Dentro de las habilidades que tengo, es decir
de esas habilidades que me permiten progresar en mi trabajo, no las habilidades
tontas que comentaba en un post anterior, está la de saber inglés y un poco de
alemán. Al menos puedo hablar el
suficiente inglés como para poder expresarme sin hacer el ridículo ante los
extranjeros con los que tengo contacto de vez en cuando. El alemán lo tengo
bastante olvidado y apenas puedo mantener una conversación básica con alguien
bastante comprensivo. Pero este no es realmente el problema. El problema es
cuando las demás personas al verme hablando o haciendo una traducción de un
documento me preguntan dónde es que aprendí inglés.
El caso es que nunca puedo dar una respuesta
convincente a esta pregunta aparentemente tan simple. Y como tengo la manía de
convertir las explicaciones en una historia, aquí va la historia para esta
explicación:
Desde los tiempos en que era apenas un tontito
de menos de un metro de altura, tuve la predisposición a imitar, cualidad que
conservo hasta el día de hoy como una característica de la que me tengo que
cuidar, como explicaré más adelante. El caso es que tenía facilidad para la
imitación, y eso me ayudó cuando me dieron las primeras clases de inglés en el
jardín de niños. Las maestras se sorprendían de lo rápido que aprendía y de lo
bueno de mi pronunciación. Pero en mi país el idioma inglés no se puede
aprender bien en una escuela pública, en donde es un curso más que se pasa sin
que la gente realmente aprenda. Que levante la mano el que ha aprendido en la
escuela un inglés que permita pasar del “this is a pencil” o el “good morning,
teacher”.
Lo que me salvó de la ignorancia completa del
idioma inglés fue el descubrimiento de la música, y más específicamente, de los
Beatles. Este descubrimiento considero
hasta hoy que fue uno de los más importantes de mi vida, pues me condujo a la
afición por la buena música, y al interés por conocer qué es lo que decían las
letras de las canciones. Así sin darme cuenta, empecé a leer los títulos de las
canciones, que normalmente tenían las traducciones entre paréntesis. Esas
fueron en realidad mis primeras lecciones de inglés.
Conforme pasó el tiempo, y el tiempo en la
escuela parece eterno, pude pasar, con mucha suerte a un colegio alemán. Allí
realmente los profesores se preocupaban por que uno aprenda otro idioma, así
que pude alcanzar en mis mejores épocas un dominio del alemán más que mediano.
Y allí también seguí cursos de inglés a los que en realidad no puse demasiado
empeño, gracias a una convicción insensata de que lo aprendería tarde o
temprano, y gracias también a una compañera de carpeta que se esmeraba en que
no perdiera el tiempo atendiendo al profesor en vez de disfrutar de su
conversación interminable.
Mi gusto por la música me llevó a otros grupos
y también a leer los cancioneros que contenían las letras de las canciones de
moda y las canciones de los Beatles también. Mi conocimiento del inglés
entonces se basaba en reciclar frases en inglés sacadas de los títulos de esas
canciones, y e menor medida, de las letras que encontraba traducidas. Como
dije, tengo esa predisposición genética a la imitación. Allí empezó la leyenda
de que yo había estudiado inglés en un instituto británico, (gracias a lo
británico de mi pronunciación) y que realmente podía mantener una conversación
fluida. La gente simplemente se negaba a creer que mis maestros en realidad
eran John Lennon y Paul McCartney.
Ya en la universidad, completé un vocabulario
básico gracias a los innumerables libros en inglés que tuve que leer para
progresar en los estudios. Adquirí cierta reputación en la traducción de textos
técnicos en ese tiempo. La leyenda de mi dominio del idioma inglés creció,
merced a las demostraciones de lectura de textos que hacía, y que sonaban
absolutamente creíbles a los oídos de las personas que solamente hablaban
castellano.
En el primer trabajo que tuve al salir de la
universidad vino la prueba de fuego. Un vendedor de algunos equipos que se
instalaban en la planta donde yo estaba trabajando perdió de vista al mexicano
que le servía de traductor justo cuando alguien le hacía unas difíciles
consultas, y todo el grupo de técnicos empezó a llamar a alguien que supiera
inglés. Con más atrevimiento que convicción, creyéndome mi propia leyenda, hice
el intento. Grande fue mi sorpresa cuando pude sortear la dificultad sin
demasiados problemas, haciendo mi primer trabajo de intérprete. Por supuesto,
nadie me felicitó, ya que todo el mundo “sabía” que yo hablaba inglés.
Desde entonces he podido comunicarme con buena
fluidez con muchos extranjeros, he hecho varios trabajos de interpretación y
traducción, y la leyenda ha crecido también. La gente cree que yo soy un
verdadero políglota que habla varios idiomas. El único problema es cuando me
preguntan en dónde aprendí, me preguntan por la calidad de tal o cual instituto
de inglés y hasta me han ofrecido dar clases. Nadie es capaz de creerme cuando
les digo que jamás he pisado una clase de inglés y que puedo hablar gracias a
muchas canciones de los Beatles, varios libros, una rara predisposición
genética y un temerario atrevimiento.
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