamente, que cuando aprendí a escribir o a usar cubiertos, lo hacía con las dos manos indistintamente, y aún después, cuando empecé a jugar tenis de mesa también lo hacía con las dos manos hasta que me decantaba por el uso de la mano izquierda. Ese es uno de las pocas cosas que me hacen sentir especial, el que yo pude, si hubiera querido, ser ambidiestro, y en que soy zurdo por propia elección.

¿Son los zurdos más inteligentes que el resto de las personas? Cuando me hacen este tipo de preguntas, siento que efectivamente, soy más inteligente que el que me hace la pregunta. Pero, yo que he conocido a muchos zurdos, me pesa decir que como con los diestros, los hay inteligentes y también los que son definitivamente tontos. El ser zurdo no es garantía de imaginación o creatividad desbordantes. Tal vez incluso yo me he vuelto imaginativo y creativo por culpa de los diestros, que siempre esperan de mí una idea brillante sólo porque soy zurdo.

Otro tema tópico es el de los zurdos famosos. Los nombres de Charles Chaplin, Leonardo da Vinci (que en realidad no era zurdo sino ambidiestro), Maradona, y algunos más son los que me dice la gente, con el candor de quien cree darme la gran novedad. Yo personalmente, acepto la admiración por Paul McCartney, y el placer de tener algo en común con Scarlett Johanson. Como en todo, hay de todo, y tengo que justificar que Vladimir Putin, George Bush y Osama Bin Laden también escribían con la izquierda.

¿Y los problemas al utilizar herramientas? Aquí si he tenido mi porción de problemas. No tanto al escribir, porque he aprendido a hacerlo sin mancharme mucho de tinta, ni al usar cuchillos, pero si con otros artefactos, como los teléfonos fijos. Pocos saben que los teléfonos están diseñados para diestros que cogen el auricular con la mano izquierda y teclean o escriben con la derecha. Otro problema que tengo es que hasta hoy, y con toda mi experiencia como ingeniero, nunca sé hacia dónde dar vuelta un destornillador para aflojar un tornillo. Al menos una de las pocas cosas que me quedan de mi pasado ambidiestro es poder manejar las tijeras con cualquier mano.

Como se ve, para un zurdo, al menos para este zurdo, las cosas no son ni tan difíciles ni tan color de rosa como cree la gente. Y tal vez por eso es que no soy de la izquierda militante, de esos que quieren que todos se enteren qué hay un zurdo presente.

Saludos desde la izquierda.

martes, 18 de marzo de 2014

Conóceme


He recibido un premio de Ainigriv, seguidora de este blog, y a quien pueden encontrar en http://saboramujer-start.blogspot.mx/. Y he recibido este reconocimiento justo a tiempo, porque ya estaba pensando que la gente ya no me lee como antes. Nunca he sido un ídolo de multitudes, por lo demás, siempre he pensado en este como un blog de culto, que la gente sigue con un placer culpable y no admite visitarlo a menos que su vida dependa de ello.

Entonces voy a cometer la tontería de seguir las reglas de este juego al pie de la letra, porque debo agradecer de alguna manera a quien se da el trabajo de leerme y encima promocionarme. Y porque... por qué no. ¿Y cuáles son esas reglas?

  1. El blog nombrado debe tener menos de 200 seguidores
  2. Cada persona premiada debe responder 11 preguntas que le formulará la persona que le otorga el premio.
  3. En el mismo post debe premiar a 11 blogs que cumplan con los mismos requisitos y avisarles que fueron premiados.

 Y las preguntas, respondidas sin necesidad de ponerme una pistola en la cabeza y sin necesidad de detector de mentiras, porque los tontos dicen siempre la verdad, son:

¿Cómo te llamas en la vida real?
La primera pregunta es la más difícil. Justamente una de las ventajas de escribir este blog es el asumir una personalidad diferente, que me protege de preguntas indiscretas, ya que en la vida real soy lo que se llama una persona respetable. De todas maneras, quien quiera saber mi identidad secreta, no la tiene muy difícil tampoco. Dejémoslo así.

¿En qué ciudad vives actualmente?
Otra pregunta difícil. Mi base de operaciones es Lima, aunque por mi trabajo, paso gran parte del tiempo fuera.

¿Porque decidiste abrir tu blog?
Al comienzo, solo me interesaba demostrar que podía escribir con cierta frecuencia. Ahora esto ya se me ha hecho una costumbre, siempre bajo la premisa de escribir lo que me gustaría leer.

¿Cómo escogiste el nombre de tu blog?
Fue parte de la creación de mi alter ego, el tonto que escribe tonterías. Al comienzo quería escribir solamente sobre música, y siendo admirador de Los Beatles, me pareció lo mejor esta referencia.

¿Cuántos post tienes en la recámara actualmente esperando salir?
Para mantener vivo el blog, trato de tener material mínimo para más de un mes de publicaciones, así que ahora son unos diez.

¿Qué post te costó más trabajo?
Ninguno, ya que si me cuestan trabajo simplemente los abandono hasta una mejor ocasión. Algunos posts se me quedan rondando la cabeza durante meses hasta que me decido y los escribo. Normalmente despacho un post en dos horas.

¿Qué te gustaría conseguir con tu blog?
Trato de que la gente se sienta bien al leer mis historias. Ya hay demasiada gente que escribe con amargura y mal humor. Mis historias han de ser divertidas, pero también deben tener una enseñanza escondida para aquel que busque algo más.

¿Cuál es tu frecuencia de publicación?
Como dije antes, trato de tener material para más de un mes. Actualmente estoy sacando un post cada seis días. En mis tiempos de mayor inspiración sacaba uno cada cuatro días.

¿Tu blog es hobby o profesión?
Es un hobby, definitivamente. Ni siquiera conozco a alguien que cobre por esto. Eso de los bloggers profesionales debe ser un mito.

¿Cuál es tu blog preferido y por qué?
Mis blogs preferidos los encontrarán en la barra derecha, no creo que haya más que decir. Si se trata de recomendar otros blogs serían estos:
Esencia de guayabita
Ecologismo literario
Peregrino inmovil

¿Qué te aporta tu blog?
El placer de hacer algo que nadie me obliga a hacer. Un efecto secundario inesperado es que en mi trabajo, los informes y cartas me salen con un tinte literario. Afortunadamente no he tenido quejas hasta el momento.

Los blogs que recomiendo entonces son:

domingo, 7 de abril de 2013

Plantar un árbol, escribir un libro…



La famosa frase de “Todo hombre debe plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”, se basa en nuestro anhelo de dejar algo que sobreviva después de nuestro paso por este mezquino mundo que gira, gira y no  se acaba. Un árbol vive y sigue dando sombra mucho después de que las personas que lo plantaron están abonando la tierra personalmente. Un hijo prolonga el apellido del progenitor y un libro deja para la posteridad lo que pensaba el escritor, convirtiéndose en una ventana al interior de la mente o el corazón del autor.

Dicho esto, me embarco en la búsqueda de la inmortalidad mediante uno de estos tres métodos.
Lo del árbol lo intenté una vez hace años sin demasiado éxito. Fue cuando yo era niño todavía y no conocía todavía este dicho.  En todo caso, la escuela a donde yo iba apoyó en una campaña de reforestación de un parque cercano a mi casa. Allí planté un arbolito en medio de una hilera de semejantes, plantados cada uno por un alumno. El caso fue que, por esas cosas de la suerte, justo al árbol que me tocó plantar se le ocurrió tomar una foto un periodista que cubría el evento. La foto, conmigo en primer plano, ilustró un artículo en una página perdida en el interior del diario de mayor circulación del país, como una de esas notas destinadas a inspirar ternura en el lector. Un niño plantando un árbol ¡Qué bonito! Deben haber pensado, aunque yo no lo recuerdo.

Un árbol plantado, una fama instantánea entre los chicos de mi escuela y los de mi vecindario. Esto debería haberme asegurado la inmortalidad, pero no fue así. Ya se sabe que la fama impulsada por los periódicos es efímera, ya que estos siempre tienen que inventar nuevas noticias y nuevos héroes. El niño  plantando un árbol es pronto sustituido en el imaginario popular por el perro que salvó a un gato de morir ahogado, o algo por el estilo. El árbol por mí plantado no corrió con mejor suerte. A los pocos años, el alcalde de turno decidió remodelar nuevamente el parque y arrancó limpiamente todo un grupo de aquellos árboles, entre los cuales se encontraba el mío, para colocar una vereda. Mi primer intento  de trascender a mi propia existencia quedó así truncado.

La segunda parte del dicho, la de tener un hijo, fue más difícil. El problema aquí es que para esto se necesita la colaboración de una integrante del sexo opuesto, y hasta todas a quienes he expresado mi deseo de prolongar mi recuerdo y mi apellido se han negado a participar de tan sublime empresa. Por alguna razón, las mujeres parecen tener una lista de todas las cualidades que debe tener un hombre digno de sus afanes de reproducción, es decir que sea amable, atento, sincero, etc., y cuando vengo yo, con un aprobado en todos los ítems, me salen con “la otra lista”, que es lo que realmente buscan es decir, que sea guapo, adinerado, atlético, etc., lista de la cual yo no cumplo ni de cerca. El segundo intento ha sido un estrepitoso fracaso.
Me queda la tercera parte del dicho: escribir un libro. Esto debería dejar constancia ante las futuras generaciones de los pensamientos del autor. Bueno, la mayoría de los libros demuestra que el autor al menos pensaba. Es que me ha tocado también empezar a leer ciertos libros que hablan muy mal de quien lo escribió y que debieron ser anónimos aunque sea por compasión. Y digo que empecé a leerlos porque en tales casos abandono el libro sin terminarlo.

Una vez se me presentó una semilla de oportunidad cuando por razones equis de la empresa en donde trabajaba, trabé relación con un responsable de una pequeña empresa editorial que curiosamente apostaba por los escritores. Esto era abrir un mundo nuevo para mí, algo que desterraba mis ideas de hasta entonces, que creía a los editores más interesados en libros de autoayuda o chismes mal escritos con el nombre de algún famoso. Tal persona me mostró la página web de su editorial, bien presentada y con videos publicitarios de los libros que lanzaba, entrevistas a los autores, y noticias de las presentaciones de los libros. Yo, que metido en los vericuetos de mi profesión no sospechaba  la existencia de ese mundo, me entusiasmé al punto de enseñarle mi blog, el que causó además buena impresión en el novel editor, quien me animó a adaptar mis historias al formato escrito e intentar la publicación impresa. Por un tiempo me animó la idea y me puse a revisar mis escritos, descubriendo la tediosa tarea de la revisión y ampliación de textos que en su tiempo me parecían completos y que ahora veía pálidos y sin brillo. No me volví a contactar con la editora y el intento se desvaneció con el tiempo.

La última vez que hubo un resquicio de oportunidad fue cuando, por una cadena de razones me vi envuelto en una comisión institucional que tenía la intención de editar libros técnicos sobre ingeniería. En tal condición me fueron remitidos para la aprobación algunos borradores de libros para que yo diera el veredicto sobre si merecían ser publicados por aquella institución. Algunos me parecieron francamente penosos y fueron rechazados por mí con un informe demoledor. Curiosamente, los que merecieron mi mejor aprobación fueron los más literarios y menos técnicos. Aparecía otra vez mi vena escritora. En esa condición, y como me lo dijeron los otros miembros de la comisión, me sería mucho más fácil publicar mis cuentos en forma de libro. Rechacé la idea por las razones puristas de que tal publicación no tendría nada de técnico y nada de ingeniería.

Al final, me doy cuenta de que hasta ahora he fracasado en mi intento de dejar algo que haga saber a la posteridad de mi existencia. Lo único que me queda es pensar en que alguna vez dentro de muchos años, algún bibliófilo aficionado encuentre en alguna librería de viejo un tomo descabalado de una pequeña edición de un libro, se pregunte quién habrá sido el autor, y lo hojee durante un rato antes de exclamar: ¡Pero qué historias más tontas!

domingo, 10 de febrero de 2013

El misterio inglés


Dentro de las habilidades que tengo, es decir de esas habilidades que me permiten progresar en mi trabajo, no las habilidades tontas que comentaba en un post anterior, está la de saber inglés y un poco de alemán.  Al menos puedo hablar el suficiente inglés como para poder expresarme sin hacer el ridículo ante los extranjeros con los que tengo contacto de vez en cuando. El alemán lo tengo bastante olvidado y apenas puedo mantener una conversación básica con alguien bastante comprensivo. Pero este no es realmente el problema. El problema es cuando las demás personas al verme hablando o haciendo una traducción de un documento me preguntan dónde es que aprendí inglés.

El caso es que nunca puedo dar una respuesta convincente a esta pregunta aparentemente tan simple. Y como tengo la manía de convertir las explicaciones en una historia, aquí va la historia para esta explicación:
Desde los tiempos en que era apenas un tontito de menos de un metro de altura, tuve la predisposición a imitar, cualidad que conservo hasta el día de hoy como una característica de la que me tengo que cuidar, como explicaré más adelante. El caso es que tenía facilidad para la imitación, y eso me ayudó cuando me dieron las primeras clases de inglés en el jardín de niños. Las maestras se sorprendían de lo rápido que aprendía y de lo bueno de mi pronunciación. Pero en mi país el idioma inglés no se puede aprender bien en una escuela pública, en donde es un curso más que se pasa sin que la gente realmente aprenda. Que levante la mano el que ha aprendido en la escuela un inglés que permita pasar del “this is a pencil” o el “good morning, teacher”.

Lo que me salvó de la ignorancia completa del idioma inglés fue el descubrimiento de la música, y más específicamente, de los Beatles. Este descubrimiento  considero hasta hoy que fue uno de los más importantes de mi vida, pues me condujo a la afición por la buena música, y al interés por conocer qué es lo que decían las letras de las canciones. Así sin darme cuenta, empecé a leer los títulos de las canciones, que normalmente tenían las traducciones entre paréntesis. Esas fueron en realidad mis primeras lecciones de inglés. 
Conforme pasó el tiempo, y el tiempo en la escuela parece eterno, pude pasar, con mucha suerte a un colegio alemán. Allí realmente los profesores se preocupaban por que uno aprenda otro idioma, así que pude alcanzar en mis mejores épocas un dominio del alemán más que mediano. Y allí también seguí cursos de inglés a los que en realidad no puse demasiado empeño, gracias a una convicción insensata de que lo aprendería tarde o temprano, y gracias también a una compañera de carpeta que se esmeraba en que no perdiera el tiempo atendiendo al profesor en vez de disfrutar de su conversación interminable.
Mi gusto por la música me llevó a otros grupos y también a leer los cancioneros que contenían las letras de las canciones de moda y las canciones de los Beatles también. Mi conocimiento del inglés entonces se basaba en reciclar frases en inglés sacadas de los títulos de esas canciones, y e menor medida, de las letras que encontraba traducidas. Como dije, tengo esa predisposición genética a la imitación. Allí empezó la leyenda de que yo había estudiado inglés en un instituto británico, (gracias a lo británico de mi pronunciación) y que realmente podía mantener una conversación fluida. La gente simplemente se negaba a creer que mis maestros en realidad eran John Lennon y Paul McCartney.
Ya en la universidad, completé un vocabulario básico gracias a los innumerables libros en inglés que tuve que leer para progresar en los estudios. Adquirí cierta reputación en la traducción de textos técnicos en ese tiempo. La leyenda de mi dominio del idioma inglés creció, merced a las demostraciones de lectura de textos que hacía, y que sonaban absolutamente creíbles a los oídos de las personas que solamente hablaban castellano.

En el primer trabajo que tuve al salir de la universidad vino la prueba de fuego. Un vendedor de algunos equipos que se instalaban en la planta donde yo estaba trabajando perdió de vista al mexicano que le servía de traductor justo cuando alguien le hacía unas difíciles consultas, y todo el grupo de técnicos empezó a llamar a alguien que supiera inglés. Con más atrevimiento que convicción, creyéndome mi propia leyenda, hice el intento. Grande fue mi sorpresa cuando pude sortear la dificultad sin demasiados problemas, haciendo mi primer trabajo de intérprete. Por supuesto, nadie me felicitó, ya que todo el mundo “sabía” que yo hablaba inglés.

Desde entonces he podido comunicarme con buena fluidez con muchos extranjeros, he hecho varios trabajos de interpretación y traducción, y la leyenda ha crecido también. La gente cree que yo soy un verdadero políglota que habla varios idiomas. El único problema es cuando me preguntan en dónde aprendí, me preguntan por la calidad de tal o cual instituto de inglés y hasta me han ofrecido dar clases. Nadie es capaz de creerme cuando les digo que jamás he pisado una clase de inglés y que puedo hablar gracias a muchas canciones de los Beatles, varios libros, una rara predisposición genética y un temerario atrevimiento.

viernes, 13 de abril de 2012

El tonto que quiso ser inteligente


Es imposible. No importa lo mucho que me esfuerce, nunca logro ser sobresaliente en nada. No soy un completo inútil, tampoco, porque para ser completo también tengo que ser sobresaliente. Me paso la vida más bien flotando en la estrecha franja que existe entre la normalidad y lo notable y digno de ser premiado.
Desde las épocas de la escuela, siempre fui el segundo o el tercero, o justo el puesto que no alcanzaba a las premiaciones. Mi único consuelo era saberme la persona hacía que los primeros puestos se mantuvieran alertas y no bajaran la guardia para no ser superados por mí (y esto, en realidad, fue lo que me confesó uno de tales primeros puestos, tiempo después).

Así pues, no logré ser recordado por la posteridad escolar como uno de los inteligentes de la escuela, sino apenas como una persona con una buena memoria para los datos y un gusto impecable para la música. Tal vez esto parezca suficiente para muchos, pero no para mí. Siempre busqué algo más, algo en lo que fuera nítidamente superior a los demás. Y sabía que esto no pasaba por las actividades físicas. Siempre era el último a quien escogían para los equipos de fútbol, o incluso a quien pasaban al equipo contrario para darle ventaja, ni el baile ni otras actividades sociales fueron nunca lo mío.

En la Universidad, a la que ingresé después de mucho esfuerzo, y en una carrera en la que nadie me daba mucho futuro, porque todos mis conocidos, asesores de carrera y otros expertos me aconsejaban una carrera de letras, tampoco empecé con buen pie. Mis habilidades matemáticas nunca fueron buenas, y meterme en la universidad donde los cursos de números son los más exigentes del país se asemejaba mucho a un suicidio. Allí estuve ya no luchando por ingresar a los primeros puestos, sino batallando por no estar entre los últimos. De alguna manera me mantuve allí, incluso cuando el país entero parecía conspirar para obligarme a abandonar los estudios, ya que pasé en la Universidad la que se considera la época más oscura en su más que centenaria historia.
Cuando salí (en realidad, desde antes) ya soplaban nuevos vientos. Poco a poco me fui armando de confianza, y al final, nadie era capaz de creer que yo no era uno de los alumnos más destacados de su promoción, ni mucho menos dudar que yo estuviera al menos en el décimo superior, cuando la realidad era que yo no estaba ni siquiera en el segundo tercio. Lo cual reducía dramáticamente mis posibilidades de empleo, donde se exigía siempre a egresados del quinto superior de su clase.
Años después, los conocidos con los que me encontraba en reuniones o por motivos de trabajo, se extrañaba de no verme trabajando para una gran empresa o en un alto puesto. Yo siempre ocultaba la verdad de que para esos puestos se elige a las personas que destacan en su carrera. Y como siempre, yo no cumplía con esos requisitos.

Los test de inteligencia que rendía como requisito de ingreso para un puesto, daban como resultado siempre un nivel normal, muy pocos puntos debajo de lo considerado “superior”. Solo una vez, en un examen en una de esas empresas de personal resources me atreví a impugnar el resultado.
-          ¿Cómo, señorita, que no soy adecuado para el puesto?
-          Señor, sus resultados indican que su nivel de inteligencia está dentro del promedio, y nosotros queremos genios, o por lo menos con síndrome de Asperger…
-          Yo puedo ser un Asperger, mire, mis aptitudes sociales son bajas, me cuesta relacionarme con las personas, y puedo ser obsesivo…
-          Lo siento señor pero no califica…
-          ¿Y el otro puesto, para personas de poca calificación?
-          No señor, para ese puesto tampoco califica, sus puntajes de los tests son muy altos…

Al llegar a mi casa, me puse a meditar seriamente sobre el asunto. De acuerdo a las pruebas, exámenes, encefalogramas y cartas astrológicas, no soy una persona normal, pero tampoco soy un superdotado. Al parecer estoy destinado a no destacar en nada. ¿Qué soy entonces? Después de mucho pensar, solamente una respuesta apareció como posible, una única explicación a mi condición. Una sola clasificación posible.
¡Soy un tonto!

Fue en esos días cuando me decidí a empezar a escribir un blog.

domingo, 19 de julio de 2009

Pequeña autobiografía no autorizada



Nací un día domingo.
A los tres años empecé a hacer preguntas. Hasta ahora no me detengo.
Cuando comencé el colegio, empecé a sospechar que sabía más que la profesora. Aún no estoy seguro.
Al igual que Cervantes, leía hasta los papeles que veía tirados en la calle.
Descubrí que soy malo para cualquier deporte, pero eso nunca me detuvo.
El baile se convirtió para mí en un pretexto para escuchar música.
Descubrí a los Beatles.
Cuando me dí cuenta, estaba comiendo verduras, peinándome y haciendo mis tareas sin que nadie me obligue.
Descubrí a los Doors.
Descubrí a alguien a quien amar, pero ella no me descubrió a mí.
Ingresé a la Universidad sin tener una idea clara de lo que significaba ser un ingeniero.
Descubrí a Sabina. A Silvio. A Serrat. Aún sigo tratando de descubrir.
La gente que no conocía empezó a tratarme de Usted.
Salí de la universidad, pero aún sueño que tengo que dar un examen allí.
Me desengañé de todos los políticos. Ellos ni siquiera se dieron cuenta.
Mi primer sueldo significó también el inicio de mi aburguesamiento. El proceso sería más rápido si me pagaran más.
Descubrí que ya no estaba en la universidad y que estaba en el mundo real.
Conocí algunos lugares y alguna gente.
Descubrí que habíamos cambiado de milenio pero el mundo seguía siendo igual.
El proceso de licitación de mi corazón fue declarado desierto.

Escribí este post.
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