lunes, 26 de junio de 2017

Lo que no te mata



Hace tiempo vivió en Alemania un señor llamado Friedrich Nietzsche, quien concluyó que la dificultad para deletrear o siquiera pronunciar correctamente su nombre era un anticipo de su destino, por lo cual se dedicó al estudio de la filosofía. Algo así como: Si crees que mi nombre es difícil, espera a que leas mis libros. Ignoro si Don Federico estaba al tanto de que solo con ser alemán y además filósofo ya tenía la mitad de la tarea hecha, pero igual se dio a la tarea con un entusiasmo y una disciplina admirables. Fruto de este esfuerzo fue ese famoso libro llamado “Así hablaba Zaratustra”, piedra angular de la civilización moderna, o sea que es un libro sólido, denso, pesado y duro, como corresponde a toda piedra angular que se respete.

El problema es que sus libros, y en realidad sus ideas no son para nada interneteables o fáciles de digerir sobre todo en esta generación que se conforma con Paolo Coelho y la literatura de autoayuda. Lo único que queda son unas cuantas frases, invariablemente malinterpretadas en la red. Por ejemplo, la frase “Dios ha muerto”, ha servido para justificar cualquier cosa en nombre del ateísmo. Pero Nietzsche también desarrolló el concepto del “übermensch”, que es el hombre bueno, cuya moralidad y escala de valores sustituye al Dios castigador y vengativo para impulsar la bondad en las acciones humanas. Lo malo es que la errónea traducción del término y la unión con la idea anterior termina para muchos en el absurdo simplismo de decir que según Nietsche, Dios ha muerto, pero aún nos queda Superman.

La otra frase célebre que nos dejó es “was uns nicht umbringt, macht uns stärker”, pero, claro, como lo dijo en alemán, no le hicieron tanto caso por acá hasta que lo tradujeron a “Lo que no nos mata, nos hace más fuertes”. A esta frase sí le han sacado el jugo los autores de libros de autoayuda, la han exprimido, trivializado, empaquetado y la han vendido como el remedio universal contra las penas. La influencia de esta frasecita sirvió además para cosas tales como crear el guión de todos los enemigos de Gokú, para justificar que aguantemos calladitos un montón de cosas en los últimos treinta gobiernos, y para hacer una que otra burrada a lo largo de nuestras vidas.

Yo no soy un filósofo, ni he estudiado la obra de Nietzsche, pero estoy seguro de que cuando escribió esta frase no estaba pensando en las mujeres con desengaños amorosos ni en aquellos que han tenido un contratiempo en la oficina, como si hubiera gente que de verdad se muriera por esas cosas.

Pero como esta es una página de tonterías, y ya he hablado en difícil un buen rato, me decidí a escribí y a buscar malinterpretaciones de esta frase, para ver si aunque sea por reacción, nos ponemos a investigar un poco que quiso decir Nietzsche cuando dijo lo que dijo:
  • Lo que no te mata, debería.
  • Lo que no te mata, está ganando experiencia para tener éxito la próxima vez.
  • Lo que no mata, engorda.
  • Lo que no te mata, es que falló por poquito.
  • Lo que no te mata, es lo que te dejó hecho una piltrafa.
  • Si lo que no me mata me hace más fuerte, esa diarrea me va a dejar convertido en Hércules.
  • Lo que no nos mata nos hace más fuertes, pero lo que no nos mata, también se hace más fuerte.
  • Lo que no te mata, te deja tan apaleado que luego aceptas cualquier maltrato y terminas diciéndote a ti mismo que eso te fortalece.
  • Lo que no te mata te hace más fuerte, o te deja más tonto.
  • Lo que no te mata, te vuelve insoportable pidiendo likes en facebook.
  • Lo que no te mata, te hará empezar a buscar las esferas de dragón.
  • Lo que no te mata te hace más fuerte, lo que sí te mata, pues ni modo.
  • Lo que no te mata, ya tendrá otra oportunidad más adelante.
  • Lo que no nos mata, nos hace más fuertes, excepto al Coyote, que sigue igual de flaco.
  • Lo que no te mata, te hace pedir tragos más fuertes.
  • Lo que no te mata te hace más fuerte, ahora dile eso a tu hígado.
  • Lo que no te mata, te hace más fuerte. Y yo voy a hacerte más fuerte, y si no lo logro, pues...
  • Lo que no nos mata, nos da excusa para andar presumiendo de que nos hizo más fuertes.
Al final, la moraleja de todo esto es que lo que no nos mata, al menos nos da tema para escribir esta noche…

sábado, 17 de junio de 2017

El gato que hablaba


Al llegar a mi casa, encontré un gato sentado junto a la ventana. En ese momento no se me ocurrió pensar en cómo había entrado a la casa, y por un acto reflejo, hice señas para que se fuera. “Vamos, gato, fuera, ve a tu casa”. El gato ni siquiera se dignó a mirarme y siguió observando el jardín. Ya estaba tomando una escoba cuando el gato, sin apartar la vista de la ventana, me dijo “¿Quieres dejar eso? No tengo nada contra ti y tú tampoco deberías tener nada contra mí “.

Me quedé de pie en mi sitio, como dándole la razón. En alguna parte de mi cerebro, no me parecía tan descabellada la idea de que los gatos pudieran hablar, y más bien mi sorpresa se debía a que sólo después de tantos años pudiera comprobarlo.
- Es verdad entonces, que los gatos pueden hablar...
El gato seguía observando a través de la ventana, y hablaba sin mirarme, como si hablara para sí mismo.
- Tú señalas lo obvio, como todo humano que no sabe usar sus propios sentidos y no confía en ellos. Sé que dirás que es increíble y querrás decírselo a otros humanos para que tú mismo puedas creerlo. Pero no te fatigues, nadie te creerá, porque los hombres solo creen aquello con lo que se sienten cómodos.
- ¿Entonces has venido a hablar conmigo, a compartir tus secretos?
- No te sientas especial, eres sólo otro humano para mí... He venido porque este es un buen sitio para observar. Me acerqué a la ventana para ver aquello que captaba su atención, pero no logré ver nada, sólo el mismo jardín de siempre.
- ¿Qué es lo que observas?
- Aquellas palomas. Un cazador debe siempre estudiar a sus presas... Mira cómo se mueven, se agrupan, cuáles son los lugares que usan para comer y cuáles son las ramas donde se posan... Será una buena caza hoy.
Esa respuesta me pareció cruel. - No necesitas matar a las palomas de mi jardín... Ven, tengo algo de atún enlatado...
- Los humanos creen que somos mascotas, creen que al alimentarnos nos volvemos obedientes y dependientes... Has de saber que para nosotros aceptar sus alimentos es una afrenta... Quien lo acepta es considerado entre nosotros como un ser inferior...
 - Pero hay gatos que lo aceptan... Yo he visto...
- Hay gatos sin respeto por sí mismos, no todos los gatos son iguales, así como no hay humanos iguales... He observado a los humanos... los hay ignorantes, sumisos, cobardes, vanidosos... Muy pocos de ustedes son aptos para dirigir una manada. Ahora aleja ese plato, no me ofendas, no eres digno de servirme.
- Pues esa manera de hablar es una falta de respeto, estás en mi casa. Por primera vez el gato volteó a mirarme un segundo, con los ojos casi cerrados, de una forma que era fácil identificar como desprecio.
- Humanos, siempre creyendo que poseen cosas, hasta creen que poseen a otros humanos y a otros animales. Para nosotros, ustedes no poseen nada, para nosotros, solo se posee lo que se puede defender. ¿Serías capaz de defender esta casa que dices que es tuya si otro viniera? No, lo que harías sería hablar en vez de atacar, y lo más probable es que otro humano te escuche y te deje sin atacarte. He visto humanos incapaces de defender su casa frente a un ratón, alborotarse con un insecto. Su tamaño de nada les vale. Mira esas palomas, crees que son tuyas porque están en un jardín que crees que es tuyo. ¿Podrás defenderlas esta noche cuando venga por una de ellas?
- Tal vez tú seas un gato cazador, pero la mayoría de los gatos no son como tú, son flojos, viven en nuestras casas y se la pasan durmiendo, así que ese orgullo tuyo es exagerado.
- Eso prueba lo poco que conocen a los gatos. Nosotros conocemos a los humanos más de lo que ustedes mismos se conocen. Sé que ustedes dicen que los gatos tienen siete vidas, pero entre los gatos se dice que los humanos solo usan la mitad de la suya. Miran, pero no ven; tocan, pero no sienten; oyen pero no escuchan; peor aún, no hacen caso a sus propios sentidos y prefieren creer lo que otro les ha dicho. Ustedes viven de día y duermen de noche, los gatos buscamos dónde sentirnos seguros durante el día y vivimos de noche. ¿No es cierto que me vería ridículo cazando a tus palomas de día?

Por toda respuesta abrí la ventana e hice una seña al gato para que se fuera. Me miró una última vez.
- Sé que mis palabras te ofenden, es por eso que los gatos no hablamos a los humanos. Yo no los odio, sólo me causa pena verlos tratando de ser cazadores solitarios que cazan con palabras y actitudes. Ustedes no son cazadores solitarios, son cazadores en manada, por eso se llevan bien con los perros. Recuerda eso, un humano no puede cazar solo ni defender lo que tiene sin ayuda. Busca tu manada y lograrás lo que quieras, así lo ha hecho tu especie a lo largo de tu historia. Adiós.
- ¿Qué pasará con las palomas?
- Depende de ellas. Si pueden defenderse, no podré cazarlas. Es la ley de la Naturaleza, y tú deberías recordarla más a menudo.

Cuando el gato de fue, me quedé pensando en si me habría dicho la verdad o todo había sido un engaño.
- Bah, los gatos no hablan...

jueves, 8 de junio de 2017

Mis vidas pasadas



Tratando de resolver uno de los grandes misterios de la humanidad, que es saber cómo es posible que haya gente así de tonta en el mundo, se me ha dicho que lo mío es una extraña predisposición genética, una mutación tipo X-Men, o simplemente una probabilidad casi imposible, acompañada de una innegable vocación. Otra explicación un poco más mística que ha formulado un amigo que dice que yo puedo competir con tontos de talla mundial (o sea que soy algo así como el Messi de los tontos) es que estoy pagando los pecados de mis vidas pasadas.

Debo aclarar que no creo en la reencarnación, y esta teoría me parece un insulto, un intento de quitarme originalidad e ignorar el esfuerzo que cuesta ser un tonto en una sola vida. Pero, me dicen que mi espíritu científico no puede negarse a la posibilidad, cuando ahora se ofrecen servicios de prestigiados chamanes que te hacen recordar las vidas pasadas.

Sobre el tema de las regresiones a vidas pasadas, siempre me ha parecido sospechoso que la gran mayoría de los que dicen haber tenido alguna han resultado ser personas importantes en su anterior reencarnación. Casi todos fueron de la nobleza, grandes sacerdotes, nadie dice algo como “en mi vida anterior fui campesino de la tribu de los huitotos” o “fui un mendigo que se sentaba en la plaza de Katmandu”.

Aquí en el Perú tenemos varias formas de saber lo que hemos hecho antes de nacer en este tiempo, incluyendo verificar en las oficinas estatales las deudas pendientes en el sistema financiero, donde siempre aparecen cosas que has hecho en vidas anteriores y en lugares donde nunca has estado. Pero no, mis amigos quieren probar la teoría en vivo. Obviamente, yo no recuerdo mucho de lo qué pasó en la sesión, pero me dicen que mi historia estaba tan buena que todos los presentes se revolcaban de la risa, e incluso me ofrecieron otro viaje a precio rebajado con la condición de darle tiempo a llamar gente y cobrar la entrada esta vez.

Haciendo recuento de mis vidas pasadas, resulta que soy un tonto de antiguo linaje y rancio abolengo, pues todas mis vidas anteriores han sido gobernadas por la tontería. Dicen los que estuvieron en la ocasión antes mencionada – sobre todo el que se puso a apuntar todo – que he vivido una treintena de vidas y he sido un tonto en cada una de ellas. Mi vida anterior más famosa fue en la antigua Grecia, donde fui el famoso filósofo Crísipo de Solos, que se especializaba en decir y hacer tonterías, como cuando filosofando defendía una idea y acababa argumentando en contra de sí mismo. También escribía mucho, pero nada de ello se ha conservado hasta hoy, con lo que nos hemos perdido de sus sabrosos textos. Tal vez es por eso que yo también escribo y con dos respaldos además. La última y más famosa de sus tonterías fue la de darle a beber vino a un burro para ver cómo tropezaba y caía, con tan cómicos resultados que las carcajadas le produjeron la muerte, dando origen a la expresión “muerto de risa”.

Otra de mis vidas anteriores fue la de Garcí Calatayudano, marinero español que trató de llegar al Perú a principios del siglo XVI. Y digo que trató porque nunca hubo pruebas hasta ahora de que realmente haya llegado a estas tierras. Resulta que Garcí era un tonto a quien no podía encargársele tarea tan sencilla que no pudiera hacer mal. Se dice que se hizo marinero debido a que nadie lo quería en su pueblo y un día amaneció misteriosamente a bordo de un barco. Allí se hizo conocido por el empeño que ponía en sus tareas. Le ordenaron amarrar las velas, y lo hizo con tal pasión que sus artísticos nudos no podían ser desechos. A la hora de limpiar la cubierta, descubrió las virtudes disolventes del alcohol sobre las manchas difíciles, y casi acaba con el ron antes de que los demás se dieran cuenta. El capitán del barco tomó la sana decisión de abandonarlo en el siguiente puerto, donde Garcí se las arregló para abordar otro navío, que lo llevó hasta el siguiente puerto, donde fue abandonado por razones parecidas. A poco de su llegada a Panamá ya era conocido como el marinero más tonto de Las Indias y Europa, y fue enrolado en una de las expediciones de conquista del entonces mítico Reino del Sur, con la esperanza de que fuera la primera baja contra los indígenas. Durante el viaje en barco, se le ordenó tirar redes para pescar, a falta de una tarea mejor, pero al no lograr nada, pensó que sí los gatos gustan del pescado y son cazadores, bien podría funcionar arrojar uno al mar para que cace unos pescados. El castigo esta vez fue abandonarlo en una isla que encontraron de camino. Allí sobrevivió comiendo pescado y huevos de aves hasta qué pasó el siguiente barco que lo recogió y lo abandonó igualmente en la siguiente isla. Poco a poco fue llegando cada vez más al sur, siendo ya conocido como “el naufrago”, inspirador sin duda de la historia de Robinson Crusoe. Aquí la historia pierde su rastro, pero sé ahora que la última isla en donde fue abandonado no estaba lejos de la costa, adonde pudo llegar nadando, con tan mala suerte que al llegar a la playa fue mordido por una tortuga, que le dejó una herida que al infectarse causó su muerte.

Otra de mis vidas, de gran éxito entre los presentes a la sesión de regresión fue la de Kenosuke, un samurai del señor Toshiuda, a quien le fue encargado durante la era Meiji hacer los preparativos para recibir al shogun y al embajador norteamericano, demostrando tan poca capacidad para la tarea que el maestro de ceremonias venido de Yedo se quejó ante Toshiuda de que Kenosuke “era un tonto”. Toshiuda mandó llamar a su samurai, y le ordenó seguir las órdenes del maestro como si fueran las suyas propias. La primera orden del severo maestro fue “que dejara de ser un tonto”. Kenosuke pensó durante la noche en cómo obedecer la orden y solo se le ocurrió una salida para dejar satisfecho a su señor. Al amanecer cometió el suicidio ritual sepuku. Tal gesto mereció la admiración del maestro, quien reconoció que efectivamente había dejado de ser un tonto, y la del señor Toshiuda, quien enterró con honores al samurai fiel, honorable, pero tonto.

Otras vidas incluyeron un soldado portugués muerto la víspera de una batalla por un golpe asestado por una bacinica, según confirmó después el físico del batallón; un oscuro maestro sufí llamado Abu Navid el Apócrifo; y un hijo de hacendado en Mérida que cometió el error de ganar una partida de cartas al famoso bandolero “Mundofeo”.

A todo esto, el misterio de la tontería sigue sin resolverse, la teoría del castigo arrastrado por múltiples vidas queda descartada, así como la teoría de que solo muerto se me acabará lo tonto, porque como ya hemos visto, esto seguirá hasta mi próxima vida. 
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