jueves, 25 de abril de 2013

Párrafos encontrados al azar



En estos días de verano, el cerebro se recalienta, se achicharra y no funciona como acostumbra. Esto alcanza también a la cuota de inspiración. Y cuando no hay ideas, se recurre a lo más fácil, que es mirar lo que ha escrito otro y ponerlo en mi propio blog para ver si consigo algunos lectores y para mantener a los que ya tengo. Solo al último le he dado un mini toque personal, que tampoco es un torrente de creatividad. Así estoy de flojo.

Encontrado en Google+
Como me gustaría que el mundo volviera a ser cursi. Que la humanidad recuperara el sentido romántico de la vida y junto con él, la tradición de los noviazgos largos, las serenatas, los apretones de manos entre las rejas de los balcones. Como me gustaría vivir en un mundo más discreto y decente, donde el amor fuera una necesidad del alma y no un capricho del culo. Pero qué le vamos a hacer: me tocó vivir en una época insensible, deshumanizada, obscena, en la que nadie respeta ya los sentimientos del prójimo.

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Encontrado en un blog
Hace poco compré un par de libros para una pareja amiga de nosotros que nos dio morada recientemente en Nueva York. Suelo regalar libros de poesía que yo misma no he leído pero que en el fondo deseo mucho. Es como mi manera de gritar "sálvate tú".

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Odio a mi computadora
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Puse un 2 entre todos estos números, solo para que mi computadora explote al leerlo.

viernes, 19 de abril de 2013

Antiarjonismo

No me gusta Arjona. Así de simple. Las razones son  las que cualquier persona que sabe algo de música y a la que tampoco le gusta Arjona podría dar. La verdad es que tampoco hace falta un análisis muy profundo para darse cuenta de que no necesito una mala copia de un cantautor pudiendo escuchar a otros que sí valen la pena. Cada vez que escucho una canción de él (a veces es inevitable, nunca falta una oveja descarriada que la pone en su oficina) me imagino a Arjona cuando era niño, sentándose al lado del alumno más aprovechado de la clase y copiando todo lo que hace, cambiando solo algunos detalles. Lo imagino como un adolescente que lee libros de autoayuda y revistas del corazón, hasta que descubre en la calle una colección de resúmenes de libros famosos y frases célebres, y ¡pum! de un momento a otro ya se cree poeta.

Lo que no puedo imaginar, por más que me esfuerzo, es la forma y circunstancias en que descubrió a Silvio Rodriguez ¿Habrá sido al subir a un transporte público o a un taxi donde lo escuchó reproducido en un cassette? ¿Se habrá enamorado alguna vez de una activista política y ella le contagió la música de protesta como si fuera un acné juvenil? ¿Venía acaso alguna de sus canciones con uno de esos folletos de “Aprenda guitarra fácil”? Si alguna vez logro terminar mi máquina del tiempo haré lo posible por determinar ese momento y evitarlo, por el bien de la música y la poesía.

En esos momentos me pongo a pensar también que la gente a la que le gusta este tipo de gente es la misma que lee revistas de chismes, mira reality shows y cree en las promesas de los políticos. Y quedo con la decepción de descubrir la razón por la que el mundo está como está ahora, y que el mundo no se ha acabado porque Dios ha decidido que así sufrimos más.

El problema no es que esta música guste a las adolescentes, que al fin y al cabo tienen aún mucho por aprender y que cuando descubran la verdadera música lo abandonarán. El problema es que a mucha gente con edad de razonar todavía le gusta.  Y ese sí que es un problema (A propósito, este párrafo, que algunos dirían que trata de parecerse a una canción de Arjona, en realidad trata de parecerse a una canción de Silvio Rodriguez, que dejo a continuación).




Como decía, el problema es que uno puede conocer a gente normal, sin ningún rasgo de cursilería demasiado notable, y de pronto, sin que uno vea venir el golpe, te asestan una canción de Arjona tomándote por sorpresa. Hace poco conocí a una chica no mal parecida, simpática y conversadora a la que me dio por visitar. En un momento de distracción, la sorprendí cometiendo ese harakiri musical que es escuchar a Arjona. Peor aún, no se contentaba con escuchar, que eso hubiera sido lo menos. Se atrevía a cantar la canción con un entusiasmo para mí incomprensible. Demás está decir que desde esa ocasión, no he vuelto a ver a esa persona de la misma manera. Algo se ha roto irremediablemente entre los dos. Desde entonces cada vez que me encuentro con ella, la miro con una mezcla de vergüenza ajena y de pena por lo que en algún momento pudo ser y que ahora definitivamente ya no será.

Ahora, como miembro activo de la AAA (Alianza Anti Arjona) me dedico a curar a la gente de esta enfermedad. He tenido éxito en varios casos. Basta colocar en el reproductor un par de canciones de Luis Eduardo Aute, Silvio o Sabina, para curar definitivamente este mal. En realidad, un par de buenos temas de Roberto Carlos bastan para iniciar el proceso de curación, por lo que me sorprende la cantidad de gente que aún sufre y hace sufrir a los demás con esta música. Pero la tarea que aún queda por delante es tremenda. Arjona sigue perpetrando música y mucha gente aún no conoce la luz. Una señora, al enterarse de mi terapia de curación a base de Joan Manuel Serrat, y comentarle los buenos resultados que he obtenido en otros pacientes, me dijo ¡Ay, mejor no me enseñes eso, déjame así nomás! No, Arjona no me la iba a dejar tan fácil.


sábado, 13 de abril de 2013

Frases twitteables 21



  • ¡A trabajar! Esos tweets no se van a escribir solos.
  • Señor Schrödinger, el gato está muerto. - ¿Cómo sabes, si no hemos abierto la caja? – Por el olor.
  • Hay gente que ni siquiera se merece un lugar especial en el infierno.
  • Cuando se subía a su auto y empezaba a manejar, era toda una mujer fatal.
  • En un momento, vi pasar mi vida frente a mis ojos. Fue muy aburrido.
  • Abrí la puerta y pasó el tiempo.
  • Si somos lo que comemos, me falta un poco de ají.
  • Si somos lo que comemos, eres chatarra.
  • Tenía tanto dinero que no vivió para contarlo.
  • Quería comerse el mundo, y empezó por los McDonalds.
  • Subió a una montaña para encontrar el amor de subida.
  • Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, Arcadio recordaría aquel libro de García Márquez que leyó alguna vez.
  • Era tan orgulloso que no se ataba los cordones de los zapatos para no arrodillarse ante nadie.
  • No soy bueno haciendo analogías. Para mí hacer analogías es como…
  • Cansado de tratar de ganarme la vida, decidí jugar al empate.
  • La paloma escritora hace sus escritos al vuelo.
  • Era tan tonto que creyó que la foto de su avatar era de verdad.
  • Cultura es haber leído un libro que no esté de moda o al que no hayan hecho película.

domingo, 7 de abril de 2013

Plantar un árbol, escribir un libro…



La famosa frase de “Todo hombre debe plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”, se basa en nuestro anhelo de dejar algo que sobreviva después de nuestro paso por este mezquino mundo que gira, gira y no  se acaba. Un árbol vive y sigue dando sombra mucho después de que las personas que lo plantaron están abonando la tierra personalmente. Un hijo prolonga el apellido del progenitor y un libro deja para la posteridad lo que pensaba el escritor, convirtiéndose en una ventana al interior de la mente o el corazón del autor.

Dicho esto, me embarco en la búsqueda de la inmortalidad mediante uno de estos tres métodos.
Lo del árbol lo intenté una vez hace años sin demasiado éxito. Fue cuando yo era niño todavía y no conocía todavía este dicho.  En todo caso, la escuela a donde yo iba apoyó en una campaña de reforestación de un parque cercano a mi casa. Allí planté un arbolito en medio de una hilera de semejantes, plantados cada uno por un alumno. El caso fue que, por esas cosas de la suerte, justo al árbol que me tocó plantar se le ocurrió tomar una foto un periodista que cubría el evento. La foto, conmigo en primer plano, ilustró un artículo en una página perdida en el interior del diario de mayor circulación del país, como una de esas notas destinadas a inspirar ternura en el lector. Un niño plantando un árbol ¡Qué bonito! Deben haber pensado, aunque yo no lo recuerdo.

Un árbol plantado, una fama instantánea entre los chicos de mi escuela y los de mi vecindario. Esto debería haberme asegurado la inmortalidad, pero no fue así. Ya se sabe que la fama impulsada por los periódicos es efímera, ya que estos siempre tienen que inventar nuevas noticias y nuevos héroes. El niño  plantando un árbol es pronto sustituido en el imaginario popular por el perro que salvó a un gato de morir ahogado, o algo por el estilo. El árbol por mí plantado no corrió con mejor suerte. A los pocos años, el alcalde de turno decidió remodelar nuevamente el parque y arrancó limpiamente todo un grupo de aquellos árboles, entre los cuales se encontraba el mío, para colocar una vereda. Mi primer intento  de trascender a mi propia existencia quedó así truncado.

La segunda parte del dicho, la de tener un hijo, fue más difícil. El problema aquí es que para esto se necesita la colaboración de una integrante del sexo opuesto, y hasta todas a quienes he expresado mi deseo de prolongar mi recuerdo y mi apellido se han negado a participar de tan sublime empresa. Por alguna razón, las mujeres parecen tener una lista de todas las cualidades que debe tener un hombre digno de sus afanes de reproducción, es decir que sea amable, atento, sincero, etc., y cuando vengo yo, con un aprobado en todos los ítems, me salen con “la otra lista”, que es lo que realmente buscan es decir, que sea guapo, adinerado, atlético, etc., lista de la cual yo no cumplo ni de cerca. El segundo intento ha sido un estrepitoso fracaso.
Me queda la tercera parte del dicho: escribir un libro. Esto debería dejar constancia ante las futuras generaciones de los pensamientos del autor. Bueno, la mayoría de los libros demuestra que el autor al menos pensaba. Es que me ha tocado también empezar a leer ciertos libros que hablan muy mal de quien lo escribió y que debieron ser anónimos aunque sea por compasión. Y digo que empecé a leerlos porque en tales casos abandono el libro sin terminarlo.

Una vez se me presentó una semilla de oportunidad cuando por razones equis de la empresa en donde trabajaba, trabé relación con un responsable de una pequeña empresa editorial que curiosamente apostaba por los escritores. Esto era abrir un mundo nuevo para mí, algo que desterraba mis ideas de hasta entonces, que creía a los editores más interesados en libros de autoayuda o chismes mal escritos con el nombre de algún famoso. Tal persona me mostró la página web de su editorial, bien presentada y con videos publicitarios de los libros que lanzaba, entrevistas a los autores, y noticias de las presentaciones de los libros. Yo, que metido en los vericuetos de mi profesión no sospechaba  la existencia de ese mundo, me entusiasmé al punto de enseñarle mi blog, el que causó además buena impresión en el novel editor, quien me animó a adaptar mis historias al formato escrito e intentar la publicación impresa. Por un tiempo me animó la idea y me puse a revisar mis escritos, descubriendo la tediosa tarea de la revisión y ampliación de textos que en su tiempo me parecían completos y que ahora veía pálidos y sin brillo. No me volví a contactar con la editora y el intento se desvaneció con el tiempo.

La última vez que hubo un resquicio de oportunidad fue cuando, por una cadena de razones me vi envuelto en una comisión institucional que tenía la intención de editar libros técnicos sobre ingeniería. En tal condición me fueron remitidos para la aprobación algunos borradores de libros para que yo diera el veredicto sobre si merecían ser publicados por aquella institución. Algunos me parecieron francamente penosos y fueron rechazados por mí con un informe demoledor. Curiosamente, los que merecieron mi mejor aprobación fueron los más literarios y menos técnicos. Aparecía otra vez mi vena escritora. En esa condición, y como me lo dijeron los otros miembros de la comisión, me sería mucho más fácil publicar mis cuentos en forma de libro. Rechacé la idea por las razones puristas de que tal publicación no tendría nada de técnico y nada de ingeniería.

Al final, me doy cuenta de que hasta ahora he fracasado en mi intento de dejar algo que haga saber a la posteridad de mi existencia. Lo único que me queda es pensar en que alguna vez dentro de muchos años, algún bibliófilo aficionado encuentre en alguna librería de viejo un tomo descabalado de una pequeña edición de un libro, se pregunte quién habrá sido el autor, y lo hojee durante un rato antes de exclamar: ¡Pero qué historias más tontas!

lunes, 1 de abril de 2013

Lee, que algo queda



La canción correcta
Para alguien que le gusta mucho la música, del mismo modo que cada canción trae a la memoria un recuerdo, cada instante de la vida trae a la mente una canción. Una canción que se convierte en la banda sonora de esa escena de la vida. La letra, la música, el compás, el espíritu y las notas se convierten en el telón de fondo de cada episodio que le toca vivir. De pronto entonces, empieza a silbar o tararear, sin que los demás se den cuenta o se pregunten de dónde salió esa canción. Pero en los momentos tranquillos, o en los momentos en que los pensamientos se agolpan, no es fácil pensar en la canción apropiada. Pueden ser muchas las canciones que se vengan a la mente, o puede ser que ninguna se adapte tan perfectamente como quisiera a ese momento en especial. Es en ese instante cuando, para romper la tranquilidad del momento, enciende en reproductor y deja que la máquina, en modo de reproducción aleatoria, tome la decisión. Es allí cuando ocurre el milagro. La magia aparece y entre los miles de canciones que tiene almacenadas, el reproductor se convierte en mensajero de extrañas dimensiones astrales y elige, entre toda las canciones, la canción correcta.


Una historia normal
Esta es una historia que no tiene nada de especial. No es una de esas historias de superación y sacrificio, que sirven a otras personas para para mejorar su vida. No tiene un inicio humilde como tantas otras. Tampoco tiene una trama extraordinaria, donde se conjugan hechos increíbles con casualidades propias de lo real maravilloso, que esas se han convertido en ases sacados tramposamente de la manga a la hora de escribir una historia. Esta historia es muy normal, sobre personajes que viven su vida sin sobresaltos. Sus sueños son sueños comunes, nada fuera de lo común, como se espera de la gente normal. No hay un cambio inesperado en el transcurrir tranquilo de sus vidas. Tal vez muchos consideren esta historia monótona, pues en ella no pasa nada extraordinario. Y el final, apenas podemos decir que es un final, pues todo queda igual que antes, sin cambio alguno en la existencia. Como dije antes, es una historia normal ¿Aún quieren que cuente esta historia?
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