jueves, 1 de octubre de 2015

Lugares irreales



Hay tiempos en que alguien quiere escapar, ir a cualquier lugar remoto del mundo, donde no tenga que explicar nada a nadie, y donde tampoco tenga que vivir dentro de la realidad. Es entonces cuando empieza a sacar la cuenta de los lugares irreales que hay en el mundo, encontrar el País de la Canela, Shangri-la o al menos Ophir o la Ínsula Barataria. La tarea no es fácil. Buscando los lugares escondidos de los viejos Atlas de geografía encontramos que Hamelin, el lugar de donde salió el flautista a combatir a las ratas, es una pequeña villa en Alemania, el famoso Macondo es en realidad la ciudad colombiana de Aracataca. Xanadú existe en realidad y el turista puede visitar sus restos en el Japón. Incluso la Atlántida es una isla griega llamada Thera, en donde se pueden visitar las ruinas de su ciudad principal.

Sin embargo, a pesar de que pareciera que todo está descubierto y que ya no quedan lugares desconocidos, todavía hay sitios sin nombre a donde solamente llega quien ha perdido el camino, y al que solamente se conoce por referencias, por leyendas que cuentan otros viajeros, por historias fantásticas que cuentan otros Marco Polos de os lugares irreales.

Erase en un lugar de mi país un lugar al que llamaban la morada del silencio, un lugar donde no se escucha ningún ruido del mundo exterior, donde existía un silencio ensordecedor, tal que en ese lugar hablar tenía mucho de sacrilegio, todas las palabras se escuchaban deformadas y horribles, pasar mucho tiempo allí hacía que la gente empezara a tener visiones del pasado, presente y futuro, en donde muchos de los que salieron de aquel silencio perdieron la facultad del habla durante días y semanas. Los pobladores de las cercanías advierten al visitante contando las historias de aquellos que perdieron la razón después de haber pasado demasiado tiempo allí.

No menos ignoto es aquel lugar en donde en ciertas épocas del año ocurre lo que los habitantes del valle cercano llaman “la oscuridad blanca”.  Es esta una especie de meseta en donde, después de una nevada, baja una neblina de las montañas que cubre todo y no deja ver sino una blancura infinita que hace que los caminantes estiren los brazos y vayan a tientas como los ciegos, como quien camina en la oscuridad absoluta. No han sido pocos los caminantes que se han perdido en esa blancura que hace perder la noción de norte y sur, de izquierda y derecha, de arriba y abajo. Sin referencias, es imposible caminar en línea recta o seguir una dirección, hasta que tropiezan con algún árbol o una piedra, o hasta que caen en alguno de los barrancos del valle.

En lo alto de las montañas está el camino de  los dos soles, que va subiendo desde el último pueblo, y en donde las mañanas de invierno las nubes que se posan sobre el valle reflejan la luz del sol haciendo que se vean dos soles en el horizonte.

En aquel remoto pueblo es fama aquel recodo del río a donde la gente va a bañarse en el verano y a pasear en invierno, donde se dice que aquel que beba de las aguas del río no volverá a su hogar y se quedará. Como prueba muestran al visitante la cantidad de gente del pueblo con ojos azules y verdes, hijos y nietos de viajeros que no creyeron en la advertencia y se quedaron para siempre en el pueblo y vivieron el resto de sus vidas en la tranquilidad de una familia lejos de la civilización.

Como estos, hay otros lugares irreales donde la gente duerme sin tener sueños, donde la gente espera la caída de los rayos, pues se dice que estos marcan la ubicación de tesoros escondidos, la laguna en donde en las noches de luna puede verse en el fondo el castillo construido hace siglos y que fuera sepultado en el agua a causa de la soberbia de su dueño.


En uno de esos lugares han de encontrarme pronto, así que no me extrañen en mi ausencia.

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