lunes, 21 de diciembre de 2015

El año en que prohibieron a Papa Noel

Esta es, niños del mundo, una historia verdadera que ocurrió en mi país hace ya muchos años. Yo era niño entonces, pero me acuerdo bien de esa época en que se prohibió a Papa Noel. En ese tiempo mis preocupaciones eran sobre todo jugar con mis hermanos y estudiar las primeras clases de primaria. También leía mucho, todo lo que caía en mis manos. Así fue que en diciembre uno de los avisos navideños que empezaba a poblar los diarios, indicaba que ya no había Papa Noel. La verdad es que en ese momento no me preocupó tanto, en mi casa los regalos los traía el Niño Dios, a otros se los traían lo Reyes Magos no en Navidad, sino el 6 de enero. No desconocía, sin embargo, la historia de Papa Noel. A pesar de la prohibición, en la televisión expropiada por el gobierno emitían todavía la historia de Rodolfo, el reno de la nariz roja, la película del Milagro en la Calle 34, además de una versión del Principito con marionetas que me gustaba mucho ver. Pero quedó la curiosidad del por qué ya no había Papa Noel. Creo que fue mi padre quien me explicó que era una orden del gobierno. El hecho quedó registrado sin demasiados detalles (había una fuerte censura periodística) en una popular revista de la época que se compraba en mi casa y que reproduzco aquí.


En ese tiempo vivíamos bajo el Gobierno de la Junta Revolucionaria de las Fuerzas Armadas que ya había prohibido a Supermán, al Pato Donald, a Condorito, a Corín Tellado y a otros representantes del imperialismo que contaminaban la mente de los peruanos. Aún desde mi corta edad, consideraba eso como una tontería. Y ahora prohibían la entrada al país de Papa Noel. Tal vez un venerable anciano que trae regalos a los niños pobres que se han portado bien era una idea demasiado revolucionaria para los defensores de la pureza ideológica izquierdista, que nos llenaban de imágenes de un Tupac Amaru disfrazado del viejito que salía en las bolsas de avena Quaker.

Yo me imaginaba a las fuerzas armadas en estado de alerta vigilando las fronteras y con orden de disparar a cualquier trineo con renos voladores que tratara de entrar a nuestro país. Los aviones partirían de las bases aéreas con los radares programados para detectar viejitos gordos violando nuestro espacio aéreo. Mientras tanto, en tierra, la policía buscaba a los cómplices de la banda internacional de los Papa Noeles, reconocibles por el traje rojo y una bolsa llena de juguetes cargados con ideología norteamericana. Recuerdo que una tienda trató de burlar la prohibición disfrazando a Papa Noel con poncho y un chullo rojo, y llamándolo Taita Noel, pero la idea no funcionó y los censores detectores de penetraciones imperialistas los prohibieron también. Papa Noel se convertiría entonces en un movimiento clandestino dedicado a dar regalos a quienes lo merecían. 

Los padres instruirían a sus hijos: “Si te preguntan por ese juguete, diles que lo compraron tus padres, pero tú ya sabes de quién es”. La contraseña secreta de frotarse la nariz con el dedo era la señal acordada de un juguete traído por uno de los activistas de la rebelión subterránea de los Papa Noeles.
La prohibición no serviría de nada, porque la Navidad pertenece a los niños, y los niños no saben de política, ni de imperialismo, y el color rojo del comunismo se confunde con el color del traje de Papa Noel.

La prohibición duró pocos años. La Junta Revolucionaria Segunda Fase se declaró incapaz de implantar el socialismo y de resolver los problemas del país y declaró el regreso de la democracia. Con el nuevo gobierno regresaron Supermán, el Pato Donald, Condorito y todos aquellos que fueran expulsados esa vez. También regresó Papa Noel, más gordo, más barbudo y más jojojó que nunca, ahora con un nuevo nombre, se hacía llamar Santa Claus y hablaba con acento extranjero. Desde entonces no es raro encontrarlo en la puerta de las tiendas, sentado en un sillón e invitando a los niños a tomarse una foto con él y entregando a los padres volantes con las ofertas de las grandes tiendas de departamentos.

Ahora, viendo la comercialización salvaje y a la gente que compra regalos inútiles que anuncia la televisión, todo ello con Santa Claus como excusa, me pregunto si no habrán tenido algo de razón los que trataron de prohibir a Papa Noel. No era la forma, pero la idea tal vez no estaba tan mal. Ya los niños no esperan regalos del Niño Dios, ni de los Reyes Magos, y los juguetes ya no son de madera. Tal vez ya mi niñez ha quedado demasiado atrás.

viernes, 4 de diciembre de 2015

En un lugar de la blogosfera

En un lugar de la blogósfera, de cuya dirección IP no quiero acordarme, vivía no ha mucho tiempo, un hidalgo de los de lanza en astillero. Los ratos que estaba ocioso, se daba a leer blogs con tanta afición y gusto, que en ello se le pasaban las noches de claro en claro. Y así, del mucho leer y poco dormir, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Y vino a dar en la más original locura que jamás dio loco alguno en el mundo, y fue que le pareció conveniente y necesario hacerse bloguero al uso de los grandes caballeros de la antigüedad, y salir a la blogósfera a consolar viudas y deshacer entuertos.

Luchó contra gigantes que resultaron ser odres de vino o molinos de viento, liberó prisioneros que resultaron ser criminales, fue engañado por poderosos que le hicieron creer que era bien tratado, igual que en los grandes blogs que leía, pero que en realidad se estaban riendo de él. En varias ocasiones terminó apaleado, manteado, o simplemente convertido en objeto de burla, pero nunca cejó en su empeño de llevar la fantasía a un mundo cada vez más prosaico, lleno de twitters y copypastes.

Y fue tanta su locura, que cuando regresó a su vida normal, vencido y obligado a quedarse, enfermó de tal guisa que el mal lo llevó a la muerte al poco tiempo. Fue llorado entonces por su familia y sus amigos, que reconocieron que a pesar de su locura, nunca había hecho mal a sabiendas, y que era inteligente y discreto en todas sus demás cosas.

Ese pobre hidalgo, afortunadamente, no soy yo. Y con el fin de evitar que esta historia se convierta en la mía, he decidido darle un descanso a este blog por un tiempo, que se convertirá en mis merecidas vacaciones.


La razón, en verdad, es que desde hace ya tiempo me ha estado costando cada vez más trabajo inspirarme para hacer uno de los posts que han estado leyendo, lo que noto releyendo mis antiguas publicaciones, que encuentro ya sin el brillo que tuvieron historias anteriores. Ya he liberado todas las historias que pude, y solo me han quedado algunas ideas que no pasaron del título. 

Por eso tomaré un poco de distancia antes de convertirme en un pobre remedo de lo que fui hace tiempo. Para aquellos que no quieran extrañarme, estoy reciclando viejas historias en mi página de Facebook, junto con tonterías gráficas que pide este nuevo medio. Mi página en Twitter se actualiza también de vez en cuando, a ellas acuda el lector curioso. 

No quisiera que este fuera un punto final, sino unos puntos suspensivos. Tal vez vuelva, con otras ideas, tonterías y alusiones a los Beatles. 

Hasta quién sabe cuándo.

El Tonto de la colina.
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