sábado, 25 de enero de 2020

Frases twitteables 53


Hay tiempos en que uno escribe sin parar, y otros en que la flojera me impide escribir más de una frase seguida. Aquí una veintena de ejemplos:
  • Cita apócrifa: Hay personas que hablan poco, y son buenas. Hay personas que hablan una hora, y son mejores. Y hay personas que hablan todo el día, esas son las insoportables. 
  • ¿A quién le tocará parafrasear al músico del Titanic y decir “Caballeros, ha sido un honor vivir en este planeta con ustedes"? 
  • En una ocasión fui torturado todos los días por un compañero de trabajo con un playlist que YO le había recomendado. Había creado un monstruo. 
  • Existe mucha gente alérgica a los gatos, pero nunca se ha sabido de un gato alérgico a los humanos. Eso prueba lo poco que les importamos. 
  • La vida es muy corta, dijo nunca nadie en un lunes. 
  • A mi nunca me han dicho que haga algo y “que parezca un accidente”. Entre otras cosas, porque conmigo siempre es un accidente. 
  • A veces me parece que una cuenta de twitter es como un estante donde uno pone los pensamientos que no va a usar, pero tiene que poner en algún sitio a ver si en algún momento le sirven. 
  • Todos sabían que era una persona que se fijaba mucho en los detalles, pero criticar las fallas de redacción y de ortografía en la nota de suicidio ya era demasiado. 
  • Lo que no nos mata, no siempre nos hace más fuertes. Es solo que algunas veces creemos eso porque no nos mata inmediatamente. 
  • Era una persona tan insignificante que cuando vendió su alma al diablo, este la devolvió a los pocos días diciendo que lo habían estafado. 
  • Decálogo del holgazán: 1. ¿Por qué hacer diez reglas cuando te basta solo una? 
  • - Esa obsesión tuya no te lleva a ninguna parte... Creo que debes buscar ayuda profesional… - Tal vez tengas razón... ¿Cuánto crees que me cueste contratar a un asesino a sueldo? 
  • Contrario a lo que piensa la gente, la mayoría de los políticos son consecuentes con sus ideas y nunca las traicionan. Lo malo es estas ideas no tienen que ver con el bienestar del país. 
  • El talento tonto del día de hoy: Puedo bailar mal todos los bailes conocidos por el hombre. 
  • Nunca me tomo demasiado en serio, aunque solo sea como mecanismo de defensa. Si me tomara en serio, tal vez no me quedaría otra opción que matarme. 
  • Tonto respondiendo un test para postular a un trabajo: - Descríbete en dos palabras: - No puedo. 
  • Jugando a completar frases con el texto predictivo de mi celular, primero logré una carta de amor, luego una disertación filosófica y por último un análisis económico. Creo que eso significa que mi texto predictivo es impredecible. 
  • ¿Has notado que si no fuera por internet no te enterarías de lo que piensa tanta gente que no te interesa? 
  • Primero una película que le hace mala fama a los payasos, ahora una que le da mala fama a la risa. ¿Qué están tratando de hacer? 
  • La nueva forma de bloqueo de escritor: Tratando de escribir un microcuento, me salió tan corto que mejor no escribí nada. 
  • Siempre me dijeron que si no vas a decir algo agradable, mejor no digas nada. Creo que eso no aplica en Twitter. 
  • No existe invento o idea genial que al comienzo no haya sido considerado como una tontería. 
  • Otro día. Otro tontómetro roto por haber sobrepasado la escala. 
  • Los siete pecados capitales: Lujuria, Ira, Soberbia, Envidia, Avaricia, Pereza, Gula. Si, creo que cada uno de ellos tiene cuenta de Twitter e Instagram.

miércoles, 15 de enero de 2020

La cueva del silencio


En uno de mis viajes, me hablaron de la sala del silencio. Era este un sitio dentro de una cueva en donde todo sonido se apagaba, al punto que era imposible de soportar. La persona que me habló de este lugar me contaba la historia.

No se sabe quién la descubrió. Cuando era niño ya era conocida y los mayores prohibían entrar a las cavernas cercanas al pueblo. Por eso mismo, en la escuela solían retarse a entrar a la cueva y llegar, después de una larga caminata, a una especie de claro entre todas las estalactitas, con espacio para cuatro o cinco personas sentadas. Dentro de todos los sitios que escondía la caverna, este era reconocible porque de pronto todas las voces se deformaban y se apagaban, y los gritos se escuchaban solo a un par de metros. Una vez allí, empezaba el reto. Se sentaban todos en silencio y esperaban al primero en levantarse.

Lo primero que sentían era una especie de zumbido instintivo, como cuando alguien sale de un sitio muy ruidoso. Cuando el oído se acostumbraba al silencio, era una experiencia increíble, estar allí sin escuchar nada y tener la sensación de haber detenido el tiempo de alguna manera. Solo el olor de los musgos que cubrían las paredes, y que servía de amortiguador de todos los sonidos, les daba alguna evidencia de que seguían vivos y no se habían convertido en fantasmas. A los pocos minutos de un silencio opresivo, buscaban un sonido en cualquier parte, en la respiración de los demás, en las corrientes de agua de los pasadizos cercanos, incluso en la esperanza de que la luz de las linternas que llevaban haga algún sonido que les ayude a resistir. Pronto todos luchaban contra la tentación de hablar, de carraspear, de hacer algo que produjera algún ruido. Algunos se cubrían los oídos con las manos, como si el silencio pudiera amortiguarse como se amortigua un ruido estruendoso. El reto ya no era por resistir, sino por mantener la cordura en un silencio que les hacía temer que se habían quedado sordos para siempre.

De pronto, el primero en abandonar el reto gritaba, incapaz de soportar el silencio. Pero incluso los gritos sonaban allí apagados y las palabras se tornaban ininteligibles en la sala. Al menos para aquellos que quedaban era un respiro del silencio de la caverna, y pasaba un rato más, nadie sabía cuánto, pues el silencio hacía perder el sentido del tiempo, hasta que otro saliera corriendo aterrorizado. Hubo casos en que los muchachos se perdían en el camino de regreso, víctimas de la desorientación que ocasionaba la falta de ruidos. Quienes se quedaban hasta el final, necesitaban ayuda para salir, el efecto del silencio duraba varios días en que los muchachos sentían mareos, desorientación y la urgencia de gritar. Los padres se quejaban entonces y prohibían nuevamente las excursiones a la cueva, que hacía a sus hijos incapaces de soportar el silencio.

En efecto, no se supo nunca de nadie que haya podido estar más de una vez en la sala del silencio. Solo se supo de uno que intentó hacerlo, y tan pronto como su voz empezó a deformarse en las cercanías, abandonó todo y salió corriendo, presa de un colapso nervioso que duró mucho en ceder. Fue entonces cuando las autoridades del pueblo quisieron cerrar la entrada a la caverna, a pesar de que ya la caverna se estaba convirtiendo en un atractivo turístico. Al final, se quitaron con pico las estalactitas y se quemaron los musgos de las paredes para eliminar las propiedades acústicas del sitio. No lo lograron totalmente, pero ya no se volvieron a repetir esos episodios.

Así emprendimos la visita a lo que quedaba de la sala del silencio, con la previsión de llevar audífonos y el celular con música almacenada para el momento en que el silencio se hiciera insoportable. El camino era algo más difícil de lo que me habían dicho, había ríos subterráneos y pendientes resbalosas, y en el techo podían adivinarse los murciélagos que infestaban toda la caverna. Inscripciones en las paredes que encontraba aquí y allá me hacían desconfiar de todo lo que me habían contado.
Después de casi una hora, mi guía dijo de pronto: “Aquí es”. El sitio no me pareció diferente a todos los que habíamos pasado, una especie de salón formado por las paredes de la cueva, con un suelo barroso. Solo la ausencia de estalactitas lo diferenciaba, además de otro detalle que me hizo notar mi guía. No había huellas de murciélagos. Pero la voz no sonaba deformada, también podía escuchar claramente el sonido de mi ropa al moverme. Es que tienes que encontrar el punto exacto, me dijo mi guía. Empecé a dar vueltas por todo el sitio y ya estaba pensando en que toda esa historia era una leyenda o una trampa para cobrarme por la excursión, cuando todos los sonidos se apagaron. Me quedé inmóvil en mi sitio por la sorpresa. Instintivamente moví mis brazos y aspiré profundamente, temeroso de haber perdido todos mis sentidos. Era cierto, un silencio aplastante me aisló del mundo en un momento. Traté de gritar, pero ningún sonido salió de mi boca, de repente me pareció haber perdido todo contacto con el mundo, como si hubiera muerto sin abandonar mi cuerpo. En mi estado de confusión, no pude ponerme los audífonos y caí desmayado.

Cuando recuperé el sentido, mi guía me había arrastrado fuera de la sala y me estaba dando una infusión relajante que traía en un termo. Cuando la sala estaba completa era mucho peor, me explicaba. Solo entonces comprendí lo peligroso que había sido y las precauciones de quienes decían que ese sitio conducía a la locura. No he vuelto a entrar en una cueva desde entonces, y los lugares cerrados y silenciosos me provocan cierta aprensión. Como me dijeron en el pueblo, soy un superviviente del silencio.

domingo, 5 de enero de 2020

Donde menos se piensa


Son muchos, se confunden en la multitud y es imposible reconocerlos a simple vista. Son los tontos. A la gente desprevenida los toma por sorpresa. Creen estar ante una persona normal y lo tratan como tal hasta que de pronto, sin previo aviso, sueltan una tontería que los deja en evidencia, pero para entonces ya es demasiado tarde.

Algunos, teóricos de la tontería, han aventurado algunas formas de identificarlos, son aquellos que van con una sonrisa entre la multitud de trabajadores que van al trabajo cada mañana, como si la vida fuera bella a esas horas, dicen, pero nunca encuentran la prueba definitiva. Otros, de aquella raza que le puso etiquetas a a todo lo que existe, tratan de clasificarlos para identificarlos, fracasando al verlos cometer tonterías de nuevos tipos que obligar a replantear cualquier clasificación.

Algunos quisieron marcarlos, colocarles un distintivo que proteja a las personas normales de su contacto, para sufrir la decepción que significa constatar que la tontería es contagiosa y hace a personas comunes cometan acciones tontas, o peor aun, pensamientos tontos. Se dice incluso, aunque no ha podido nunca probarse, que los tontos saben infiltrarse en los equipos de investigación que pretenden estudiarlos.

No hay lugar en donde tarde o temprano no aparezca un tonto, ni proyecto en donde no surja una tontería que introduzca una peligrosa variable de incertidumbre que ponga en riesgo todo el resultado.

Es inútil castigarlos u ofrecer incentivos para evitar que los tontos actúen, porque los tontos son inocentes de su propia tontería y no actúan con mala intención. Los tontos, además son inmunes a la experiencia. pueden repetir las mismas tonterías una y otra vez. Cuando se les impide o se les educa para no cometer una tontería específica, cometen otra que nadie pudo prever, demostrando una inventiva fascinante.

Es imposible censarlos, porque los tontos ni siquiera saben que lo son, y viven desconociendo el efecto que su tontería causa en los demás. Las opiniones de los demás tampoco son confiables, pues muchas veces son interesadas, muchas veces se califica a alguien como tonto sin serlo, e ignorando a los verdaderos tontos. De esta manera nadie conoce su cantidad, no se sabe si son mayoría, como más de uno teme.

Cualquier intento de control tendrá poco o ningún efecto. Las tonterías no pueden ser direccionadas, ni desviadas, ni evitadas. Fluyen de manera natural y como el flujo de un río caudaloso, si encuentran un escollo, lo rodean y vienen desde otro lado.

Son una fuerza impredecible y poderosa que algunos han tratado de aprovechar desde el gobierno, desde los partidos políticos y hasta desde las mafias, con resultados que no han ido más allá de algunos éxitos esporádicos y de corta duración, porque los tontos son la más democrática de las condiciones, sin tener distinción de sexo, edad, condición económica, religión o filiación política. 

¿Qué podemos hacer entonces contra los tontos? Nada. Ni siquiera se puede criticarlos, porque en aras de la corrección política no sería bien visto herir sus sentimientos y en cualquier audiencia, al menos probabilísticamente, hay al menos un tonto. Ya sabemos que donde menos se piensa, hay un tonto.
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