jueves, 14 de junio de 2012

La luna


En caso de que salgan, señores, de noche, no está demás que levanten un poco la vista y contemplen la luna. Si, despeguen un momento la mirada de su celular o smartphone, que les aseguro que no se perderán de muchos twitts o actualizaciones de facebook.

Esa cosa grandota que aparece en el cielo, que parece un farol grandote y altísimo es la luna. Les dije que valdría la pena verla. Si se portan bien podría contarles algunas historias y leyendas de cómo llegó hasta allá, del porqué de su blancura y de su trágica historia de amor. Porque la luna así de solita en el cielo, siempre ha sido objeto de historias de amor de esas que acaban mal. Así ahora, que ando trabajando por los lugares más altos no pierdo la oportunidad de mirar la luna, sin la distracción de postes, luces de neón, edificios y anuncios luminosos del último producto maravilla del marketing.

Ahora que la luna está, según dicen los expertos astrónomos más cerquita, y que yo estoy en una comunidad a 4500 metros de altura, veo la luna al alcance de la mano, como si bastara dar un saltito para llegar y comprobar si en realidad es de queso.

Mirar de cerca la luna tiene sus ventajas. La veo desierta y hasta la fecha sin anuncios publicitarios, compruebo que a pesar de todos los políticos que la han prometido, de todos los enamorados que la han ofrecido como regalo a una linda chica, aún sigue siendo gratis para todo el mundo. No me imagino aún el día en que levante la mirada al cielo y no pueda verla, y haya un tonto enamorado diciendo que ya se la regaló a su novia.

Y hablando de tontos, veo que la luna sigue deshabitada, y no es cierto que los tontos vivan allá. Yo, por lo menos, no he cambiado de domicilio planetario todavía, aunque algunos crean que debo tener, como mínimo, un chalecito en la cara oculta de la luna desde donde me desconecto de todos los problemas terrestres. El día que los tontos nos mudemos todos a la luna, ya verán los demás cómo nos extrañan y nos piden volver, nostálgicos de la vida más divertida que nosotros sabemos hacer.

Y me pregunto si desde mi chalecito lunar podré escuchar los aullidos de los lobos y los perros que no pudieron llegar hasta aquí. Tal vez haga un esfuerzo para ver cómo los hombres lobo se transforman. No es que crea en ellos, pero modestia aparte, he notado que en las noches de luna llena la barba me crece más rápido y me tengo que afeitar con más frecuencia.

Así pues, solo me queda ponerme mis mejores galas esta noche y salir a saludar:

- Vaya, señorita Luna, ¿Qué hace solita de noche y a estas horas?

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