No sé exactamente qué estaba haciendo por allí
a esas horas, el caso es que me hallaba en una calle desconocida, pero a la vez
con tantos elementos conocidos que me resultaba familiar, de modo que caminaba
con cierta inseguridad, pero sin el temor que le provocan a uno las calles
desconocidas. Fue entonces cuando la vi. Más exacto sería decir que fue ella la
que me vio. Cuando me di cuenta ella ya había recorrido con su caminar apurado
la distancia que nos separaba. La situación era extraña, pero al mismo tiempo
tan natural, que me quedé inmóvil en la vereda, sin saber qué hacer. Ella se
dio cuenta, por supuesto, y parecía gozar íntimamente con mi confusión.
- ¡Hola! ¿Qué? ¿Ya no te acuerdas?
Su saludo, tan natural como si hubiera sido
ayer la última vez que nos vimos, no hizo más que aumentar mi estupor. Solo
pude responder con un “Hola” automático y sin fuerza.
- ¡Vamos! ¡A veces las personas
regresan!
Tuve que aceptar su argumento y el abrazo que
me ofrecía, tratando de ocultar, sin saber por qué, lo mucho que la había
extrañado, esfuerzo inútil, pues ella no había perdido la costumbre de leer
todos mis pensamientos como si los tuviera escritos en el rostro. Fuimos
caminando como en los viejos tiempos, con su cabeza recostada en mi hombro,
recuperando mi andar la firmeza de antaño. En un momento dejé de lado todo lo
que había pasado y me entregué a la naturalidad de su conversación casual.
- Hace mucho que no estábamos así
¿Verdad?
- Es cierto, te había afectado mucho
cuando me fui, y estuviste triste un buen tiempo…
- ¿Cómo lo sabes?
- ¡Ah! Te voy a contar un secreto:
De vez en cuando regresaba a verte, para ver cómo estabas, pero sin que tú me
vieras… Sé que tardaste mucho para volver a sonreír…
- Es que cuando tú me dejaste…
Una gran sonrisa apareció en su rostro, y yo
me rendí ante ella. Ya casi había olvidado el efecto que me causaba su sonrisa,
esa sensación de felicidad al ver su rostro. Caminábamos sin prisa, sin rumbo
fijo, o al menos eso me parecía al comienzo, pues aunque íbamos juntos sentía
que era ella quien guiaba. Pronto tuve la sensación de que íbamos hacia un
lugar en especial, el cual no podía determinar. A decir verdad, tampoco le
prestaba atención. Solo quería aprovechar este momento de estar juntos otra
vez. Nuestra conversación giraba solo alrededor de nosotros, sin pesadumbres,
sin remordimientos, sin pasado.
- Yo nunca te dejé, siempre estuve
cerca…
- ¿Y por qué entonces no me dejaste
verte?
- Donde estoy ahora, tiene otras
reglas… No podemos vernos como antes… Tú me entiendes ¿Verdad?
- No. No entiendo, por qué no
podemos volver a estar juntos…
- Porque no podemos, nada más. Hoy
me estoy escapando un rato para estar contigo, alégrate porque no siempre
puedo…
- Quédate conmigo otra vez… Volvamos
de nuevo…
- Sabes que no puedo – me dijo
riendo – Eres un tonto…
En ese momento ambos recordamos la frase que
ella siempre me decía, y la completamos al mismo tiempo.
- ¡Pero al menos soy tu tonto!
Hacía mucho tiempo que no soltaba una
carcajada así. Aunque no recordaba exactamente cuándo, sabía que la última vez
había sido con ella. Y esa vez, como ahora, ella me había acompañado
ruidosamente. En ese momento volví a ser el de ese tiempo, como si los meses
desde su partida no hubiesen existido, y la felicidad se hubiera convertido en
un instante eterno. Nada nos había pasado, éramos nuevamente los dos,
nuevamente estábamos juntos y nos amábamos. Pero fue ella quien rompió el
momento.
- Ya está, hemos llegado ¡Y no me
preguntes a dónde, porque tú no te has olvidado de este sitio!
Era cierto. Reconocí al instante el lugar. Era
nuestro sitio. Un parque no muy grande donde yo la esperaba cada vez que me
llamaba diciendo que se escapaba del trabajo, Allí nos sentábamos en la hierba
y simplemente dejábamos pasar el tiempo juntos. De pronto comprendí que ella me
había llevado hasta aquí para despedirse. Si tenía que irse, no la dejaría irse
triste.
- Gracias por venir a verme… Te
extrañaba…
Ella puso su mano en mi pecho.
- Yo sé lo que pasa aquí dentro.
Estoy bien, no llores por mí. Estaré cerca si es que me necesitas alguna vez.
- Quisiera que no te vayas…
- Tú sabes cómo son estas cosas… No
puedo… Pero, ¿Quién sabe? Tal vez un día de estos me aparezca por aquí… Adiós…
Solo había venido para que no te olvides de hoy… Recuerdas ¿Verdad?
Miro el calendario en mi reloj y vuelvo a ver
el parque. Todo parece igual. Allí está el árbol, las bancas, las flores en el
centro del césped y las que bordean las veredas. El tiempo no ha pasado. Solo
la fecha me recuerda que hoy, hace un año, ella murió.
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