viernes, 13 de abril de 2012

El tonto que quiso ser inteligente


Es imposible. No importa lo mucho que me esfuerce, nunca logro ser sobresaliente en nada. No soy un completo inútil, tampoco, porque para ser completo también tengo que ser sobresaliente. Me paso la vida más bien flotando en la estrecha franja que existe entre la normalidad y lo notable y digno de ser premiado.
Desde las épocas de la escuela, siempre fui el segundo o el tercero, o justo el puesto que no alcanzaba a las premiaciones. Mi único consuelo era saberme la persona hacía que los primeros puestos se mantuvieran alertas y no bajaran la guardia para no ser superados por mí (y esto, en realidad, fue lo que me confesó uno de tales primeros puestos, tiempo después).

Así pues, no logré ser recordado por la posteridad escolar como uno de los inteligentes de la escuela, sino apenas como una persona con una buena memoria para los datos y un gusto impecable para la música. Tal vez esto parezca suficiente para muchos, pero no para mí. Siempre busqué algo más, algo en lo que fuera nítidamente superior a los demás. Y sabía que esto no pasaba por las actividades físicas. Siempre era el último a quien escogían para los equipos de fútbol, o incluso a quien pasaban al equipo contrario para darle ventaja, ni el baile ni otras actividades sociales fueron nunca lo mío.

En la Universidad, a la que ingresé después de mucho esfuerzo, y en una carrera en la que nadie me daba mucho futuro, porque todos mis conocidos, asesores de carrera y otros expertos me aconsejaban una carrera de letras, tampoco empecé con buen pie. Mis habilidades matemáticas nunca fueron buenas, y meterme en la universidad donde los cursos de números son los más exigentes del país se asemejaba mucho a un suicidio. Allí estuve ya no luchando por ingresar a los primeros puestos, sino batallando por no estar entre los últimos. De alguna manera me mantuve allí, incluso cuando el país entero parecía conspirar para obligarme a abandonar los estudios, ya que pasé en la Universidad la que se considera la época más oscura en su más que centenaria historia.
Cuando salí (en realidad, desde antes) ya soplaban nuevos vientos. Poco a poco me fui armando de confianza, y al final, nadie era capaz de creer que yo no era uno de los alumnos más destacados de su promoción, ni mucho menos dudar que yo estuviera al menos en el décimo superior, cuando la realidad era que yo no estaba ni siquiera en el segundo tercio. Lo cual reducía dramáticamente mis posibilidades de empleo, donde se exigía siempre a egresados del quinto superior de su clase.
Años después, los conocidos con los que me encontraba en reuniones o por motivos de trabajo, se extrañaba de no verme trabajando para una gran empresa o en un alto puesto. Yo siempre ocultaba la verdad de que para esos puestos se elige a las personas que destacan en su carrera. Y como siempre, yo no cumplía con esos requisitos.

Los test de inteligencia que rendía como requisito de ingreso para un puesto, daban como resultado siempre un nivel normal, muy pocos puntos debajo de lo considerado “superior”. Solo una vez, en un examen en una de esas empresas de personal resources me atreví a impugnar el resultado.
-          ¿Cómo, señorita, que no soy adecuado para el puesto?
-          Señor, sus resultados indican que su nivel de inteligencia está dentro del promedio, y nosotros queremos genios, o por lo menos con síndrome de Asperger…
-          Yo puedo ser un Asperger, mire, mis aptitudes sociales son bajas, me cuesta relacionarme con las personas, y puedo ser obsesivo…
-          Lo siento señor pero no califica…
-          ¿Y el otro puesto, para personas de poca calificación?
-          No señor, para ese puesto tampoco califica, sus puntajes de los tests son muy altos…

Al llegar a mi casa, me puse a meditar seriamente sobre el asunto. De acuerdo a las pruebas, exámenes, encefalogramas y cartas astrológicas, no soy una persona normal, pero tampoco soy un superdotado. Al parecer estoy destinado a no destacar en nada. ¿Qué soy entonces? Después de mucho pensar, solamente una respuesta apareció como posible, una única explicación a mi condición. Una sola clasificación posible.
¡Soy un tonto!

Fue en esos días cuando me decidí a empezar a escribir un blog.

3 comentarios:

  1. y...como en los juegos infantiles"tonto " el que lo léa jajaja.

    Muy buena esta reflexión, y decirle que dónde puñetas esta la perfección.Si los supermegas inteligente de: Matemáticas, Gestón-Empresa etc se han cargado la economía de medio Mundo...

    -HAGA UNA REFLEXIÓN FILOSÓFICA;VIVA Y DEJE VIVIR QUE TÁL COMO ESTA EL PATIO UD NO ES...TAN"TONTO"

    Saludios y feliz día:)

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  2. Los tontos somos los auténticos filósofos, los que vivimos la vida en vez de sólo planificarla por los demás. Una reflexión genial, tal vez tu blog se lo que supera en mucho a otros, al menos desde mi punto de vista. ;)

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  3. Y aunque hubieras destacado ¿te hubieras sentido completo?

    Yo también siempre he estado en la mitad, ni el primero ni el último, siempre a las puertas de algo "grande" pero nunca traspasando el umbral...

    Demasiado listo para estar con los tontos, demasiado tonto para estar con los listos...

    Al final también me decidí por un blog, ya ves...

    Cosas que pasan.

    Un saludo.

    Oski.

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