Aquel que, enojado por una tormenta que
arruinó un paseo por el campo con su prometida, prometió a su amada castigar a
los elementos por ese ultraje. Así que salió de la cabaña en la que se
encontraba blandiendo furioso su espada contra los elementos. La pelea fue
corta y desigual, pues a los pocos minutos un rayo fulminó al incauto. Los
familiares, durante el entierro, calificaban el suceso como un acto de Dios,
otros mencionaban el castigo que Zeus, el dios del rayo, infligía a quienes
osaban retarlo. Con seguridad que si hubiera estado de moda en ese tiempo, se
hubiera hablado también del karma, La verdad es que esa muerte se debió a la
pura y simple estupidez.
Por alguna razón, los actos más increíbles de
estupidez son provocados por amor, o cuando menos, por el afán de impresionar a
una mujer. ¿Una mujer lo abandonó? Voy a practicar salto bungee sin soga en el
acantilado más próximo con clavado acrobático sobre el pavimento. ¿La mujer ni
siquiera sabe que existo? Entonces me lanzo colina abajo en un carrito de
supermercado o me dedico a buscar la forma de descabezarme de manera original,
de preferencia en presencia de la mujer en cuestión, o al menos filmando mi
suicidio a ver si se hace popular en Youtube.
El último episodio de esta cadena interminable
de estupideces con el prefijo “Por ti soy capaz de” ocurrió hace poco en un
estadio de fútbol. Una pobre alma creyó que era una buena idea impresionar a su
novia mostrándose en el estadio en plena tribuna local con una camiseta del
equipo rival. Intento imaginar el proceso mental de alguien capaz de hacer eso
justamente en la última fecha del campeonato. Algo así como –Hago una
locura-Salgo en televisión-Mi novia me ve-Ella piensa que soy el más valiente
del mundo-Se enamora para siempre de mi-. Por desgracia, los miembros de la
barra brava –escogidos entre lo peorcito de la sociedad- no entendieron el
chiste, y pensaron a su vez que estando tan aburrido el partido bien podrían
matar el tiempo con un linchamiento. La valentía de nuestro personaje debió durar
bien poco, hasta ver a la turba de unos 300 hinchas sedientos de sangre que
iban a por él. El pobre reclamó la presencia policial, la que no pudo evitar
que le cayeran muchos golpes, corrió a todo lo que le daban las piernas y
apenas pudo llegar al baño de mujeres de la tribuna, en donde quedó encerrado
hasta que la policía puso orden, pudo rescatarlo y sacarlo del estadio.
El
hecho salió al día siguiente en todos los diarios, al menos esa parte salió
según lo planeado, pero de manera vergonzosa y entre la burla general. La
enamorada, con mayor sentido que su pareja, se negó a declarar, así que ni los
diarios ni la televisión mostraron la reacción de la mujer a quien iba dirigida
esa estupidez, pero podemos confiar en que lo habrá abandonado, o al menos le
habrá prohibido terminantemente volver a acercarse a un estadio, y a hacer una
locura semejante.
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