domingo, 29 de noviembre de 2020

Yo, lector


Hubo una vez, en un pueblo pequeño en donde Dios había decidido que la maravillosa vista del mar debería compensar todas las demás carencias, una mujer esperaba un hijo. Los doctores le dijeron que el embarazo estaba comprometido, por lo que le recomendaron guardar reposo. Esto, obviamente, era más fácil decirlo que hacerlo, habida cuenta que habían otros dos pequeños que cuidar y el esposo estaba viajando continuamente a la capital buscando un trabajo que les permitiera mudarse. La mujer continuó haciendo su vida normal hasta que los malestares la pusieron realmente en riesgo. Obligada a guardar cama, sin que la dejen ver a sus otros hijos ni a la pariente que vino a casa a ayudar en las tareas, se vio obligada a coger un libro, uno de esos que por su tamaño y su peso imponen respeto y hasta miedo de emprender la lectura. El libro fue despachado en apenas tres días, y toda la familia se dio a la tarea de buscar otros libros para que leyera. 
Al cabo de pocos días, en su cuarto había dos enormes pilas de libros, una de los que ya había leído y otra de los que aún le faltaba leer. Se dice que por allí pasaron El Quijote, Las Mil y una Noches, El Conde de Montecristo, los nueve libros de Herodoto, Balzac, Julio Verne, tragedias griegas, novelas del Siglo de Oro español y colecciones varias de literatura, además de muchas novelitas románticas de Corin Tellado y cuanto periódico llegara al pueblo. Como si hubiera sido adrede, el parto se adelantó hasta justo el día en que ya no quedaba en el pueblo libro que no haya pasado por su habitación. Después del nacimiento, ya sea por las labores propias de la maternidad o por falta de algo nuevo que leer, la compulsión lectora cesó para siempre. La familia consideró el evento como una versión algo rara de los clásicos antojos de embarazada, opinando que era el bebé quien en realidad leyó todos esos libros, por lo que nadie se extrañó cuando el hijo aprendió a leer antes de lo usual y no podía salir a la calle sin leer en voz alta todos los carteles y anuncios que veía. 

En cuanto al niño, que terminé siendo yo, mantuvo la avidez de la lectura, impulsado por sus padres y la competencia con sus hermanos, que luchaban por terminar el libro antes que los otros para narrar el final a los demás. Con el tiempo, adquirí la habilidad de leer con rapidez comics y revistas en los estantes de las librerías para terminarlos antes de que el dueño se diera cuenta de que estaba leyendo gratis y que no pensaba comprar nada. El bus también se convirtió para mí en una biblioteca ambulante. Me sentaba o incluso me quedaba de pie junto a quien estuviera leyendo una revista o libro para leer durante el viaje. 
Cuando la situación económica, aún muy comprometida, lo permitió, me trasladaron a un colegio que tenía una biblioteca muy surtida. Fue uno de los descubrimientos que cambió mi vida. Allí leí por primera vez a Borges, Vargas Llosa, Vallejo y Goethe. Recuerdo que durante las vacaciones extrañaba la biblioteca y sus libros, y al volver a clases emprendía furiosas sesiones de lectura para saciar el síndrome de abstinencia. 

En la universidad, ya me consideraba un lector muy competente, hasta que conocí gente que me decía que lo había estado mal toda mi vida. Los libros, me decían, estaban hechos para ser subrayados, anotados y comentados. Esto para mí era casi una herejía, acostumbrado como estaba a compartir libros con mis hermanos o tomarlos prestados de las bibliotecas. Mi mérito era más bien conservar los libros limpios y sin señas de que alguien hubiera pasado por allí, para que el siguiente en leerlos tuviera la misma sensación de descubrimiento que yo tuve. Había también gente que se escandalizaba al saber que yo no había leído a Sartre, ni a Marx, profesores que urgían a sus alumnos a leer a Lenin. Una vez alguien me alcanzó una lectura de Stalin y me causó tal desagrado que no pude comprender la adoración que causaba en otras personas. Consideré suficiente las lecturas de Bertolt Brecht en la biblioteca de mi escuela y nunca volví a leer esa literatura panfletaria de izquierda que se empeñaban en pasarme. Afortunadamente, también había algunos aficionados a la ciencia ficción, a cuyo grupo me agregué con entusiasmo. 

La biblioteca de la Facultad de Ingeniería se volvió también el lugar a donde quien me buscaba podía encontrarme. Tomaba entonces los libros de los cursos que llevaba, pero me detenía mucho tiempo también en aquellos que narraban la historia de la ciencia y la técnica. Algunos compañeros encontré que compartían mi gusto por la literatura, y el afán competitivo propio de la Universidad nos hacía vanagloriarnos de los libros que habíamos leído. A quien enseñaba orgulloso "El Lobo Estepario", otro respondía con "Crimen y Castigo", y a quien presumía de haber leído "La Divina Comedia", respondía con "Fausto". No faltó en ese tiempo quien me recomendara un curso de lectura rápida. Aunque yo puedo leer bastante rápido, siempre tuve miedo de esos cursos, temiendo que la rapidez me quite el placer de la lectura. Ignoro aún si los que han seguido tales cursos pueden gobernar su velocidad de lectura, dependiendo de si leen por placer o necesidad. 

De vuelta al mundo real, el trabajo se hizo tan exigente que no dejaba tiempo para nada. El periódico dominical me duraba varios días, de tan cansado que llegaba a dormir. Poco a poco fui mejorando y cuando quise volver a tomar el hábito de la lectura, descubrí que todos parecían estar leyendo libros de autoayuda. Con solo hojear uno de esos libros, sentí lástima por los lectores. Después de haber leído “El Aleph” simplemente no podía descender a esas pobres imitaciones. A todos los que leían a Paulo Coelho les recomendaba “El Nombre de la Rosa”, y a los que leían “Caballo de Troya” les recomendaba “El Evangelio según Jesucristo” de Saramago. Con algunos tuve éxito. 

Ahora ya no leo tan vorazmente como antes, aunque tengo algunos libros a los que regreso. Aunque tengo una tablet en la que descargo algo de vez en cuando, no es lo mismo, porque no me es tan fácil regresar páginas para entender mejor, que es algo que hago mucho con los libros de papel. Todavía soy incapaz de tomar un lápiz para profanar un libro y anotarlo, o peor aún, subrayarlo, perversión de fanáticos religiosos que tienen su biblia llena de líneas con colores fosforescentes. Tampoco he logrado nunca terminar un libro de Cortázar, aunque respete a quienes lo han logrado. No sé todavía si soy un buen o mal lector, creo que simplemente soy un lector.

jueves, 19 de noviembre de 2020

Perú: Políticos vs Pueblo (parte 3)



Después de 8 días en que en mi país ha habido 3 presidentes, o incluso 4, si nos ponemos legalistas, me tomo un respiro para tratar de extraer las conclusiones y las lecciones aprendidas, que espero que aún se recuerden en unos pocos meses, cuando nos toque elegir nuevamente presidente. Esta experiencia nos ha mostrado cómo somos, nuestro mejor y peor lado al mismo tiempo, dependiendo del lugar de las protestas en que estuvimos. 

En primer lugar, hemos descubierto la espantosa desconexión entre la mayoría de quienes nos gobiernan, diciendo representarnos, y las personas del pueblo, que trabajamos, circulamos, y tratamos de sobrevivir en este país. La clase política que no escucha a la calle dejó de ser una metáfora esta semana y se convirtió en un episodio real: Después de decidida la vacancia presidencial, una muchedumbre se congregó frente al edificio del Congreso, gritando arengas contra el atropello legal que esto significaba. La respuesta fue ordenar a la policía que alejara a la gente hasta donde los gritos no se escucharan. Al día siguiente, la gente llegó con bocinas cuyo sonido atravesó la plaza que separa la avenida y el Palacio Legislativo, y también las gruesas paredes del centenario edificio. El Congreso sesionó por tres días escuchando a toda hora las bocinas que les recordaban que allá afuera había un pueblo al que escuchar. Una de las frases que se han esparcido por todas las redes sociales, es “que nadie te diga que las protestas no solucionan nada”. 
Por mucho tiempo, se ha aplicado aquí la política de los hechos consumados, donde se esperaba que la gente acepte lo que hagan desde el Gobierno, y las protestas duren uno o dos días y después no pase nada. Debo admitir que yo también creí que ahora sería igual. Pero no fue así. La protesta ha funcionado. Espero que desde hoy esto sea tomado en cuenta por quienes dirigen el país. 

Otra de las lecciones aprendidas de esta semana, aunque yo ya la sabía desde antes, es que, al menos en el Perú, o en su clase política, las ideologías han muerto desde hace tiempo. Ya no existe derecha ni izquierda, solo intereses personales o de grupo. Aquellos que se reclaman (o son tildados) de derecha, son en realidad defensores de las grandes empresas; y los opositores a estas mismas empresas son quienes serán asignados a la izquierda. No hay más. Y la gente desconfía de quien se reclama de izquierda y teme a los representantes de los ricos (porque nadie se identifica a sí mismo como derechista). 

Esta falta de ideología hace que en este país hayamos normalizado a los políticos que cambian de partido con facilidad, y que los veamos con la misma cara con la que vemos a los futbolistas que cambian de club. Existen aquí políticos que han cambiado cinco o seis veces de partido a lo largo de su carrera, siempre siguiendo a quien según ellos, tienen mayor oportunidad de llegar al poder. Es por eso también que generó tanto rechazo la designación como premier de Antero Flores Araoz, que había pasado ya por cuatro partidos políticos, siendo gobierno en dos de ellos, lo que, según él, daba fe de su experiencia política. 

Si fue penoso saber de dos muertes durante las protestas, también lo fue el comportamiento de los candidatos presidenciales que ya estaban en campaña desde una semana antes, y que guardaron silencio cómplice ante las acciones del Congreso, ante la represión policial, y ante los reclamos de toda la gente que llenaba las calles. Ya mencioné a uno de tales candidatos cambiar de posición tres veces en un día, pero los demás tampoco tuvieron una posición hasta que se supo de los fallecidos, solo entonces se mostraron en contra del presidente impuesto por el Congreso y pidieron su renuncia. Que alguien me muestre un mejor ejemplo de oportunismo político. ¿Tenían que morir dos personas para obtener de ellos una opinión? 

Como en cualquier acontecimiento político, los políticos tratan de acomodar los hechos a su conveniencia. Pero eso jamás lo había visto tan torpemente hecho como ahora. Al verlos en televisión (pues ninguno salió jamás a la calle, y el que lo intentó fue rechazado vergonzosamente), no podía creer que sean tan ciegos, pues donde las cámaras mostraban pancartas contra el Congreso, ellos veían defensa al presidente depuesto, y donde se leía “Fuera Merino”, ellos interpretaban “La gente quiere una nueva Constitución”. El propio Premier veía una plaza llena de manifestantes y decía que “solo eran unos cuantos”. 

Tal vez la lección más clara de estos días es que los políticos desprecian a los jóvenes. Ya desde antes, cuando había una protesta, a los jóvenes se les llamaba despectivamente “pulpines”. Y como en esta ocasión, la mayoría de los que salieron a protestar son jóvenes, desde el primer momento se les descalificó como seres incapaces de pensar por sí mismos. Se les acusó de ser manipulados por movimientos terroristas, o por un partido político de escaso arraigo nacional. Aquí en el Perú, la mayoría de edad y el derecho a voto se obtiene a los 18 años, por lo que se supone que tiene el discernimiento para tomar una posición política, pero escuchando a algunos analistas políticos, podría pensarse que estaban hablando de minusválidos mentales. Afortunadamente, ahora ya se los empieza a reconocer como una fuerza a tomar en cuenta, con el nombre que se han ganado esta semana: “La generación del bicentenario”, en alusión a que el año 2021 se cumplen 200 años de nuestra independencia. 

Ahora el nuevo Presidente interino ha asumido sus funciones, con un discurso con tintes literarios (distancia sideral con los balbuceos de Manuel Merino) que ha gustado mucho a la gente, pero que no ha hecho olvidar que esta vez no le daremos carta blanca, que estaremos vigilando y saldremos a la calle cuantas veces sea necesario, y que ya no nos distraerán ni siquiera los partidos de la selección de fútbol, que por primera vez desde que tengo memoria han pasado casi desapercibidos en beneficio de temas más importantes. 

 La historia todavía no termina, hay mucho por hacer. Los políticos se recompondrán después de esto, sin duda, el Congreso sigue allí con la misma gente que nos metió en todos estos problemas, algunos ya tratan de limpiarse la cara, y nadie dice que los meses que siguen serán fáciles, pero hay algo de esperanza, que esa es la palabra más escuchada en estos últimos dos días. Por mi parte, volveré a mis tonterías hasta que se vuelva a necesitar una voz que deje la historia por escrito para que no sea olvidada.

martes, 17 de noviembre de 2020

Perú: Políticos vs Pueblo (parte 2)


Escribir sobre lo que ha pasado en estos últimos días en el Perú es una buena forma de ver las cosas con algo de perspectiva, de pensar en el porqué pasa lo que está pasando, y me servirá después para recordar lo que pasó en esta semana en que las noticias se volvían obsoletas a cada minuto, atropelladas por las nuevas que iban llegando. 

Cuando el lunes pasado se votaba la vacancia presidencial de Martín Vizcarra, nadie parecía mostrar demasiado interés. La gente no se agolpaba frente a los televisores de las tiendas, y en las conversaciones era solo un tema más. Al fin y al cabo, Vizcarra ya había superado con éxito otro proceso de vacancia apenas un mes antes, las encuestas le daban aceptación, ya se habían convocado elecciones para sucederlo y de todas maneras se iba a ir en cinco meses. Los congresistas no van a ser tan tontos para vacarlo, se decía, y muchos congresistas declaraban a la prensa que votarían en contra de la destitución. 

Había tranquilidad en la calle, así que la noticia de que el Congreso declaraba la vacancia presidencial nos cayó a todos como un baldazo de agua fría. Solo entonces prestamos atención a los detalles y fue allí cuando la calle se sublevó. De acuerdo a ley, a falta de vicepresidentes (la vicepresidenta había renunciado hace meses, luego del fiasco del Congreso anterior), correspondía asumir la presidencia al presidente del Congreso, Manuel Merino, el mismo que había dirigido el proceso de vacancia. No hacía falta mucha suspicacia para concluir que había muchas cosas turbias allí, el cambio de votos también nos hizo preguntar las razones que habrían detrás. Por último, el Presidente del Congreso que asumió el cargo, era uno de los 68 congresistas con juicio pendiente que había mencionado Vizcarra en su defensa. 

Al peruano de a pie, como he dicho, solo le interesa que lo dejen trabajar o estudiar tranquilo, sin sobresaltos, y que los políticos no lo molesten. Pero esto ya era demasiado. La gente se organizó rápidamente en las redes sociales para salir. La gente se convocaba para salir a protestar esa misma noche, utilizando la inmediatez de la tecnología. Apenas conocido el resultado de la votación, decenas de personas ya estaban protestando frente al edificio del Congreso. La proporción de la respuesta popular tomó por sorpresa a los políticos, que ignoraban totalmente la existencia de redes como instagram o tiktok, y que apenas saben utilizar whatsapp. 
Nadie de la casta política podía explicar la rapidez de la reacción, anclados como están a las ideas del siglo pasado. Peor aún, todos descubrimos que habían estado viviendo todo este tiempo en su burbuja de privilegios, vanidades y pequeñas ambiciones. La respuesta de los políticos fue la del manual: había que culpar a “alguien”, y decir que ya todo estaba preparado, que era un plan terrorista. 

Supongo que para un testigo externo sería un espectáculo extraño ver que caía un presidente acusado de corrupción y nadie salía a celebrarlo, sino a protestar contra los que lo destituyeron. La sorpresa sería mayor aún cuando nadie fue al Palacio de Gobierno para defender al presidente. Vizcarra, junto a todos sus ministros, anunció que se retiraba a su casa esa misma noche. Algunos criticaron la acción, fue acusado de rendirse sin presentar batalla, pero a la vista de lo que pasó después, tal vez evitó un desastre mucho mayor. Alguien preguntará también cómo es que un presidente sin historial de populismo, y con acusaciones de corrupción, mantenía el apoyo del pueblo. La respuesta puedo ensayar es que desde el inicio de su gobierno se le vió animoso para trabajar a pesar de todas las trabas que le ofrecía el Congreso, y durante la pandemia tomó decisiones firmes. Es cierto que muchas de las medidas tomadas estuvieron equivocadas, pero por lo menos la impresión que dejaba era que estaba haciendo algo. El Congreso, en cambio, era visto como el que obstruía todo lo que se quería hacer, y que solo demostraba ganas de trabajar cuando se trataba de defender de las acusaciones a sus miembros, lo que ocurría con alarmante frecuencia. 

Al día siguiente de la vacancia, en el Palacio de Gobierno veíamos el penoso espectáculo de la toma de posesión con menos apoyo popular en la historia peruana, una ceremonia apurada, que se adelantó para evitar el levantamiento popular. Pero las manifestaciones ya habían empezado desde temprano. Nadie celebraba la caída de Vizcarra, aunque tampoco eran muchos los que lo defendían. Los mensajes en las pancartas de los protestantes eran claros: Merino no es mi presidente, Que se investigue a Vizcarra. 

Aquellos que no conocían antes a Manuel Merino, no pudieron llevarse una peor impresión. Con un parecido físico a Nicolás Maduro, apenas podía leer bien un discurso hecho a la apresurada, lleno de generalidades y lugares comunes, sin nada de sustancia, y totalmente ajeno a lo que pasaba en la calle. Mientras juraba, la Plaza Mayor y todos los accesos al Palacio de Gobierno estaban cerrados por la policía para impedir que la gente se acercara. Todos los analistas políticos coincidían en que la composición del gabinete ministerial sería clave para dar tranquilidad a la gente y acabar con las protestas, que iban creciendo a cada hora. El problema era lo difícil de encontrar gente dispuesta a ser parte de un gobierno al que ya se acusaba de ilegalidad. Se hablaba de golpe de estado. 

Las declaraciones de los congresistas que apoyaron la vacancia demostraban que no tenían idea alguna de qué hacer. Se trató de hacer ver a los manifestantes mayoritariamente jóvenes como niños manipulados por las organizaciones terroristas que azotaron al Perú en los años 80, mientras esperaban que las protestas perdieran fuerza por sí solas y desaparecieran por sí solas. La respuesta de las pancartas se convirtió en el resumen del movimiento: “Se metieron con la generación equivocada”. 
Fue esa noche en que la policía, que hasta ese momento no había hecho más que acompañar las marchas, empezó a responder con gases lacrimógenos y rifles de perdigones. Alguien había dado la orden, sin duda, y ante la ausencia de un Ministro de Interior, la responsabilidad cayó sobre el propio Merino. 

En la mañana, cuando se esperaba la asunción del nuevo gabinete de ministros, solamente juramentó el Presidente del Consejo de Ministros. Fue otro espectáculo de vergüenza ajena ver a un presidente jurar a un Premier sin ministros. El nuevo Premier era Antero Flores Araoz, un viejo aristócrata de la política que ya había servido a otros gobiernos de diferentes ideologías, y que ahora se le encargó la tarea de completar el gabinete. Los nuevos ministros llamados por Flores Araoz (cuyo apellido compuesto es casi una declaración de su derechismo anacrónico) fueron casi todos de la vieja guardia de la política, derechistas a ultranza a los que las redes sociales llamaron inmediatamente “Jurassic Park”. Ese mismo día Antero Flores dio muestra de no entender lo que pasaba en el país que estaba llamado a gobernar. Declaró que no tenía idea de porqué los jóvenes protestaban. Tal vez es porque están cansados de la cuarentena, dijo. Cuando una periodista le mencionó que lo estaban dejando “en visto”, respondió extrañado que no tenía idea de lo que significaba eso. 

Mientras tanto, las marchas de protesta crecían día a día, y ya era la manifestación más grande de la historia en el país, pues no solo se realizaba en la capital, sino en cada ciudad grande del Perú, en muchos de los pueblos, y hasta en el extranjero. La protesta convocada por redes sociales y sin cabezas visibles, desconcertó a toda la clase política, que veía aparecer marchas como por arte de magia. No sabían que los influencers de todo tipo estaban llamando a las calles. Redes de grupos K-Pop, equipos de fútbol, anime, tomaban partido y saboteaban los hashtags de twitter a favor tanto de Vizcarra como de Merino. Los candidatos a las próximas elecciones estaban igual de confundidos que el gobierno y el congreso. La mayoría guardó silencio, sin saber qué posición tomar. Uno de ellos, George Forsyth, a quien algunas encuestas daban la preferencia una semana antes, trató de tomar posición a favor del Gobierno en la mañana, para tomar una posición neutra en la tarde y estar en contra en la noche. Otra candidata, Verónica Mendoza, apareció en una marcha en Cuzco, su ciudad natal y su fortín electoral, y fue rechazada entre abucheos. Apenas Jorge Guzmán, quien llamó a marchar desde el comienzo, fue tolerado en las marchas, aunque nunca las dirigió y solo se le permitió ser uno más en el movimiento. Nadie hasta hoy, puede decir que obtuvo beneficios políticos de las protestas. 

La represión policial se hacía cada noche más violenta, y la negación del gobierno de los excesos era desmentida inmediatamente por los periodistas nacionales y extranjeros que cubrían las manifestaciones. El saldo del día sábado fue dos jóvenes muertos por perdigones disparados a corta distancia, y decenas de desaparecidos. Apenas se supo la noticia, lo poco que quedaba del gobierno se derrumbó. La mayoría de los ministros renunciaron esa misma noche, dos días después de haber jurado, al igual que la Mesa Directiva del Congreso. Todos los que habían callado hasta entonces, políticos, congresistas y expertos en política, empezaron recién a criticar a Manuel Merino pidiendo su renuncia. 

El día sábado, apenas seis días después de jurar como presidente, Manuel Merino renunció, en un mensaje a la nación tan confuso que tuvo que decir explícitamente que renunciaba para que la gente supiera de qué estaba hablando. 

Sin embargo, la crisis no terminaba con la renuncia de Merino. El mismo Congreso que no supo medir las consecuencias de sus actos (y que ni siquiera aceptaba responsabilidad alguna), tenía que decidir quién sería el próximo gobernante, a falta de Presidente, Vicepresidente, y Mesa Directiva del Congreso. De acuerdo a la ley, correspondía elegir a un nuevo Presidente del Congreso, que se convertiría inmediatamente en Presidente del Perú. La ocasión requería un consenso entre todos los partidos para elegir una Mesa Directiva sin personajes cuestionados, y por primera vez, uno de los factores era la aceptación popular. Ni siquiera eso se logró. Las enemistades políticas y ambiciones lograron el milagro de sabotear una elección en donde se presentaba una lista única que al final no apoyaron los que la habían propuesto. Solo al día siguiente se pudo lograr un consenso para elegir como Presidente de la Mesa, y Presidente del Perú, a Francisco Sagasti. 

Detendré por hoy aquí esta historia, consciente de que no he contado sino una pequeña parte de todo lo que pasó. En uno o dos días terminaré expresando mis opiniones personales, con la cabeza más fría y pensando un poco. Al igual que a todos el Perú, me es necesario un pequeño tiempo para esperar y procesar todo lo que hemos pasado.

domingo, 15 de noviembre de 2020

Perú: Políticos vs Pueblo (parte 1)


Sobre lo que ocurre en estos momentos en mi país, mucho se habla, pero todo lo que veo hasta ahora son versiones interesadas o opiniones externas que pecan de desconocimiento. Por eso interrumpo mi hilo de tonterías para intentar dar mi lectura de nuestra historia reciente, que trata de ser lo más objetiva posible, con solo la autoridad que me da el haber vivido toda mi vida en el Perú, sintiendo vergüenza ajena por la gente que lo dirige. 

Empecemos diciendo que en el Perú la clase política nunca ha estado a la altura del reto que supone llevar al progreso al país, y que los avances que hemos logrado se han hecho al margen de la política y la ideología, por gente que no ha pedido ni obtenido el reconocimiento popular. Nuestro país ha pasado por gobiernos de derecha y terrorismo de izquierda que nos ha hecho a los peruanos centristas y pragmáticos a ultranza.
 
 La gran verdad es que la gente no confía ya en los políticos de ningún color. Cuando salimos de la última dictadura militar, en 1980, elegimos presidentes con ideologías claras, para obtener resultados nefastos. Obtuvimos saqueos de las arcas estatales y crisis económicas. Desde entonces buscamos elegir al “no político”, al “outsider”, al “no alineado”, y tampoco ha resultado. Cada presidente elegido nos decía que era diferente y al final resultaba ser igual a todos, y terminaba enjuiciado por corruptelas. Se creó una casta política sin más ideología que el provecho personal, que cambiaba de camiseta política hacia donde soplaba el viento, sin vergüenza ni memoria. Pero como de todas maneras hay que poner a alguien en el Congreso y en los Ministerios y organismos estatales, optábamos por “el mal menor”: el que robe menos, el que “roba pero hace obra”. Esta casta política creció así convencida de que el pueblo no tenía más voz que la de ellos, y que el voto que les daba cada cinco años les daba carta blanca para hacer lo que quisieran durante su periodo. Ciegos al pueblo hasta la próxima campaña electoral. 

Así las cosas, llegamos al año 2018. Martin Vizcarra llegó a ser presidente del Perú. Debo confesar que a mí me cayó en simpatía desde el comienzo. Era provinciano como yo, ingeniero de mi misma alma mater. Ninguneado por no ser de la aristocracia política, en un cargo fuera del país para evitar que interviniera en la vida política, fue llamado de regreso cuando Pedro Pablo Kuczinsky (que fue elegido no por sus virtudes políticas, sino para evitar que Keiko Fujimori, hija y heredera de Alberto Fujimori, quien se aferró al poder y se convirtió en dictador en la década del 90), fue obligado a renunciar por cargos de corrupción. Cuando Vizcarra se colocó la banda presidencial, parecía que la suerte favorecía al Perú. Joven y enérgico, parecía la antítesis de Kuczinsky, cuyo gobierno, tan débil y timorato como él mismo, lo había hecho pactar con los fujimoristas, que tenían la mayoría en el Congreso unicameral del Perú, y quienes traicionaron ese pacto a la primera oportunidad. 

Los peruanos recuperaron la fe en la Presidencia, más aún cuando se negó a transar con los fujimoristas y apoyó al Poder Judicial en desentrañar las conexiones políticas del caso de sobornos de Odebrecht. La verdad es que Odebrecht, según las declaraciones de sus directivos encausados, había repartido dinero o políticos de todos los partidos, pero cada partido en el Congreso obstaculizaba las investigaciones a su propio partido mientras pedía investigar a los partidos rivales. 

En el transcurso del gobierno de Kuczinsky, los fujimoristas habían descubierto un arma formidable: la Constitución elaborada por Alberto Fujimori cuando pretendía quedarse 15 años en el poder, establecía como causal de vacancia presidencial la “incapacidad moral permanente”. Nadie supo nunca definir qué era una incapacidad moral permanente (yo decía a mis amigos que también debería haber entonces una incapacidad moral temporal, lo cual sería aún más difícil de definir). En términos prácticos, significaba que el Congreso de mayoría opositora declaraba que el Presidente era incapaz moralmente y lo destituía. Se interpretó “incapacidad moral permanente” con declarar la “inmoralidad” (término por demás subjetivo y sin definición legal), y se consideró inmoralidad a cualquier acusación de corrupción. La ventaja era que este proceso podría completarse en apenas una semana, en lo que se llamó “vacancia express”. Ya se había intentado con Kuczinsky una vez sin éxito, y se intentaba una segunda vez cuando éste renunció. 

En las calles, a la mayoría de la gente, y a mí también, escuchar a los congresistas hablar de lucha contra la corrupción le parecía la sartén criticando a la olla. Muchos de los congresistas tenían sus propias acusaciones de corrupción, y eran defendidos fieramente por el Congreso, que se negaba a permitir que sean enjuiciados y en varios casos, cumplir sentencias ya dictadas. Vizcarra, en cambio, tenía una reputación de haber sido uno de los mejores presidentes regionales, y un apoyo popular largamente superior al del Congreso. La guerra entre el Presidente Vizcarra y el Congreso se declaró muy pronto. Se negó a pactar con los fujimoristas como lo hiciera su predecesor, y negó también cuotas de poder a los partidarios del partido de Kuczinsky, con lo que se dió el caso único en el mundo de un presidente sin ningún partidario suyo en el Parlamento. El Congreso se dedicó a sabotear los actos presidenciales y a censurar a todos los ministros que podía, con cualquier excusa. 

 Ante este estado de crisis política permanente que hemos tenido desde los años 90, los peruanos hemos aprendido a trabajar sin importarnos demasiado la política partidaria, mientras la economía se mantenga bajo control. Que los políticos se peleen todo lo que quieran mientras dejen trabajar a los economistas y mantengan el precio del dólar estable. Esta ha sido la base del “milagro peruano”, que ha permitido al país un alto nivel de crecimiento a pesar de las crisis mundiales, y hasta darnos el lujo de organizar los Juegos Panamericanos de Lima 2019. El secreto siempre fue mantener la economía totalmente divorciada de la política, y mantener a la política ni muy a la derecha, ni muy a la izquierda, sino un centrismo a ultranza. Este beneficioso divorcio empezó a romperse en el gobierno de Kuczinsky cuando, obligado por los fujimoristas, se nombró a un político, Rafael Rey Rey, en el Banco de Reserva. Afortunadamente, este político también era un economista incapaz que convirtió el cargo en uno decorativo y dejó trabajar a los verdaderos economistas. Pero el paso ya estaba dado. La política podía invadir de nuevo al manejo económico. 

Mientras tanto, a Martin Vizcarra la situación empezaba a escapársele de las manos en su pugna con el Congreso. El Congreso empezó a pedirle que se vaya, y el respondió: “Nos vamos todos”. Anunció que recortaba su mandato un año (hasta el 2020), y el del Congreso también. Los congresistas le dijeron “vete tú solo, nosotros nos quedamos”. Se preparaba un nuevo proceso de vacancia presidencial. Vizcarra forzó un voto de confianza a un segundo gabinete de ministros y con ello halló la justificación para cerrar el Congreso y convocar a uno nuevo que funcione solo hasta el 2021, en que él mismo entregaría a el poder, elecciones mediante. 

Nadie salió a defender al Congreso, al contrario, la gente salió a las calles a celebrar. Los congresistas, huérfanos de todo apoyo, aun intentaron rebelarse, llamando a la segunda vicepresidenta, que había sido apartada de la acción tal como Vizcarra lo había sido antes, y la nombraron presidenta en un acto que no se creyó ni ella misma, y que fue el hazmerreir del pais y de los periodistas extranjeros que cubrieron la noticia. 

El Perú se quedó sin poder legislativo por tres meses, mientras se organizaba una nueva elección congresal, y la verdad es que nadie lo extrañó. Vizcarra tuvo libertad para gobernar por primera vez, y hay que reconocerlo, no hizo abuso de este poder casi dictatorial. Más bien hizo muy poco. Desperdició la oportunidad de establecer un sistema que impidiera llegar al poder a los políticos analfabetos funcionales, y a procesados que postulaban para escapar de la justicia, que de ellos estaba lleno el Congreso. El remedio fue peor que la enfermedad. La gente que, como hemos dicho antes, no tiene ninguna fe en la clase política, eligió una mayoría congresal del FREPAP, un partido fundamentalista religioso por la única razón de que sus miembros no tenían absolutamente ninguna experiencia política, en la creencia de que cualquiera haría un mejor trabajo que el Congreso anterior. Las minorías, más experimentadas aunque igual de cuestionables que los congresistas anteriores, tomaron rápidamente el control del Congreso. 

Y empezó el despelote. Los congresistas empezaron a dictar leyes a su antojo, sin considerar el gasto que significarían, sin considerar el daño económico, buscando destrozar el sistema de pensiones y la reforma universitaria en marcha. El Presidente se veía devolviendo leyes sin promulgarlas y enviándolas al Tribunal Constitucional, para que les explique que estas iban en contra de la Constitución, para que el Congreso las vuelva a aprobar. Estalló una nueva guerra entre el Presidente y el Congreso, en que nadie daba su brazo a torcer en plena pandemia. Dos veces se intentó aprobar la vacancia presidencial, la primera despertó el temor de la gente, pero fracasó, porque la excusa era totalmente risible, la contratación de un artista en un ministerio para dar conferencias. 

El segundo intento de vacancia no despertó tanto interés. Ya se habían convocado nuevas elecciones en poco más de cinco meses, nadie veía necesidad de destituir a Vizcarra, quien mantenía todavía una gran popularidad, y además ya estaba de salida, la campaña electoral ya iniciada. Solo los congresistas se afanaron buscando la mínima acusación de corrupción para iniciar el proceso de vacancia, hasta que encontraron una excusa. Poco interesaron las razones de inestabilidad, de pandemia, y de posible rechazo popular. Para sorpresa de todos, la moción de vacancia fue aprobada. Congresistas que solo un día antes declaraban su oposición a la vacancia, votaron finalmente a favor. Vizcarra tampoco adoptó la mejor estrategia en su defensa ante el Congreso. Buscó la confrontación, y reveló de paso que 69 de los 130 congresistas tenían acusaciones en firme, sin que el Congreso pensara siquiera en suspenderlos, mientras que lo suyo no eran sino investigaciones sin acusación.
 
De todas formas, la defensa de Martin Vizcarra era inútil, los congresistas ya habían decidido su voto y nada iba a hacerlos cambiar, ellos solo querían su presencia para abuchearlo e insultarlo desde la seguridad de sus curules parlamentarios. La vacancia se aprobó por 105 votos de 130. Esa misma noche Martín Vizcarra abandonó el Palacio de Gobierno. 

Aquí detendré estas líneas escritas con mucho apuro, porque este post ya está muy largo, y porque la segunda parte al día de hoy todavía no llega a su conclusión. Lo que sigue, y que ocurrió en los días posteriores da para una antología del absurdo, o para una novela de García Marquez, si no fuera porque se estaba jugando el destino de todo un país. Mañana, o pasado mañana, terminaré esta historia que no verán así de clara en otros sitios.

domingo, 8 de noviembre de 2020

Frases twitteables 57


- Y dígame ingeniero ¿Tiene usted otro talento del que pueda hablarnos?
- Bueno, escribo tweets y cuentos que pongo en un blog...
- Eso no es un talento. Además, eso no sirve en el trabajo que realizamos aquí.
- Claro que sirve... Ayuda la pensamiento crítico, estimula la imaginación y demuestra que practico el pensamiento lateral.
- Vea, ingeniero, aquí nuestros profesionales no hacen esas cosas, para eso tenemos a la gente de Recursos Humanos que envía la frase de autoayuda diaria...
- No es lo mismo. Mire, le voy a mostrar algunos de los últimos que he hecho...
  • Prefiero leer a autores fallecidos. Cuando leo a un autor vivo me dan ganas de contactarlo para reclamarle lo que no me gusta. Si me gusta, para exigirle una nueva obra, o recriminar su tardanza en publicar. Soy un lector exigente. 
  • Mi horóscopo para hoy: Hoy no es un día para creer en los horóscopos: arriésgate, salta a lo desconocido.
  • Cuando alguien pregunta la receta del éxito, es porque quiere una receta para el éxito que no implique trabajo y perseverancia. 
  • Muchas veces, la receta de la felicidad de uno es la fuente de la infelicidad de otro. 
  • Hacer una metáfora es como poner juntos un candado y un plato de porcelana. No sabes qué tiene que ver una cosa con la otra hasta que alguien te lo explica. 
  • Al fin logré entrar a un universo paralelo en donde empezar de nuevo sin cometer los mismos errores. Después de un tiempo, solo logré convertirlo en un universo igual al que había abandonado. 
  • Leyendo una novela de misterio, me corté el dedo con una hoja. No sabía que era un libro interactivo.
  • ¿Cómo hago para que mi cuenta de tweets la publiquen los de anonymus y obtenga más visitas? 
  • A lo largo de mi tiempo en Twitter, debo haber hecho unos 3000 tweets. Estadísticamente hablando, al menos 3 de ellos deberían ser tweets ingeniosos e inteligentes, pero no los encuentro. 
  • - Confía en ti mismo, puedes conseguir todo lo que te propongas, no dejes que nadie te diga lo contrario. - Te quiero a ti. - No, eso no se puede. 
  • Esta semana nos enseñó que hay personas buenas, y otras que solamente son políticamente correctas. 
  • Mi gato murió una vez por curiosidad, otra por pena, otra de amor, también por angustia, felicidad y aburrimiento. Ahora es cuando piensa en el significado de la vida. 
  • Una vez me pasó que escribí un texto tratando de que sea lo más cursi posible, y alguien exclamaba que estaba muy bonito. 
  • Otro de los cursos online que pienso ofrecer: Llantoterapia, o cómo resolver tus problemas y mejorar tu vida llorando. 
  • Cada día, paseando en la playa, encontraba multitud de botellas con mensajes. Dejé de leerlos porque la mayoría son solo spam. 
  • Es que hay gente que dice que está logrando lo imposible, pero está haciendo lo ilegal. 
  • Mi palabra inventada de hoy es Politontismo: Capacidad de hacer tonterías en varias actividades y disciplinas del saber humano. 
  • Tenía los ojos como el mar. Por eso cuando lloraba era un verdadero tsunami. 
  • ¿Alguien me recomienda un curso online para escribir notas de suicidio? Es para un amigo. 
  • No se aprecia lo suficiente las ventajas de tener un caracol como mascota. Se puede tener con él largas conversaciones filosóficas. 
  • Escribo desde la soledad del unfollow, con la esperanza de que alguien más recoja mi mensaje. Escribo con la libertad que me da el que me hayas bloqueado, y que no te enterarás de lo que te diga. 
  • Cuando alguien te diga que no alcanzas tu potencial, piensa en todas las personas que son felices usando solo el 10% de su cerebro. 
  • Sabiduría antigua: Tarde o temprano, es el hígado el que paga todos los errores del corazón. 
  • Tengo un reloj en cuenta regresiva para el fin del mundo. Aterrado, descubrí que llegará a cero hoy. Me encerré en casa a esperar. 3...2...1...0. En vez de una explosión espantosa escuché el timbre de mi puerta. Era un abogado para entregarme la demanda de divorcio de mi esposa. 
  • Después de tantos errores, ¿Por qué no me he convertido en experto?
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