lunes, 13 de agosto de 2012

La criatura del supermercado



Nadie sabe exactamente lo que sucedió, ni por qué sucedió. Simplemente sucedió. Aquel supermercado hasta entonces no se había distinguido especialmente por nada, dentro de la gran cadena de autoservicios. No era el más concurrido ni el peor de la cadena, no tenía ninguna característica que lo hiciera único. Hasta que empezaron a ocurrir cosas extrañas.

Una mañana, uno de los empleados encontró el estante de fideos totalmente desordenado y lleno de paquetes rotos. Aunque los empleados del turno anterior juraron y rejuraron que habían dejado todo en orden a la hora de retirarse, fueron amonestados por su falta a las normas de la cadena. Cuando esto volvió a ocurrir a los pocos días en el estante de los pescados en conserva, el administrador del local tomó la decisión de remplazar al personal de limpieza del turno noche, y tomar a un personal más comprometido con su trabajo. Esto no detuvo los incidentes. Se empezó a pensar en actos de vandalismo, en algún empleado descontento o en una broma complicada. Empezó la investigación de los antecedentes del personal actual y antiguo. Esto llevó a nuevos despidos, ocasionando desconfianza entre el personal, pero no a la disminución de los incidentes.

Los investigadores enviados por la oficina principal tampoco encontraron responsables. Las cámaras de seguridad no pudieron dilucidar el misterio. En la cinta de video más clara se podía ver cómo el estante de verduras parecía estallar por dentro, arrojando tomates, alverjas y coliflores en todas direcciones. Una investigación de la escena del crimen arrojó datos inquietantes: pequeñas mordidas en los vegetales y extrañas huellas que no se pudieron identificar. Se pensó ahora en una plaga de ratas, por lo que se llamó a un exterminador. El exterminador contratado por la empresa comenzó su tarea con gran profesionalismo y pidió quedarse en la noche. A la mañana siguiente lo encontraron paralizado de terror, incapaz de pronunciar una palabra. Ninguna otra empresa de exterminación de plagas quiso tomar el caso, a pesar de las ofertas económicas de la casa matriz. A falta de una mejor medida para solucionar el caso, el administrador del local fue despedido por su incompetencia en solucionar el problema.

A pesar de todo, el supermercado siguió funcionando casi con normalidad. El nuevo personal de limpieza se acostumbró a limpiar los estropicios que encontraba cada cierto tiempo en cualquiera de los pasillos. El nuevo administrador se preocupó de mantener la calma en el personal e hizo que tomaran las cosas como una peculiaridad sin importancia. Así se mantuvieron las cosas durante un tiempo, hasta que un día, una clienta acudió airada a la recepción, quejándose del disfraz tan horrible de uno de los dependientes que promocionaba algún producto. Llamado el administrador inmediatamente, se llamó a todos los vendedores disfrazados que había en el supermercado. Aunque acudieron los representantes disfrazados de la mascota de un dentífrico, una marca de celulares, un preparado para bebés y una línea de galletas, ninguno coincidía con las señas dadas por la clienta, señora de edad que tampoco parecía del tipo de los que gastan bromas en los establecimientos públicos.

Fue entonces que salieron a flote todas las habladurías que ya circulaban desde antes entre empleados y proveedores del supermercado. La gente especulaba sobre el posible efecto del yogurt caducado derramado sobre los alimentos transgénicos, sobre la mutación producida en las ratas alimentadas con hamburguesas llenas de preservantes artificiales y cosas por el estilo. No tardó la noticia en llegar a los oídos de los clientes. Se sabe que la mejor manera de hacer que todo el mundo se entere de algo es obligar a la gente a guardar el secreto.

Si no se puede guardar el secreto, entonces hay que utilizarlo en nuestro favor, pensó el administrador, hombre educado en las últimas tendencias de la administración de autoservicios. Se dijo a los periodistas que venían a cubrir la noticia que se trataba de la nueva campaña publicitaria de la cadena de autoservicios, y se lanzó la promoción “Encuentre al monstruo”, con jugosos premios en vales de compra y productos seleccionados. El supermercado de pronto se llenó de gente que compraba, paseaba por todos los pasillos y revisaba los estantes en busca de la elusiva criatura. Al poco tiempo los empleados ya no sabían si los destrozos encontrados eran causados por la criatura o por los clientes que la buscaban. Pero el pequeño supermercado se convirtió en el más rentable de la cadena, así que el detalle fue pasado por alto. Los gastos de la mercadería perdida, la limpieza de las huellas que cada vez se hacían más grandes y los estropicios de los clientes en su búsqueda eran recuperados ampliamente por el incremento de las ventas.

Hoy, la cadena de autoservicios ha adoptado como mascota corporativa a un monstruo que recuerda vagamente a la descripción dada por la clienta que lo vio por primera vez; los pasillos están siempre llenos, la gente no deja de comprar y el éxito económico es innegable. A nadie parece importarle que de vez en cuando se escuche por la perifonía del supermercado: “Atención, personal de limpieza, acercarse al pasillo 7, apareció otro cadáver”.

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