miércoles, 23 de febrero de 2022

Pequeño dato irrelevante



Lima tiene muchas iglesias tricentenarias, llenas de ese arte religioso barroco recargado, churrigueresco. En ellas podemos encontrar hermosos tallados en madera bañados en pan de oro. El guía, si es que tenemos uno, nos dirá que muchos de ellos están tallados también en la parte interior de la madera. Este detalle se debe a un conocido ebanista tallador del tiempo del virreinato. Cuando el obispo lo vio trabajando en la talla del lado de la tabla que nadie vería, se lo hizo notar, advirtiéndole de lo inútil de ese trabajo. No es inútil, respondió el tallador. Dios puede verlo, y yo lo hago para él.

domingo, 13 de febrero de 2022

Escoge tu tiempo



Estamos haciendo otra prueba de nuestra máquina del tiempo. Preguntamos a nuestro voluntario a dónde quisiera ir. Quería ir al tiempo de Jesús. No hay problema, le dijimos. Así, se convirtió en un pobre curtidor de cerdos cerca a Galilea. Regresó desencantado de la vida dura y el trabajo extenuante. Nos pidió otra oportunidad, quería ver la gloria del imperio romano. Llegó convertido en el esclavo de un panadero en Sicilia. Cuando volvió, se quejó de lo mal que lo había pasado, trabajando largas horas en el calor del horno. Nos pidió aún otro destino, el París del siglo XIX. Complacimos su deseo y se vio como un mendigo en la puerta de la Catedral de Notre Dame. Cuando regresó, furioso declaró que ya no quería tomar parte del experimento. Es que ser pobre es malo en cualquier época, y la gente no quiere vivir en otro tiempo, quiere vivir con comodidad en cualquier época.

jueves, 3 de febrero de 2022

El hombre que no era santo



Esta historia la conozco desde hace tanto tiempo que ya no sé si me la contaron o la inventé yo. Probablemente alguien me contó algo muy diferente, y yo la fui cambiando cada vez que la contaba hasta convertirla en lo que es hoy. No importa, porque no hay castigo para quien, como yo, incorpora algo de sí mismo en una historia ajena. 

Cuentan que una vez, la gente del pueblo estaba asustada por un eclipse de sol que había traído fuertes vientos que ya habían arrancado varios techos y roto muchas ventanas. La gente vivía en un estado de temor que el cura del pueblo no podía aplacar, pidiendo que la gente abandone sus casas para ir a la iglesia. Fue entonces cuando llegó ese hombre. Todos abrieron una rendija de la ventana para verlo entrar al pueblo por la solitaria calle principal, que el viento había llenado de polvo y hojas secas. Tuvo que tocar la puerta de la posada varias veces hasta que el atemorizado dueño lo atendió. El forastero saludó con una sonrisa que hizo que el posadero olvidó hacerle firmar el registro. Se dice que al aceptar un cuarto en la posada, el recién llegado dio su nombre, un nombre tan común que era olvidado tan pronto era oído. Con el tiempo la gente le dio el nombre de Diosdado o Benigno, aunque no nos consta que este fuera su nombre verdadero, o siquiera que se refirieran a él de esta manera mientras estuvo en el pueblo. 

La novedad de su visita hizo salir a la calle a los vecinos, que descubrieron entonces que los vientos habían cesado, sin saber si atribuir este hecho a la presencia del forastero. El recién llegado decía que había venido para ciertos negocios que nadie entendió bien, y que nadie pudo verificar después, ya que nadie lo vió hacer otra cosa que pasear por los alrededores. Quien lo encontraba por la calle o por los campos, era saludado con una sonrisa y buenos deseos. Pronto todos notaron que algo de santidad había en aquel hombre, aunque nadie podía definir exactamente qué era. No predicaba el bien, pero quien lo escuchaba, no sentía deseos de hacer el mal; no curaba enfermos, pero quien estrechaba su mano, sentía el bienestar que contagiaba su cuerpo. A pesar de que nadie pudo decir que había realizado un milagro, se hizo común decir que propiciaba prodigios. Se dice que apenas llegado, al pasar por la calle, un gato caminaba y parecía que se atravesaría en su camino, como suelen hacer los gatos, pero se detuvo y lo saludó con un sonoro miau. El desconocido se detuvo y lo saludó a su vez, antes de seguir cada uno su camino. Más tarde se discutió mucho si esto podía ser considerado un milagro, pero solo fue el primero de varios hechos insólitos. Un joven, tras hablar con él , reunió el valor para declararle su amor a una bella señorita, y fue aceptado. El dueño de la maderería del pueblo, hombre malhumorado y taciturno, fue visitado en su tienda por el extranjero, y esa misma noche invitó a todos a su casa en una fiesta improvisada, en donde se le vio por única vez, cantar alegres canciones en un viejo acordeón. En el pequeño restaurante donde almorzaba y tomaba café en la tarde, se corrió la voz de que la sazón había mejorado notablemente. Quienes conversaban con él, o siquiera recibían sus alegres saludos, parecían animarse y alegrarse. Cuando se dieron cuenta, todo el mundo estaba celebrando, aunque nadie supiera el motivo o la excusa. 

La euforia inexplicable duró todavía algunos días, en los que a aquellos que habían tenido contacto con el extraño, sentían que el trabajo no era tan duro, que los alimentos eran más sabrosos, y que la familia era un maravilloso lugar donde vivir. Alguien fue a la posada para agradecerle el haberse reconciliado con su mujer, pero el posadero le informó que el visitante había partido por la mañana, diciendo que sus negocios habían culminado con buen éxito. Cuando se corrió la noticia, todos se sintieron apesadumbrados por no hacerle una despedida digna, aunque la felicidad circundante duró un tiempo más, cada vez con menos fuerza, hasta que la primera lluvia de la estación lavó el sentimiento de bienestar que había dejado en el pueblo. 

Nadie supo decir qué había pasado con el extraño visitante. Ninguno de los que viajaron a los pueblos vecinos, ni los que llegaron después, pudo dar información, ni tuvo noticias de que el hombre hubiera pasado por allí. Solo uno de ellos, un vendedor que llegó poco después de la partida del extraño, dijo, aunque nadie le creyó, que lo vió caminar por el sendero y encontró a una mujer que salía de su casa como cualquier día, y sin embargo, parecía esperarlo. Al encontrarse, el le saludó como solía hacer siempre, y ella le respondió con la misma sonrisa. Ambos se vieron el uno al otro, y descubrieron que compartían la misma felicidad que había invadido al pueblo. Asombrado, el vendedor vio a la mujer entrar a su casa y salir con una maleta apurada y acompañar al extraño por el sendero. 

Hasta el tiempo en que yo llegué al pueblo, y ya hacía mucho desde que ocurrió esa historia, la gente esperaba el regreso nunca prometido del extraño viajero, y se recibe al visitante con alegría y un vaso de chicha. Tal vez entonces, él o alguien de su descendencia reciba algo de eso que no fue un milagro, en agradecimiento a alguien que tampoco era santo.
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