jueves, 31 de enero de 2013

The fool on the hill



Ya no me acuerdo cuándo fue exactamente. Me acuerdo de una tarde fría de primavera, tal vez verano, queríamos el punto más alto de Londres para ver el atardecer. Estábamos los que éramos en ese entonces, desconocidos y conocidos que una ciudad pone juntos y revueltos para pasar días para sobrevivir a la distancia y a la soledad. Había sido una tarde loca y la colina era lejos, muy lejos. O así me pareció. Nos montamos en cuanto tren pudimos y desde allí con el viento en la cara el tiempo pasó despacio mientras las nubes iban lentamente cambiando su forma y sus colores y la ciudad abajo iba prendiendo lucecitas una a una como en un juego, para ayudar a la oscuridad a ver mejor. En el mismo lugar muchos años antes, en la misma colina, estaba Paul, según cuenta la leyenda y mientras buscaba a su perra Martha, vio un hombre de traje, solo un momento o un Augenblick como dicen en alemán, cruzaron un saludo, pero después el extraño hombre desapareció. 

Dice la leyenda que en esa colina, Primrose Hill, nace la canción que Paul escribió después, The Fool on the hill y que yo en mis días de invierno temprano he descubierto mientras observo el gris de las nubes que cambia mostrando una increible variedad de grises nunca antes vista ...Sees the sungoing down , And the eyes in his head, See the world spinning around.. . Y miro las nubes, como las miré ese día y pienso en el mundo como el The fool, y veo la luz del sol que se mueve rápido en mi cuarto, las nubes corren rápido una detrás de otra y no despacio como esa tarde de esa primavera y quién sabe si cómo Paul ese día las vió. The fool parece ser el extraño señor de Primrose Hill, donde una vez yo estuve viendo el atardecer, después de caminar esa Londres que como un espejismo se esfuma apenas uno la quiere tocar. 

Y mientras The Fool suena como un mantra, mi mente va lejos en la memoria, al olor de la madera del techo, al sonido del disco en el tocadiscos, a la voz gruesa de mi padre, a las tardes de domingo y mucho sol.

Este es otro post sacado de otra fuente, esta vez desde http://www.anamariavallejo.com/2012/11/the-fool-on-hill.html, y como se trata del tema principal de este blog, lo reproduzco aquí.

sábado, 26 de enero de 2013

Las dos metáforas

Hay gente a la que le gusta contar historias, como que yo soy una de ellas. También hay gente de pocas historias y gente de muchas historias, como que yo trato de ser una de ellas. Por eso yo siempre estoy alerta para cuando aparece una historia a mi alrededor que pueda incrementar mi caudal. Y hay otros que buscan las historias ya listas para contar en libros, revistas y como no, en internet, donde se encuentra de todo sin más esfuerzo que unos cuantos clicks, con un notable ahorro de energía y musa.
El personaje de esta historia era uno de estos últimos, con la ventaja de que parte de su trabajo es dar exposiciones a los trabajadores de la empresa. Como parte de sus herramientas de trabajo, lleva siempre un par de libros de historias edificantes, llenos de post-its que marcan la ubicación de las historias que necesita buscar. Y es en estas exposiciones donde gusta de contar esas historias ante un público cautivo que se tiene que quedar hasta el final, a diferencia de las historias que yo cuento, que se narran junto a una bebida o un plato, y con la ventaja para mis oyentes de que si no les gusta el cuento, pueden hacerse los del “¡Qué tarde se me ha hecho!” y dejarme con el final de la historia en la punta de la lengua.
Los de mi centro de trabajo ya saben que cuando él está presente, en cualquier momento dirá “Esto me hace recordar una metáfora” y empezará con uno de sus cuentos. Algo así como este:

Un señor tenía una granja de gallinas, e invita a un amigo a verla. El amigo dice al pasar “Qué bonitas gallinas” hasta que encuentra a una y dice “Pero esta no es una gallina”. El dueño de la granja le dice “Claro que es una gallina”. “No, esta es un águila”; “Esta es una gallina”; “Te voy a probar que es un águila”, y se la lleva al techo del gallinero, y la zamaquea y le dice “Escucha, tú no eres una gallina, tú eres un águila, tú has nacido para volar, tú no has nacido para arrastrarte por el suelo, ¡Vuela, águila! Y el águila se va contra el piso. El dueño le dice “¿Ves que es una gallina?” “Te doblo la apuesta” dice el otro, y se la lleva a lo alto de una montaña, y nuevamente la sacude y le dice “Águila, tú has nacido para volar no para comer gusanos y arrastrarte por el suelo, tu eres un águila, vuela” y la suelta. El águila cuando ve que está cayendo y va a morir si se estrella con el suelo, extiende las alas por reflejo y descubre que puede planear, luego mueve las alas y descubre que puede volar. Esa águila somos nosotros, señores, que hacemos caso a todos los que nos dicen que no podemos, y nos creemos ese paradigma, ¡Nosotros somos águilas que nos han hecho creer que somos gallinas, y tenemos que empezar a volar!

No niego que el amigo tiene cierto talento para contar sus metáforas, aunque el suyo no es para nada mi estilo, pues las cuenta en voz muy alta y con un sentido de urgencia, como si lo que quisiera fuera asustar al oyente. Aquí es donde entro yo, con una forma más amable, buscando la sonrisa y sin machacar con tanta insistencia en la moraleja, que me gusta que sea el oyente quien la halle, así que saqué de mi galera mi propia versión de la metáfora, para que se sepa que este tonto también tiene lo suyo a la hora de asombrar al auditorio. Y me salió una cosa más o menos así:

Un señor tenía una granja de gallinas, e invita a un amigo a verla. El amigo dice al pasar “Qué bonitas gallinas” hasta que encuentra a una y dice “Pero esta no es una gallina”. El dueño de la granja le dice “Claro que es una gallina”. “No, esta es un águila”; “Esta es una gallina”; “Te voy a probar que es un águila”, y hace además de cogerla. El dueño rápidamente le previene “¡No la agarres que está empollando!”; Pero el amigo dice “No te preocupes, que yo sé lo que hago, vas a ver que esta es un águila”. Cuando el amigo trata de levantar al águila para sacudirla y tratar de alentarla a ser un águila, esta, creyendo que le van a robar los huevos, saca las garras y empieza a atacar al amigo, con furiosos aleteos y ataques de sus afiladas garras. El amigo queda tendido en el piso, cortado por todas partes del cuerpo y demasiado adolorido para moverse. El águila regresa tranquila a empollar sus huevos, sin hacer caso siquiera a su enemigo vencido que le dice, a manera de rendición: “Está bien, tú ganas, eres una gallina”. ¿Y cuál es la moraleja de la historia? No ofendas a una gallina, ni le recuerdes que se arrastra por el suelo, ni se te ocurra tirarla desde el techo, y sobre todo recuerda que ¡PARA SER GALLINA, HAY QUE TENER HUEVOS!

Es que hay varias maneras de contar las historias, y es el oyente el que da el veredicto final de si le agrada o no la metáfora, o si entiende la moraleja que le quieren contar o si es que crea la suya propia, para disgusto del narrador que se cree dueño de la historia de las gallinas.

lunes, 21 de enero de 2013

Erase un amor


Erase un amor diabético. Un amor que necesita de vez en cuando insulina para no caer, y que a pesar de todo, desmaya una que otra vez. Un amor al que se tiene que cuidar, que toma edulcorante artificial porque el azúcar le puede hacer daño.

Erase un amor ajedrecista, preocupado por la mejor apertura, planeando siempre las próximas jugadas y las posibles respuestas del oponente. Un amor donde la reina es la más poderosa, pero que acabará inevitablemente si cae el rey. Un amor con blancos y negros, planes de ataque, enroques sorpresivos y jaques.

Erase un Hamor. Un amor con fallas ortográficas. Un amor inculto, inexacto, descuidado. Un amor al que le falta aprender, que no aprendió las lecciones. Un amor con una letra de más que no necesita.

Erase un amor gerencial, consciente siempre del estado de pérdidas y ganancias, del debe y el haber. Un amor con estrategias de negocios, plan de mercadeo, público objetivo y objetivos anuales. Un amor que mide su rendimiento con gráficos de desempeño. Un amor que al final del ejercicio contable puede decidir cambiar de estrategia o incluso de rubro.

Erase un amor deportivo. Siempre compitiendo, pensando en el campeonato. Un amor que entrena para el fin de semana, practicando jugadas y estrategias. Un amor con director técnico, barras y un campo de juego. Un amor donde el propósito es derrotar al oponente, infringiendo las reglas cuando el árbitro está distraído.

Erase un amor copia pirata. Obtenido clandestinamente. Se nota que está hecho con mala calidad, aunque quien te lo dé jure y rejure que es igual al original. Lo usas aunque sabes que no es el verdadero. Al fin y al cabo, es mucho más barato y servirá por un tiempo antes de descomponerse. Algunas personas al verlo se dejan engañar, pero tú sabes la verdad y sientes algo de vergüenza al usarlo.

Y érase un amor tonto, un amor que no aprendió nada de las experiencias pasadas. Un amor torpe que anda tropezando con todo, pero que continua a pesar de lo que lo dice la gente, un amor al que no le importa si es correspondido o no. Un amor expuesto a las burlas de los demás. Un amor que espera que leas este post.

miércoles, 16 de enero de 2013

Historias de mensajes cortos


Primera
Un hombre, cansado de la cacería del día, llega al calor del fuego  del hogar. Sin nada que hacer, empieza a jugar con la arcilla mojada por el cazo donde ha guardado agua de lluvia. De repente se da cuenta que hay más de un color de arcilla y empieza a manchar las paredes de la caverna en que vive, formando toscos dibujos que representan a su familia. Ha creado un mensaje para aquellos que entran a la cueva.

Segunda
El viajero solo tiene una pequeña tablilla de arcilla aún blanda. Con un punzón traza unos pocos caracteres. La tablilla apenas del tamaño de un puño, se secará al sol antes de enviarla a los suyos, a través de los peligrosos caminos, antes de llegar a quienes que se alegrarán al recibirla, al recibir por fin noticias desde tan lejos.

Tercera
Un pequeño pedazo de papiro, atado a la pata de una paloma. Una pequeña frase, ya que no hay espacio para más. Tiene que ser suficiente para decir que la guerra ha terminado, que vuelve a casa, y lo mucho que desea estar nuevamente allí, con su familia.

Cuarta
El caballero debe burlar la vigilancia de los guardias que el padre ha apostado en el castillo, sabedor de que vendrá. El sigilo, la astucia para burlar la guardia, el atrevido cruce del enorme jardín y el breve momento en que ve la blanca mano de aquella a quien ha venido a visitar, valen la pena para dejar aquel billete, en el que las pocas palabras siempre son insuficientes para declarar su amor por la bella dama.

Quinta
Ha llegado otro telegrama. El hombre cumple su promesa de enviar un telegrama cada día, con una frase que alivie la distancia. Es tan solo una frase diaria lo que mantiene viva la relación y mitiga la nostalgia. Un telegrama al día hasta que llegue el momento de volver.

Sexta
El trabajo es agobiante, hay informes que entregar, reuniones a las que asistir, coordinaciones que hacer. A media mañana recién puede encontrar unos segundos libres para enviar un mensaje de texto por el celular. Todas las variaciones de Te extraño, te quiero, pronto llegaré a casa, forman parte del historial de mensajes que guarda. Enviado el mensaje, se siente con fuerzas de empezar nuevamente la jornada.

y Sétima
La telepatía artificial es un servicio aún nuevo. Solo se pueden enviar pequeños pensamientos. Pero un solo pensamiento es capaz de expresar muchas cosas a la vez. Un recuerdo, un aroma, la sensación que sintió al verla por primera vez. El hombre, sorprendido, se queda pensando cómo es que podían expresarse antiguamente los sentimientos sin estos artilugios modernos.

viernes, 11 de enero de 2013

Los ajedrecistas


Las veces que he estado como espectador de un torneo de ajedrez, he sentido que me perdía de  algo. El ambiente es tenso, te obligan a guardar silencio y lo que ocurre está generalmente más allá de mi poco entendimiento del ajedrez. Siempre hay alguien a mi lado que trata de demostrar su conocimiento sobre el tema con comentarios tales como “Esa es la defensa Alekhine” o algo parecido. Cuando no puede reconocer la jugada como la estrategia de algún ajedrecista ruso del que yo tengo en el mejor de los casos apenas un vago conocimiento, exclama entonces “¡Novedad teórica!”. De pronto, tras un juego enredado del que no puedo discernir quién es el que está ganando, uno de los jugadores se levanta y le da la mano al contrincante como aceptación de que ha perdido el juego. Naturalmente yo no soy capaz de ver la amenaza, y mi compañero tiene que explicarme. “¿No lo ves? Le estaba obligando a perder una calidad y lo dejaba expuesto a un mate en cuatro jugadas”. Me quedaba solo ese sentimiento incómodo de cuando todos entienden un chiste menos yo.

Por eso, y por mis mediocres talentos  para el juego-ciencia, he preferido siempre el ajedrez amateur. Allí los jugadores son más animados, no se molestan con el ruido y las conversaciones de la gente alrededor, y cuando ganan son definitivamente más felices, pensando en que si han podido dominar al contrincante y a las fichas opositoras, ya no pueden menos que empezar los planes de dominar el mundo.

Así ha sido el día de ayer. Un grupo de compañeros de trabajo ha decidido sacar un tablero de fichas de plástico blando para retar a quien se acerque a una partida. Lo primero que hacen, como siempre es buscarme, diciendo "A ver, tú tienes cara de que te gusta el ajedrez". Yo me niego, pero mi negativa no hace efecto en el humor de mi frustrado contrincante. Es que nunca falta alguien con ánimos para jugar a esa guerra imaginaria, a ese duelo de mentes, a ese “Yo soy más inteligente que tú y te gano”. Como dije antes, una partida entre dos ajedrecistas de escaso talento es mucho más emocionante que un partido entre profesionales. Uno nunca sabe que va a pasar en la partida, y las predicciones de lo que pasará en tres o cuatro jugadas son inútiles, ya que los jugadores desafían toda estrategia en el empeño casi infantil de comer esa torre, o de sacar a la reina del sitio donde se encuentra entrampada. Los espectadores también son parte del espectáculo. Nunca falta el que cree saber más y pretende ilustrar al público, usando las dos frases clásicas “gambito de rey” y “defensa siciliana”. Después de cualquier jugada, su reacción invariable será agarrarse la cabeza para decir que él tenía pensada una movida mucho mejor. También es infaltable el juguetón que exclama en el momento más tenso de la partida “¡Queremos ver sangre!”, o que exclama a viva voz después de una jugada “¡Que bruto!”.

Yo mismo he caído en el juego al ser testigo de una partida, que comienza con los oponentes armando el tablero con entusiasmo. De pronto, uno de ellos me pregunta dónde se coloca la reina. Al darle la respuesta quedo nombrado por unanimidad como el árbitro del partido. El partido empieza con el avance de un peón de alfil, lo que me da ya una idea del calibre de los jugadores. El contrincante se queda pensando qué hacer ante tan extraño inicio. Debe replantear toda su estrategia ante el inesperado  inicio. De pronto, algo le molesta y me pregunta a mí, como árbitro del partido: “¿Cuánto tiempo me puedo demorar para jugar? Le respondo que ya que no tenemos relojes, se puede demorar el tiempo que quiera. Esto le da tiempo para repensar su estrategia, y yo me preparo para ver un partido emocionante, ahora que ya tengo una idea del nivel de los jugadores. Mientras tanto, el otro jugador se pone a silbar una salsa para pasar el rato. Después de cinco o seis movimientos, los jugadores ya han tomado sus posiciones de ataque y defensa respectivamente, cuando empieza la carnicería. Uno de los jugadores ha decidido que hay demasiadas piezas en el tablero y decide despejar la cancha. Cuando cada uno de los dos contrincantes ha perdido ya un alfil, un caballo y varios peones, se vuelve a pensar en el ataque al rey contrario. Las jugadas se suceden con cierta rapidez, y yo veo audaces sacrificios de piezas que son ignorados, planes de ataque abandonados súbitamente y una férrea defensa de la reina propia. El corro alrededor de los ajedrecistas ya se ha hecho más grande, y a cada jugada le sigue una salva de exclamaciones que van desde el “¡No seas tonto!” hasta el “¡Listo! ¡Mate en tres jugadas!”, pasando por todos los puntos intermedios. Cuando ya la gente se ha divertido bastante cono los comentarios a cada jugada, uno de los jugadores que aún conserva su reina, un alfil y una torre, decide pasar al ataque franco proclamando “¡Jaque! Los espectadores, y sobre todo, el otro jugador miran extrañados, hasta que uno del público aclara las cosas. “¡Eso no es un jaque, es un jaque mate! Los dos jugadores analizan el tablero hasta coincidir en que efectivamente, eso es un jaque mate. El partido termina entonces con la carcajada franca de los dos adversarios.

El siguiente partido empieza con el vencedor, ensoberbecido por la reciente victoria, y un nuevo jugador que anuncia a los cuatro vientos su superioridad, prometiendo un mate en diez jugadas. Yo sigo en primera fila, obligado a quedarme en mi condición de juez del torneo. El vencedor anterior se siente ahora invencible, un Kárpov, un Kásparov, que juega de manera más arriesgada. El contrincante, por su parte, anuncia burlonamente las piezas que va a comer y ya predice el inevitable jaque mate. Las piezas van y vienen, las estrategias brillan por su ausencia, con los jugadores pensando solamente en la próxima jugada. ¡Cuidado con esa mano! ¡Pieza tocada pieza movida! Cada jugador tiene ahora su propia barra. “Oye, De la Colina, ¿Esa jugada vale?”. A mi me queda decir solamente que el ajedrez no es como el fútbol, donde existe una enorme nebulosa llamada “El filo del reglamento”, y que en el ajedrez las cosas son blancas o negras, sin medias tintas. Afortunadamente, este comentario me releva del puesto de árbitro, porque ya las cosas empiezan a calentarse, con comentarios cada vez más subidos de tono después de cada jugada.

Cuando ocurre el primer jaque, después de una carnicería que recuerda a las películas tipo “Corazón Valiente”, decido que ya es hora de retirarme hasta la próxima. Hice bien, porque según me contaron después, al verse ya sin árbitro, uno de los jugadores quiso introducir la novedad teórica de la trampa de la posición adelantada, las barras bravas consideraron vulnerado su sagrado derecho a ganar, y la partida de ajedrez dejó de ser la metáfora de una batalla para convertirse en una realidad. Los guardias que llegaron a separar a la gente no podían creer que todo comenzó con una pacífica partida de ajedrez.

domingo, 6 de enero de 2013

Dios y yo


Mi relación con Dios es un poco extraña a los ojos de muchas personas. No es que me ponga hacer penitencias raras o que me ponga a anunciar el fin del mundo por calles y plazas. Todo lo contrario. Mi relación es a nivel de amistad y camaradería. Con Dios yo puedo conversar, hacer chistes y hasta una vez me puse a jugar a los dados con él. Es por eso que me deja hacer algunos posts chistosos sobre religión. Tiene bastante correa el tipo.

Y es por eso que a algunas personas les incomoda este trato mío con la divinidad. A pesar de que me dicen que en el paraíso todas las almas encuentran la felicidad y olvidan sus dolores, se escandalizan cuando les digo que entonces el cielo ha de ser un lugar muy divertido. Y yo no imagino un paraíso o una vida feliz sin un chiste bien contado. No todo va a ser cánticos y alabanzas, también debe haber lugar para una buena conversa sobre los tiempos idos. Y buena música, ya que tampoco todo debe ser arpas y liras.

Así, pues, yo también mantengo de vez en cuando buenas conversaciones con Dios, voy a su casa a visitarlo y dejo también que me visite en mi casa. Como debe ser. Y aquí viene el asunto de cómo rezar. La Biblia dice, para todos aquellos que la leen más allá de esos parrafitos que ese tipo de gente tiene marcado con resaltador, que uno debe rezar en su cuarto tranquilito, sin molestar a nadie, no como esos que se van a la iglesia para que todo el mundo los vea rezar y dárselas de piadosos, para después creerse con derecho a atropellar a medio mundo. Así que trato de estar en paz, de vez en cuando con un poco de música para que Dios también se sienta a gusto. Comienzo saludando, como persona educada, preguntando si no habrá tenido una noche muy ajetreada, pues todos sabemos que Dios trabaja la noche entera ayudando a todos los que madrugan. Luego recuento un poco de mi vida, cómo ha estado yendo, para ver si le da una manito a mis familiares y amigos, que los anote en su lista de pendientes. Recibo también sus quejas de la gente que se le voltea, de esos que cuando niñitos son muy buenitos y piadosos y apenas les crece la barba se tiran a la perdición. Recibo los encargos de portarme bien con ellos para que regresen al buen camino, y los anoto también en mi lista de pendientes. Así pues, entre chiste y chiste, termino de rezar animado y de buen humor, dispuesto a enfrentarme al mundo con la frente en alto.
Cuando uno de los que creen que la vida es puro sufrimiento, un poco para relajar el tema y otro poco para escandalizarlo y moverle el piso le cuento que tengo mi versión corregida y aumentada del Padrenuestro, que va más o menos así:

“Padre nuestro que estás en los cielos, a ver si bajas aquí a la tierra más seguido, que nos tienes descuidados, 
Santificado sea tu nombre, a propósito ¿Cómo te llamabas? Porque me están viniendo gente que dice que tienes unos nombres medio raros, aunque yo les digo que si hay un solo Dios no importa el nombre, 
Venga a nosotros tu reino, que desde aquí abajo te vemos cada vez más lejos, con tanto smog, satélites artificiales y todas las cosas que estamos poniendo en el camino, 
Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, porque eso sí, de que tú eres el jefe, eres el jefe, no hay por qué negar,
Danos hoy nuestro pan de cada día, que de la mantequilla y la rebanada de jamón para acompañar nos encargamos nosotros, y así el sanguche queda como una coproducción, 
Perdona nuestras ofensas, tú sabes que las hacemos si querer, nomás por dárnoslas de chistosos, 
Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, que así de aguantadores somos, especialmente con los maleteros, 
No nos dejes caer en la tentación, bueno, tampoco seas fanático, déjame caer aunque sea una vez en la tentación de esa compañera de trabajo que está bastante tentadora, 
líbranos del mal, porque eso sí necesitamos por acá bastante, ya te he contado. 

Amén, saludos y abrazos, ahí nos vemos a la próxima, cuídate, viejo, chau.”

¿Ya ven por qué digo que termino de rezar de buen humor? Es lo bueno que tiene esta relación mía tan especial con Dios.

martes, 1 de enero de 2013

Frases Twitteables 18


  • Hay caras que no son como las pintan. 
  • El tirano acabó con sus enemigos y reinó sobre el desierto. 
  • A ese libro lo conocí cuando todavía era árbol. 
  • Si me sirven los platos fríos ¿Es por venganza? 
  • Si seguimos destruyendo así el planeta, no quedará nada para cuando llegue el fin del mundo.
  • - ¿Qué haces con ese cuchillo? – Quiero ver tu belleza interior 
  • Quiero que me necesites. Aunque sea como un mal necesario. 
  • Creía que era diferente, pero era igual a otros que decían ser diferentes. 
  • Como las cosas que me gustan, eres ilegal, inmoral y engordas. 
  • ¡Musa! ¡Aparece! ¿Hasta qué hora crees que te voy a estar esperándote? 
  • El que te haya traído la cigüeña no significa que seas adoptado. 
  • Y después, saliste a comprar autoestima en forma de zapatos. 
  • Sé que hay mujeres que están esperando que sea rico y famoso para enamorarse de mí. 
  • Cuando la noche llora, llueven estrellas. 
  • Que lo primero que veas en el día sea el amanecer (después puedes seguir durmiendo). 
  • Vivo con el miedo constante de que una de mis frases termine en un libro de autoayuda.
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