jueves, 24 de septiembre de 2015

Carta de amor con anuncios comerciales


Amada mía,

Te escribo porque últimamente ya no nos hablamos como antes (Contrata nuestros nuevos planes con mensajes gratis en Llamatel), parece que la distancia está dañando nuestra relación (Nueva Nissam Terrino 4x4) y ya no contestas mis llamadas (Llévate el nuevo smartphone Samson Star S5). Recuerdo que la última vez que nos encontramos te vi diferente (Ópticas Miranda), ya no te parecías a la de antes (Clínica estética del Dr. Visage), te noté lejana y distante, pero pronto estaremos juntos otra vez y todo volverá a ser como antes (Vote por el PIR, tenemos la experiencia de gobierno).
Aquí en la lejanía recuerdo la primera vez que nos vimos. Me parecías la más hermosa de las mujeres (Cremas de belleza Nouvelle, con keratonina y vitamina F), así que decidí conquistarte cueste lo que cueste (solicite su préstamo en el Banco Chicano), hasta que fuiste mía al fin (Condones Pierre). Nuestros momentos los guardo en un lugar especial en mi memoria (Nueva línea de cámaras digitales Sunny Alfa).

Yo aún te quiero, junto a ti he descubierto el valor de la vida (para todo lo demás existe Maestre Card), cuando nos volvamos a encontrar todo será como antes, iremos a nuestros lugares favoritos (Acumula millas con el programa MileAge) y ya nada nos podrá separar (PoxyCola, pegamentos para todo uso).

Pero tu última comunicación me hace pensar que ya no me quieres ver (Anteojos de sol Guest), dices que ya no me quieres besar (ListoDent, acaba con el mal aliento) y quieres que te de un tiempo (Relojes Watch). Tal vez has encontrado a otra persona (Agencia de detectives Potterton, se hacen seguimientos. Discreción garantizada). Esto me entristece y me pongo a pensar qué he de hacer para olvidarte (Cerveza Müller). Sabes que si me dejas no habrá quien te remplace (Ashley Morrison.com, su lugar de citas) y hasta podría cometer una locura (revólveres Smith y Huesos).

Por eso espero impaciente el momento en que nos volvamos a encontrar (Milton Hotels), confío en que podremos arreglar todo (Envía “Floro” al 996 y recibe los mejores piropos en tu celular) y todo será como antes.

Esperando el momento de verte, se despide,

Tu Amado.


PD. Como no tenía dinero para enviarte el correo he vendido algunos espacios para publicidad en esta carta. Estoy seguro que apenas se notan. No creo que te molesten.

jueves, 17 de septiembre de 2015

El índice


Algo que tengo yo, y que muchos ingenieros tenemos, es que tratamos de cuantificar las cosas. No me gustan las opiniones subjetivas, el “yo opino”, o el “a mí me parece”. Todo tiene que ser medible para poder mejorarlo. Medimos longitudes, duraciones, bit por segundo, frecuencias, de manera de poder definir quién es más alto, más resistente, o tiene mejor conexión a internet. Esta necesidad de medir las cosas no es siempre comprendida por las personas normales, que insisten en que hay cosas que no se pueden medir. Tal vez sea cierto, pero también es cierto que muchas cosas que la gente cree que no se pueden medir, en realidad ya tienen unidad de medida y aparatos para medirlas. Y las que no, pues con un poco de ingenio podemos hallar una manera de cuantificarla y compararla con otras.

Esa es una de mis últimas manías, establecer formas de comparar y medir cosas que hasta ahora no tienen manera de ser medidas. Empecé con un incidente en el cual un turista de visita en mi país decía que podía comer comida picante. El problema es que en Europa creen que la pimienta es picante, y no tienen idea de lo que hace el ají en paladares no entrenados. ¿Cómo explicar a un extranjero lo que es el ají y el rocoto sin que crea que estamos exagerando? La inspiración la encontré al ver la cara de mi amigo al tomar un vaso de leche de tigre. Crearía una escala de picante basada en el color de la cara del turista al probar distintos grados de picante, yendo desde la tez blanca del europeo hasta el rojo fuego, que es precisamente el valor que tomó la cara de mi amigo al tomar la leche de tigre creyendo que era leche de vaca. Ya pensaba hacer cartillas de colores con el nivel de picante, cuando caí en la cuenta de que esta valoración también es subjetiva y hay gringos que aguantan más que otros. Pensé entonces en una escala de picante basada en el pH. El valor cero, por supuesto, corresponde al agua, siguiendo con la pimienta, que sería el valor uno, y así seguir subiendo hasta llegar al “pipí de mono”, que es un ajicito pequeño que cuando se los damos a un turista le hacemos firmar primero una declaración liberando de responsabilidad al cocinero y dando fe de que la está probando libremente sin ser obligado por nadie. Lamentablemente, no puedo avanzar demasiado en probar esta escala porque no encuentro otro turista que me sirva de conejillo de indias para que pruebe todas las escalas de picante.

Otro de mis intentos es el de crear un índice que me indique la calidad de las canciones basado en la cantidad de taconeos por minuto que da la gente al escucharla. El problema es que hay gente que le gusta el reggaetón, lo cual echa por tierra todas mis teorías sobre la calidad de la música.

El mayor éxito que me he anotado hasta el momento me vino en un momento de inspiración al escuchar a una amiga lamentarse de que está gorda. Yo le hice notar que en realidad no la veía gorda sino mal distribuida. Para ponerlo de manera simple, ella usaba una camisa talla S pero con pantalón corto talla L, creo que con eso se entiende. Eso del 90-60-90 solo sirve para las modelos europeas de un metro ochenta de estatura, no para nuestras bellezas latinas, que son más despachaditas. Nos urge entonces una nueva escala de medición. Después de un cuidadoso análisis de las formas femeninas (trabajo duro, pero que alguien tenía que hacer, y al no confiar en la cinta métrica, preferí hacer las mediciones por palmos) llegué a lo que llamé el “índice de quiebre” que es la relación entre la medida de cintura y la medida de la cadera. Un índice de quiebre de 1, por ejemplo, significa que la silueta en cuestión toma una forma plana; un valor mayor de 1 se ve gordo, siendo el valor ideal obtenido empíricamente el de 0.66. A mi amiga le salió un índice correspondiente a la figura en forma de huevo, lo cual tampoco estaba tan mal en comparación con su grupo de amigas, a las que transmitió entusiastamente mi descubrimiento. El índice de quiebre ha sido acogido entonces por un grupo de personas cada vez mayor, ya empieza a difundirse en gimnasios y a tomarse como requisito para entrar a las discotecas de moda, aunque pocas personas me dan hoy el crédito.

Todavía no me canso de buscar relaciones numéricas para explicar y medir esas cosas que el resto de la gente califica todavía de acuerdo a su mejor parecer, sin la ayuda de la ciencia. Estoy tratando ahora de crear una escala para medir el nivel de aburrimiento, para los momentos en que estoy aburrido, poder decir “Este trabajo me causa un aburrimiento de nivel 4” o algo así. También busco la forma de medir la nada, es decir, desde esa nada que hay en el ropero cuando una mujer dice “no tengo nada que ponerme”, cuando alguien dice que no está haciendo nada pero en realidad está haciendo algo, hasta cuando no se está haciendo realmente nada. Les mantendré informado de mis progresos.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Mis nuevas palabras


Todo comenzó cuando aún estaba en la escuela, y el profesor nos enseñaba el concepto de los números imaginarios. Yo, siempre soñador y tonto, lo vislumbré como un mundo nuevo que se abría ante mí. ¡Números imaginarios! Amigos imaginarios yendo a comprar en una tienda imaginaria donde todos los precios están hechos de números imaginarios, niños fantasmas contando en la calle inexistente los autos que pasan: treno, ples, parrio, vinio, y así hasta llegar al número meistenta. Los números llegaban a nuestro universo y se convertían en una parte real y otra imaginaria, más o menos como el trecentaiseis o el catorcetecientos. Desarrollando este razonamiento, los seres imaginarios no solamente contaban utilizando números imaginarios, sino que también deberían hablar con palabras imaginarias para expresarse, como arrombol, metasio o peniasto. Imaginaba conversaciones de este tipo:
-          Pros tremblé en la apuria una mercaza bástica, ferdia clusa. ¿Plubas sangia la démila?
-          Ble, nu femias el vitaro, gro necies si fobundas la hercia, jun.

De aquel tiempo me quedó también la afición a asignar a las palabras significados diferentes por su afinidad con otras. Por ejemplo, definía "sintomático" como aquel plato con total ausencia de tomates en sus ingredientes, o decía "escuálido" para referirme a un tiburón muy flaco.

Pasando el tiempo, llegó la modernidad con una multitud de palabras nuevas que me llevó a recordar esos tiempos de clases de matemáticas y números imaginarios. Palabras desconocidas como webear, chatear o selfi se hicieron de uso común, haciéndome sentir como que la dimensión de los seres imaginarios empezaban a invadir nuestro mundo con sus palabras imaginarias.

Pensándolo bien, esto no es tan malo, hay muchas cosas para las cuales no existe una palabra adecuada, y nuevas cosas que necesitan un nombre que los identifique. Las 300,000 palabras que tiene el idioma español no nos alcanzan para cosas que necesitamos definir y que al final terminamos describiendo en vez de nombrar. Una vez leí que en el sánscrito hay una palabra para amor filial, otra para amor carnal, otra para apego a un objeto. Tener varias palabras para el amor en español nos libraría de incómodas confusiones y malentendidos. Solo imaginen cómo se usaría la palabra que corresponde al “Te quiero como amigo”.

Por eso, pienso crear una nueva disciplina del pensamiento humano, que es la neología, la ciencia de crear nuevas palabras para las cuales no existe aún un término en nuestro idioma. Y no podía ser de otra forma, que la primera palabra creada con esta ciencia es “Neología” con el que estoy creando los nuevos neologismos.

No se crea, sin embargo, que crear nuevas palabras consiste simplemente en mezclar otras ya existentes, Esto es demasiado fácil y da lugar a equívocos como el conocido “Juernes”, que es  la mezcla de un jueves y un viernes. La neología busca palabras nuevas con nuevos significados, como lo que hizo César Vallejo al crear la palabra “Trilce”. Para mayor claridad, quiero ahora mostrar algunos ejemplos:

¿Cómo llamarían a la condición que impide a algunas personas bailar siquiera los bailes más simples? No, no le voy a poner un derivado de mi nombre, aunque muchos ya quisieran hacerlo. El término apropiado es “Bailexia”, definido como la incapacidad de aprender un baile. Como ven, no es tan difícil encontrar usos para las nuevas palabras.

¿Y cómo definir a aquello que nos causa mucho asco? Definitivamente “asqueabundo” es la palabra que estaba buscando.

Imaginen la palabra “Coproscopio”. Su raíz griega nos indicará inmediatamente un televisor o una pantalla en general para ver exclusivamente reality shows, programas de chismes o videos de reggaetón, cualquier cosa que te deje más idiota de lo que eras antes de verlo.

Y sería muy bonito, pienso yo, que si llegas de repente y sin avisarme, te reciba con un cálido “Te estuve inesperando”. También se puede ser poeta con la neología.

En cuanto a las palabras derivadas de nombres, todavía hay espacio para nuevos hallazgos. El “Menardismo” es la pretensión de haber inventado algo que ya existía hace mucho. Y la nombramos por Pierre Menard, quien escribió El Quijote en los primeros años del siglo XX. Y vaya que hay muchos menardistas por aquí hoy en día.


Bueno, dejo solo hasta aquí mis hallazgos, no vaya a cansar a los lectores con tanta tontudez. Vaya, me salió otra palabra, y esta vez sin pensarlo. 

jueves, 3 de septiembre de 2015

Sobre músicas y cristianos


Cuando me toca escoger la música en el trabajo, me gusta preguntar al recién llegado o al visitante – que nunca falta – qué tipo de música le agrada. La respuesta es usualmente una variación del “Yo escucho todo tipo de música, no se preocupe”. Y nunca falla, el concepto de “todo tipo de música” en la mayoría de los casos se reduce a salsas, cumbias, reggaetones, algo de pop antiguo en castellano y tal vez algunos boleros cantineros. Lo que nunca esperan es precisamente lo que pongo para impresionar a la gente: Música New Age, Jazz actual, Rock psicodélico de los años 60, siempre algo para lo que mi interlocutor no está preparado, para demostrar que el “todo tipo de música” es un concepto mucho más amplio.

Para la gente asidua, reservo mis elecciones de los Beatles, algunas versiones electrónicas de música popular o mi selección personal de música brasilera. Tal vez debido a eso la gente empieza a evitar que sea yo quien escoge la música, y a la vez me sirve a mí para zanjar las discusiones sobre la música que ha de ponerse con un “o se ponen de acuerdo o escojo yo la música”.

Claro que hay músicas para todos los gustos y disgustos, además del reggaetón, que es para la gente que no tiene gusto. Pero hay un género musical para el cual la gente no tiene defensa alguna. Cuando la cosa se pone difícil, empieza a sonar en toda la oficina la mejor selección que tengo de música clásica. Esta tiene la ventaja de que el oyente se siente en un compromiso y no puede admitir que no le gusta ni pedir que cambie la música, so pena de verse ante los demás como una persona inculta y de mal gusto. ¡Al que se porta mal tendrá que escuchar opera! Es la consigna.

Como todo lo bueno no puede durar, desde hace poco me encuentro yo en un caso similar. A algunos de mis compañeros de trabajo se les ha dado por escuchar “música cristiana” A mi entender, la música cristiana simplemente no existe, existe pop, baladas o hasta metal, dado el caso, en que la letra habla de Dios o de Cristo. En el mejor de los casos solo podemos hablar de música con letras religiosas. Pero no todos lo entienden así. Creen que el que el que no gusta de esta música es porque no le gusta Dios, porque quiere ir al infierno o porque es directamente un enviado de Satanás.
¿Y cómo explicar estas cosas a la gente que cree que está un pasito más cerca del cielo escuchando esta música?  Ya intenté demostrando las innegables semejanzas que muchos de los cantantes cristianos tienen con Ricardo Arjona, de cómo Alberto Plaza cambió el modo religioso por el más lucrativo mercado de la balada romántica. Por último, he hecho notar la poquísima variedad de letras que tiene este tipo de música. No sé cómo un cristiano podría por ejemplo llevarle serenata a su enamorada, si no tiene canciones de amor y todas son de alabanza a Jesús. Ni siquiera puedo forzar la situación con un “¡Por Dios, que buena estás!”. Si yo hiciera este tipo de música (y me tendrían que pagar muy bien para hacerlo, ya que no compongo ni siquiera música laica) tomaría el riesgo y pondría estrofas de alabanza del tipo:

Oye Dios, tú sí que eres lo máximo,
Rey del universo, faltaba más,
Mira nomás que bien te salió el mundo
La verdad eres de la puta madre.
Hiciste los cielos y la tierra
Y todavía para lucirte
Hiciste a la mujer ¡Que bestia!
No hay nada que hacer ¡Eres un trome!


Pero como ya sé que no me van a llamar, me quedo con esas y todas las demás melodías que se me ocurren para mí mismo. Ellos se lo pierden, pues.
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