El suplicio de
Tántalo
Tántalo se encontró de pronto en un lujoso restaurante y
sentado en una mesa. Tántalo ve pasar a los mozos con bandejas llenas de las
comidas más apetitosas y los vinos más exquisitos. Llama a uno de los mozos y
le pide que lo atienda. – Esta no es mi mesa – Es la única respuesta que
obtiene. Ve pasar a los mozos y cada plato que ve pasar incrementa más su
apetito y su sed.
Esta vez llama a una anfitriona que va ordenando mesas a los que llegan. - El mozo que le corresponde debe estar por aquí, espere un momento, ya no tarda en llegar – Es la respuesta.
Tántalo no puede creer que esté pasando hambre en un restaurante lleno de comida. Decide irse, pero el maitre se le interpone en el camino. - Señor, no puede abandonar este establecimiento, aún no ha consumido, por favor espere en su asiento –
Parece extraño que no haya nadie que siquiera se acerque a su mesa para dejarle el agua o los panecillos de cortesía, nadie se acerca a tomar su orden ni a preguntarle si lo están atendiendo bien. Otros comensales vienen, son atendidos, tienen tiempo de conversar y alabar la comida del restaurante, pero nadie se fija en Tántalo.
Empieza a gritar a los mozos, a las anfitrionas, al maitre. Nadie le hace caso. Desesperado y hambriento, intenta coger algo de la comida delas mesas vecinas, pero el personal de seguridad interviene para impedirlo y lo regresa a su mesa, con la promesa que pronto vendrá un mozo para atenderlo. Solo después de mucho tiempo Tántalo se da cuenta de que en realidad está muerto, y este es el castigo que le han deparado los dioses por toda la eternidad, estar rodeado de comida y bebida, pero morir de hambre y sed sin poder probarla ni acercarse a ella.
Esta vez llama a una anfitriona que va ordenando mesas a los que llegan. - El mozo que le corresponde debe estar por aquí, espere un momento, ya no tarda en llegar – Es la respuesta.
Tántalo no puede creer que esté pasando hambre en un restaurante lleno de comida. Decide irse, pero el maitre se le interpone en el camino. - Señor, no puede abandonar este establecimiento, aún no ha consumido, por favor espere en su asiento –
Parece extraño que no haya nadie que siquiera se acerque a su mesa para dejarle el agua o los panecillos de cortesía, nadie se acerca a tomar su orden ni a preguntarle si lo están atendiendo bien. Otros comensales vienen, son atendidos, tienen tiempo de conversar y alabar la comida del restaurante, pero nadie se fija en Tántalo.
Empieza a gritar a los mozos, a las anfitrionas, al maitre. Nadie le hace caso. Desesperado y hambriento, intenta coger algo de la comida delas mesas vecinas, pero el personal de seguridad interviene para impedirlo y lo regresa a su mesa, con la promesa que pronto vendrá un mozo para atenderlo. Solo después de mucho tiempo Tántalo se da cuenta de que en realidad está muerto, y este es el castigo que le han deparado los dioses por toda la eternidad, estar rodeado de comida y bebida, pero morir de hambre y sed sin poder probarla ni acercarse a ella.
El suplicio de
Prometeo
Prometeo despertó en un lugar desconocido, lleno de sucios
edificios y gente de mal talante. Desorientado, empieza a caminar buscando una
calle conocida o al menos bien iluminada. Solo recuerda vagamente haber tomado
hace mucho tiempo el fuego de casa de los dioses y haberlo entregado a los
hombres. Luego, solo puede pensar que este es la pena que le reservan los
dioses, pero no puede imaginar aún de qué se trata este castigo. Sin querer,
Prometeo ha llegado a un callejón cerrado con una reja. Da vuelta para salir,
pero cuatro hombres le cortan el paso amenazándolo con sus cuchillos. Hablan de
la suerte que tienen al encontrar un individuo sano y de lo bien que les
pagarán por su riñón. Golpean salvajemente a Prometeo, pero a pesar de que lo
intenta, no logra quedar inconsciente. Inmovilizado por el dolor, puede ver
cómo es llevado a un sucio cuarto, y es tendido sobre una camilla. Entonces
llega un hombre con instrumentos quirúrgicos. La poca anestesia que le aplican
lo deja inmóvil pero lúcido, por lo que puede ver con claridad cómo el bisturí
corta su interior y cómo su riñón es extraído. El proceso sigue a pesar de las
muestras de dolor que la anestesia no ha suprimido. Solo al final de la
operación Prometeo es abandonado en el mismo callejón donde fue asaltado. Poco
a poco el dolor va cediendo y Prometeo se da cuenta de que el órgano extraído
se está regenerando en su interior, y la cicatriz está desapareciendo poco a
poco. Aunque apenas puede caminar, Prometeo trata de salir de allí, a pesar de
que ya sabe que no podrá encontrar la salida de este barrio, que pronto volverá
a encontrar a aquellos asaltantes que los golpearán y lo llevarán a ese sucio
cuarto donde le extraerán uno de sus órganos y lo volverán a dejar abandonado
en la calle, porque es ese el castigo de los dioses, que deberá soportar por
toda la eternidad.
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