jueves, 24 de abril de 2014

Cuando McCartney llegó a Lima

Ahora que se anuncia la llegada de Paul McCartney a mi país, decido saldar una deuda que tengo desde la primera vez que llegó por estos lares, y yo no pude ir al concierto que dio en Lima.
-          ¿Cómo, ingeniero? ¿No fue a ese concierto?
-          Tranquilo, que ahora voy a contar la historia…

Allá por el año 2011, yo estaba en una etapa algo rara en mi vida. El día en que se anunció su llegada yo estaba bastante descontento en mi trabajo, que ya no me presentaba los retos que en un tiempo me brindaba. Ese día, recuerdo, dio pie a un post bastante entusiasta que escribí en el momento en que me enteré de la noticia, prueba de las pocas ganas de trabajar que tenía por entonces. Si no compré mi entrada el primer día que salieron a la venta fue por precaución, ya que no tenía un sentido claro de mi permanencia en ese trabajo. Efectivamente, poco después busqué la primera excusa para renunciar. Esta excusa fue la oferta de alguien a quien había conocido en un proyecto, y que trabajaba en una importante empresa. El trabajo que me ofreció era en un proyecto fuera de la ciudad, en un sitio bastante remoto. Y había que partir a la obra justamente dos semanas antes del anunciado concierto, lo que me dejaba sin oportunidad para asistir. Mientras tanto, ya era bombardeado por la publicidad del concierto por televisión, por radio y por internet, que me enviaba todas las semanas un recordatorio para comprar entradas online y con tarjeta de crédito.

Me hice la pregunta, sí, me hice la pregunta, de si sería mejor dejar la oportunidad de trabajo y asistir al concierto, o portarme como persona decente y aceptar el trabajo. Ansioso por la cercanía de la fecha, me atreví a preguntar en plena entrevista de trabajo si es que me dejarían permiso para bajar a Lima antes de lo previsto para poder ir al concierto. Dentro de todas las tonterías que he dicho en una entrevista de trabajo, esta es sin duda la más arriesgada y la más tonta. Lo más sorprendente es que obtuve una respuesta del afirmativa: “Si, podemos arreglarlo, es cuestión de organizar tus horarios de descanso”. Después del tiempo, solo me queda pensar en que me necesitaban con muchas ganas en ese trabajo como para permitirme esa trasgresión. Quedamos en que se presentaría mi hoja de vida a la empresa dueña del proyecto, para su aprobación. Pura formalidad, según me dijo el responsable del proyecto al que sería asignado, y en dos días ya estaría viajando a la obra. El hecho es que dicha aprobación tardaba en llegar. Yo llamaba casi todos los días para preguntar si ya se había aprobado la hoja de vida y tenía luz verde para viajar a obra.

Así estuve hasta unos tres días antes del concierto. Yo pasaba el tiempo en mi casa, esperando. En el interín me había contactado con algunos amigos, quienes me decían que no podían ir al concierto por razones de trabajo o por el elevado costo de la entrada, que para entonces ya había agotado las entradas de las tribunas populares. Llegado este momento había que tomar una decisión: Dejar de esperar la respuesta del trabajo e ir corriendo a comprar una entrada o aceptar que el trabajo no se daría finalmente, aceptar que estaba en realidad desempleado y dejar de pensar en esos gastos hasta que tuviera nuevamente un ingreso fijo. Ninguna de las dos posibilidades me gustaba, estaba en el circulo vicioso del trabajo, que nos quita el tiempo para divertirnos a cambio de dinero que no tenemos tiempo para usar en divertirnos.
Reconozco que un fanático abandona todo para ir a un concierto que probablemente ocurrirá una vez en la vida, pero mi sentido común pudo más. Veía en televisión las escenas de Paul McCartney llegando a su hotel y saludando al público que lo espera, paseando en bicicleta por las calles aledañas al hotel en donde está alojado, la gente haciendo cola desde tempranas horas el día del concierto, muchos de ellos disfrazados o portando una pancarta para lucir en la noche. Y yo estaba en mi casa, sin entrada, que ya se había agotado, sin trabajo, y con solamente una camiseta de Ringo Starr, que es lo más que tenía en caso de haber podido ir al concierto.

Mis previsiones demostraron al final ser inútiles. Dos días después del concierto me notificaron que al final mi hoja de vida no había sido aceptada por el cliente, lo que me confirmaba en las filas de los desempleados.
Tiempo después, varios amigos me comentaron cómo había sido el concierto, y cómo se habían llenado las expectativas de todos los asistentes al concierto. Incluso me llegaron a prestar las grabaciones tomadas esa noche, para que pueda ver por mí  mismo, aunque sea en un pálido reflejo lo que fue esa noche. De todo eso me quedó la firme intención de no volver a dejar pasar una oportunidad semejante, pensando incluso en el caso de que McCartney volviera a Sudamérica sin pasar por mi país, conseguir un pasaje aéreo para hacer turismo musical.

Y la oportunidad se ha presentado nuevamente. Se ha anunciado un nuevo concierto en Lima dentro de pocos días, al cual ya he arreglado mis descansos para poder asistir. Esta vez el Tonto de la Colina original y su versión local compartirán un mismo espacio. Se cumplirá el destino.


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