lunes, 27 de noviembre de 2017

La lucha contra mí mismo


¿Mencioné alguna vez que no creo en las frases de autoayuda? Y el problema no son solamente las frases, sino la gente que cree haber encontrado en ellas el secreto de la sabiduría en pequeñas cuotas. Una de estas personas es hoy la encargada de Recursos Humanos en la empresa donde trabajo. Esta persona es una convencida de que dentro de sus funciones está la labor de bombardearnos todas las mañanas con una frase extraída de internet y enviada por el correo corporativo a todos los empleados.

Ante tal situación, ya he respondido más de una vez al dichoso correo expresando mi opinión y dejando en claro que todas las frases de Will Smith que nos envía son falsas, informándole de la opinión que tienen de Jodorowski en su propio país, incluso sugiriendo algunas de mis frases twitteables, que son más apropiadas a los ires y venires dentro de las oficinas. Muy poco caso me ha hecho.

Solo en una ocasión la tal frase diaria me ha dejado pensando. Hoy no recuerdo textualmente la frase, pero era algo así como “Para triunfar, debes vencerte a ti mismo cada día”. Veamos ¿Cómo hago para vencerme a mí mismo? Aquí empecé a pensar seriamente en el tema.

Primero me puse a pensar en el enemigo a vencer. O sea yo. Nunca me había detenido a pensar en que soy mi propio enemigo, yo que me llevaba tan bien conmigo mismo. ¿Qué pude haber hecho para pelearme conmigo? Alguna tontería, sin duda. ¿Vale la pena combatir por una tontería? Mirándolo bien, todas las guerras han empezado así, por lo que tengo que admitir a mi pesar que tengo causas justificadas. Ahora pienso en el enemigo, y me doy cuenta de que el desafío no es fácil. Mi oponente es tan fuerte, ágil y preparado como yo. Ya sé que eso no significa mucho, porque es de mí de quien estoy hablando, pero de todas maneras representa un reto para mí. Tal vez me vaya mejor si elijo las armas del ingenio y la inteligencia. Nuevamente no tengo mucho que ofrecer. Empiezo a pensar que es fácil vencerme, y eso me llena de esperanzas. O de pesimismo, según como lo mire.

Una vez definida la estrategia, me siento listo para el combate. Lógicamente, no me revelaré mi estrategia, no sea que yo me entere y pueda planificar el contraataque. La lucha que tiene por escenario mi mente (es que allí hay mucho espacio) está a punto de empezar.
Cuando veo a mi oponente, comprendo la razón de esta pelea, de verdad tengo un aspecto que da ganas de golpear. Sin embargo, mi plan es esperar a que ataque primero y usar el contraataque. Me doy cuenta de que yo he tenido la misma idea porque los dos nos quedamos quietos esperando la arremetida.

Durante varios minutos he estado esperando mi ataque hasta que decido que es el momento de atacar. Yo pienso lo mismo y corro al ataque. Me ataco con furiosos golpes, que respondo con otros igualmente furiosos. La pelea es difícil. Por cada golpe, recibo uno igual. No puedo sorprenderme, porque puedo anticipar cada golpe. Asesto puños, patadas, ataques, rodillazos, cabezazos, codazos, llaves, hasta que se me acaban los sustantivos. La pelea es pareja, pero no me rindo, el problema es que yo tampoco me doy por vencido y sigo luchando. La lucha se hace enredada porque entre tanto golpe, ya no sé quién está golpeando a quién.

Ante la dificultad de vencerme, decido atacar mi espíritu. Eres un tonto, no puedes vencerme, me digo. La treta me está resultando, porque empiezo a desanimarme, ahora me veo de rodillas, pero no puedo acabarme porque estoy desanimado. Caigo al piso y yo también. Ambos nos damos cuenta que no puedo vencerme y que si insisto en luchar conmigo, solo podré obtener un empate. Lo bueno es que no seré derrotado, lo malo es que no podré vencer. Me levanto y me ayudo a levantarme, vamos por una cerveza, me digo, lo cual es lo mismo que yo estaba pensando.

- Ingeniero, ingeniero ¿Se ha quedado dormido? ¿En qué estaba pensando?
- No es nada, estaba viendo esta frase que han mandado por el correo…

viernes, 17 de noviembre de 2017

Frases obsoletas


Hay frases que ya no deberían decirse, pero que seguimos escuchando, tal vez más por costumbre que porque reflejen realmente la realidad. Una de estas frases es la de “El capitán se hunde con su barco”. Esta frase proviene, sin duda, de los tiempos antiguos en que l gente viajaba en barco y los capitanes eran gente honorable. Cuando había un accidente, tal como un choque con un arrecife, con otro barco o tal vez un ataque de piratas, el capitán organizaba la defensa y el rescate, y se aseguraba de que todos estén a salvo antes de abandonar el barco. Cuando esto no era posible, prefería no sobrevivir a la pérdida, antes de verse señalado el resto de su vida como el capitán que perdió su barco. Así se decía entonces cada vez que alguien a cargo permanecía en su puesto ante una posición desesperada o una causa perdida. Yo siempre oponía este dicho al otro que dice que las ratas son las primeras en abandonar el barco, hasta que llegaron los tiempos actuales, en que ya no sabemos quién es el capitán y quienes son las ratas. No tengo los datos históricos exactos, pero me parece que el último capitán que se quedó en el barco mientras se hundía fue el del Titanic. Y esa fue justamente la extinción del género. Ahora, los capitanes abandonan el barco sin pudor alguno a la primera señal de peligro, y más de uno ha demostrado tener más olfato que las ratas a la hora de anticipar el desastre. No quiero ponerme a hablar de política, pero hubo una vez en que el capitán dejó el mando del barco a las ratas mientras el barco se hundía, lo cual hubiera sido cómico si no fuera porque los pasajeros éramos todos nosotros. Y esta es historia cierta, no importa en qué país me estén leyendo.

Hablando de frases obsoletas, hace años, en los barrios populares, cuando se dudaba de la integridad de alguien, la frase que se escuchaba siempre era “Yo soy pobre, pero honrado”, o el plural de “Aquí somos pobres, pero honrados”. Es que siempre se pensaba que los pobres eran los que cometían los delitos, y que la “gente honorable” eran los de la clase media para arriba. Ahora los tiempos han cambiado y los delitos se han democratizado, si es que no fue así desde el comienzo, y son los ricos a los que vemos cargar con todo lo que pueden, sin importar la decencia y las buenas costumbres. Son ahora los ricos los que deberían defenderse del prejuicio de clase diciendo: “Soy rico, pero honrado”.

Una última, aunque no venga tan a cuento. Siempre se dice que una imagen vale más que mil palabras. Hagamos un poco de matemáticas. Si yo veo un video a velocidad normal, es decir, a 24 imágenes por segundo, me vale más que 24,000 palabras. Esto significa que en una película de 90 minutos, o sea 5,400 segundos, lo que he visto vale más que 5,400,000 palabras. Esto es más de las que tiene la Biblia, solo por poner un ejemplo. Sin embargo, al ver una película no me siento más culto por haber leído tanto. Por lo tanto, esta frase también deberíamos considerarla como obsoleta. Y ni siquiera he hecho la distinción sobre si la película está en HD o 4K, lo que sin duda debería valer más de 1,000 palabras por cada imagen.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Cuando era izquierdista


Una de las ideas que he tenido siempre, y que ha gobernado mi vida, es la de que el hombre nace izquierdista, y la vida lo va derechizando. Desde que estaba en la escuela primaria, siempre había alguien tratando de adoctrinarme sobre la lucha de clases, el glorioso socialismo o el antiimperialismo. Aunque estaba de acuerdo con muchas de esas ideas, nunca llegué a pasar de ser un izquierdista tibio, siempre había algo que no me cuadraba en esas ideologías. Cuando llegué a la universidad, ya la cosas estaban cambiando. La perestroika nos decía que dentro del socialismo las cosas no eran color de rosa, y podía discrepar abiertamente con amigos que profesaban un comunismo cavernícola. Fueron ellos los que iniciaron mi camino al liberalismo económico, cuando negaban las contradicciones de su pensamiento, que para mí eran tan claras. Por qué, si el socialismo es tan bueno, tanta gente arriesga la vida para escapar y nadie huye de un país capitalista hacia uno socialista, por qué un universitario me hablaba de una dictadura del proletariado que en donde no habría lugar para los universitarios, porque allí un graduado valdría lo mismo que un obrero. 

Recuerdo que en esas discusiones era tachado de burgués, con la pasión de quien cree hacerme un insulto terrible. Yo no sabía entonces muy bien lo que significaba esa palabra, y pronto me dieron explicaciones detalladas sobre cómo los pequeños burgueses vivían un mundo de comodidades a espaldas del pueblo. Esas explicaciones cambiaron mi rumbo. Mi aspiración fue desde entonces convertirme en un burgués. Soñaba con tener una hermosa casa y salir en un auto nuevo por las calles, mientras todos los comunistas me gritaban improperios desde sus ropas desgastadas y harapientas.

Afortunadamente, para entonces ya había llegado la Generación X. Ese movimiento sin ideología se convirtió en mi ideología, y de pronto me vi colaborando para desterrar la política de la vida universitaria. Así fui testigo de la primera vez en la historia universitaria en que hubo elecciones estudiantiles sin una lista afiliada a algún movimiento político. Mi camino hacia la derecha estaba ya marcado.

En el mundo real fuera del claustro universitario, tuve la suficiente percepción para ver cómo el capitalismo nos tendía trampas para abandonar el izquierdismo. El pago de los primeros sueldos y las responsabilidades familiares lo vuelven a uno capitalista. Por primera vez podía comprar cosas que yo quería, y no sólo aquellas que necesitaba. Por su parte, aquellos amigos que un día quisieron hacer la revolución mundial, poco a poco se limitaban a querer cambiar al país, para terminar queriendo solamente poder vivir tranquilo con su familia, con el único consuelo de estar lo suficientemente tranquilos para poder criticar al gobierno.

Con el tiempo, hasta el socialismo pasó de moda. Los que hoy se llaman a sí mismos “socialistas” o “izquierdistas” ya no son ni la sombra de los que yo llegué a conocer, aquellos que al escucharlos hablar parecía que al día siguiente abandonarían todo y se irían a la selva a iniciar la revolución. Pero el mercantilismo liberal tampoco es lo que nos prometieron que sería, no es por lo que creímos luchar. Al final, he vuelto a no creer en nada, he vuelto a ser un Generación X en medio de los millennials. Pero por alguna razón ya no puedo volver a ser un izquierdista, y me tengo que conformar con ser un liberal ortodoxo con unas pocas opiniones de izquierda.

Es que, como dije al principio, el hombre nace izquierdista y la vida lo va derechizando.
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