domingo, 29 de junio de 2014

Evangelio apócrifo


Quien tenga oídos, que oiga, y quien tenga ojos, que lea, pues esta es la historia verdadera de quien fue enviado para librarnos del pecado y llamarnos a la vida eterna.

He aquí que en el tiempo del general Tiberio, surgió de un humilde pueblo del interior el hijo de un carpintero, en quien el verbo se hizo carne, y empezó a predicar entre nosotros.
Se dice que el primero de sus prodigios sucedió en una fiesta que se daba con motivo de una boda, en donde convirtió el agua en chicha, para asombro de los invitados. Poco después escogió a un grupo de pescadores para hacerlos sus seguidores y empezó a recorrer los pueblos predicando la igualdad y el amor entre los hombres. La gente le seguía al escuchar sus palabras y pronto se contaban por cientos. En cada pueblo que llegaba, se le acercaban ciegos, lisiados y enfermos en busca de sanación. Él devolvía vista, fuerza y salud a aquellos que se lo pedían con fe, y ganaba nuevos seguidores entre los que veían sus milagros y escuchaban su palabra.

La noticia de su prédica se esparció por la región y vinieron los medios de comunicación, pero él se negaba a las entrevistas. “Digan lo que han visto, los ciegos ven, los enfermos sanan y los hombres se llenan de fe”, les decía.

Este mensaje de igualdad no era bien visto por muchas autoridades, pues no aceptaban que los pobres y desamparados fueran iguales a los prefectos, hacendados, a los de tez clara y a los educados en las grandes ciudades. Los señores del templo decían que se juntaba con pecadores, que no respetaba los días sagrados y que no dejaba limosna en los templos. Incluso le acusaban de tener a su lado a una conocida bataclana de pueblo, que lo seguía a todas partes.
Una vez lo dejaron entrar al estadio municipal de un pueblo, en donde hizo su prédica ante miles de personas. Como la gente acudió desde temprano, muchos tenían hambre a la hora en que llegó. Pidió una bolsa de panes y unos pescados fritos a uno de sus discípulos y trozándolos, los fue repartiendo de manera que alcanzó para todo el público concurrente, dejando sin negocio a los vendedores de caramelos, sánguches, turrones, churros y canchita, que salieron criticando su sermón.

En otra ocasión, habló a la gente diciendo que los bienaventurados son los que sufren, los pobres, los perseguidos y los limpios de corazón. Esto enfureció a los comerciantes, que se habían pasado toda su vida convenciendo a la gente que la felicidad se halla teniendo hermosa ropa, el último modelo de celular, un gran auto y bebiendo bebidas embotelladas.

La gente que lo seguía empezó entonces a llamarlo mesías, el enviado. Esto molestó mucho a los famosos escritores de libros de autoayuda, que querían ser los únicos que ofrecieran esperanza a la humanidad.

Fue entonces que lo acusaron de difundir ideas subversivas y antiimperialistas, de incitar a la lucha armada, y de querer establecer el comunismo en esas tierras. Cuando llegó a la capital de la provincia, sentado en un mototaxi, fue intervenido por los agentes del orden. Fue preguntado si es que estaba en contra del Estado y la Patria. Por respuesta, pidió que le alcancen un billete. Preguntó de quién era la efigie grabada en el billete, y cuando le respondieron que era del Padre de la Patria, respondió que había que darle a la patria lo que es de la patria, y a Dios lo que es de Dios. Ante esto, fue liberado por falta de pruebas, ante el estupor de sus adversarios, incapaces de creer que el Mesías vendría de un pueblo insignificante que apenas aparecía en el mapa.

Cuando llegó al templo principal de la capital, la emprendió contra todos los comerciantes que vendían en las puertas: los cambistas de dólares, los que vendían productos chinos, los que ofertaban imágenes y folletos con instrucciones para obtener milagros garantizados, los vendedores de helados y dulces. Hasta los vendedores de figuritas del mundial fueron objeto de su ira. Fue denunciado por alteración del orden público y destrucción de propiedad privada.

Ya que no era fácil arrestarlo debido a su imagen pública, lograron convencer a uno de sus discípulos para entregarlo a cambio de inmunidad, amnistía y una recompensa de treinta fajos de billetes. La oportunidad llegó después de una pollada que hizo el grupo para celebrar la Pascua. El traidor discípulo, con el pretexto de tomarse un selfie con su maestro, lo retuvo el tiempo suficiente para que el escuadrón antimotines enviado lo pudiera arrestar.

El juicio fue televisado en cadena nacional y fue condenado por disidencia, portación de ideas e incitación a la rebelión. El presidente de la Asamblea de Gobierno dijo que esos delitos no ameritaban la pena de muerte solicitada, pero al, final aceptó, según se dijo bajo la amenaza de la publicación de ciertos videos que podían acabar con su carrera pública.

La última oportunidad de salvación fue cuando se presentó una solicitud de indulto, la cual cuando iba a ser firmada, manos misteriosas cambiaron su expediente por el de un conocido acusado por corrupción.
Entonces, condenado y en desgracia, fue abandonado por todos, incluso por sus discípulos. Desaparecieron todos aquellos que portaban pancartas que decían “Contigo hasta la muerte”, los que dijeron que lo defenderían en el Parlamento, los que decían seguirlo en twitter y Facebook, incluso los que organizaron colectas en su nombre no pudieron ser ubicados.

Una vez cumplida la sentencia, aquellos que una vez le siguieron trataron de continuar con sus vidas. Unos pocos dicen que lo han visto caminando por las calles, predicando ante sus antiguos discípulos, que aún se reúnen con los pocos seguidores que han quedado. Dicen que es cierto que se aparece de vez en cuando a quien lo necesita y a quien cree en él, que todavía se escucha su voz predicando la felicidad de los que nada tienen, de la hermandad de todos los hombres y del amor al prójimo.

Esta es la verdad. Quien tenga oídos, que oiga, y quien tenga ojos, que lea.

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