domingo, 27 de enero de 2019

Un lunes tonto


Los días tienen personalidad. Todos sabemos que el sábado es un tipo alegre y despreocupado, que vive como si no hubiera un mañana, el miércoles es más bien un melancólico personaje que quiere ser muchas cosas y no llega a ser ninguna, el martes es un tipo precavido, que siempre está en guardia por lo que pudiera pasar, y el lunes es, casi por definición, el día tonto. No diré que personalmente odio los lunes, porque mi natural empatía me permite comprender sus razones. Sé que no es fácil presentarse después de la arrolladora personalidad del sábado y la tranquilidad y paz del domingo, cuando todo lo que pase después se verá tonto y aburrido.

Pero el lunes me representa la ventaja de disimular mi condición de tonto, y no es que ese día sea más o menos tonto, sino que todos los demás se comportan se manera torpe y tonta, hasta casi llegar a mi nivel cotidiano. Y a veces hasta  paso como inteligente esos días, ya que a diferencia de los demás, mi tontera es bastante uniforme, sin ser afectada por el día de la semana.

Por eso puedo observar objetivamente el comportamiento de las personas normales durante el tonto lunes. Algunos de mis compañeros de trabajo llegan temprano, combatiendo la modorra matinal con una generosa dosis de café, y con una sola intención en mente: arreglar todos los errores cometidos en esa vertiginosa última hora del viernes, de modo que el jefe, que también llegará tarde e infectado de lunes, se dé cuenta de los informes llenos de incongruencias y los trabajos terminados a la volada. Otros llegan tarde, pero esperando un reconocimiento por el solo hecho de haberse podido levantar de la cama y llegar a la oficina en condiciones medianamente presentables. Son estos los que antes de una hora crearán un congestionamiento frente a la máquina de café, en busca de lo que les permita sobrevivir hasta la hora de salida.

Yo, por mi parte, he llegado tarde, aunque no tanto como otros. Recuerdo el sonido del despertador muy de mañana, y haber creído en ese momento que se trataba de una broma. No, no puede ser lunes, me digo, hasta que hago cuentas mentales y concluyo que, efectivamente, han pasado tres días desde el último viernes. Mi cerebro ahora me grita que debo ponerme en movimiento, pero mi cuerpo se niega a obedecer. Mal que bien, logro salir de casa, aún arrastrando los pies, para encontrar en la calle a una multitud de trabajadores en idéntica situación, lo que ocasiona ese tráfico matinal tan terrible y tan propio de los lunes. Durante el día, la influencia del lunes tonto se sigue sintiendo. Las labores más simples demoran el doble de lo normal y se cometen errores que serían impensables en cualquier otro día. Como dije, ese día mi actitud de tonto no desentona demasiado con el ambiente general.

Siempre hay alguien que, en algún momento, despotrica contra los lunes, y es cuando otro tonto intenta levantar los ánimos diciendo frases sacadas de internet como “Hay que empezar la semana con una sonrisa”, o alguna tontería de esas. Y siempre se arma una discusión sobre el tema en la que yo, en tono didáctico, trato de explicar que fue un lunes cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso, que fue un lunes en que Napoleón inició su marcha hacia el invierno ruso, y que fue lunes cuando cada uno de nosotros empezó a trabajar. No debemos entonces llevarnos tan mal con ese día en el que pasaremos la séptima parte de nuestra vida.

Al final del día, todos vigilan esperanzados el reloj como si temieran que el tiempo se detenga antes de que llegue la hora de salida. Suspiros de alivio se escuchan en el momento cumbre, y todos nos sentimos triunfadores, porque hemos derrotado al lunes, o al menos le hemos sobrevivido. Y esta es otra tontería, porque todos, incluido yo, olvidamos en ese momento que a este tonto lunes le seguirá el martes, y luego el miércoles, y así hasta que llegue el siguiente lunes en que todo volverá a pasar como en un bucle infinito. Porque ese es el ciclo de la vida, y es tonto ignorarlo.

martes, 15 de enero de 2019

Lucifer el bueno


Desde su trono en el lugar más profundo del infierno, Lucifer piensa. Las hordas infernales saben que en esos días, no conviene acercarse a él, porque sus pensamientos no son nada felices. El Diablo, como se sabe, nunca duerme, por eso de vez en cuando se sienta a meditar sobre su situación, y esto le pone de mal humor.

 Hace mucho tiempo, recuerda, cuando la eternidad era joven, Lucifer se rebeló contra el Creador. Todo poder absoluto es una tiranía, y toda tiranía es injusta ¿Cómo podía entonces Dios vanagloriarse de ser justo? Debía existir un reducto de incertidumbre, debía permitirse la existencia de la duda, que desemboca en la elección y en el libre albedrío, pues esta es la única forma en la que el bien y la justicia tienen algún significado. La perfección no tiene mérito cuando es planificada, se vuelve inútil como una balanza con el fiel atascado en el centro.

La rebelión buscaba, pues la verdadera justicia, no en Dios, sino dentro de su creación, en donde realmente tiene sentido. Y a pesar de ser derrotado, Lucifer pudo encontrar un lugar en donde no se apliquen las asfixiantes reglas de Dios, su incolora perfección. Y un lugar en donde no exista el inmovilismo del cielo, ese cielo que es igual desde el día en que fue creado, y que será igual el tiempo que dure, si acaso hasta el fin de la eternidad. Eso creía hasta ahora, hasta el primero de esos episodios en que Lucifer se sentó en su trono a pensar. En esa ocasión se preguntaba por qué un Dios todopoderoso permitió que la rebelión germinara, cómo pudo ser tan ciego para no ver cuando empezara, y sobre todo, por qué no condenó a la muerte a los conjurados, teniendo el poder no solo para hacerlo, sino para borrar todo recuerdo del hecho. Una rebelión demuestra con su sola existencia que la creación no es perfecta ¿Por qué permitir entonces que siga existiendo el infierno, recordatorio permanente de su fracaso?

Con el tiempo pudo llegar a la respuesta. Todo estaba planeado desde el principio. Para demostrar la perfección de su Universo, este debe ponerse a prueba, y esto se logra con una pequeña desviación a las reglas de la perfección. El resultado de esta pequeña imperfección genera otras imperfecciones, acumulando su efecto hasta que estas se hacen tan grandes que originan una crisis. Eso significa que él mismo, Lucifer, era esa imperfección que provocó la crisis que fue su rebelión. Al ser derrotado el Mal, Dios demostró la perfección de su Universo. Esta hipótesis explica también el porqué no fue eliminado de la existencia. La imperfección no puede ser eliminada del Universo, porque fue creada al mismo tiempo como regla inmutable. Si se deja que las imperfecciones se esparzan, se crearía al poco tiempo una crisis permanente que pondría en peligro a todo el Universo. El Mal entonces debe ser contenido, confinado para impedir su propagación. Eso es el Infierno. Es por eso que Lucifer se pone de tan mal humor cuando se sienta en su trono a pensar. Siempre llega a la conclusión de que todo lo que ha hecho es parte del plan divino para demostrar la perfección del Universo, que a pesar de todo lo que hace, continúa recibiendo órdenes de Dios.

 Todo esto no pasaría de ser un simple sofisma si no fuera porque lo que ocurre ahora sirve como demostración. Antes el propio Lucifer se solazaba en susurrar al hombre ideas que lo hacían apartarse del Orden y la Obediencia debidas al Creador. No había digresión que no haya sido inspirada por él. Incluso podía ver con satisfacción cómo el Mal era transmitido por los hombres como lecciones de vida a sus descendientes. Cada Mal se multiplicaba con cada generación de hombres. Con el tiempo ya no hacía falta mucha persuasión para convencer a los hombres, el Mal se había asentado firmemente en su alma, dispuesto a aparecer el momento más oportuno. Fue entonces cuando las almas condenadas al fuego comenzaron a revelar pecados en los que Lucifer no había pensado, y los que habían sido inspirados por él, llegaban más lejos de lo que hubiera imaginado, y se propagaban más rápido de lo que hubiera hecho él mismo. ¿Qué estaba pasando? Ahora el hombre no necesita al Demonio para atentar contra el orden divino. Si antes se sentía que hacía el trabajo sucio de Dios, ahora el hombre se está haciendo autosuficiente para ello. Así, pronto el Infierno y él mismo perderán su razón de ser. En algún momento se verá obligado a tomar una decisión drástica. Tendrá que abrir las puertas del Infierno y dejar salir a las almas condenadas. Esto causará el caos en la tierra y él volverá a ser útil como receptor de las almas indignas. El plan tiene un riesgo, sin embargo. Dios podría tratar de equilibrar la balanza liberando a su vez a las almas del Paraíso. Lucifer lanza un terrible alarido al darse cuenta que esta solución es exactamente la misma que ha previsto Dios y que ha comunicado al hombre como el fin del mundo. A pesar de todo lo que haga, sigue siendo un esclavo del Todopoderoso, siguiendo su plan al pie de la letra.

Lucifer se encuentra en la horrible posición de ser a pesar de todo, un ser bueno que obedece a Dios. Los demonios no pueden comprender cuando el amo del Infierno ordena a sus subordinados ayudar a los hombres a ser buenos para evitar el fin del mundo.

sábado, 5 de enero de 2019

Un nuevo año


Ya ha empezado un nuevo año, incluso para los que se quedaron dormidos ese 31 de diciembre, y para los que estaban tan borrachos que no recuerdan nada de lo que pasó esa noche. Porque el último día del año es la prueba de que no aprendemos. No importa cuántas veces despertamos con la resaca de la fiesta jurando que ya no volveremos a tomar tanto, que ya no volveremos a pasar por esto, y olvidaremos todos esos juramentos a la primera ocasión. Y después reclamaremos a nuestros políticos que también cumplan con las promesas que alguna vez nos hicieron, como si ellos fueran superiores a nosotros y pudieran hacer lo que nosotros no podemos.

Lo mismo aplica a los propósitos de Año Nuevo. Creo que la gente hace estos propósitos porque todos los demás lo hacen, porque está de moda, y porque es como un viral de internet que no necesita de internet para transmitirse. Y es otra tradición que estos propósitos no sobrevivan a la primera semana y queden olvidados hasta diciembre, cuando renacerán como nuevos propósitos para el siguiente año. Al fin y al cabo, estos propósitos no han sido tan importantes, pues hemos sobrevivido sin ellos hasta hoy.

Aunque tal vez estoy hablando demasiado pronto, pues se ha empezando a correr la voz de que yo no pude sobrevivir al Año Viejo. Y tal vez sea cierto, porque en la fotos oficiales del Facebook del dueño de la casa en la que pasé la noche del 31, no aparezco por ningún lado. nadie de los presentes con quienes me he contactado recuerda tampoco con claridad mi presencia, no sé si por la cantidad de alcohol ingerido o porque realmente no estuve allí, que ya estoy empezando a dudarlo yo mismo. Tal vez yo sea la última baja del año y no me he enterado todavía.

Y esto es otra parte importante de las celebraciones de Año Nuevo: Nos felicitamos por haber sobrevivido a este año, que a tantas personas mejores que nosotros se ha llevado. No hemos caído y esto es motivo para abrazarnos, no por el inicio del nuevo año, que es una cosa enorme y desconocida que inspira miedo y esperanza a partes iguales, sino por haber soportado en pie todo lo que nos ha mandado la vida. Y a los que están empezando con mal pie estos primeros días, la modernidad les traerá en pocas semanas la esperanza del Año Nuevo Chino, que se está haciendo una tradición, algo así como un nuevo Año Nuevo, pero hecho en China.

Otra tradición de inicios de año es consultar las predicciones del horóscopo occidental, el horóscopo chino o el que mejor nos acomode, pues es sabido que nadie cree en un horóscopo que nos diga que este año nos va a ir mal. Así si las cosas van mal, le echaremos la culpa al gobierno, al sistema capitalista, a la conspiración de los Iluminati, a cualquiera menos al horóscopo.
Yo personalmente he analizado la posición de las estrellas, he hecho las correcciones correspondientes a los próximos eclipses de Luna y de sol, y he llegado finalmente a la conclusión de que necesito cambiarme de galaxia, porque con estas estrellas no la hago.

Sé que todo esto suena pesimista, pero ser pesimista es lo mejor para empezar el año, así los días que pasan te sorprenderán gratamente, es mejor que empezar como optimista y descubrir al día siguiente que siguen existiendo Trump, el reggaetón y los reality shows. En realidad este año será lo que cada uno se esfuerce por hacer. Pongamos (como hiciera John Lennon alguna vez) un enorme cartel que diga en letras muy grandes “FELIZ AÑO NUEVO” y más abajo en letras pequeñas “Pero también haz tu parte”.
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