Actualmente, la globalización parece haber
acercado al resto del mundo a nuestro país, trayendo gente de muchas partes del
mundo hacia aquí, circunstancia de la que nadie parece notar demasiado por acá
debido a que en el Perú tenemos una gran cantidad de razas conviviendo
pacíficamente. Yo mismo tengo algo del cocktail de razas que ya se ha vuelto común
por aquí.
Lo que pasa es que al parecer el clima y el ambiente
que se respira aquí parecen tener un efecto igualador sobre las personas. Los extranjeros
que se quedan un tiempo en nuestro medio adoptan tan rápida y completamente
nuestras costumbres que parece magia a los extranjeros que nos vienen a visitar
por primera vez. Este proceso es conocido por nosotros los peruanos y hasta
tiene nombre: Se le llama “criollización”. El extranjero “acriollado” come
cebiche, baila marinera y es hincha del Alianza Lima, y como tal es aceptado en
nuestra sociedad, donde tiene hijos que olvidan las costumbres paternas y se
convierten en peruanos con tantos derechos como los descendientes de los
criollos afincados hace siglos en nuestra tierra.
Es por eso que aquellos anuncios de Benneton
donde aparecen niños de distintas razas no tuvieron mayor impacto en nuestro
medio. Fotos de ese tipo nos parecían más bien tomadas en cualquier escuela de
clase media de Lima, nada especial que nos llame la atención.
Otra de las consecuencias de esto es que nosotros
tenemos un concepto de extranjero muy limitado. Un extranjero aquí debe ser “gringo”,
es decir debe tener la piel tan blanca como un papel, la que se debe tornar de
un rojo camarón al primer contacto con el sol.
Y los peruanos nos creemos esto a pie
juntillas, sin nadie que nos saque de esta opinión. Una vez conocí a un
filipino al que acompañaba en su visita a nuestro país. Como buen peruano, lo
llevé a una bodeguita para que conozca la Inka Kola, que en ese tiempo todavía
era nuestro orgullo nacional. El filipino, que hablaba tagalo y un poco de
inglés muy masticado, pidió al dueño de la tienda algo de beber. El bodeguero
le respondió de mala manera, creyendo que se estaban burlando de él. Yo tuve
que intervenir para explicar que el señor en realidad era filipino y que no
sabía castellano. “Pero si el señor tiene cara de piurano” se quejó airado. La
verdad, y viéndolo de cerca, el bodeguero no andaba lejos de la verdad, pues
los filipinos tienen la misma tez oscura y los ojos achinados de los nacidos en
Piura.
El caso contrario le sucedió a un amigo mío, descendiente
de italianos, y con la cara aún no oscurecida por la peruanidad. En busca de un
recuerdo para unos amigos a los que iría a visitar a Europa, fue a un conocido
mercado de artesanías. Le fue imposible obtener el precio que sabía que
costaban las artesanías, sin mencionar lo que pasó cuando insistió en pagar en
soles por las compras que hizo. Los vendedores simplemente se negaban a creer
que era peruano, a pesar de su acento completamente limeño. Al día siguiente
regresó al mismo lugar con un amigo, este sí con aspecto completamente peruano,
y obtuvo los precios que se aplican a los nacionales.
Es que a los peruanos aún nos falta aprender
lo que es la globalización.
Solo puedo decir: Buuh .-.
ResponderBorrarLos esterotipos siempre se presentan .-.
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