miércoles, 26 de septiembre de 2012

El hombre y el tigre


Cuando llegué el hombre estaba ya muy grave, su aspecto daba miedo, al ver todas las heridas que tenía en el cuerpo. A pesar de que estaba lleno de llagas abiertas que debían causarle horribles dolores, se mostraba tranquilo, y tenía una expresión tranquila en su rostro. Yo solamente lo observaba y trataba de pensar en la clase de bestia salvaje capaz de hacer tanto daño a un hombre para dejarlo abandonado en el camino donde lo encontraron.
- Voy a tratar de salvarlo, amigo – Le dije, consciente de que mi voz no reflejaba mucha convicción.
- No lo he llamado por eso, Doctor, sino para contarle lo que pasó… 
- No se esfuerce, se debilitará más… 
- Sé que voy a morir, y por eso debo contarle mi historia, déjeme hacerlo… 
- Llamaremos a su familia, no tiene que contarme nada a mí, que no lo conozco, y además soy inglés… 
- Es por eso que se la debo contar a Usted, porque no es indio, y a usted le creerán, escúcheme... 

Así fue que me empezó a contar esta historia en voz muy baja y haciéndome temer a cada momento que no viviría lo suficiente para terminarla, historia que escribo ahora tal como la escuché:

En el camino de Tumbaldar encontré a un viajero que me propuso acompañarme hasta el próximo pueblo. Acepté, pues su rostro, aunque parcialmente cubierto por sus ropas, inspiraba respeto y confianza, y alguien con quien conversar es bueno para quien suele viajar solo. Al principio pensé que el viajero no conocía estos parajes, pues preguntaba sobre los pueblos y las gentes de las aldeas cercanas. Yo estaba complacido de contarle lo que sabía de todos los pueblos de esta región, de las montañas y los ríos dignos de verse por aquí. Así llegamos a las cercanías de la ruinas de la ciudad de Dragupta. Le conté de los maravillosos templos y castillos que aún pueden verse allí. “Estas obras revelan la magnificencia de la que es capaz el hombre” recuerdo que le dije, a lo que respondió: “Usted ha estado sin duda en contacto frecuente con los ingleses, que le han transmitido su soberbia”. En verdad he tenido tratos frecuentes con los ingleses, pero no creía hasta ese momento ser soberbio como decía el viajero. “¿Cree usted acaso que el hombre es el dueño de la creación y que puede hacer en él cuanto quiere?” Aunque no quería discutir con mi compañero de viaje, le tuve que responder que bastaba mirar las maravillosas construcciones de Dragupta, y que ningún animal era capaz de hacer algo semejante. “Entonces no ha prestado atención a los muchos ejemplos a su alrededor. Solo tiene que mirar los nidos de las termitas, para igualar al más pobre de sus nidos, los hombres deberían hacer edificios de cientos de pisos de altura con sus propias manos”. - “Ellos son solo insectos, ningún animal tiene la perfección del ser humano, que con sus manos pueden hacer cualquier cosa, pueden danzar como no lo hace ningún animal, y tienen un alma que expresa sentimientos”. Ante esto el viajero soltó una carcajada fuerte como un rugido. “Los ingleses sin duda lo han convencido de esto. Yo podría demostrarle que el un animal como el tigre es superior al hombre en todo sentido”. Ante mi sorpresa cada vez mayor, me empezó a explicar: “El tigre hace cuanto quiere en la selva, ningún otro animal puede rivalizar con él. El cuerpo del tigre es de una perfección a la que ningún hombre puede aspirar, tiene un paso silencioso y armónico con el que ninguna danza humana puede rivalizar, sus patas pueden ser suaves y también pueden convertirse en armas mortíferas si lo desea, las que hacen parecer a las armas humanas como torpes juguetes. ¿Y qué me dice de su poderoso rugido, que aterroriza a los hombres y animales por igual? Usted me habla de las construcciones de los hombres, y yo le digo que esas construcciones son solo una forma de esconderse del mundo, mientras el tigre no teme a nada y puede dormir donde le plazca, mientras el hombre se refugia en lo más profundo de sus viviendas, lleno de terror”.
Hube de reconocer que el extraño tenía razón, aunque intenté todavía una defensa: “Ciertamente lo que dice no está fuera de razón, sin embargo, el hombre captura al tigre, lo enjaula o lo mata”. - “Ciertamente eso ocurre, pero solo cuando muchos hombres se reúnen para atacar a un solo tigre, con sus armas, elefantes y artefactos. Eso solo demuestra la superioridad del tigre y lo falsa de la victoria del hombre. De igual modo que muchas ratas vencen y devoran a un hombre solo, así es la victoria que usted alega sobre el tigre, esa es una victoria indigna, basada solo en el número”. Nuevamente hube de admitir que el extranjero tenía razón. En ese momento estábamos ya en las ruinas de Dragupta, a lo que el extranjero me señaló los edificios. “Usted me señala con soberbia estos edificios, sin darse cuenta que los templos y edificios están dedicados al tigre. Tigres guardan las entradas de los palacios, y tigres adornan las paredes de los templos. Esta ciudad que usted me muestra con indebido orgullo no está dedicada al hombre, sino al tigre”. La voz del extranjero se había elevado mientras hablaba, hasta convertirse en un rugido. Fue entonces cuando se quitó los velos que le cubrían el rostro, para dejar ver el verdadero aspecto de Sembawang, el dios tigre…

El pobre hombre no me pudo decir nada más. Expiró sin dejar la expresión de resignación de su rostro. Solo me quedó entregar el cadáver a sus familiares que ya habían llegado y encargar una ofrenda al dios de la ciudad de Dragupta, con el reconocimiento de que el hombre no es el dueño de este mundo y que es solo uno más de los seres que lo habitan.

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