domingo, 25 de marzo de 2018

Los Mil y Un Cuentos



Recuerdo como uno de los más antiguos recuerdos de mi niñez, un libro enorme y amarillento, en lo más alto de un estante de mi casa. Mucha insistencia requirió lograr el permiso paterno para bajar ese libro y ver sus letras desvencijadas en sus páginas con olor venerable. No recuerdo haber pasado más de un par de decenas de sus páginas antes de abandonarlo, desconcertado con una historia donde un personaje narra un cuento en el que a su vez uno de los personajes narra su historia que contiene un cuento narrado por su protagonista. A mi corta edad, no estaba preparado todavía para una lectura como la Las Mil y Una Noches. Muchos años después, habiendo ya conocido a Borges y a Brecht, estaba dispuesto a emprender la aventura hasta el final, pero no pude encontrar el libro. Muchas mudanzas, arreglos de mobiliario y préstamos habían vuelto al libro inubicable. En ese entonces me enteré también que el libro era una especie de propiedad familiar que había ido pasando de casa en casa de la familia de mi padre desde nadie recordaba cuándo. Jamás supe dónde quedó, ni nadie volvió a reconocer la posesión del libro. 

Con los años pude acceder a resúmenes del libro, y me enteré de la existencia de la bella Sherezade, de Simbad el Marino, de Alí Babá y del caballo volador.
Desde entonces ese libro ha quedado en mi mente como la metáfora de aquello que tuve una vez y ahora ya no puedo encontrar, como la puerta a un mundo maravilloso hoy irremediablemente perdido.
Las Mil y Una Noches se convirtió en un libro mítico para mí. En las librerías en donde preguntaba, solo disponían de resúmenes o versiones incompletas, con sólo los cuentos más populares. La búsqueda en internet (en el tiempo en que la búsqueda era aún una aventura en sí misma) aumentó mi confusión. Leí referencias a traducciones francesas e inglesas, versiones que diferían notablemente en cuanto a cantidad y selecciones de cuentos, y versiones castellanas que no aclaraban si su origen era arábigo o una simple traducción de ediciones europeas. Nunca encontré ni siquiera referencia a una versión oficial o canónica del libro.

En el hoy de las bibliotecas virtuales y la lectura en iPad, no me he atrevido a descargar una versión digital, porque esa no es la experiencia que he buscado. Consciente o inconscientemente, quiero encontrar un libro con páginas del tamaño de un diario, con tapas de cuero de borde desgastado y tipografía antigua, que al abrirlo desprende un olor tan viejo como las historias que cuenta. Pero aún me queda el imaginar lo que encontraré en ese tesoro, en ese Santo Grial personal.

Desde el comienzo, siempre me interesó saber si realmente eran mil y un historias las narradas en el libro. Me parecía un paraíso y un logro tener mil y un cuentos para leer. Aunque nunca lo he comprobado, alguna vez leí que en el libro de Las Mil y Una Noches solo se pueden encontrar mil cuentos. El último cuento es precisamente el de la princesa Sherezade contando mil cuentos al sultán.

Algún otro tal vez diría que Las Mil y Una Noches es un solo cuento, que contiene en su argumento muchos cuentos, y algunos de ellos, a su vez, contienen otros. Sabemos que muchos de los cuentos duraban más de una noche, y a su vez en una sola noche se podían integrar dos, tres o más cuentos.

Borges escribió alguna vez que en la noche número quinientos, Sherezade empezó a contar su propia historia, anidando la ficción dentro de su propia realidad. Otros cuentos, diferentes a los originales, contó en esta historia dentro de la historia, supongo yo, porque el cuento debe alejarse obligatoriamente de la realidad, para lograr convertirse en un cuento y separarse de la simple relación de lo sucedido.

En el tiempo en que Sherezade narraba cada noche un cuento al sultán Schariar, se refiere también que tuvo tres hijos, por lo que, me imagino, tuvo el mérito adicional de no perder la hilación mientras engendraba y daba a luz a los hijos del sultán. Tal vez algunos de los cuentos de esas noches tenían que ver con la maternidad, con el amor y la familia.

Ya en el terreno de la pura imaginación, tal vez en alguna edición árabe Sherezade cuenta una historia de un héroe llamado Edipo, a quien un monstruo cuenta el inicio de una historia y es retado a adivinar su final. Tal vez allí también se cuentan cuentos de ese país remoto y maravilloso llamado Anglia, en donde vive el héroe llamado Perceval el Piadoso. Quizás se encuentran también historias del mar infinito, en donde hasta las estrellas son diferentes por las noches, perdiendo a los marineros que se adentran en sus aguas.

Tal vez algún día se cierre el círculo en una librería de viejo y pueda pasar mil y Una Noches leyendo historias.

jueves, 15 de marzo de 2018

Las historias son como las quiere la gente




Eulios, quien vivía recorriendo pueblos para contar historias a cambio de monedas, me contó esta, que fue su verdadera historia, cuando enfermo ya, no esperaba vivir más allá de aquella noche, como en verdad sucedió:

En el tiempo en que yo era muy joven, casi un niño, peleé en la guerra contra los tesios. Tras la derrota, que fue muy dura, el ejército se desbandó y yo me encontré vagando por los caminos. No tenía intenciones de regresar a mi pueblo, pues no había logrado gloria en la guerra, ni obtuve distinción alguna por mi valor. Conocí en cambio, y fui amigo de Thelios, el de afilada espada, y quien realizó en aquella guerra tan grandes hazañas que su nombre me sirvió de salvoconducto cuando llegaba a un pueblo. La fama de Thelios ya se había esparcido y empecé a contar historias de nuestro tiempo juntos a cambio de comida y lecho en las posadas. 

Pero la gente no quería escuchar sobre nuestra amistad ni sobre su generosidad conmigo, sólo quería saber de sus hazañas y sobre cómo pudo seguir luchando a pesar de tener clavada una lanza. Cada vez más gente se reunía para escuchar mis relatos, pero no la parte en que compartimos, sólo su actuación en la batalla. Allí fue cuando me convertí en el narrador de la guerra de los tesios, cuando quité mi parte de la historia y solo narré la de Thelios. Pronto el rey de los acadios me llamó a su palacio para escuchar la historia. Traté entonces de contar mi historia lo más fielmente posible, pero el rey no se mostró entusiasmado. Solo al final me dijo, con tono de quien lo ordena: “En esa guerra estuvo también mi pariente Aligio, nárrame de sus hazañas”. Yo, que no conocí a Aligio más que de nombre en esa época, dudé un momento, temeroso de causar la furia del rey, hasta que de pronto empecé la nueva historia. Otros actos de bravura de esa guerra conté, atribuyéndolos a Aligio, con lo que el rey se mostró satisfecho y me dio albergue y varias monedas de oro, a cambio de repetir la historia las noches siguientes.

Cuando volví a recorrer los caminos, ya mi fama se había difundido. Cuando llegaba a un pueblo, la gente se reunía para escuchar la historia. Pero cuando terminaba la historia de Thelios, me pedían también la de Aligio. Y cuando terminaba, me pedían más, me preguntaban lo que pasaba en el ejército de los tesios. Aunque solo conocí a los tesios como enemigos en batalla durante la guerra, poco a poco fui inventando historias basado en lo que me contaban otros soldados durante la marcha. Las hazañas de Thelios y Aligio también parecían a la gente cada vez menos interesantes, así que fui exagerando cada vez más su valentía.

Ahora Thelios y Aligio eran amigos, jefes del ejército que obtuvo una derrota honorable ante un enemigo digno. Aligio obtuvo en mi historia el lugar que había querido para mí mismo, a cambio de las monedas y la fama que recibía. Un día, en un palacio real, uno de los consejeros me dio una moneda para mencionar en la historia el nombre del padre del rey. En poco tiempo, tenía el nombre de los soldados del ejército y las historias de muchos otros héroes, todos a cambio de las monedas que recibía.

Con los años, yo mismo había olvidado ya lo que había pasado realmente en esa guerra. Thelios y Aligio eran reyes, hijos de dioses en las historias que contaba ahora, el ejército estaba lleno de héroes que realizaban cada uno sus propios prodigios, y la guerra había sido larga y fue ganada gracias a la intervención de los dioses. Los tesios eran también ahora un país maravilloso que contaba con héroes y gigantes en sus filas, además de animales acorazados como no se han visto antes o después.

Hoy, que la gente va a los templos de Thelios y de Aligio a pedir su ayuda, que los ejércitos invocan sus nombres y los de otros héroes que yo inventé antes de salir a la batalla, y que la historia escrita en rapsodias de sus hazañas es leída en todos los palacios, quiero que sepas la verdad. Es el pueblo el que elige a sus héroes, y la verdad no importa si la historia gusta a la gente.

Así murió Eulios, el famoso contador de historias. No pienso divulgar la verdadera historia de la guerra de los tesios, nadie la creería. Muchos pueblos aseguran que sus antepasados fueron héroes en aquella guerra que en realidad fue una sola batalla, y no aceptarán la verdad. Por eso estoy escribiendo esta tablilla de arcilla, con la esperanza de que sea encontrada algún día, cuando incluso nuestros dioses no sean más que cenizas. Tal vez entonces alguien la encuentre y se sepa lo que ocurrió realmente.

lunes, 5 de marzo de 2018

Sueños



Hoy día toca soñar. Cada quien que sueñe el sueño que mejor le acomode, que los sueños no son tan democráticos como uno pudiera pensar. Si bien sabemos que todos sueñan, los sueños no son iguales para todos. El sueño del rico no se parece en nada al sueño del pobre, el sueño del bueno no es igual al sueño del malvado. Y para soñar hace falta también imaginación, hace falta haber vivido.
No es un secreto tampoco que la gente aburrida tiene sueños aburridos, si lo sabré yo, que me precio de tener una buena imaginación y que de vez en cuando me tocan unos sueños que ya quisieran varios guionistas de Hollywood para convertirlos en el éxito de taquilla de este año. A falta de imaginación, muchos buscan la ayuda del alcohol para tener sueños multicolores y psicodélicos, de esos sueños que los que creen en la interpretación de los sueños no se atreven a analizar. Algo han de tener los elefantes color de rosa y los diablos azules.

Hablando de la interpretación de los sueños, una vez un amigo, creyente en esas cosas, me decía que al soñar nos trasladamos a un universo paralelo pero real, donde lo que allí ocurre es la realidad, así como nuestro mundo es el sueño de otro universo. Mi respuesta a esa filosofía fue responder que en ese otro universo de los sueños Jennifer López debe estar cansada de aparecer en los sueños de tanta gente y al menos una vez por mes en los míos. De más está decir que no recibí refutación a mi teoría, solamente esa mirada que tan bien conozco y que me indica que otra vez estoy hablando puras tonterías. Y esa es otra de las cosas que he descubierto, que a falta de imaginación, mucha gente sueña con las mismas cosas. De ahí tantos libros para explicar el significado de los sueños. Si ya sabemos que los sueños de la mayoría de la gente tienen un guión conocido y con pocas variaciones, entonces saquemos provecho de ello. Por eso yo, siempre tratando de innovar, tengo unos sueños que los escritores de esos libros nunca imaginaron.

Como cuando la conocí. En ese tiempo capturó mi atención su aspecto nada estridente y sus ojos soñadores, su voz tan suave y sedante. Naturalmente me quedé dormido y soñé con ella. La soñé dormida y yo entraba en su sueño. Soñé que recordaba, como se recuerdan cosas solo en sueños, que me gusta invadir sueños ajenos, y que esta vez, también ella me soñaba a mí. Y el sueño era tan real que pude ver claramente su rostro de decepción al tener un sueño tan aburrido como yo. No te pongas así, le decía, yo tampoco soy el hombre de mis sueños. Mientras ella trataba por todos los medios de soñar con un viaje a Europa, a la India, a cualquier parte a medio mundo de distancia de mí, yo, con mayor experiencia en sueños tontos, trataba de tranquilizarla diciendo que no era tan malo, que le podría cantar una serenata en francés con mi guitarra para hacerla sentir mejor, aprovechando que soy capaz de hacer tales cosas en mis sueños.

No, yo quiero soñar con un castillo en el aire, me decía. Ya lo he intentado, le dije, hasta me contacté en el sueño con un amigo mío que me vende un terrenito en una nube muy bonita y que me ofreció ayudarme con los trámites de licencia de construcción por un módico precio. Esa vez no me alcanzaba, pero ahora podemos ir al banco de tus sueños a sacar un poco de plata y le damos la primera cuota para los materiales. Ella no se mostró entusiasmada con la idea, distraída como estaba tratando de terminar ese sueño, descubriendo que el sueño de uno puede ser la pesadilla de otra, de ella misma. No, tenemos que despertar ahora mismo, me dijo. A pesar de que ya estaba programando un sueño de caballos de colores y delfines voladores, decidí ayudarla. La forma clásica de despertar en un sueño es pellizcarse a sí mismo, le dije, podemos intentarlo. Antes de terminar de decir mi idea, ella ya había tomado una pala y había decidido tomar acción despertándome a mi primero. Afortunadamente también soy bueno corriendo en mis sueños, desafortunadamente ella también podía volar en los suyos. En la persecución, terminamos cayendo a un abismo.

La caída nos despertó. O me despertó a mí nada más. Ella seguía hablando como si nunca hubiera caído dormida y hubiéramos vivido toda aquella aventura juntos. De pronto, dejó de hablar, me miró fijamente y me preguntó a boca de jarro: ¿Y tú? ¿Qué opinas? Solo pude balbucear algunas frases inconexas sobre otros países, castillos, caballos y abismos. Fue la última vez que la vi. No pude nunca decirle que la mirada que me lanzó era la misma que yo ya había visto en mi sueño, que ya la había visto antes pidiendo una pala o cualquier objeto contundente para perseguirme por aire, mar y tierra y que una vez, inesperadamente, un sueño se había convertido en realidad.
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