domingo, 10 de febrero de 2013

El misterio inglés


Dentro de las habilidades que tengo, es decir de esas habilidades que me permiten progresar en mi trabajo, no las habilidades tontas que comentaba en un post anterior, está la de saber inglés y un poco de alemán.  Al menos puedo hablar el suficiente inglés como para poder expresarme sin hacer el ridículo ante los extranjeros con los que tengo contacto de vez en cuando. El alemán lo tengo bastante olvidado y apenas puedo mantener una conversación básica con alguien bastante comprensivo. Pero este no es realmente el problema. El problema es cuando las demás personas al verme hablando o haciendo una traducción de un documento me preguntan dónde es que aprendí inglés.

El caso es que nunca puedo dar una respuesta convincente a esta pregunta aparentemente tan simple. Y como tengo la manía de convertir las explicaciones en una historia, aquí va la historia para esta explicación:
Desde los tiempos en que era apenas un tontito de menos de un metro de altura, tuve la predisposición a imitar, cualidad que conservo hasta el día de hoy como una característica de la que me tengo que cuidar, como explicaré más adelante. El caso es que tenía facilidad para la imitación, y eso me ayudó cuando me dieron las primeras clases de inglés en el jardín de niños. Las maestras se sorprendían de lo rápido que aprendía y de lo bueno de mi pronunciación. Pero en mi país el idioma inglés no se puede aprender bien en una escuela pública, en donde es un curso más que se pasa sin que la gente realmente aprenda. Que levante la mano el que ha aprendido en la escuela un inglés que permita pasar del “this is a pencil” o el “good morning, teacher”.

Lo que me salvó de la ignorancia completa del idioma inglés fue el descubrimiento de la música, y más específicamente, de los Beatles. Este descubrimiento  considero hasta hoy que fue uno de los más importantes de mi vida, pues me condujo a la afición por la buena música, y al interés por conocer qué es lo que decían las letras de las canciones. Así sin darme cuenta, empecé a leer los títulos de las canciones, que normalmente tenían las traducciones entre paréntesis. Esas fueron en realidad mis primeras lecciones de inglés. 
Conforme pasó el tiempo, y el tiempo en la escuela parece eterno, pude pasar, con mucha suerte a un colegio alemán. Allí realmente los profesores se preocupaban por que uno aprenda otro idioma, así que pude alcanzar en mis mejores épocas un dominio del alemán más que mediano. Y allí también seguí cursos de inglés a los que en realidad no puse demasiado empeño, gracias a una convicción insensata de que lo aprendería tarde o temprano, y gracias también a una compañera de carpeta que se esmeraba en que no perdiera el tiempo atendiendo al profesor en vez de disfrutar de su conversación interminable.
Mi gusto por la música me llevó a otros grupos y también a leer los cancioneros que contenían las letras de las canciones de moda y las canciones de los Beatles también. Mi conocimiento del inglés entonces se basaba en reciclar frases en inglés sacadas de los títulos de esas canciones, y e menor medida, de las letras que encontraba traducidas. Como dije, tengo esa predisposición genética a la imitación. Allí empezó la leyenda de que yo había estudiado inglés en un instituto británico, (gracias a lo británico de mi pronunciación) y que realmente podía mantener una conversación fluida. La gente simplemente se negaba a creer que mis maestros en realidad eran John Lennon y Paul McCartney.
Ya en la universidad, completé un vocabulario básico gracias a los innumerables libros en inglés que tuve que leer para progresar en los estudios. Adquirí cierta reputación en la traducción de textos técnicos en ese tiempo. La leyenda de mi dominio del idioma inglés creció, merced a las demostraciones de lectura de textos que hacía, y que sonaban absolutamente creíbles a los oídos de las personas que solamente hablaban castellano.

En el primer trabajo que tuve al salir de la universidad vino la prueba de fuego. Un vendedor de algunos equipos que se instalaban en la planta donde yo estaba trabajando perdió de vista al mexicano que le servía de traductor justo cuando alguien le hacía unas difíciles consultas, y todo el grupo de técnicos empezó a llamar a alguien que supiera inglés. Con más atrevimiento que convicción, creyéndome mi propia leyenda, hice el intento. Grande fue mi sorpresa cuando pude sortear la dificultad sin demasiados problemas, haciendo mi primer trabajo de intérprete. Por supuesto, nadie me felicitó, ya que todo el mundo “sabía” que yo hablaba inglés.

Desde entonces he podido comunicarme con buena fluidez con muchos extranjeros, he hecho varios trabajos de interpretación y traducción, y la leyenda ha crecido también. La gente cree que yo soy un verdadero políglota que habla varios idiomas. El único problema es cuando me preguntan en dónde aprendí, me preguntan por la calidad de tal o cual instituto de inglés y hasta me han ofrecido dar clases. Nadie es capaz de creerme cuando les digo que jamás he pisado una clase de inglés y que puedo hablar gracias a muchas canciones de los Beatles, varios libros, una rara predisposición genética y un temerario atrevimiento.

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