viernes, 17 de agosto de 2012

Una historia de azares


Nuestra vida está, en muchos sentidos, gobernada por el azar. Muchas decisiones se toman por una simple casualidad o basadas en hechos fortuitos. Tomemos esta historia, de cuyo personaje principal he perdido el nombre dentro de todas las vueltas y azares por los que pasó. Lo que si sabemos es que la historia empezó hace más de un siglo en Manchuria, dentro de un pueblo perdido en el desierto.

Nuestro personaje, a quien a falta de un nombre mejor podemos llamar Du Quang, era apenas un adolescente que cuidaba el rebaño de cabras de su familia cuando sorprendió casualmente una conversación entre sus padres. Se hablaba de su matrimonio. Du Quang escuchó atentamente cómo se hablaba de la hija de un comerciante vecino como su futura esposa. El mozalbete no dijo nada a sus padres, pero le entró el deseo de conocer a quien estaba destinado en matrimonio.
Du Quang tenía la cualidad de dudar mucho para tomar una decisión, para finalmente decidir en tan solo un momento y mantenerse en su elección. Así, de un momento a otro dejó el rebaño a uno de sus amigos y se dirigió al pueblo. Vigiló la casa donde sabía que vivía su futura esposa e hizo preguntas discretas a algunos vecinos. El resultado fue decepcionante. La prometida era una niña seca, arisca y de poco atractivo. Al verla, Du Quang la odió inmediatamente. No podía imaginar pasar la vida a su lado, a pesar de que esto significaría desobedecer a sus padres, algo casi impensable en ese lugar y esa época.

Aquí intervino nuevamente el azar. Durante el pastoreo de cabras, no era raro cruzarse con algún viajero que entablaba conversación. Y Du Quang era un joven de trato agradable, que caía en gracia con facilidad. Precisamente tres días después, uno de estos viajeros le contó acerca de Cantón, como una gran ciudad próspera y rica, hacia donde muchos iban para empezar una nueva vida. Cantón era, además la puerta de salida hacia el mundo, donde partían barcos hacia más destinos de los que pudiera imaginar. Du Quang, nuevamente, después de mucho pensar, tomó repentinamente la decisión de abandonar todo e ir a Cantón.

No conocemos los detalles del viaje, que debió ser una aventura en sí misma para el joven. Posiblemente se unió a una caravana, tal vez pasó muchas noches de hambre y frío acompañando a humildes viajeros. Cuando llegó a Cantón, no pudo menos de maravillarse ante la enorme ciudad. Las luces, la enorme cantidad de personas, y los extranjeros que pasaban por las calles eran cosa nueva para el joven Du Quang. Pronto descubrió que empezar una nueva vida allí no era tan fácil como había creído. Los pocos trabajos que conseguía como bracero o cargador exigían gran fuerza y resistencia a cambio de muy poca paga.

Descubrió además la materialización del azar en forma de dados. Vio cómo pequeñas y grandes fortunas cambiaban de mano con facilidad. Cuando Du Quang empezó a jugar, comprendió el enorme poder del azar. Pasaba los días trabajando y las noches tratando de acrecentar su exigua paga con ayuda de los dados. Así sobrevivió un tiempo hasta que los números se pusieron en su contra. Sin dinero y sin un trabajo que le asegurara mínimamente un porvenir, empezó a prestar atención a las historias de lugares donde se necesitaba fuerza de trabajo a cambio de una buena paga. Otra de sus decisiones repentinas le hizo preguntar en el puerto sobre esos trabajos. El patrón le habló de un lugar maravilloso llamado Perú, en donde la gente era descansada y aquellos que trabajaban duro eran muy apreciados y recompensados, donde el clima era dulce, jamás nevaba y la tierra era fértil y fácil de cultivar. Ese mismo día emprendió el viaje hacia esa tierra de la que el día anterior no había escuchado jamás.

Como suele suceder, la realidad era muy diferente a lo que le habían contado, aunque algo tenía de verdad. El barco llegó al Perú, desembarcó en el puerto de Pisco y de allí fue llevado a la ciudad de Ica, a poca distancia. En verdad el clima era soleado y la tierra fértil, pero el trabajo era casi una esclavitud, desde antes del amanecer hasta muy tarde en la noche. Pero el azar aún no había dicho su última palabra. Una tarde, ante la falta del capataz, Du Quang pudo demostrar su habilidad para sacar cuentas y organizar el trabajo, cualidades que había aprendido en su pueblo natal y las cuales había afinado grandemente en las partidas de dados en Cantón.

Desde entonces, fue tomando mayores responsabilidades y confianzas con el hacendado dueño de las tierras, el que llegó a adoptarlo, al ver en él a un joven inteligente y dispuesto para todo lo que se le ordenase. Su nueva condición le llevó a abrazar la fe católica, la cual confirmó poco después al bautizarse con un nombre cristiano. Su nombre de nacimiento quedó entonces olvidado. Prohibió desde ese momento pronunciar su nombre en chino, el que quedó olvidado a tal punto que hoy hemos tenido que inventarle uno para poder nombrarlo.
Pasando los años, nuestro personaje prosperó, se casó en el vecino pueblo de Pisco y llegó a heredar una buena parte de los campos a los que había llegado a trabajar, luego de la muerte de su protector, lo que no sucedió sin esfuerzo, pues el resto de la familia se negaba a repartir la herencia del hacendado a un hijo adoptivo.

Aún el azar intervino una última vez en la historia, que parecía ya lista para un final feliz. Si las partidas de dados en Cantón le habían dado las armas para armar su fortuna, ellas pronto reclamarían su pago. Las tierras con tanto esfuerzo ganadas, fueron perdidas en sucesivas malas rachas en los dados, vicio que nunca dejó desde su ya lejana permanencia en China. A su muerte dejó a sus hijos poco más de lo que había traído desde la lejana Manchuria. A sus descendientes nos dejó la costumbre del trabajo duro para poder aprovechar las veces que el azar se pone a nuestro favor, y a estar atentos cuando se pone en nuestra contra. Después de todo, nos ha dejado también esta historia de viajes y casualidades que mi abuelo contaba en mi niñez. Buenas Noches.

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