lunes, 22 de noviembre de 2021

El Principito de Arquímedes



Después de tomarme unas pequeñas vacaciones de las redes sociales, encontré al regresar que nada ha cambiado. Sigue habiendo mucha gente vigilando al prójimo, atenta a cualquier traspiés o despropósito para criticar y establecer así una superioridad moral que sirva de panacea a su frágil autoestima. Sigue la multitud de gente que quiere enseñar a los demás cómo comportarse, de qué indignarse y qué pensar.
Pero siempre hay algo que miro, sino como novedad, al menos con ojos nuevos. Por casualidad aparecieron en mi feed varias menciones al Principito, y me di con la sorpresa de que en algún momento, sin que nadie me avisara, este cuento que me dio las primeras clases de filosofía de mi vida, se ha convertido hoy en un libro de autoayuda, al nivel de Will Smith, al que también han convertido sin razón en un gurú de la auto iluminación. 
Una ligera revisión en internet me llevó a preguntarme cómo es que un libro famoso puede ser tan corto y aún así haber tanta gente que lo cita sin haberlo leído. Citas erróneas, falsas o sacadas de contexto pueblan las redes sociales sin nadie que se queje. Principito, cuantas estupideces se cometen en tu nombre, supongo que diría el autor si estuviera vivo. 
Eso no fue todo. Encontré además análisis que llevaban al pobre Principito a donde el autor quería justamente que no fuera. Artículos tales como "Frases del Principito que cambiarán tu vida", o "Las 20 lecciones de Marketing del Principito", me pusieron en estado de sublevación, preguntándome si yo, desde mi humilde atalaya, podría hacer algo para cambiar las cosas.
Por eso yo también voy a sumarme a la legión de citas apócrifas del Principito, pero desde el punto vista de mi particular lógica, a medio camino entre la practicidad de la ingeniería y el surrealismo de mi tontería. Digamos entonces que estos son los postulados del Principito de Arquímedes, de acuerdo a lo que su autor Antoine de Saint-Canterbury, pudo haber pensado, o tal vez no, o quién sabe si le dio vergüenza de publicar en su libro, pero que debieron estar allí, porque… No sé cómo, pero deberían estar: 
Postulado 1. Toda frase inventada y atribuida al Principito experimenta un empuje hacia arriba en sus likes, igual en magnitud a la intensidad de su cursilería. 
Postulado 2. Si te has dado un avionazo en pleno desierto, y se te acerca un niño de aspecto extraño, no lo confundas con un inmigrante ilegal en camino a la frontera. Solo escucha lo que tiene que decirte, puedes sacar todo un libro de allí. 
Postulado 3. Si ves un dibujo que parece un sombrero, antes de responder fíjate primero si alguien te va a criticar por no ver una serpiente. 
Postulado 4. Si me dices que vas a venir a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Y seguiré siendo feliz a las cuatro, y luego a las cinco, y a las seis, y así hasta que al final llegues dándome una disculpa tonta por llegar tan tarde. 
Postulado 5. En esos días en que la melancolía se sujeta a mi alma con la firmeza de una tuerca en el motor de la avioneta de mi vida, es bueno tener un pequeño asteroide a donde ir para ver la puesta de sol, y volver a verla moviendo un poco la silla, nunca más de 48 veces en un día. 
Postulado 6. Si yo paso por tu lado y te saludo, y tú sigues tu camino sin siquiera mirarme, debe ser porque soy esencial, y por lo tanto, invisible a tus ojos.
Postulado 7. Hace mucho, mucho tiempo, a uno de los antepasados del Principito también le dio por  visitar la Tierra, pero cometió el error de venir con todo y su asteroide. Así extinguió a los dinosaurios.
Corolario: Si entendiste todos estos postulados, es porque eres tan tonto como ese niño que llegó desde su asteroide B612, y si no, los entenderás algún día, cuando seas niño.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Filosofía Tetris y filosofía Buscaminas



Cuando se tiene mucho tiempo libre es cuando se empiezan a pensar tonterías con un ánimo completamente serio. A mí me ha pasado que me sorprendo pensando cosas dignas de los mejores memes, cosas que, por ejemplo, empiezan con la frase “La vida es como...”. ¿Quieren una demostración? Aquí va una: 

La vida es como el juego del Tetris, en donde tratas de arreglarte con las cosas que te van cayendo, tratas de ordenar las cosas de la mejor manera, borras lo que ya tienes completo para no preocuparte por ello, y cuando crees que ya le agarraste el truco, te empiezan a caer cosas que no esperabas y que te desordenan todo, cada vez más rápido, hasta que caes en la cuenta de que nunca podrás ganar, y que tu única misión es durar el mayor tiempo posible sin dejar todo hecho un desastre. Podría iniciar toda una escuela filosófica con solo esta analogía.

Por otra parte, y sabiendo que ya he jugado a este juego desde que me inicié en el mundillo de las computadoras, creo que la práctica me ha dejado algunas lecciones en la vida. Específicamente, aquella vez en que en mi trabajo recibimos una maquinaria desarmada en cajas de distintas formas y tamaños, y tuvimos que acomodarlas en el almacén, en lo que hasta ahora ha sido la experiencia más cercana a un Tetris de la vida real. Algún episodio semejante, estoy seguro, le dio a su creador la idea de este juego.

Otra de las lecciones que me dejó este juego fue cuando en los tiempos de los diskettes y los 10 Mb de disco duro, este juego fue el primero en incluir un "botón de pánico", que ponía el juego en pausa y hacía aparecer en la pantalla la imagen de una hoja de cálculo. A mí y a muchos amigos este botón nos salvó de situaciones embarazosas ante la visita de un superior o padre que nos creía estudiando en la computadora. Desde esa época se ha transformado en una norma de vida tener siempre un plan de respaldo ante posibles desastres.

Al cabo del tiempo, en el que este juego ha pasado también por mi tablet y por mi celular, puedo plantarme frente a la vida y decirle confiado, como lo he hecho siempre que comienzo un nuevo juego de Tetris: "no importa lo que me mandes, estoy preparado".

Ya metido en el tema de hacer analogías sobre juegos antiguos de video, se me ocurrió que puedo crear el término “síndrome del buscaminas”, para una actitud que he visto innumerables veces en mi vida profesional. Para entender lo que quiero decir hay que recordar un poco lo que pasaba con el juego del Buscaminas. Cuando este juego venía por defecto junto a Windows, todo el mundo intentaba jugarlo en algún momento de procrastinación. No era difícil empezar a hacer click con el ratón en uno de los pequeños cuadraditos, y luego en otro y otro, hasta que después de unos pocos clicks la pantallita se llenaba de estrellitas y números y no se podía avanzar más. El tema es que, aunque con frecuencia se podía ver a alguien perdiendo el tiempo en este juego, nadie parecía saber de qué se trataba. Yo fui uno de los pocos que presionó el botón de ayuda para aprender las reglas y jugar apropiadamente. En poco tiempo ya podía ver de vez en cuando la carita feliz que aparecía cuando se completaba el juego y anotaba mi nombre en la lista de récords. Así que, curioso, empecé a preguntar a los demás si habían podido terminarlo también. Nadie había llegado a ese punto, todos se limitaban a presionar cuadraditos al azar hasta que apareciera el mensaje de fin del juego. Sin embargo, nadie admitía que no sabía cómo jugar. Yo insistía, y preguntaba qué significaban los numeritos que aparecían de vez en cuando, sin obtener nunca una respuesta correcta. A pesar de que nadie podía explicarme cómo se jugaba, todos insistían en que sí sabían. 

Fue allí cuando me empecé a preguntar si esta misma actitud la tenían sobre sus conocimientos profesionales. Para mi sorpresa, me di cuenta que sí. No importa el área de conocimiento, muchos profesionales se niegan a admitir que no lo conocen, y en el mejor de los casos, solamente han repasado un resumen sobre el tema en internet y se consideran así mismos como conocedores. Hasta el día en que alguien les pida poner en práctica esos conocimientos, entonces estas personas harán el equivalente a presionar cuadraditos al azar en el Buscaminas, con el lógico resultado de que les reventará todo y perderán el juego. ¿Se comprende ahora mi teoría del “síndrome del Buscaminas”?

Esta teoría incluso puede servir para explicar el desempeño de buena parte de nuestra clase política, que jura tener la respuesta para todos los problemas, cuando en realidad no tienen la menor idea de lo que están haciendo y se limitan a hacer clicks al azar, hasta que nos revienta todo y el smiley que representa al sufrido pueblo trabajador se torna en un rostro de muerte. Y así nos va.

martes, 2 de noviembre de 2021

Las huacas

Huaca Huallamarca, una de las mejor conservadas de Lima.

La ciudad de Lima está asentada sobre el valle del río Rimac, uno de los más grandes de la costa peruana. Por esta razón ha sido, desde tiempos inmemoriales, un punto de comercio de la región, y como tal, antes de la llegada de los europeos, fue gobernada por una teocracia que supervivió a los dominios de los Waris, los Chimús y los Incas, y que llegó a ser reconocida por los conquistadores españoles. Como prueba del poder de esta casta política y religiosa, quedaron las tumbas de sus gobernantes, a las que llamamos hoy con el nombre de “huacas”. 
Nada de esto sabía yo en los años de mi niñez, cuando nos mudamos a una casa nueva que en ese tiempo estaba en los suburbios de la ciudad. En ese entonces todavía esta nueva urbanización estaba rodeada de tierras que mostraban los surcos de lo que fueron cultivos de frutas, y no era raro encontrar plantas de fresas o árboles de moras sobrevivientes. Y estaban también las huacas. Estos fueron algún día edificios de barro en forma de pirámide escalonada, pero que el tiempo había convertido en pequeños cerros de tierra a los que la gente temía acercarse. Los historiadores modernos dicen que en lo que hoy es la ciudad de Lima, había no menos de doscientas huacas, cifra que me parece corta hoy, ya que recuerdo que había al menos cinco o seis al alcance de las bicicletas de los niños de mi barrio, a donde íbamos para subir y bajar como estrellas de motocross, a pesar de la prohibición paterna. 

Fue en la escuela en donde tomé conocimiento de las razones de tal prohibición, pero no por los profesores, sino por otros niños cuyas familias habían vivido hace mucho más tiempo que nosotros en la zona. Ellos me contaron que en esas huacas moraban aún los espíritus de aquellos que fueron enterrados allí, y de lo peligroso que era perturbar su sueño. 
La última vez que subí en mi pequeña bicicleta a la huaca que estaba más próxima a mi casa, comprendí los agujeros que se podía encontrar con frecuencia en la tierra apisonada. Cada huaca significaba también un tesoro escondido que había sido enterrado junto al cadáver momificado de un gran personaje y cada agujero era un intento por encontrarlo. Aunque la creencia común era que el tesoro ya habría sido extraído en algún momento de los cuatro siglos anteriores, todavía podía encontrarse cerámicas o tejidos dentro de la huaca, si se tomaban las precauciones necesarias, que conocían quienes se dedicaban a la profesión de profanar estas tumbas, y a quienes se llamaba “huaqueros”. 

La zona donde se construyó después mi casa era campos de cultivo pertenecientes por un lado a la orden de los jesuitas, y por otro a uno de los más grandes terratenientes de Lima, antes de ser absorbidos por la ciudad. Otra cosa que aprendí mucho después es que el lugar en donde se construyó mi casa no estaba lejos del antiguo camino inca, lo que tal vez explique la existencia de varias huacas en las cercanías. Ninguno de estos anteriores dueños se había atrevido a tocar estos edificios, conscientes de que eran lugares sagrados, y en donde se realizaban en plena dominación española y República peruana, rituales de providencia y fecundidad. 

Sólo en el siglo XX se declaró el “huaqueo” como una actividad ilegal, lo que la había convertido en una ocupación nocturna, aunque todavía rentable. Los textiles y vasijas de arcilla (llamados también “huacos”) eran fácilmente vendidos, y los cráneos eran muy codiciados para actividades de espiritismo y brujería, pues se trataba de personas que habían sido poderosas en vida. Recuerdo haber visto en venta en ferias artesanales fragmentos de estos textiles a la venta, prueba de que los huaqueros existen hasta el día de hoy. 

Pero ser huaquero no es labor para cualquiera, pues como mencioné antes, las huacas están protegidas por espíritus guardianes. Antes de entrar a una huaca, el huaquero debe tomar generosas dosis de aguardiente, para que el espíritu del alcohol impida a los fantasmales guardianes tomar posesión del cuerpo del huaquero, y al llegar, se debe realizar un rito para aplacar al guardián espectral, ofreciendo alimentos nativos como habas o maíz. Entonces se verá la sombra del fantasma ingiriendo los alimentos, y ese será el momento para que el huaquero empiece a cavar para desenterrar los objetos. La tarea debe hacerse con rapidez y en silencio, para no alertar al espíritu mientras está distraído, pero también debe hacerse con cuidado, para que un mal golpe no destroce los objetos que se encuentren. 

Un grupo de mi salón en la escuela me contó que habían ido una noche a huaquear, y nos mostraron como prueba algunos de los frutos de su actividad: algunos fragmentos de tela, motas de algodón serrano, reconocibles por su color pardo natural, hoy imposible de encontrar, y una vértebra humana. Con lo que sé hoy de historia precolombina, sospecho que habrían encontrado restos de la momia del personaje, que era enterrado cubierto de mantas, y el hueso era tal vez del propio personaje, o de uno de los guardianes que eran enterrados junto con él, con el fin de protegerlo en el más allá. 

Con el tiempo, los alrededores de mi casa también se fueron urbanizando y las huacas fueron derribadas por grandes máquinas excavadoras que dejaron el terreno plano para la construcción de nuevas casas. Aunque la orden fue dada por personas incrédulas en cosas de fantasmas y tesoros, los trabajadores que apoyaban en la tarea se arremolinaban en torno a la huaca, esperando divisar algún objeto entre las masas de tierra removida. He escuchado que uno de los trabajadores pudo ver un objeto brillante entre la tierra removida, e hizo detener los trabajos, pero nadie pudo encontrar nada. Hoy, el sitio donde alguna vez hubo una huaca, está ocupado en parte por un pequeño parque, la calle colindante y tal vez, las casas que dan a ese parque, es difícil decirlo con exactitud. Ignoro también si los habitantes de estas casas saben sobre el pasado del terreno en donde viven, tal vez ellos tienen alguna historia que contar sobre hechos extraños atribuibles a espíritus ancestrales despojados de su lugar de descanso eterno. 

De todas las huacas que hubo cerca a mi casa, hoy sobreviven dos de ellas, a las que se ha tratado de rescatar del olvido de siglos, al igual que otras en toda la ciudad, reconstruyendolas y restaurandolas.
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