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martes, 18 de septiembre de 2012
La multiplicación de los milagros
Erase una vez que ocurrió un milagro. Un milagro puede ser cualquiera, no importa cual. Puede ser acaso una multiplicación de los panes, o caminar sobre el agua, tal vez un milagro que no esté mencionado en la Biblia. El hecho es que fue un milagro. Los milagros no ocurren todos los días, y es por eso que se les llama milagros. La verdad es que los milagros son tan raros que para que ocurra uno es necesario otro milagro. Entonces sucede que en realidad no ha sucedido un milagro, sino dos. El milagro original y la ocurrencia del mismo, como acabamos de descubrir. Luego nos damos cuenta de que si la ocurrencia de un milagro ya es un hecho rarísimo, el que ocurran dos milagros es aún un hecho más sorprendente, por lo que podemos afirmar que esta ocurrencia es ya un tercer milagro. En consecuencia, tenemos que ha ocurrido no un milagro sino tres. Continuando con estos razonamientos, podemos seguir multiplicando los milagros hasta el número que queramos. Pero esto nos lleva a una paradoja. Mientras más apliquemos este ejercicio, más milagros encontraremos, y si llegamos a un número suficientemente alto (digamos, unos cuantos cientos o miles), descubriremos que en realidad la ocurrencia de tales milagros no es en absoluto un acontecimiento infrecuente, ya que hemos demostrado la existencia de un número alto de milagros ocurridos. Siendo así, el hecho deja de ser un milagro, ya que la característica esencial para calificar a un hecho como un milagro es precisamente el que no ocurra con frecuencia. Por consiguiente, solo podemos llegar a la conclusión de que ninguno de los encontrados fue realmente un milagro, sino un hecho común y corriente. Entonces, ¿Cómo es que llegamos de un número muy grande de milagros a no tener ningún milagro? Es este el verdadero milagro. Como corolario, podemos afirmar con toda veracidad que los milagros realmente existen.
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Erase una vez una casualidad. Una casualidad puede ser cualquiera, no importa cual. Puede ser acaso una multiplicación de los panes, o caminar sobre el agua, o que los monos bajaron de los arboles y son nuestros abuelos, tal vez una casualidad que no esté mencionada en la Biblia, aquí en este blog o en algún otro lado. El hecho es que fue una casualidad. Las casualidades no ocurren todos los días, y es por eso que se les llama casualidades. La verdad es que las casualidades son tan raras que para que ocurra una es necesaria otra casualidad. Entonces sucede que en realidad no ha sucedido una casualidad, sino dos. La casualidad original y la ocurrencia de la misma, como acabamos de descubrir. Luego nos damos cuenta de que si la ocurrencia de una casualidad ya es un hecho rarísimo, el que ocurran dos casualidades es aún un hecho más sorprendente, por lo que podemos afirmar que esta ocurrencia es ya una tercera casualidad. En consecuencia, tenemos que ha ocurrido no una casualidad sino tres. Continuando con estos razonamientos, podemos seguir multiplicando las casualidades hasta el número que queramos. Pero esto nos lleva a una paradoja. Mientras más apliquemos este ejercicio, más casualidades encontraremos, y si llegamos a un número suficientemente alto (digamos, unos cuantos cientos o miles), descubriremos que en realidad la ocurrencia de tales casualidades no es en absoluto un acontecimiento infrecuente, ya que hemos demostrado la existencia de un número alto de casualidades ocurridas. Siendo así, el hecho deja de ser una casualidad, ya que la característica esencial para calificar a un hecho como una casualidad es precisamente el que no ocurra con frecuencia. Por consiguiente, solo podemos llegar a la conclusión de que ninguna de las encontradas fue realmente una casualidad, sino un hecho común y corriente. Entonces, ¿Cómo es que llegamos de un número muy grande de casualidades a no tener ninguna casualidad? Es esta la verdadera casualidad. Como corolario, podemos afirmar con toda veracidad que las casualidades realmente existen. y como comentario, "que casualidad"
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