martes, 29 de abril de 2014

Cómo mueren los escritores


Con ocasión de la muerte de Gabriel García Márquez, tuve ganas de escribir algo, así que me puse a escribir hasta que se me pasara. Y así escribiendo, me puse a pensar que el Gabo tuvo la suerte de morir tranquilo en su cama, quizá recordando la soleada tarde en que empezó a garrapatear páginas en blanco. Y digo que tuvo la suerte, porque muchos escritores han muerto de manera difícil y notable. A manera de ejemplo, y para saciar mis ansias de sabelotodo, me dispongo a citar cómo es que mueren los grandes escritores de la historia:

Para empezar, el que es considerado el primer novelista de la historia. Petronio vivió en la Roma imperial, bajo el reinado de Nerón, en donde se desempeñaba con pompa y elegancia. Sus fiestas son recordadas hasta hoy, y congregaban a lo mejorcito de la alta sociedad romana. Durante sus ratos de ocio, que eran muchos, se daba a escribir, creando la primera novela, que se llamó “Satiricón”. El problema es que vivir cerca de Nerón implicaba muchos riesgos, y Petronio fue acusado de conspirar contra el emperador. Decidió lo que era normal en esos casos y en esa época, y se suicidó dejándose desangrar. Pero antes escribió una carta de despedida a Nerón, diciéndole todo lo que pensaba de él. Elegante hasta el final, diría yo.

Cervantes, el primer gran novelista moderno, murió de una manera apurada, enfermo de hidropesía, apenas a tiempo para dictar el prólogo de “Los trabajos de Persiles y Segismunda” y poder mandarlo a la imprenta.
Y si hablamos de Cervantes, hablemos también de Shakespeare, muerto después de una borrachera épica, aunque algunos sostienen – quizá para salvar el honor inglés – que fue envenenado.

La cuarta muerte corresponde a Voltaire, partidario de la supremacía de la razón y enemigo del clero, quien al sentirse enfermo, dejó encargado que no dejen entrar a sacerdote alguno aunque así lo pidiera. Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Murió de convulsiones, y en los estertores de la muerte gritaba pidiendo la extremaunción, la que le fue negada de acuerdo a sus propias instrucciones.

Las muertes de los escritores norteamericanos son más conocidas por películas y por ser mencionadas en internet por quienes quieren pasar por cultos. Pasemos revista: Edgar Allan Poe, que fue encontrado en la calle tumbado y delirando antes de morir en el hospital a donde lo llevaron; Virginia Woolf, se llena los bolsillos de piedras para hundirse lentamente en el río; Hemingway, se suicida con su escopeta; Tennessee Williams, murió al tratar de mezclar alcohol y barbitúricos, lo que no logró, pues murió atorado por la tapa del frasco de pastillas. Y siguen casos.

Entre los autores peruanos, tenemos varias muertes para escoger. La primera será la de José Santos Chocano, “El Poeta de América”, quien se comparaba a sí mismo con Whitman. Aunque grande en su obra, su vida estaba llena de egoísmos de todo tamaño, lo que lo hizo de enemigos. Dentro de las rencillas políticas y literarias que eran el pan de cada día en Lima en aquel tiempo, Tomás Elmore escribió una crítica a Chocano, quien la tomó tan mal que lo asesinó en la propia entrada del diario donde trabajaba. Chocano usó de todas sus influencias políticas para no ser fusilado (que era la pena en ese tiempo), pero tuvo que irse a Chile, en donde se dedicó a la búsqueda de tesoros enterrados, hasta que fue a su vez asesinado en un tranvía de Santiago.

El puesto de Chocano como superestrella de la intelectualidad peruana fue ocupado poco después por Abraham Valdelomar, escritor que hubiera tenido una influencia mayor a la que tuvo de no haber muerto tempranamente en extrañas circunstancias. Se dice (aunque la versión es muy discutida) que cayó en una letrina del segundo piso de una casona en Ayacucho, y que la caída le provocó la muerte.
Si de morir joven se trata, se debe mencionar al poeta Javier Heraud, quien se fue a la selva peruana queriendo iniciar una revolución como la de Fidel Castro, y terminó arrestado por la policía tras una discusión política, huyó y fue abatido a tiros en la huida.

¿Otras muertes de escritores peruanos? Mariano Melgar, murió fusilado por insurgente; Manuel Scorza, murió en un accidente de aviación junto con otras 180 personas; José María Arguedas, se suicidó en medio de una depresión.


¿Quieren que siga? Ya es suficiente, creo yo. Con todo esto, a uno no le dan ya ganas de convertirse en escritor. Aunque aún nos queda esperanza. El Gabo, como dijimos al comienzo, murió en su cama tranquilamente, como corresponde a un Premio Nobel decente.

jueves, 24 de abril de 2014

Cuando McCartney llegó a Lima

Ahora que se anuncia la llegada de Paul McCartney a mi país, decido saldar una deuda que tengo desde la primera vez que llegó por estos lares, y yo no pude ir al concierto que dio en Lima.
-          ¿Cómo, ingeniero? ¿No fue a ese concierto?
-          Tranquilo, que ahora voy a contar la historia…

Allá por el año 2011, yo estaba en una etapa algo rara en mi vida. El día en que se anunció su llegada yo estaba bastante descontento en mi trabajo, que ya no me presentaba los retos que en un tiempo me brindaba. Ese día, recuerdo, dio pie a un post bastante entusiasta que escribí en el momento en que me enteré de la noticia, prueba de las pocas ganas de trabajar que tenía por entonces. Si no compré mi entrada el primer día que salieron a la venta fue por precaución, ya que no tenía un sentido claro de mi permanencia en ese trabajo. Efectivamente, poco después busqué la primera excusa para renunciar. Esta excusa fue la oferta de alguien a quien había conocido en un proyecto, y que trabajaba en una importante empresa. El trabajo que me ofreció era en un proyecto fuera de la ciudad, en un sitio bastante remoto. Y había que partir a la obra justamente dos semanas antes del anunciado concierto, lo que me dejaba sin oportunidad para asistir. Mientras tanto, ya era bombardeado por la publicidad del concierto por televisión, por radio y por internet, que me enviaba todas las semanas un recordatorio para comprar entradas online y con tarjeta de crédito.

Me hice la pregunta, sí, me hice la pregunta, de si sería mejor dejar la oportunidad de trabajo y asistir al concierto, o portarme como persona decente y aceptar el trabajo. Ansioso por la cercanía de la fecha, me atreví a preguntar en plena entrevista de trabajo si es que me dejarían permiso para bajar a Lima antes de lo previsto para poder ir al concierto. Dentro de todas las tonterías que he dicho en una entrevista de trabajo, esta es sin duda la más arriesgada y la más tonta. Lo más sorprendente es que obtuve una respuesta del afirmativa: “Si, podemos arreglarlo, es cuestión de organizar tus horarios de descanso”. Después del tiempo, solo me queda pensar en que me necesitaban con muchas ganas en ese trabajo como para permitirme esa trasgresión. Quedamos en que se presentaría mi hoja de vida a la empresa dueña del proyecto, para su aprobación. Pura formalidad, según me dijo el responsable del proyecto al que sería asignado, y en dos días ya estaría viajando a la obra. El hecho es que dicha aprobación tardaba en llegar. Yo llamaba casi todos los días para preguntar si ya se había aprobado la hoja de vida y tenía luz verde para viajar a obra.

Así estuve hasta unos tres días antes del concierto. Yo pasaba el tiempo en mi casa, esperando. En el interín me había contactado con algunos amigos, quienes me decían que no podían ir al concierto por razones de trabajo o por el elevado costo de la entrada, que para entonces ya había agotado las entradas de las tribunas populares. Llegado este momento había que tomar una decisión: Dejar de esperar la respuesta del trabajo e ir corriendo a comprar una entrada o aceptar que el trabajo no se daría finalmente, aceptar que estaba en realidad desempleado y dejar de pensar en esos gastos hasta que tuviera nuevamente un ingreso fijo. Ninguna de las dos posibilidades me gustaba, estaba en el circulo vicioso del trabajo, que nos quita el tiempo para divertirnos a cambio de dinero que no tenemos tiempo para usar en divertirnos.
Reconozco que un fanático abandona todo para ir a un concierto que probablemente ocurrirá una vez en la vida, pero mi sentido común pudo más. Veía en televisión las escenas de Paul McCartney llegando a su hotel y saludando al público que lo espera, paseando en bicicleta por las calles aledañas al hotel en donde está alojado, la gente haciendo cola desde tempranas horas el día del concierto, muchos de ellos disfrazados o portando una pancarta para lucir en la noche. Y yo estaba en mi casa, sin entrada, que ya se había agotado, sin trabajo, y con solamente una camiseta de Ringo Starr, que es lo más que tenía en caso de haber podido ir al concierto.

Mis previsiones demostraron al final ser inútiles. Dos días después del concierto me notificaron que al final mi hoja de vida no había sido aceptada por el cliente, lo que me confirmaba en las filas de los desempleados.
Tiempo después, varios amigos me comentaron cómo había sido el concierto, y cómo se habían llenado las expectativas de todos los asistentes al concierto. Incluso me llegaron a prestar las grabaciones tomadas esa noche, para que pueda ver por mí  mismo, aunque sea en un pálido reflejo lo que fue esa noche. De todo eso me quedó la firme intención de no volver a dejar pasar una oportunidad semejante, pensando incluso en el caso de que McCartney volviera a Sudamérica sin pasar por mi país, conseguir un pasaje aéreo para hacer turismo musical.

Y la oportunidad se ha presentado nuevamente. Se ha anunciado un nuevo concierto en Lima dentro de pocos días, al cual ya he arreglado mis descansos para poder asistir. Esta vez el Tonto de la Colina original y su versión local compartirán un mismo espacio. Se cumplirá el destino.


sábado, 19 de abril de 2014

500 historias


El día de hoy se cumple un hito especial en este blog. Esta es la entrada número 500 desde que empecé a publicar aquí, lo cual me da la excusa para algunas divagaciones sobre lo que un Tonto de la Colina ha estado haciendo aquí todo este tiempo. Obviamente, cuando empecé este blog, en un día hoy tan lejano que ahora me cuesta creer que en realidad sucedió no pensé que llegaría hasta hoy. Tal como las historias antiguas, las circunstancias y el momento exactos en que empecé a escribir estas páginas aparecen borrosos y modificados por el recuerdo y cuando a uno le preguntan desde cuándo escribe en el blog, la respuesta será “desde siempre”.
Recuerdo que empecé esto como una buena manera de dar rienda suelta a mi imaginación, como una manera de demostrarme a mí mismo que podía escribir las historias que siempre rondaron por mi cabeza. Luego el reto fue mantener la regularidad en la publicación. Al inicio, como supongo que a la mayoría le pasó, publicaba un relato tan pronto terminaba de escribirlo, hasta que caí en la cuenta de lo esporádico de la inspiración. Entonces decidí establecer una frecuencia fija y dejar las historias en el almacén de los borradores hasta que llegara su tiempo. Poco a poco esta frecuencia se fue acortando: 15 días, 10 días, 7 días. En mis mejores tiempos llegué a publicar un post cada 4 días, ritmo que hoy he reducido a seis, periodicidad que me permite escribir cómodamente.

Aunque no todos los posts que he publicado aquí son historias, me gusta pensar que incluso las imágenes y los videos musicales que he puesto de vez en cuando son también relatos a su manera. Porque me gustan las imágenes y las canciones que narran una historia. Hay historias ajenas de esas que me hubiera gustado escribir y que también he publicado aquí. No olvido tampoco a las frases twitteables que aparecen también aquí de vez en cuando. Estas son microhistorias, pedazos de historias que a veces he desarrollado hasta convertirlas en un nuevo post, una nueva historia. ¿Qué hay en común en estos 500 posts que han aparecido aquí? Quiero creer que cada uno es una historia que deja algo al lector: Una lección, una sonrisa, un pensamiento, todo ello, en los mejores casos.

Normalmente escribo todas estas cosas sin pensar en el lector, y solo al final me pongo a pensar si aquellos que llegan a esta dirección lo entenderán, lo entenderán como quise que lo entiendan o se quedarán pensando en qué quise decir con esto o aquello. Por eso presto atención a los comentarios que recibo. Algunas veces me he sorprendido al ver que alguien ha encontrado algo que yo no había visto al leer una de las historias y lo comparte conmigo. Tal vez solo un comentario del tipo “Me gustó mucho” basta para que yo relea lo que he escrito y encuentre algo nuevo en un post al que quizá no encontré muchos méritos al escribirlo.

Debo admitir que los blogs han cambiado desde que empecé esta aventura. Antes esta era la única forma de podía insertar videos y publicar pequeñas frases. Ahora el Facebook y el twitter son mejores en estos aspectos. Y los blogs han vuelto a ser lo que fueron en el comienzo: lugares donde poner mis historias, las cosas que me ocurren y las cosas que se me ocurren, un reflejo de lo que pienso en el momento. Una de mis hasta ahora 500 historias.

Y es cierto que de vez en cuando me gusta releer nuevamente mis posts antiguos con la misma curiosidad con que leo los relatos ajenos, como imagino a mis lectores leyendo por primera vez un cuento recién publicado. Encuentro fallas, incongruencias, razonamientos incorrectos. Por eso uno de mis últimos pasatiempos es revisar mis posts antiguos, desde los primeros hasta los últimos, y agregarle párrafos, corregir errores de redacción, completar ideas con los comentarios que recibí en su momento, cosas que pasé por alto y que ahora recuerdo. No sé todavía muy bien qué hacer con estos relatos revisados. Algunos de ellos los he vuelto a publicar en mi página de Google + con mi verdadero nombre, con el ánimo de recibir nuevos comentarios.
Por mientras, y mientras me dure la inspiración, seguiré escribiendo aquí, aunque tenga cada vez más la impresión de que el blog es una actividad en decadencia, al ver otras páginas que seguía y que ya han dejado de actualizarse. He hecho, como decía, la prueba en Google +, quiero encontrar una buena forma de publicar estos relatos en Facebook, quiero encontrar una forma de que estas historias sobrevivan un tiempo más.

Tal vez haya espacio en algún lugar para otras 500 historias.

lunes, 14 de abril de 2014

En lo alto de una columna


Hay momentos en que uno, cansado del mundo, decide alejarse, aunque no lo logra. Siempre queda alguito que te amarra y te deja conectado a la gente, pues nadie está solo, aunque lo intente. Esta vez, y como historia para esta semana santa, voy a contar la historia de uno de los tontos famosos que hace mucho que no cuento. Es la historia de Simeón.

Hace muchos años, cuando la Edad Media era todavía muy joven, Simeón era un niñito que pastoreaba ovejas en los campos cerca de Tarso, en lo que antes era Europa, pero que hoy es Siria. Un día escuchó un sermón en el pueblo cercano que hablaba de Dios, para enterarse que Jesús de Nazaret se consideraba también a sí mismo pastor de ovejas y consideraba a la pobreza como una virtud. Esto fue una revelación para Simeoncito y decidió dedicar su vida a la oración. Pronto daría abundantes muestras de que en cuanto tomaba una decisión la llevaba hasta las últimas consecuencias.
Conocedor de que había un monasterio de anacoretas enclavado en una montaña cercana, fue a pedir su admisión, deseoso de iniciar una nueva vida. Los monjes no le aceptaron en ese momento, considerándolo apenas un mocoso malcriado. No sabían que tenían que vérselas con un mocoso verdaderamente testarudo. Simeón insistió e insistió hasta que lo aceptaron, llegada la edad en que uno pasa de ser un mocoso y se convierte en un mozalbete.
En el monasterio pronto se hizo conocido por su afición de llevar las cosas al extremo. Era el primero en levantarse, hacer sus deberes, hacer las oraciones y sobre todo las penitencias. Aprendió a leer y se aprendió de memoria los 150 salmos, que repetía todos los días en voz alta.
Durante la cuaresma, que era su época favorita del año, se negaba a probar alimento y se dedicaba solamente a la oración, a tal punto que hasta el abad del monasterio le reprochó la exageración y le sugirió salir al mundo para servir mejor al Señor, y también para que su ejemplo no contagie a los demás monjes, ya que Simeón se había hecho popular debido a su piedad.

Por un tiempo Simeón se instaló en una cueva, imitando a los monjes ermitaños. De allí salía de vez en cuando a predicar, cosa que hacía tan bien que pronto no necesitó ya salir, pues venían a buscarlo multitud de personas ansiosas de consejo y de bendición. Simeón gracias a su vida piadosa y su prédica luminosa se convirtió en algo así como el rockstar de la cristiandad. Los peregrinos y la gente de los pueblos le iban a buscar a todas horas, a pesar del difícil acceso de su cuevita, sin dejarle tiempo para la oración y la reflexión.
Buscando una manera de orar en paz pensaba en qué era más inaccesible que una cueva en el desierto, hasta que se le ocurrió una brillante idea. Mandó a construirse una columna de tres metros de alto con una pequeña plataforma en el tope y se instaló allí. Pero los admiradores aún trepaban para pedir autógrafos, bendíceme la estampita, aconséjame si debo casar a mi hija y cosas por el estilo.  

La idea de la columna es buena, pensaba Simeón, pero falta afinarla un poco. La siguiente columna que habilitó (gracias a la incondicional ayuda de su club de fans) era de siete metros. Esto todavía era insuficiente, así que la próxima y final era de 17 metros de alto. La subida fue muy difícil, pero solo necesitó hacerla una sola vez, ya que Simeón no bajó jamás y pasó el resto de su vida encima de la columna. No sabemos si esta altura le pareció suficiente o si no consiguió una columna más alta. Desde allí predicaba a todos los que se congregaban alrededor. Sus seguidores organizaron todo para que Simeón se sintiera cómodo: Había un servicio de delivery para la poca comida con que se alimentaba, atendían con una escalera a los fieles que eran permitidos de conversar con él y evitaban que los fans no autorizados treparan a la columna sin permiso.

Con todo, la vida de Simeón no era fácil. Después de todo, vivir en lo alto de una columna era una penitencia por los pecados del mundo, que al igual que hoy, se porta muy mal, oiga usted. Había que soportar el frío de las noches y el calor del mediodía. Un ventarrón podía bajarlo de la columna por la vía rápida y la lluvia molestaba mucho cuando caía. También estaban los detractores, que lo hostilizaban desde abajo, tratando de hacerlo bajar.
-  ¡Simeón!
-  ¿Qué queréis?
-   ¡Baja inmediatamente!
-   Nones, aquí estoy tranquilo…
-  ¿Por qué te gusta estar allá arriba como pájaro aliquebrado?
-   No es que me guste, es que allá abajo fastidian mucho…

Además, Simeón no pudo dejar de enterarse que le aparecieron varios imitadores, cada cual en su columna. Los monjes estilitas, como se les llamaba, se pusieron de moda, aunque no todos con igual éxito. Algunos pagaron caro una mala ubicación de la columna y fueron impactados por un rayo, cayendo en el descrédito y también de la columna. De todos modos, la mayoría de la gente todavía prefería al original.


La fama de Simeón se expandió a toda Europa. Su columna se convirtió en punto de peregrinación, y los imitadores se multiplicaron al punto de que cada ciudad quería tener a su propio estilita. Sus prédicas sobre muchos temas eran escuchadas con interés, no estoy seguro pero creo que de allí salió el término “columna de opinión”, pues incluso lo solicitaban para interceder en pleitos entre personas.

Cuando Simeón murió, sin haber bajado jamás de su columna, fue reconocido como hombre sabio, a quien acudían altos dignatarios en busca de consejo. Quedó entonces como ejemplo de los sabios que en el mundo han sido y que han buscado alejarse del mundo, no como los de ahora, que se mueren si se les cae el Facebook. Algo exagerado para irse a vivir hasta arribota de su columna, pero ejemplo al fin para la gente como yo que al menos tiene su colinita desde dónde opinar.

miércoles, 9 de abril de 2014

El tren Fantasma


Eli salió corriendo de su casa. Había llenado la mochila de cualquier manera, apuntes, lapiceras, viandita del almuerzo. Ya se le hacía tarde y tenía que ir a trabajar y no olvidarse de los apuntes de su clase del día porque después del trabajo tenía un parcial. Corrió a tomar el subte en Federico Lacroze.
¡No podía perder ese tren y sintió el golpe de las puertas cuando se cerraban a sus espaldas!
El vagón estaba repleto y trató de no alejarse mucho de la puerta porque bajaba en Pueyrredón.
Poco a poco el tren tomó velocidad, lo normal. Pero tuvo la sensación de que sucedía algo raro.
       — ¿Cómo, no para en Dorrego?— le preguntó a un muchacho que estaba junto a ella. Éste la miró con mirada ausente y no le contestó.
Lentamente la sensación de irrealidad se apoderó de ella. ¿Por qué el tren iba cada vez más rápido? ¿Por qué no paraba en las estaciones? ¿Y dónde estaban las estaciones? No había estaciones; el tren tomó un túnel que ella no conocía, con extrañas bifurcaciones mientras la velocidad aumentaba continuamente. Sólo existía el túnel bordeado de caños y cables.
Quiso preguntar a otros pasajeros. Cuando los miró se dio cuenta de sus miradas petrificadas; nadie hablaba, los chicos estaban quietos en brazos de sus padres, las miradas perdidas y los rostros de todos cada vez más grises a medida que la luz del tren se hacía más tenue y la velocidad cada vez más intensa.
¿Qué eran estas personas?
Aterrada dijo: ¡Por favor, en dónde estamos! ¿Cuándo vamos a parar? Parecía que nadie escuchaba, como si estuvieran en otra dimensión.
A inmensa velocidad, vio una luz al final del túnel. La máquina se fue deteniendo y llegaron sin novedad a la estación terminal, Leandro Alem. Instantáneamente las luces del tren recuperaron su intensidad normal y los rostros de los pasajeros recuperaron sus expresiones humanas. Todos recogieron sus cosas, las mamás tomaron de las manos a sus hijos  y salieron al andén. Eli hizo lo mismo.
La chica, que debió haber bajado en la estación Pueyrredón, tomó su celular y se comunicó con su trabajo:

— Sí, mirá, tuve un problema de transporte, voy a llegar tarde.


Esta es una historia de las que encuentro perdidas en internet, y que reproduzco aquí para esos momentos en que mi inspiración amerita una distracción. El original se encuentra en http://laboratoriocentral.blogspot.com/2013/08/el-tren-fantasma-nelida-rabetzky.html 

viernes, 4 de abril de 2014

Frases twitteables 28

  • - ¿Qué libros te llevarías a una isla desierta? - ¿Qué es un libro?
  • Las vueltas de la vida. Como cuando estás hablando del clima y sin darte cuenta terminas criticando al gobierno.
  • De tanto deshojar margaritas, las van a declarar en peligro de extinción.
  • No era un zombie. Es que no tenía dónde caerse muerto.
  • Era tan tonto que no corría el riesgo de que lo mate la mafia por saber demasiado.
  • La gente que cree que usamos solo el 10% de nuestro cerebro solo usa el 10% de su cerebro.
  • Lo bueno de escribir literatura fantástica es que si tienes errores ortográficos, puedes echarle la culpa a un hechicero malvado.
  • Harto de buscarlo en todas las bibliotecas y librerías antiguas, escribiré mi propio Necronomicón.
  • ¿Para qué hacerlo perfecto, si puedes hacerlo complicado?
  • Si lo haces fácil, le encontrarán fallas. Si lo haces confuso, todos asentirán como si entendieran.
  • Algún día se reconocerá el valor de una servilleta como medio de expresión.
  • Doctor, deme una nueva tarjeta de test de Rorschach. Esta está toda llena de manchas.
  • -¿Qué ve en estas manchas? - Las letras E, D, F, M... ¿Qué, este no es el examen de la vista?
  • Escapar no es escapar si sigues viendo tu facebook, twitter o skype.
  • Si no he desayunado ¿Puedo publicar la foto de un plato vacío en el Facebook?
  • Verdad científica: A lo largo de su vida, una persona pierde 187 días desenredando los cables del audífono.
  • Acabo de aplastar a una araña con un tomo del Código Civil. Es decir, le apliqué todo el peso de la ley.
  • El conocimiento es poder, le dije al noquearlo con una enciclopedia.
  • Dime con quién anclas y te diré quién eres. Antiguo dicho marinero.
  • Al que madruga, Alá lo ayuda. Antiguo proverbio árabe.
  • - Una imagen vale más que mil palabras. - Prefiero las palabras.
  • Con un "No te quiero" bastaba. No hacía falta el auto sin frenos, ni la pistola, ni el veneno.
  • Cada vez que me devuelven un libro, me devuelven también la fé en la humanidad.
  • - ¿En qué piensas cuando escribes? - Si pensara, no escribiera.
  • Cebollas no, por favor, que me pongo sentimental.
  • ¿Quién dijo que John Lennon está muerto? Si yo lo escucho todos los días.
  • Paseando en una tienda, me pregunté cuándo fue la última vez que vi un juguete a cuerda.
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