miércoles, 29 de agosto de 2012

El mito del perro de Pavlov


Dentro de los inventos que nos han cambiado la vida, están la psicología y el teléfono. Alguien seguramente pensará que estos dos no tienen nada que ver, pero ahora voy a contar la verdadera historia de lo que quizá pudo haber ocurrido en la casa de Ivan Pavlov allá por los primeros años del siglo XX, cuando cada temporada aparecía un invento nuevo que dejaba maravillados a los habitantes de la fría Rusia.

Resulta que el ilustre profesor Pavlov, pendiente siempre de los nuevos adelantos científicos, decidió instalar en su casa un teléfono. Como era costumbre en aquella época, el trámite para obtener línea telefónica era largo y engorroso, pues se necesitaba mucha paciencia, un certificado de buena conducta emitido por el gobierno, y una declaración pública de que dicho aparato había sido inventado por un ruso. Pero el buen profesor tenía influencias en la Academia de Ciencias y obtuvo su teléfono en el cortísimo plazo de dos años, para envidia de todo el vecindario.

Si bien el Profesor Pavlov lo trajo, fue su adolescente hija quien verdaderamente descubrió el teléfono. Este maravilloso aparato permitía a la joven conversar con sus amigas sin necesidad de exponerse a salir en el crudo invierno de Moscú, romper la barrera del sonido en cuanto a la velocidad de transmisión de los chismes y deleitarse al escuchar el eco de su propia voz al hablar, como sucedía en los teléfonos de aquella época. Mientras el serio profesor usaba el teléfono para discutir citas, congresos y nuevas ideas que revolucionarían el mundo de la psicología, su hija mantenía la comunicación y el chismorreo con las hijas de los profesores de la Academia, con las niñas mimadas de prominentes miembros del partido y hasta con la operadora, con quien mantenía largas charlas mientras la conectaban a la línea a la que quería llamar.

Pronto la cuenta del teléfono pasó de unos cuantos copecs a verdaderas fortunas. Todavía no se había inventado el control de llamadas. El profesor Pavlov decidió tomar cartas en el asunto y prohibió las conversaciones telefónicas a su hija. Pero las mujeres siempre han tenido poder de convencimiento sobre los hombres, sobre todo cuando la niña es la engreída de papá. El convenio fue que no podría hacer llamadas, pero podría hablar con libertad si era ella quien las recibía. El trato pareció funcionar, pero el Profesor observó, como buen psicólogo, algunos interesantes efectos secundarios: Cada vez que el teléfono sonaba, su hija saltaba como impulsada por un resorte a contestar, y cuando no sonaba, la muchacha se sentía ignorada, como si hubiera hecho algo vergonzoso que hiciera que sus amigas se olvidaran de ella. Otras veces, ante la ausencia de llamadas, preguntaba a su padre si de casualidad no había habido una revolución que acabara con las líneas telefónicas. Su padre contestaba que eso de las revoluciones era cosa de anarquistas, y que nunca habría una cosa así en la Santa Rusia.

Un día en que la agitación de su hija estaba como de costumbre antes de la hora en que empezaban habitualmente las llamadas telefónicas, a la señora Pavlova se le cayó casualmente la campanilla con la que solía llamar a la servidumbre, produciendo un tintineo. Antes de que nadie se pudiera dar cuenta, ya estaba la niña levantando el auricular del teléfono. El profesor se quedó pensando en la rapidez de aquella reacción, a lo que la hija contestó diciendo que solamente había sido un reflejo. El profesor empezó entonces un experimento, dejando caer nuevamente la campanilla y midiendo con un cronómetro la reacción de su hija. Aparte de la sorpresa de ver moverse a un ser humano con tal rapidez, desarrolló la teoría de que los reflejos pueden ser condicionados por eventos tales como el sonido del teléfono o la palabra “revolución”.
La presentación de la teoría en la Academia de Ciencias de Moscú causó sensación, y todos los profesores con teléfonos en sus hogares empezaron a hacer sonar una campanilla en presencia de sus menores hijas, comprobando la veracidad de la teoría.

El profesor se preparó a exponer sus descubrimientos en las más importantes esferas científicas de Europa cuando tropezó con un problema: Su propia hija se negó a aparecer como sujeto de experimentos científicos, lo que haría de ella el hazmerreír de su círculo de amigas, sin mencionar lo que pensarían de ella todas las adolescentes de Europa. Solo quedaban dos opciones: O toda la familia se mudaba al Perú donde no los conociera nadie, o buscaban otro sujeto de experimentación que presentar en los grandes congresos mundiales de psicología.
El convenio esta vez fue echarle toda la culpa al perro, que pasó de ser el culpable de comerse las tareas de colegio de la hija a ser el objeto de uno de los grandes descubrimientos científicos de la época. Afinando solo unos cuantos detalles, quedó impreso para la posteridad el experimento del perro de Pavlov, con la complicidad de las hijas y esposas de todos los profesores de la Academia de Ciencias de Moscú.

La historia fue acogida con entusiasmo en Europa, y el profesor recibió un Premio Nobel, que recibió en una ceremonia a la que asistió su señorita hija, tanto como reconocimiento por su aporte, como para asegurarse de que en ese momento cumbre no se le escape al profesor la verdadera historia.

Así fue como el perro de Pavlov pasó a la historia junto al gato de Schrödinger y a otros animales utilizados para el avance de la ciencia.

sábado, 25 de agosto de 2012

El tiro penal



El árbitro ha tocado su silbato, y la decisión es inapelable. Ya no importa si la mano fue casual o intencional, si la falta fue dentro o fuera del área, la pena máxima ha sido decretada y se tendrá que ejecutar. El ritual del tiro penal empieza con los jugadores reclamando ante el árbitro. Ellos saben que no importa lo que digan, el juez no se retractará de su decisión, pero deben hacerlo para salvar las apariencias ante el público. También por costumbre, el árbitro amenaza con la tarjeta amarilla, lo que pocas veces cumple, ya que los jugadores son profesionales que saben hasta cuándo presionar al árbitro sin caer en límites de las tarjetas amarillas. El director técnico del equipo afectado grita desde su zona pidiendo calma y enviando señas al capitán para mantenga el orden. El otro entrenador, a su vez, vocifera a sus dirigidos para indicar quién debe ejecutar el tiro, tratando de que su voz sea escuchada a través de los gritos del público.

El público, excitado por los acontecimientos, se muestra feroz, tanto en un bando como en el otro. Los hay los que se dedican a insultar al árbitro, los que celebran anticipadamente el gol y los que predicen una equivocación del tirador o un acto heroico del arquero , y al mismo tiempo desean secretamente un milagro. Aquellos de la tribuna detrás del arco hacen bailes, agitan banderas y globos para distraer al jugador que pateará el penal.

Los periodistas se atropellan atrás del arco tratando de obtener el mejor ángulo, en una competencia física que aunque nada tiene que envidiar a la que se desarrolla dentro del campo, es ignorada totalmente por los espectadores. Los comentaristas deportivos hacen cuentas sobre quién tiene mayor efectividad en los tiros penales, especulan sobre las consecuencias de un cambio en el marcador, y afirman conocer exactamente lo que pasa por la cabeza de los  jugadores y los directores técnicos en este momento tan tenso.
En el campo, el ritual continúa. El jugador designado  acomoda la pelota sobre el punto penal. La pelota debe quedar en una posición perfecta sobre el campo que tiene, precisamente en ese punto, una superficie irregular. Trata también de posicionar la pelota unos cuantos centímetros más cerca del arco, hasta el límite permitido por el árbitro. Cada milímetro cuenta para que la pelota llegue con mayor velocidad al arco.

El arquero cumple también su parte del ritual. Se acomoda, trata de recordar hacia dónde el jugador dispara con mayor frecuencia los tiros penales, y se prepara a esperar la forma en que llegará el disparo, tal como lo hizo durante los entrenamientos.

El jugador aún no decide si disparará hacia la derecha o hacia la izquierda, si pateará fuerte o despacio pero con efecto. Las miradas también juegan en este momento. Mira fijamente al arquero y trata de poner una expresión feroz que lo intimide.

De pronto, el ritual termina y todo se funde en una sola expectación por escuchar el pitazo del árbitro. El arquero, el ejecutante, los demás jugadores, los entrenadores, el público y los periodistas están pendientes de este momento. En este instante todo puede suceder, y eso es exactamente lo que va a pasar.

Nadie se pudo explicar lo que pasó ese día. Todos escucharon el silbato del árbitro, todos vieron al jugador emprender la carrera para hacer el disparo, y todos vieron al arquero moverse tratando de adivinar hacia dónde vendría el tiro. Lo que nadie pudo ver fue qué pasó con la pelota. El jugador fue hacia el balón a toda velocidad pero solamente pudo patear el aire, cayendo al piso en una posición ridícula y quedando sentado sobre el césped. La pelota, que debió haber salido disparada hacia el arco rival desapareció y no pudo ser encontrada. Los comentaristas de televisión juraban que jamás habían visto nada semejante mientras repetían la escena una y otra vez. El arquero empezó a saltar celebrando y buscando a sus compañeros, el equipo rival se arremolinó frente al árbitro pidiendo una explicación, el público enardecido gritaba y amenazaba con un escándalo de proporciones, agitando las mallas de las tribunas. Entre todo el alboroto, nadie se fijó en el pequeño niño que rezaba en medio de la tribuna agradeciendo a Dios que le haya concedido el milagro de desaparecer el balón. 

martes, 21 de agosto de 2012

Dos casos de mala suerte


El primero
En el desván, buscando entre los papeles antiguos herencia de sus antepasados, encontró el mapa del tesoro de un antepasado que se dedicó a la piratería, y el cual la familia había buscado durante generaciones. Vendió todo lo que tenía para llegar a aquella isla mencionada en el mapa, siguió cuidadosamente las instrucciones, seguro de encontrar la ansiada fortuna, pero cuando llegó, en el lugar indicado con la cruz en el mapa, solo encontró una enorme mansión, y la leyenda del tipo que se hizo rico al encontrar casualmente un tesoro en su jardín.
….
El segundo
Todo había ido mal ese año. La pérdida de su trabajo le llevó a atrasarse en los pagos de la hipoteca, y el consiguiente embargo había sido razón suficiente para que su novia le dejara. Sin nada en el bolsillo y lleno de deudas impagables no parecía haber solución ni futuro para él. Caminó hacia los barrancos que daban al mar con cierta vacilación al principio, luego con mayor determinación. Terminaría con todo de una buena vez, seguro de que nadie le extrañaría una vez muerto. Sin embargo, mientras buscaba el mejor lugar para lanzarse al precipicio distinguió una sombra junto a las rocas del acantilado. Se sorprendió a sí mismo al acercarse y tratar de hablar con la mujer que estaba al filo de una saliente de roca a punto de hacer lo mismo que él. Después de un breve titubeo, terminaron hablando de sus respectivos problemas, balanceando sus pies en el abismo, como una perfecta metáfora de sus vidas. Sin embargo, en esa situación ambos comprendieron al mismo tiempo que incluso en ese momento quedaba esperanza, que al menos ellos tendrían a alguien con quien compartir el peso de la existencia. Decidieron darle otra oportunidad a la vida, esta vez juntos. El estaba tan ansioso de empezar de nuevo que se levantó demasiado rápido y tropezó con aquella piedra que le hizo perder el equilibrio y caer al vacío.

viernes, 17 de agosto de 2012

Una historia de azares


Nuestra vida está, en muchos sentidos, gobernada por el azar. Muchas decisiones se toman por una simple casualidad o basadas en hechos fortuitos. Tomemos esta historia, de cuyo personaje principal he perdido el nombre dentro de todas las vueltas y azares por los que pasó. Lo que si sabemos es que la historia empezó hace más de un siglo en Manchuria, dentro de un pueblo perdido en el desierto.

Nuestro personaje, a quien a falta de un nombre mejor podemos llamar Du Quang, era apenas un adolescente que cuidaba el rebaño de cabras de su familia cuando sorprendió casualmente una conversación entre sus padres. Se hablaba de su matrimonio. Du Quang escuchó atentamente cómo se hablaba de la hija de un comerciante vecino como su futura esposa. El mozalbete no dijo nada a sus padres, pero le entró el deseo de conocer a quien estaba destinado en matrimonio.
Du Quang tenía la cualidad de dudar mucho para tomar una decisión, para finalmente decidir en tan solo un momento y mantenerse en su elección. Así, de un momento a otro dejó el rebaño a uno de sus amigos y se dirigió al pueblo. Vigiló la casa donde sabía que vivía su futura esposa e hizo preguntas discretas a algunos vecinos. El resultado fue decepcionante. La prometida era una niña seca, arisca y de poco atractivo. Al verla, Du Quang la odió inmediatamente. No podía imaginar pasar la vida a su lado, a pesar de que esto significaría desobedecer a sus padres, algo casi impensable en ese lugar y esa época.

Aquí intervino nuevamente el azar. Durante el pastoreo de cabras, no era raro cruzarse con algún viajero que entablaba conversación. Y Du Quang era un joven de trato agradable, que caía en gracia con facilidad. Precisamente tres días después, uno de estos viajeros le contó acerca de Cantón, como una gran ciudad próspera y rica, hacia donde muchos iban para empezar una nueva vida. Cantón era, además la puerta de salida hacia el mundo, donde partían barcos hacia más destinos de los que pudiera imaginar. Du Quang, nuevamente, después de mucho pensar, tomó repentinamente la decisión de abandonar todo e ir a Cantón.

No conocemos los detalles del viaje, que debió ser una aventura en sí misma para el joven. Posiblemente se unió a una caravana, tal vez pasó muchas noches de hambre y frío acompañando a humildes viajeros. Cuando llegó a Cantón, no pudo menos de maravillarse ante la enorme ciudad. Las luces, la enorme cantidad de personas, y los extranjeros que pasaban por las calles eran cosa nueva para el joven Du Quang. Pronto descubrió que empezar una nueva vida allí no era tan fácil como había creído. Los pocos trabajos que conseguía como bracero o cargador exigían gran fuerza y resistencia a cambio de muy poca paga.

Descubrió además la materialización del azar en forma de dados. Vio cómo pequeñas y grandes fortunas cambiaban de mano con facilidad. Cuando Du Quang empezó a jugar, comprendió el enorme poder del azar. Pasaba los días trabajando y las noches tratando de acrecentar su exigua paga con ayuda de los dados. Así sobrevivió un tiempo hasta que los números se pusieron en su contra. Sin dinero y sin un trabajo que le asegurara mínimamente un porvenir, empezó a prestar atención a las historias de lugares donde se necesitaba fuerza de trabajo a cambio de una buena paga. Otra de sus decisiones repentinas le hizo preguntar en el puerto sobre esos trabajos. El patrón le habló de un lugar maravilloso llamado Perú, en donde la gente era descansada y aquellos que trabajaban duro eran muy apreciados y recompensados, donde el clima era dulce, jamás nevaba y la tierra era fértil y fácil de cultivar. Ese mismo día emprendió el viaje hacia esa tierra de la que el día anterior no había escuchado jamás.

Como suele suceder, la realidad era muy diferente a lo que le habían contado, aunque algo tenía de verdad. El barco llegó al Perú, desembarcó en el puerto de Pisco y de allí fue llevado a la ciudad de Ica, a poca distancia. En verdad el clima era soleado y la tierra fértil, pero el trabajo era casi una esclavitud, desde antes del amanecer hasta muy tarde en la noche. Pero el azar aún no había dicho su última palabra. Una tarde, ante la falta del capataz, Du Quang pudo demostrar su habilidad para sacar cuentas y organizar el trabajo, cualidades que había aprendido en su pueblo natal y las cuales había afinado grandemente en las partidas de dados en Cantón.

Desde entonces, fue tomando mayores responsabilidades y confianzas con el hacendado dueño de las tierras, el que llegó a adoptarlo, al ver en él a un joven inteligente y dispuesto para todo lo que se le ordenase. Su nueva condición le llevó a abrazar la fe católica, la cual confirmó poco después al bautizarse con un nombre cristiano. Su nombre de nacimiento quedó entonces olvidado. Prohibió desde ese momento pronunciar su nombre en chino, el que quedó olvidado a tal punto que hoy hemos tenido que inventarle uno para poder nombrarlo.
Pasando los años, nuestro personaje prosperó, se casó en el vecino pueblo de Pisco y llegó a heredar una buena parte de los campos a los que había llegado a trabajar, luego de la muerte de su protector, lo que no sucedió sin esfuerzo, pues el resto de la familia se negaba a repartir la herencia del hacendado a un hijo adoptivo.

Aún el azar intervino una última vez en la historia, que parecía ya lista para un final feliz. Si las partidas de dados en Cantón le habían dado las armas para armar su fortuna, ellas pronto reclamarían su pago. Las tierras con tanto esfuerzo ganadas, fueron perdidas en sucesivas malas rachas en los dados, vicio que nunca dejó desde su ya lejana permanencia en China. A su muerte dejó a sus hijos poco más de lo que había traído desde la lejana Manchuria. A sus descendientes nos dejó la costumbre del trabajo duro para poder aprovechar las veces que el azar se pone a nuestro favor, y a estar atentos cuando se pone en nuestra contra. Después de todo, nos ha dejado también esta historia de viajes y casualidades que mi abuelo contaba en mi niñez. Buenas Noches.

lunes, 13 de agosto de 2012

La criatura del supermercado



Nadie sabe exactamente lo que sucedió, ni por qué sucedió. Simplemente sucedió. Aquel supermercado hasta entonces no se había distinguido especialmente por nada, dentro de la gran cadena de autoservicios. No era el más concurrido ni el peor de la cadena, no tenía ninguna característica que lo hiciera único. Hasta que empezaron a ocurrir cosas extrañas.

Una mañana, uno de los empleados encontró el estante de fideos totalmente desordenado y lleno de paquetes rotos. Aunque los empleados del turno anterior juraron y rejuraron que habían dejado todo en orden a la hora de retirarse, fueron amonestados por su falta a las normas de la cadena. Cuando esto volvió a ocurrir a los pocos días en el estante de los pescados en conserva, el administrador del local tomó la decisión de remplazar al personal de limpieza del turno noche, y tomar a un personal más comprometido con su trabajo. Esto no detuvo los incidentes. Se empezó a pensar en actos de vandalismo, en algún empleado descontento o en una broma complicada. Empezó la investigación de los antecedentes del personal actual y antiguo. Esto llevó a nuevos despidos, ocasionando desconfianza entre el personal, pero no a la disminución de los incidentes.

Los investigadores enviados por la oficina principal tampoco encontraron responsables. Las cámaras de seguridad no pudieron dilucidar el misterio. En la cinta de video más clara se podía ver cómo el estante de verduras parecía estallar por dentro, arrojando tomates, alverjas y coliflores en todas direcciones. Una investigación de la escena del crimen arrojó datos inquietantes: pequeñas mordidas en los vegetales y extrañas huellas que no se pudieron identificar. Se pensó ahora en una plaga de ratas, por lo que se llamó a un exterminador. El exterminador contratado por la empresa comenzó su tarea con gran profesionalismo y pidió quedarse en la noche. A la mañana siguiente lo encontraron paralizado de terror, incapaz de pronunciar una palabra. Ninguna otra empresa de exterminación de plagas quiso tomar el caso, a pesar de las ofertas económicas de la casa matriz. A falta de una mejor medida para solucionar el caso, el administrador del local fue despedido por su incompetencia en solucionar el problema.

A pesar de todo, el supermercado siguió funcionando casi con normalidad. El nuevo personal de limpieza se acostumbró a limpiar los estropicios que encontraba cada cierto tiempo en cualquiera de los pasillos. El nuevo administrador se preocupó de mantener la calma en el personal e hizo que tomaran las cosas como una peculiaridad sin importancia. Así se mantuvieron las cosas durante un tiempo, hasta que un día, una clienta acudió airada a la recepción, quejándose del disfraz tan horrible de uno de los dependientes que promocionaba algún producto. Llamado el administrador inmediatamente, se llamó a todos los vendedores disfrazados que había en el supermercado. Aunque acudieron los representantes disfrazados de la mascota de un dentífrico, una marca de celulares, un preparado para bebés y una línea de galletas, ninguno coincidía con las señas dadas por la clienta, señora de edad que tampoco parecía del tipo de los que gastan bromas en los establecimientos públicos.

Fue entonces que salieron a flote todas las habladurías que ya circulaban desde antes entre empleados y proveedores del supermercado. La gente especulaba sobre el posible efecto del yogurt caducado derramado sobre los alimentos transgénicos, sobre la mutación producida en las ratas alimentadas con hamburguesas llenas de preservantes artificiales y cosas por el estilo. No tardó la noticia en llegar a los oídos de los clientes. Se sabe que la mejor manera de hacer que todo el mundo se entere de algo es obligar a la gente a guardar el secreto.

Si no se puede guardar el secreto, entonces hay que utilizarlo en nuestro favor, pensó el administrador, hombre educado en las últimas tendencias de la administración de autoservicios. Se dijo a los periodistas que venían a cubrir la noticia que se trataba de la nueva campaña publicitaria de la cadena de autoservicios, y se lanzó la promoción “Encuentre al monstruo”, con jugosos premios en vales de compra y productos seleccionados. El supermercado de pronto se llenó de gente que compraba, paseaba por todos los pasillos y revisaba los estantes en busca de la elusiva criatura. Al poco tiempo los empleados ya no sabían si los destrozos encontrados eran causados por la criatura o por los clientes que la buscaban. Pero el pequeño supermercado se convirtió en el más rentable de la cadena, así que el detalle fue pasado por alto. Los gastos de la mercadería perdida, la limpieza de las huellas que cada vez se hacían más grandes y los estropicios de los clientes en su búsqueda eran recuperados ampliamente por el incremento de las ventas.

Hoy, la cadena de autoservicios ha adoptado como mascota corporativa a un monstruo que recuerda vagamente a la descripción dada por la clienta que lo vio por primera vez; los pasillos están siempre llenos, la gente no deja de comprar y el éxito económico es innegable. A nadie parece importarle que de vez en cuando se escuche por la perifonía del supermercado: “Atención, personal de limpieza, acercarse al pasillo 7, apareció otro cadáver”.

jueves, 9 de agosto de 2012

La Torre de Babel



El rey Assurassar tenía motivos para sentirse orgulloso. Había concebido el proyecto con el que su nombre sería recordado por la posteridad. Hacer una torre que llegue hasta el cielo y que sirva para recobrar el perdido contacto con Dios. Un puente directo para hablar con la divinidad. ¿Qué mejor regalo para la humanidad? ¿Qué mejor forma de ser recordado por las generaciones venideras? Este y otros pensamientos henchían su alma de orgullo mientras revisaba los planos y sacaba cuentas de la cantidad de gente y materiales que serían necesarios para tan grandioso proyecto.

La construcción comenzó bajo los mejores augurios. Incluso los miles de trabajadores se esforzaban en la obra, confiados en que ellos serían los primeros en llegar a los últimos pisos y ver a Dios. El avance se desarrollaba según lo planeado. Los obreros trabajaban con entusiasmo mezclando el barro y la paja para los adobes, levantando andamios, colocando ladrillos secados al sol. Los capataces apenas necesitaban del látigo para impulsar a la gente, y se dedicaban a sacar las cuentas de los ajos, nabos y trigo necesarios para mantener la fuerza de la multitud de trabajadores.

Conforme avanzaba la obra, llegaban nuevas cuadrillas de trabajadores con nuevos ánimos y costumbres un tanto diferentes. No se pudo establecer si fueron estos extranjeros o los primeros constructores los que iniciaron los cánticos para acompañar las labores. A los capataces y al propio rey este nuevo elemento les agradó mucho al principio, pues mantenía el ritmo de trabajo y la moral de los obreros. Pero no tardaron en descubrir un detalle perturbador en aquellos cantos. La música permanecía dentro de las personas mucho después de haberla escuchado. Era una melodía que precisaba de gran esfuerzo para sacarla de la cabeza, y que hacía cantar instintivamente a quien la escuchara. Cuando se dieron cuenta, las conversaciones normales adquirieron un tono musical, extraño para quien las escuchara por primera vez.

Cuando la obra era ya la más alta que se había conocido, todos parecían hablar cantando. Nuevos frentes de trabajo seguían apareciendo con nueva gente interpretaba las canciones a su manera y las convertía en nuevas, diferentes a las primeras. Pero esta música también se apoderaba de las mentes de las personas que la escuchaban. Después de un tiempo era posible reconocer en qué parte de la obra había trabajado un obrero, con solo escucharlo hablar, pues la música había invadido su forma de hablar, de moverse y hasta de respirar.

Fue entonces cuando la letra de las canciones empezó a cambiar también. A los sencillos versos sobre el trabajo o plegarias a Dios, le sucedieron temas como la nostalgia del hogar, amores perdidos o historias de sus antepasados. Y cada sector de la construcción creía que su canción era la mejor de todas cuantas se cantaban en la imponente construcción. Las letras sufrieron después otro cambio. Las notas cantadas se convirtieron en onomatopeyas, y en tarareos cada vez más complicados, hasta convertirse en verdaderos mensajes secretos, conocidos solo por aquellos que cantaban la canción.

La obra empezó a sufrir retrasos. En los sitios donde tenían que trabajar juntas varias cuadrillas, cada una intentaba entonar su propia canción, trayendo el desorden a la construcción. Las discusiones pronto llegaron a las manos, y los capataces se vieron obligados a escoger una de las canciones para todo el sector de la construcción, lo que le traía la animadversión de las cuadrillas perdedoras, y lo que era más grave: los cánticos se habían vuelto tan complicados en su letra que era muy difícil para los otros aprender las nuevas inflexiones, las notas cantadas y las entonaciones que no les pertenecían. La música había penetrado tan profundamente en las mentes de los que entonaban los cánticos, que la propia manera de hablar resultaba incomprensible para quien no conociera los cantos.

La gran obra, el imponente edificio que llegaría al cielo, se detuvo, pues las órdenes no eran entendidas y el propio rey Assurassar era incapaz de comprender los informes de sus capataces, que habían sido invadidos también por la música de aquellos a quienes dirigían. Sin órdenes que seguir, los obreros fueron abandonando lentamente el colosal edificio, llevándose consigo sus canciones y su nueva manera de comunicarse. Solo unos pocos, comunicándose por señas, trataban de reconstruir aquel cántico primigenio del cual salieron todos los demás para recuperar la comunicación que se había perdido.

Aquellos que gustamos de la música seguimos en la búsqueda de aquel canto perdido que nos hará nuevamente entendernos entre todos, y que derribará las barreras de los idiomas que hoy nos separan y nos hacen diferentes. Tal vez solo hacen falta unas pocas notas musicales para hacernos a todos iguales.

domingo, 5 de agosto de 2012

Talentos inesperados



Soy una persona de talentos. Aunque la gran mayoría de ellos no tienen utilidad práctica en la vida diaria, son mis talentos. El problema es que la sociedad nos hace menospreciar los talentos que no cuadran con lo "políticamente correcto" para alabar solamente aquellos que tienen un fin productor de capital. A nadie parece importarle que yo sea capaz de cabecear una pelota mientras como un helado de fresa, pues eso, aunque notable, no me servirá para postular a la gerencia de una multinacional. Por eso, la gente prefiere ocultar sus mejores talentos, excepto los que somos lo suficientemente tontos para confesarlo. Continuando con mis talentos, debo agregar que la mayoría de ellos son innatos, pues a nadie le interesaría estudiarlos o practicarlos. Aquí algunos de ellos:
  • Puedo sacar algunas canciones en la vuvuzuela. Aún no puedo componer una sinfonía completa en este instrumento, pero lo sigo intentando.
  • Puedo fingir inteligencia con bastante verosimilitud. Esto me es muy útil durante la jornada de trabajo.
  • Conozco las letras de todas las canciones de los Beatles. Mi record es de 5 horas con 40 minutos hablando exclusivamente a través de frases extraídas de sus canciones.
  • Soy capaz de sobrevivir a un apocalipsis nuclear y a una invasión de zombies sedientos de sangre. Aunque este talento todavía no lo he probado.
  • Puedo hablar con los animales. Pero como no soy uno de ellos, me ignoran y se hacen los desentendidos.
  • En un fin de semana puedo ver una película en video, resolver un sudoku y dormir, todo al mismo tiempo.
  • Puedo bailar mal todos los bailes conocidos por el hombre.
  • Una vez maté a 5 moscas de un solo golpe.
  • En otra ocasión le encontré los tres pies al gato, y hasta me sobró uno.
  • Hago una excelente imitación de mí mismo. Cuando la gente me ve, exclama ¡Es igualito!
  • Tengo la rara facultad de fallar por muy poquito en todo lo que intento.
  • Tengo a 673,917 mujeres que me quieren solo como amigo. Pero no en Facebook.
  • Puedo escribir tonterías en un blog sin sonrojarme, y hasta sintiéndome orgulloso de ellas.
Como puede verse, mis talentos son muchos y variados. Algo tontos, tal vez, pero míos. Tal vez cada persona tiene sus propios talentos inesperados, solo es cuestión de sentarse a enumerarlos.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Frases twitteables 13



  • Yo estoy bien, tú estás bien… ¿Por qué entonces estamos tan mal?
  • El cloro y el sodio se unieron. Decían que tenían buena química, pero su unión resultó ser solo sal.
  • ¿Alguien se acuerda de por qué estaba bebiendo?
  • Si no existieras, tendría que inventarte – Dijo el Dr. Frankenstein.
  • Solo para verificar. ¿La luz al final del túnel debería ser roja?
  • ¿Y dónde estaba yo cuando te emborrachaste y veías guapo a cualquiera?
  • - Yo no creo en las coincidencias - ¡Qué casualidad, yo tampoco!
  • La heroína de la telenovela, después de haber sido violada, embarazada, abandonada, arruinada y encarcelada, decidió no aceptar más sufrimientos y mató al guionista.
  • Si junto todos mis olvidos harían una vida bastante interesante.
  • Después de 10 años de guerra, Menelao volvió victorioso con Helena a Esparta. Esa noche, por alguna razón, ya no recordaba cómo era estar con ella.
  • Quise emprender un viaje sin rumbo ni dirección, sin partida ni llegada. Me quedé a medio camino.
  • Curiosidad histórica: Led Zeppelin dejó de funcionar cuando se le acabó la batería.
  • Voy a ponerme los lentes 3D para no verte tan plana.
  • Su incansable búsqueda terminó cuando una bala perdida lo encontró a él.
  • A un paso del abismo, miró el paisaje del atardecer y decidió seguir viviendo.
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