En una casa decente y honrada, de esas que
mantienen a la vez pobreza y dignidad, en un pueblo tan alejado de los grandes
problemas del país como de los beneficios del progreso, vivía un hombre que
vivía tan tranquilo como lo permitía su modesta condición económica. La casa,
una chacra que a duras penas rendía paltas y naranjas, amén de unos cuantos
pollos y patos completaban el patrimonio familiar. Le llamaremos Renato, que es
un nombre tan común como cualquier otro.
Para dar una mejor idea de esta persona,
podemos decir que no soñaba. No quiere esto decir que no tuviera sueños, que si
los tenía, como los tiene cualquier persona, que sueña con un destino mejor
para sus hijos, una mejor casa, y poder reparar al fin todos los daños que
ocasionó sobre su casa y su chacra la crecida del río, que fue tan fuerte hace
dos temporadas. No, lo que queremos decir es que Renato no soñaba al dormir por
las noches. La razón era tal vez que nuestro hombre salía al amanecer a las
labores agrícolas, al mediodía hacía el camino al pueblo para conseguir
provisiones y tratar con comerciantes por sus cosechas, para hacer el camino de
regreso a la chacra y luego a su casa a donde aún ayudaba a su esposa en
pequeñas tareas, y llegaba a su lecho tan agotado que no soñaba por las noches.
Por eso fue que se sorprendió tanto cuando
soñó una noche. Y el sueño era además uno muy especial. Soñó que iba por el
camino que recorría todos los días y se le aparecía un ángel de brillantes
vestiduras. El hombre, sorprendido de aquella visión, pensó, dentro de su
sueño, que le había llegado la muerte mientras dormía, pero no era así. El ángel
le dijo con dulces palabras que no tuviera miedo, que solo le acompañaría un
trecho, lo suficiente para anunciarle que recibiría la visita de Dios el
siguiente sábado, y que tendría que estar preparado para cuando aquello pase. El
buen Renato vio alejarse al ángel con un paso leve que no dejaba huellas ni manchaba
sus vestiduras, a pesar de que el camino estaba lleno de barro por la lluvia de
la noche anterior. Al despertar, se quedó pensando en lo sucedido, si sería
realidad lo había vivido o sería solo un sueño sin significado ni premonición.
Al comentar este hecho con su esposa, ella estuvo de acuerdo en que el sueño
debía tomarse seriamente y habría que preparar la casa para la visita de Dios.
¿Pero cómo preparar su humilde vivienda para esa visita? La fecha prometida
estaba a dos días, demasiado cerca para pintar la casa o arreglar el jardín,
comprar cosas con qué adornar la sala, o siquiera para pedir la ayuda de su
hermano, que había trabajado en la ciudad varios años y conocía mejor los
protocolos para recibir visitas distinguidas.
Confuso aún, fue a la pequeña iglesia del
pueblo a hablar con el cura. El sacerdote, al oír la historia, la descalificó
como un simple sueño. ¡Cómo crees que Dios te va a visitar! Dios no se va a
aparecer en este pueblo olvidado, y menos alguien que va a la iglesia solo en
las fiestas, se toma sus tragos y no colabora cuando pasan la canasta en la
misa, le explicó el cura. A la salida de la iglesia, al ver la cara de
desconsuelo de nuestro hombre, se le acercó un sujeto que había venido hacía
algunos meses al pueblo con una biblia de tapas negras y hojas llenas de
marcadores. Le habló del verdadero Dios, de cómo prohíbe adorar imágenes, de la
cercanía del fin del mundo. Cuando al fin dejó de hablar un momento, el hombre
empezó a narrar su sueño. El extraño ni siquiera lo dejó terminar. Eso es una
trampa del demonio, que te quiere confundir, le dijo. Dios no visita a las
personas, y los ángeles solo vendrán a la tierra para anunciar el fin del
mundo. Inmediatamente quiso leerle todas las referencias que tenía marcadas
sobre el tema en su Biblia para mostrarle su error. El evangelista no se sintió
satisfecho hasta que Don Renato le aceptó unos folletitos y le hizo concordar
en que era imposible que Dios visitara a alguien que no sigue las enseñanzas de
la Biblia.
Incapaz de obtener ayuda sobre cómo recibir a
Dios en su casa, Renato regresó dispuesto a hacer lo que mejor pudiera para
recibir la visita. Esa noche decidió con su esposa que arreglaría la casa lo
mejor que pudiera. Llamarían también a sus hermanos y cuñados para que
estuvieran presentes. Los trabajos de la chacra podrían soportar dos días de
desatención a la vista de este mucho más importante evento.
La tarea resultó mucho más fácil de decir que
de hacer. Consiguió prestado un poco de pintura del local comunal para pintar
el pequeño comedor de la casa, ya que no tenía sala dónde recibir visitas. Se
aseguró también de colocar mallas en la puerta que daba al corral, de manera
que los pollos no pasaran como lo hacían siempre y no interrumpieran la comida.
La señora decidió por su parte que lo mejor sería hacer ese caldo de gallina
que con tantas ganas alababa la familia cuando había una fiesta. También haría
un chancho al horno con hierbas que estaba segura le gustaría mucho a Dios.
Pidieron ayuda a los vecinos para terminar con los arreglos. Todos consideraban
la idea como una locura, pero varios ayudaron a la familia. Los hijos también
ayudaron en cuanto vinieron del colegio, poniendo el mantel, algunas flores, y
trayendo frutas de la chacra. Cuando la esposa de Renato se dio cuenta de que
más que ayudar, estorbaban, los puso a practicar el Padrenuestro para que
puedan decirlo sin equivocación al servir el almuerzo.
El problema era que cada vez aparecían más
detalles que arreglar, y cada solución parecía generar un problema mayor. Primero
se remplazó el fluorescente de la entrada y el cambio obligó a reparar el cableado,
luego un vecino ofreció una mesa más grande para los invitados, la familia y
dos o tres sitios adicionales por si acaso, pero resultó que la mesa no podía
entrar por la pequeña puerta de la casa, el perro fue amarrado con una correa
fuera de la casa, pero empezó a aullar lastimeramente. Las preguntas iban y
venían con todos los que ayudaban ¿Era verdad todo aquello del sueño? ¿Sería
bueno poner imágenes religiosas en la pared? ¿Dios vendría solo o traería a su
hijo? ¿El ángel que se le apareció en sueños vendría también? ¿Tenía una Biblia
en buen estado que pudiera colocar en la mesa? ¿Servirían cerveza con la comida
o vino?
Los arreglos duraron hasta tarde en la noche,
pero al final todo quedó listo. Los parientes que habían sido llamados
durmieron en donde pudieron dentro de la casa para poder estar desde temprano
al día siguiente. No todos creían en lo de la visita divina, pero tampoco iban
a desaprovechar la ocasión de una comida.
En la mañana el desayuno fue largo y con los
parientes, cada quien tratando de imponer su criterio en cuanto a lo que
ocurriría. El más joven de los hermanos de la señora insistía en que contaría
sus famosos chistes colorados solo para ver si Dios se reía de ellos. Uno de
los cuñados trataba de convencer al dueño de la casa de que sería conveniente
hacer pedidos al ilustre visitante, de lo mucho que necesitaban un año de
buenas cosechas, en que los animales parieran mucho, y que les den buenos
precios por ellos. Pide también algo para ti, no seas tonto, dile que te haga
rico, interrumpía su esposa.
Al legar la hora del almuerzo, la señora
indicaba por enésima a sus hijos que debían portarse bien, que no debían
pelearse en la mesa, que debían comer toda su comida, agradecer al terminar,
que debían, en fin, portarse como nunca se habían portado en su vida. A eso de
las dos de la tarde, el dueño de la casa ya estaba cansado de responder que el
ángel no le había indicado la hora exacta en que llegaría Dios, de salir a la
puerta ante todo el grupo de vecinos para decir que Dios no había llegado
todavía y que no sabía a qué hora vendría. Tuvo que espantar al tipo que trató
de leerle la Biblia el día anterior, que había traído a un grupo que intentaba
colocarse en la puerta para cantar canciones religiosas, repartir revistitas y
trataba de convencer a los demás vecinos de que solo ellos eran los verdaderos
cristianos. A las cinco de la tarde, cuando todos estaban ya cansados de
esperar de pie, los niños estaban más incómodos que nunca a causa de la ropa
almidonada y de las constantes reconvenciones de la madre para que no se
despeinen, decidieron almorzar ligeramente, no sea que Dios vaya a llegar para
la cena en lugar de para el almuerzo. La familia insistió en que el chancho no
tendría igual sabor y debían comérselo todo, en caso de que Dios no viniera.
Ya era tarde en la noche cuando los vecinos
que habían estado aguardando afuera de la casa empezaron a irse. Uno de ellos
incluso tocó la puerta para burlarse diciendo que era Dios y que se había
demorado en el tráfico. Hasta los hermanos de Renato, sus cuñados y sus respectivos
hijos se fueron, después de agradecer la comida y la cena, aunque con una
sonrisa burlona en los rostros. Al final, solo quedó el pobre hombre, su esposa
y sus dos hijos, la misma familia que era antes de tener el sueño del ángel.
Todo había salido mal, había descuidado su trabajo, se había convertido en la
risa del pueblo, había pedido muchas cosas prestadas que tenía que reponer o
devolver. El único consuelo que tenía era que había hecho lo que le parecía
correcto a pesar de todo, y que si todo sucediera de nuevo haría todo de la
misma manera. Este pensamiento le tranquilizó lo suficiente como para para
dormir sin culpas esa noche. Para entonces estaba tan cansado que creyó que ya
no volvería a soñar, pero se equivocaba.
Otra vez tuvo un sueño. Y el sueño era que
estaba en su casa con su familia, tomando el desayuno del domingo, cuando oyó
que golpeaban la puerta.
La señora abrió para ver que era Dios,
disculpándose por la tardanza. No quedaba nada de la noche anterior, así que no
le quedaba nada por ofrecer sino el pan que estaba comiendo. Dios lo aceptó con
alegría y lo partió de modo que alcanzó para todos en la mesa. Así estuvieron
compartiendo el pobre desayuno, conversando alegremente hasta media mañana, en
que Dios, respetuosamente se levantó para despedirse. Toda la familia se quedó
en la puerta viendo a Dios irse caminando, dejándoles una sensación de alegría
en los corazones. El hombre despertó del sueño de pronto, sin comprender
exactamente lo que había pasado hasta que trató de contar aquel sueño a su
esposa. No fue necesario, como tampoco necesitó despertar a sus hijos para
cantarles el sueño. Todos habían tenido el mismo sueño, todos habían desayunado, conversado y compartido con Dios ese día.
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