martes, 17 de junio de 2014

En la tierra de las metáforas


Después de una noche completa de conversación y diversión, soñé que llegaba a la tierra donde uno se convierte en metáfora. Esto, que parece un lugar de ensueño y deseos realizados, es en realidad un lugar terrible, creo que depende con quién vayas. Voy a tratar de explicarlo.

Apenas puse pie en la tierra de las metáforas me convertí en vaso. Yo no tengo problemas en ello, pero tú empezaste de lamentarte “¡Estoy medio llena!” no parabas de decir. Yo trataba de responder que yo te veía medio vacía, pero no servía de nada. No dejabas de compararte con las finas copas de cristal, altas y delgadas, hasta que llegó la multitud de vasos medios vacíos huyendo despavorida. “¡Allá viene!, ¡Allá viene!” repetían. ¿Quién viene? preguntaba en medio del barullo. “¡Es la gota que derramó el vaso!”. Ante tal peligro, me uní a la estampida corriendo, no vaya a ser que me derramen a mí también.

Corriendo, corriendo, llegamos al distrito de los clavos. De pronto me vi hundido hasta la mitad en una tabla, incapaz de moverme, cuando empezaste de nuevo. “¿Por qué nunca me sacas?” Quise explicarte que no creo en eso de que un clavo saca a otro clavo, pero tú insistía en que en todas partes otros clavos sacan a otros clavos a bailar, a cenar y que yo nunca te saco a ninguna parte. Me quedé pensando en que pareces un clavo, pero tal vez lo que pasa es que te falta un tornillo. Tal vez lo que pasa es que no tengo madera para ser clavo.

Salimos del distrito para entrar en el valle de las liebres. Nuevamente empezaste a arruinarlo todo con tus preguntas “¿Por dónde crees que voy a saltar?” Fue inútil tratar de explicarte que por donde menos se piensa salta la liebre. Tú seguías lamentándote “Pero tú me conoces, tienes que saber”. Pero nunca funcionaba. Siempre que creía conocer el lugar ¡Pum! salta la liebre en otro lugar que no se me había ocurrido.

A estas alturas ya me estaba aburriendo, cuando llegamos a una playa llena de peces. Es que hay muchos peces en el mar, me decían. No gracias, estoy bien así, les respondía. Pero los peces no se rendían. Si quieres, te podemos mostrar el camino hacia el prado de las telas raídas, allí nunca falta un roto para un descosido. Pero yo ya no tenía ganas de quedarme.

Ofuscado, decidí irme de la tierra de las metáforas y regresar a mi mundo antes de que se me pase el tren. No es que esté tan mal, pero uno siempre ve más verde el pasto del otro lado.

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