Dentro de mi investigación sobre la vida de Ibn Abu Navid, el maestro sufí injustamente llamado El Apócrifo, he encontrado
en los últimos tiempos información para seguir narrando sus historias. A través
de relatos de la época que lo mencionan, no siempre con su verdadero nombre, he
podido establecer que en el segundo de sus viajes pasó por Ceuta y que tal vez
llegó incluso a Europa a través de Gibraltar, de donde obtuvo algunas de sus
ideas y de las que se cuentan varias historias. Esta es una de ellas, que suena
bastante europea, por lo que muchos de los estudiosos la consideran falsa o
atribuida falsamente al maestro. Sin embargo, la incluyo aquí, porque me parece
bastante consecuente con su carácter y el resto de las historias narradas
anteriormente:
En una ocasión, el maestro Abu Navid se hallaba en Argel, enseñando en su particular estilo, que era el conversar con la gente y hacer preguntas hasta llegar a una verdad. El Bey Motassim, al ver el alboroto que causaba en la ciudad, se informó a través de sus consejeros sobre quién era. Los consejeros, envidiosos de su sabiduría, informaron al Bey que era un simple farsante que engañaba al pueblo. Incrédulo aún, el Bey lo mandó llamar a su palacio, aconsejado para probar la sabiduría de Navid con la pregunta imposible.
Al llegar, El Bey lo recibió con estas
palabras: “He sabido, Abu Navid, que estás en mi ciudad incitando a la rebeldía
de los jóvenes, a la desobediencia de las mujeres y a la desconfianza de los
mayores. Eso es algo que no puedo permitir. Sin embargo, en vez de mandarte
arrojar desde lo alto de la torre de guardia, he decidido darte una oportunidad de probar tu
sabiduría. En esta ciudad probamos a aquellos que se dicen sabios con una sola
pregunta. Hasta ahora nadie ha podido responder a esta pregunta y por eso se le
conoce como la pregunta imposible. Responde a esta pregunta verazmente y podrás
continuar tu camino o quedarte en mi ciudad, si es tu deseo. Si tu respuesta no
es correcta, te nombraré como farsante y te arrojaré al calabozo del palacio o
de la torre, tal como lo he dicho antes. Esa es mi decisión.”
“Si ese es tu deseo, no puedo más que
someterme a tu prueba, mi señor” fue la respuesta de Abu Navid.
El consejero principal mandó traer una copa y la llenó de vino hasta la mitad. “Deberás decirme, apócrifo maestro, si esta copa está medio llena o medio vacía”.
Abu Navid se acercó humildemente a la copa. La
levantó para verla al sol, la inclinó, la giró y observó atentamente la forma
de la copa y sus adornos, para finalmente, después de un largo silencio, tomó
un gran trago del vino hasta terminar su contenido. Después de dejar la copa en
su sitio, declaró: “En verdad, esta copa está vacía”.
El Bey, que al igual que toda la corte, había observado toda la escena con suma atención, no pudo más que echar a reír con la respuesta. “En verdad eres sabio, Abu Navid, aunque tu sabiduría no es la que se acostumbra en nuestro país. Has respondido la pregunta imposible, y aunque mi deseo es que te quedes en mi palacio compartiendo tus enseñanzas, puedes seguir el camino que te plazca, ya que así fue decretado”.
Fue así que, a pesar de las protestas de los consejeros del Bey, Abu Navid salió del palacio y siguió predicando en la ciudad un par de días más, antes de continuar su viaje, advertido de posibles represalias por parte de los envidiosos consejeros del Bey.
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