Hay tiempos en que alguien quiere escapar, ir
a cualquier lugar remoto del mundo, donde no tenga que explicar nada a nadie, y
donde tampoco tenga que vivir dentro de la realidad. Es entonces cuando empieza
a sacar la cuenta de los lugares irreales que hay en el mundo, encontrar el
País de la Canela, Shangri-la o al menos Ophir o la Ínsula Barataria. La tarea
no es fácil. Buscando los lugares escondidos de los viejos Atlas de geografía
encontramos que Hamelin, el lugar de donde salió el flautista a combatir a las
ratas, es una pequeña villa en Alemania, el famoso Macondo es en realidad la
ciudad colombiana de Aracataca. Xanadú existe en realidad y el turista puede
visitar sus restos en el Japón. Incluso la Atlántida es una isla griega llamada
Thera, en donde se pueden visitar las ruinas de su ciudad principal.
Sin embargo, a pesar de que pareciera que todo
está descubierto y que ya no quedan lugares desconocidos, todavía hay sitios
sin nombre a donde solamente llega quien ha perdido el camino, y al que
solamente se conoce por referencias, por leyendas que cuentan otros viajeros,
por historias fantásticas que cuentan otros Marco Polos de os lugares irreales.
Erase en un lugar de mi país un lugar al que
llamaban la morada del silencio, un lugar donde no se escucha ningún ruido del
mundo exterior, donde existía un silencio ensordecedor, tal que en ese lugar hablar
tenía mucho de sacrilegio, todas las palabras se escuchaban deformadas y
horribles, pasar mucho tiempo allí hacía que la gente empezara a tener visiones
del pasado, presente y futuro, en donde muchos de los que salieron de aquel
silencio perdieron la facultad del habla durante días y semanas. Los pobladores
de las cercanías advierten al visitante contando las historias de aquellos que
perdieron la razón después de haber pasado demasiado tiempo allí.
No menos ignoto es aquel lugar en donde en
ciertas épocas del año ocurre lo que los habitantes del valle cercano llaman
“la oscuridad blanca”. Es esta una
especie de meseta en donde, después de una nevada, baja una neblina de las
montañas que cubre todo y no deja ver sino una blancura infinita que hace que
los caminantes estiren los brazos y vayan a tientas como los ciegos, como quien
camina en la oscuridad absoluta. No han sido pocos los caminantes que se han
perdido en esa blancura que hace perder la noción de norte y sur, de izquierda
y derecha, de arriba y abajo. Sin referencias, es imposible caminar en línea
recta o seguir una dirección, hasta que tropiezan con algún árbol o una piedra,
o hasta que caen en alguno de los barrancos del valle.
En lo alto de las montañas está el camino
de los dos soles, que va subiendo desde
el último pueblo, y en donde las mañanas de invierno las nubes que se posan
sobre el valle reflejan la luz del sol haciendo que se vean dos soles en el
horizonte.
En aquel remoto pueblo es fama aquel recodo
del río a donde la gente va a bañarse en el verano y a pasear en invierno,
donde se dice que aquel que beba de las aguas del río no volverá a su hogar y
se quedará. Como prueba muestran al visitante la cantidad de gente del pueblo
con ojos azules y verdes, hijos y nietos de viajeros que no creyeron en la
advertencia y se quedaron para siempre en el pueblo y vivieron el resto de sus
vidas en la tranquilidad de una familia lejos de la civilización.
Como estos, hay otros lugares irreales donde
la gente duerme sin tener sueños, donde la gente espera la caída de los rayos,
pues se dice que estos marcan la ubicación de tesoros escondidos, la laguna en
donde en las noches de luna puede verse en el fondo el castillo construido hace
siglos y que fuera sepultado en el agua a causa de la soberbia de su dueño.
En uno de esos lugares han de encontrarme
pronto, así que no me extrañen en mi ausencia.
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