viernes, 31 de mayo de 2013

Carta a la Musa



Estimada Señora,

Le escribo esta carta como último recurso, ya que no sé nada de usted en los últimos tiempos, y a la fecha nunca se ha dignado usted en darme su número ni siquiera para casos de emergencia.

El caso es que tengo un blog que atender, y si usted no me acompaña no tengo idea de qué poner aquí. De un tiempo a esta parte he llegado a la conclusión de que es usted una dama muy caprichosa: Antes me venía a visitar todos los días, ordenándome que me siente al teclado y con actitud prepotente, no se iba hasta que terminara una o dos historias por noche, no importando lo cansado que estuviera. Esa actividad no dejó de tener secuelas en la calidad de mi trabajo, que se veía interrumpido por sus inoportunas visitas a cualquier hora que me hacían detenerme para apuntar en cualquier papel los retazos de cuentos para no olvidarlos hasta la noche en que podía con cierta tranquilidad sentarme al teclado para pasarlas en limpio.

El hecho es que esa actividad se me hizo costumbre, la de sentarme en la noche a teclear tonterías que estuvieron llenando este blog. Pero ahora me ha abandonado usted dejándome mirando la pantalla de la computadora por horas mientras espero que usted se digne aparecer. Posiblemente ha encontrado usted alguien más a quien atormentar, bombardeándolo con ideas de relatos, dejándome huérfano de ideas.
El problema es que tampoco sé exactamente qué es lo que ha estado usted haciendo en estos últimos tiempos, pues no veo en los otros blogs que frecuento huellas de su paso, y sé que es inútil buscar evidencias suyas en Facebook, por donde usted simplemente no pasa, o en Twitter, en donde usted solo pasa, saluda y se va.

No sé entonces si estará usted enferma, o si estará tomándose unas merecidas vacaciones, en cuyo caso le ofrecería las disculpas correspondientes. Si por el contrario, considera usted que ya se le pasó la novedad y encuentra lugares como el mío ya aburridos y pasados de moda, estoy en mi derecho a reclamar que me haya abandonado, dejando este espacio en peligro de muerte por inanición. No quiero descender al extremo de llenar este espacio de textos cortados y pegados, como tantos otros hacen, sabiendo del peligro de que esto se llene de memes, ola ke ases o cosas parecidas que me harían sentir vergüenza de mí mismo.

Esta situación, como usted sabe, ha ocasionado que yo recurra a medidas más drásticas para invocarla, recurriendo a los antiguos encantamientos que estoy seguro usted ignoraba que yo conocía. A pesar de forzarla a usted a venir, usted salió del paso con una visita relámpago y un mensaje en forma de disclaimer que decía que de ahora en adelante no se hará más responsable de lo que aparezca escrito en este blog. No soy muy versado en leyes, pero creo que lo que está usted haciendo es totalmente ilegal, y rompe con el compromiso no escrito que acordamos al iniciar este blog.

Así pues, le solicito que volvamos a trabajar como antes, por el bien de una relación que había funcionado bien por tanto tiempo.

Saludos, y esperando su pronta respuesta.

El Tonto de la Colina.

sábado, 25 de mayo de 2013

Frases twitteables 22



  • No te presto mi pronombre porque es personal.
  • Lo peor de quejarse de la indiferencia de la gente es que a nadie le importa lo que dices.
  • Publiqué una foto de mi comida en Facebook y un niño africano lo marcó “me gusta”.
  • No importa que tan mal esté el mundo, siempre hay alguien que quiere conquistarlo.
  • Era tan feo que el espejo prefería mirar hacia otro lado.
  • Era tan tonto que cuando le pusieron precio a su cabeza quedaron debiendo dinero.
  • Aviso clasificado: Se hace acupuntura a distancia con muñecos vudú.
  • Mujeres que esperan a un príncipe azul que las lleve a un palacio encantado, pero que no quieren que les cuenten cuentos.
  • Y a mis enemigos, Señor, también dáles paciencia.
  • ¿Te gusta este trabajo, Adolfo? – Claro que sí. Yo nazí para esto.
  • He recibido un mensaje de la musa: Dice que no se hace responsable de lo que yo escribo.
  • Así como está el mundo, es mejor ser bueno. Para ser malvado hay mucha competencia.
  • Si el tiempo pasa volando, no sé  por qué este viaje en avión se me hace tan largo.
  • Está lloviendo. Una mariposa debe estar batiendo sus alas en China. Dejó de llover. Un chino debe haber matado a la mariposa.
  • No me avisaste que ibas a planchar mis camisas. Es decir, planchaste a quemarropa.
  • Yo sé que muchas cosas que hago son imposibles, pero igual lo intento. No vaya a ser que me equivoque.
  • Te ignoré para que te fijes en mí, y tú nunca te diste cuenta.
  • Tengo una cita con una frase ¿O era al revés?
  • Ese momento del mediodía cuando saludas con un “Buenos Días” y te responden con un “Buenas Tardes”.
  • El que hagas todo de la misma manera no te hace tener un estilo.
  • Espejito, Espejito ¿Quién es la más hermosa de todas? Y el espejo miró hacia otro lado, haciéndose el que no escuchó nada.
  • La triste suerte de la cebra. Todo el mundo quería caminar sobre ella.
  • ¿Y las hienas también se ríen por no llorar?
  • ¿Tú también eres de los que sienten tristeza al ver discos de vinilo colgados en las paredes?
  • El último que dijo saber por qué el pollo cruzó el camino murió en circunstancias misteriosas.

domingo, 19 de mayo de 2013

Nacionales y extranjeros



Actualmente, la globalización parece haber acercado al resto del mundo a nuestro país, trayendo gente de muchas partes del mundo hacia aquí, circunstancia de la que nadie parece notar demasiado por acá debido a que en el Perú tenemos una gran cantidad de razas conviviendo pacíficamente. Yo mismo tengo algo del cocktail de razas que ya se ha vuelto común por aquí.

Lo que pasa es que al parecer el clima y el ambiente que se respira aquí parecen tener un efecto igualador sobre las personas. Los extranjeros que se quedan un tiempo en nuestro medio adoptan tan rápida y completamente nuestras costumbres que parece magia a los extranjeros que nos vienen a visitar por primera vez. Este proceso es conocido por nosotros los peruanos y hasta tiene nombre: Se le llama “criollización”. El extranjero “acriollado” come cebiche, baila marinera y es hincha del Alianza Lima, y como tal es aceptado en nuestra sociedad, donde tiene hijos que olvidan las costumbres paternas y se convierten en peruanos con tantos derechos como los descendientes de los criollos afincados hace siglos en nuestra tierra.
Es por eso que aquellos anuncios de Benneton donde aparecen niños de distintas razas no tuvieron mayor impacto en nuestro medio. Fotos de ese tipo nos parecían más bien tomadas en cualquier escuela de clase media de Lima, nada especial que nos llame la atención.
Otra de las consecuencias de esto es que nosotros tenemos un concepto de extranjero muy limitado. Un extranjero aquí debe ser “gringo”, es decir debe tener la piel tan blanca como un papel, la que se debe tornar de un rojo camarón al primer contacto con el sol.

Y los peruanos nos creemos esto a pie juntillas, sin nadie que nos saque de esta opinión. Una vez conocí a un filipino al que acompañaba en su visita a nuestro país. Como buen peruano, lo llevé a una bodeguita para que conozca la Inka Kola, que en ese tiempo todavía era nuestro orgullo nacional. El filipino, que hablaba tagalo y un poco de inglés muy masticado, pidió al dueño de la tienda algo de beber. El bodeguero le respondió de mala manera, creyendo que se estaban burlando de él. Yo tuve que intervenir para explicar que el señor en realidad era filipino y que no sabía castellano. “Pero si el señor tiene cara de piurano” se quejó airado. La verdad, y viéndolo de cerca, el bodeguero no andaba lejos de la verdad, pues los filipinos tienen la misma tez oscura y los ojos achinados de los nacidos en Piura.

El caso contrario le sucedió a un amigo mío, descendiente de italianos, y con la cara aún no oscurecida por la peruanidad. En busca de un recuerdo para unos amigos a los que iría a visitar a Europa, fue a un conocido mercado de artesanías. Le fue imposible obtener el precio que sabía que costaban las artesanías, sin mencionar lo que pasó cuando insistió en pagar en soles por las compras que hizo. Los vendedores simplemente se negaban a creer que era peruano, a pesar de su acento completamente limeño. Al día siguiente regresó al mismo lugar con un amigo, este sí con aspecto completamente peruano, y obtuvo los precios que se aplican a los nacionales.

Es que a los peruanos aún nos falta aprender lo que es la globalización.

lunes, 13 de mayo de 2013

El regreso



No sé exactamente qué estaba haciendo por allí a esas horas, el caso es que me hallaba en una calle desconocida, pero a la vez con tantos elementos conocidos que me resultaba familiar, de modo que caminaba con cierta inseguridad, pero sin el temor que le provocan a uno las calles desconocidas. Fue entonces cuando la vi. Más exacto sería decir que fue ella la que me vio. Cuando me di cuenta ella ya había recorrido con su caminar apurado la distancia que nos separaba. La situación era extraña, pero al mismo tiempo tan natural, que me quedé inmóvil en la vereda, sin saber qué hacer. Ella se dio cuenta, por supuesto, y parecía gozar íntimamente con mi confusión.
-   ¡Hola! ¿Qué? ¿Ya no te acuerdas?

Su saludo, tan natural como si hubiera sido ayer la última vez que nos vimos, no hizo más que aumentar mi estupor. Solo pude responder con un “Hola” automático y sin fuerza.
-    ¡Vamos! ¡A veces las personas regresan!

Tuve que aceptar su argumento y el abrazo que me ofrecía, tratando de ocultar, sin saber por qué, lo mucho que la había extrañado, esfuerzo inútil, pues ella no había perdido la costumbre de leer todos mis pensamientos como si los tuviera escritos en el rostro. Fuimos caminando como en los viejos tiempos, con su cabeza recostada en mi hombro, recuperando mi andar la firmeza de antaño. En un momento dejé de lado todo lo que había pasado y me entregué a la naturalidad de su conversación casual.
-   Hace mucho que no estábamos así ¿Verdad?
-   Es cierto, te había afectado mucho cuando me fui, y estuviste triste un buen tiempo…
-   ¿Cómo lo sabes?
-   ¡Ah! Te voy a contar un secreto: De vez en cuando regresaba a verte, para ver cómo estabas, pero sin que tú me vieras… Sé que tardaste mucho para volver a sonreír…
-   Es que cuando tú me dejaste…

Una gran sonrisa apareció en su rostro, y yo me rendí ante ella. Ya casi había olvidado el efecto que me causaba su sonrisa, esa sensación de felicidad al ver su rostro. Caminábamos sin prisa, sin rumbo fijo, o al menos eso me parecía al comienzo, pues aunque íbamos juntos sentía que era ella quien guiaba. Pronto tuve la sensación de que íbamos hacia un lugar en especial, el cual no podía determinar. A decir verdad, tampoco le prestaba atención. Solo quería aprovechar este momento de estar juntos otra vez. Nuestra conversación giraba solo alrededor de nosotros, sin pesadumbres, sin remordimientos, sin pasado.
-  Yo nunca te dejé, siempre estuve cerca…
-   ¿Y por qué entonces no me dejaste verte?
-   Donde estoy ahora, tiene otras reglas… No podemos vernos como antes… Tú me entiendes ¿Verdad?
-   No. No entiendo, por qué no podemos volver a estar juntos…
-   Porque no podemos, nada más. Hoy me estoy escapando un rato para estar contigo, alégrate porque no siempre puedo…
-   Quédate conmigo otra vez… Volvamos de nuevo…
-   Sabes que no puedo – me dijo riendo – Eres un tonto…
En ese momento ambos recordamos la frase que ella siempre me decía, y la completamos al mismo tiempo.
-   ¡Pero al menos soy tu tonto!

Hacía mucho tiempo que no soltaba una carcajada así. Aunque no recordaba exactamente cuándo, sabía que la última vez había sido con ella. Y esa vez, como ahora, ella me había acompañado ruidosamente. En ese momento volví a ser el de ese tiempo, como si los meses desde su partida no hubiesen existido, y la felicidad se hubiera convertido en un instante eterno. Nada nos había pasado, éramos nuevamente los dos, nuevamente estábamos juntos y nos amábamos. Pero fue ella quien rompió el momento.
-    Ya está, hemos llegado ¡Y no me preguntes a dónde, porque tú no te has olvidado de este sitio!
Era cierto. Reconocí al instante el lugar. Era nuestro sitio. Un parque no muy grande donde yo la esperaba cada vez que me llamaba diciendo que se escapaba del trabajo, Allí nos sentábamos en la hierba y simplemente dejábamos pasar el tiempo juntos. De pronto comprendí que ella me había llevado hasta aquí para despedirse. Si tenía que irse, no la dejaría irse triste.
-   Gracias por venir a verme… Te extrañaba…

Ella puso su mano en mi pecho.
-   Yo sé lo que pasa aquí dentro. Estoy bien, no llores por mí. Estaré cerca si es que me necesitas alguna vez.
-  Quisiera que no te vayas…
-   Tú sabes cómo son estas cosas… No puedo… Pero, ¿Quién sabe? Tal vez un día de estos me aparezca por aquí… Adiós… Solo había venido para que no te olvides de hoy… Recuerdas ¿Verdad?

Miro el calendario en mi reloj y vuelvo a ver el parque. Todo parece igual. Allí está el árbol, las bancas, las flores en el centro del césped y las que bordean las veredas. El tiempo no ha pasado. Solo la fecha me recuerda que hoy, hace un año, ella murió.

martes, 7 de mayo de 2013

La copa



Dentro de mi investigación sobre la vida de Ibn Abu Navid, el maestro sufí injustamente llamado El Apócrifo, he encontrado en los últimos tiempos información para seguir narrando sus historias. A través de relatos de la época que lo mencionan, no siempre con su verdadero nombre, he podido establecer que en el segundo de sus viajes pasó por Ceuta y que tal vez llegó incluso a Europa a través de Gibraltar, de donde obtuvo algunas de sus ideas y de las que se cuentan varias historias. Esta es una de ellas, que suena bastante europea, por lo que muchos de los estudiosos la consideran falsa o atribuida falsamente al maestro. Sin embargo, la incluyo aquí, porque me parece bastante consecuente con su carácter y el resto de las historias narradas anteriormente:

En una ocasión, el maestro Abu Navid se hallaba en Argel, enseñando en su particular estilo, que era el conversar con la gente y hacer preguntas hasta llegar a una verdad. El Bey Motassim, al ver el alboroto que causaba en la ciudad, se informó a través de sus consejeros sobre quién era. Los consejeros, envidiosos de su sabiduría, informaron al Bey que era un simple farsante que engañaba al pueblo. Incrédulo aún, el Bey lo mandó llamar a su palacio, aconsejado para probar la sabiduría de Navid con la pregunta imposible.
Al llegar, El Bey lo recibió con estas palabras: “He sabido, Abu Navid, que estás en mi ciudad incitando a la rebeldía de los jóvenes, a la desobediencia de las mujeres y a la desconfianza de los mayores. Eso es algo que no puedo permitir. Sin embargo, en vez de mandarte arrojar desde lo alto de la torre de guardia, he decidido darte una oportunidad de probar tu sabiduría. En esta ciudad probamos a aquellos que se dicen sabios con una sola pregunta. Hasta ahora nadie ha podido responder a esta pregunta y por eso se le conoce como la pregunta imposible. Responde a esta pregunta verazmente y podrás continuar tu camino o quedarte en mi ciudad, si es tu deseo. Si tu respuesta no es correcta, te nombraré como farsante y te arrojaré al calabozo del palacio o de la torre, tal como lo he dicho antes. Esa es mi decisión.”
“Si ese es tu deseo, no puedo más que someterme a tu prueba, mi señor” fue la respuesta de Abu Navid.

El consejero principal mandó traer una copa y la llenó de vino hasta la mitad. “Deberás decirme, apócrifo maestro, si esta copa está medio llena o medio vacía”.
Abu Navid se acercó humildemente a la copa. La levantó para verla al sol, la inclinó, la giró y observó atentamente la forma de la copa y sus adornos, para finalmente, después de un largo silencio, tomó un gran trago del vino hasta terminar su contenido. Después de dejar la copa en su sitio, declaró: “En verdad, esta copa está vacía”.

El Bey, que al igual que toda la corte, había observado toda la escena con suma atención, no pudo más que echar a reír con la respuesta. “En verdad eres sabio, Abu Navid, aunque tu sabiduría no es la que se acostumbra en nuestro país. Has respondido la pregunta imposible, y aunque mi deseo es que te quedes en mi palacio compartiendo tus enseñanzas, puedes seguir el camino que te plazca, ya que así fue decretado”.

Fue así que, a pesar de las protestas de los consejeros del Bey, Abu Navid salió del palacio y siguió predicando en la ciudad un par de días más, antes de continuar su viaje, advertido de posibles represalias por parte de los envidiosos consejeros del Bey.

miércoles, 1 de mayo de 2013

La carta




Hoy he decidido escribir una carta. No un correo electrónico, que eso sería muy fácil, sino una carta. Y he decidido hacerlo por un simple afán de ir a contracorriente, por un deseo expreso de sentirme como se sentían aquellos que escribían cartas en los años en que no existían estas facilidades tecnológicas que han hecho las cosas más fáciles, y que por lo mismo han hecho que este tipo de cosas carezcan hoy de significado.

Es hoy muy fácil sentarse al teclado y escribir, en caso necesario cortar y pegar un formato hecho por algún desconocido al que le fue encargada la labor cuando se creó este procesador de texto, o que tuvo la idea de insertar las frases más comunes de las cartas y la publicó en una página web. Escribir una carta, en cambio, exige un esfuerzo físico y mental. El solo hecho de tomar una hoja de papel en blanco debe implicar una intención especial, lejos de la distracción que suponen las múltiples ventanas de un monitor. Sin embargo, las recompensas no tardan en hacerse notar. El simple sonido del lápiz sobre el papel ya es maravilloso para alguien que no los escucha hace ya tiempo. Los dedos tienen que acostumbrarse nuevamente a formar las palabras sobre la hoja. Tal vez al principio se echará de menos la perfección automatizada de la computadora y aparecerán detalles olvidados y que ahora hay que cuidar. Los reglones deben quedan rectos, sin desviarse hacia arriba o hacia abajo; la caligrafía es esencial, ya que debe ser legible y a la vez agradable a la vista. No debe olvidarse que esta debe incitar a continuar con la lectura a la vez que servir para la transmisión del mensaje. Los tipos de letra Calibrí, Arial o Times New Roman pierden aquí su sentido de igualdad e uniformidad por el simple trazo humano. He aquí cuando la carta deja de ser igual a tantas otras y adquiere el sentido personal que me ha hecho emprender esta tarea.
En cuanto a la redacción, no valen ya aquí las trampas a las que estamos acostumbrados. No hay con qué cortar y pegar de otras fuentes. Las metáforas, frases y fórmulas se vuelven borrosas y difíciles de duplicar. Hay que usar la imaginación, lo que me da la ventaja y la dificultad a la vez de parafrasear, de expresar con mis propias palabras lo que he escuchado antes.

Escribir una carta exige también pensar lo que se va a escribir antes de hacerlo. No se debe empezar una frase antes de saber cómo terminarla ya que lo que se escribe no se puede borrar una vez hecho. Unos cuantos borrones y habrá que empezar todo de nuevo. Yo lo he hecho y he tenido que rehacer todos mis pensamientos. Y aquí ocurre otro hecho maravilloso. Aunque intento rehacer lo escrito la primera vez tal como estaba antes, soy incapaz de hacerlo. Nuevas ideas, otras formas de expresar mis ideas parecen mientras escribo, haciendo que la carta cambie su sentido. Me doy cuenta también del efecto estético de un pequeño borrón, de una mancha de tinta, de la forma de una palabra, placer desconocido para aquellos acostumbrados a la frialdad de la máquina, que es como la imagen de un fuego que alumbra pero no calienta.

Al escribir, siento que por fin estoy escribiendo algo en lo que dejo mi verdadero ser, sin el filtro de la tecnología que nos quiere igualar. Recuerdo la emoción cuando una vez hace tiempo, rebuscando libros viejos en una biblioteca encontré una carta entre las páginas de un libro vetusto. Recuerdo de ese entonces la caligrafía decimonónica escrita con una pluma de tinta marrón, el tacto de ese delgado papel antiguo y las frases escritas en él, imaginando que tal vez cuando estaba nueva tenía aún el olor de un perfume o la huella de una lágrima caída sobre el papel al escribir. Quisiera que esta carta despertara ese tipo de emociones. Es por eso que me decidí a escribir en vez de tipear, palabra que suena a automatismo despersonalizante.

 Por último, la firma. Esto es algo que estamos más acostumbrados a hacer, pero que aquí pierde todas sus connotaciones comerciales (que es para lo único que actualmente parecemos usarla) y se vuelve nuevamente algo personal, como si al dejar nuestro nombre dejáramos también algo de nosotros. Esta carta se convierte entonces en algo que ha sido parte de nosotros y que ahora damos a alguien más.

La última oportunidad de pensar en lo que estoy haciendo se presenta al cerrar el sobre. Es entonces cuando debo detenerme a pensar en si realmente quiero que algo como esto te sea confiado, en si lo vas a leer con curiosidad, con extrañeza al saber que empleo este método ya en desuso para hacerte saber mis pensamientos, en si considerarás el detalle de lo que significa, de que con seguridad esta carta no llegará ahogada entre correos de cadenas, emails sobre el trabajo o spam, que será algo personal, solamente para ti, sin copias públicas u ocultas.

Sabiendo todo esto ¿Leerás al fin mi carta?
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