viernes, 14 de septiembre de 2012

Castigos divinos


El suplicio de Tántalo
Tántalo se encontró de pronto en un lujoso restaurante y sentado en una mesa. Tántalo ve pasar a los mozos con bandejas llenas de las comidas más apetitosas y los vinos más exquisitos. Llama a uno de los mozos y le pide que lo atienda. – Esta no es mi mesa – Es la única respuesta que obtiene. Ve pasar a los mozos y cada plato que ve pasar incrementa más su apetito y su sed.
Esta vez llama a una anfitriona que va ordenando mesas a los que llegan. - El mozo que le corresponde debe estar por aquí, espere un momento, ya no tarda en llegar – Es la respuesta.
Tántalo no puede creer que esté pasando hambre en un restaurante lleno de comida. Decide irse, pero el maitre se le interpone en el camino. - Señor, no puede abandonar este establecimiento, aún no ha consumido, por favor espere en su asiento
Parece extraño que no haya nadie que siquiera se acerque a su mesa para dejarle el agua o los panecillos de cortesía, nadie se acerca a tomar su orden ni a preguntarle si lo están atendiendo bien. Otros comensales vienen, son atendidos, tienen tiempo de conversar y alabar la comida del restaurante, pero nadie se fija en Tántalo.
Empieza a gritar a los mozos, a las anfitrionas, al maitre. Nadie le hace caso. Desesperado y hambriento, intenta coger algo de la comida delas mesas vecinas, pero el personal de seguridad interviene para impedirlo y lo regresa a su mesa, con la promesa que pronto vendrá un mozo para atenderlo. Solo después de mucho tiempo Tántalo se da cuenta de que en realidad está muerto, y este es el castigo que le han deparado los dioses por toda la eternidad, estar rodeado de comida y bebida, pero morir de hambre y sed sin poder probarla ni acercarse a ella.


El suplicio de Prometeo
Prometeo despertó en un lugar desconocido, lleno de sucios edificios y gente de mal talante. Desorientado, empieza a caminar buscando una calle conocida o al menos bien iluminada. Solo recuerda vagamente haber tomado hace mucho tiempo el fuego de casa de los dioses y haberlo entregado a los hombres. Luego, solo puede pensar que este es la pena que le reservan los dioses, pero no puede imaginar aún de qué se trata este castigo. Sin querer, Prometeo ha llegado a un callejón cerrado con una reja. Da vuelta para salir, pero cuatro hombres le cortan el paso amenazándolo con sus cuchillos. Hablan de la suerte que tienen al encontrar un individuo sano y de lo bien que les pagarán por su riñón. Golpean salvajemente a Prometeo, pero a pesar de que lo intenta, no logra quedar inconsciente. Inmovilizado por el dolor, puede ver cómo es llevado a un sucio cuarto, y es tendido sobre una camilla. Entonces llega un hombre con instrumentos quirúrgicos. La poca anestesia que le aplican lo deja inmóvil pero lúcido, por lo que puede ver con claridad cómo el bisturí corta su interior y cómo su riñón es extraído. El proceso sigue a pesar de las muestras de dolor que la anestesia no ha suprimido. Solo al final de la operación Prometeo es abandonado en el mismo callejón donde fue asaltado. Poco a poco el dolor va cediendo y Prometeo se da cuenta de que el órgano extraído se está regenerando en su interior, y la cicatriz está desapareciendo poco a poco. Aunque apenas puede caminar, Prometeo trata de salir de allí, a pesar de que ya sabe que no podrá encontrar la salida de este barrio, que pronto volverá a encontrar a aquellos asaltantes que los golpearán y lo llevarán a ese sucio cuarto donde le extraerán uno de sus órganos y lo volverán a dejar abandonado en la calle, porque es ese el castigo de los dioses, que deberá soportar por toda la eternidad.

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