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sábado, 19 de abril de 2014

500 historias


El día de hoy se cumple un hito especial en este blog. Esta es la entrada número 500 desde que empecé a publicar aquí, lo cual me da la excusa para algunas divagaciones sobre lo que un Tonto de la Colina ha estado haciendo aquí todo este tiempo. Obviamente, cuando empecé este blog, en un día hoy tan lejano que ahora me cuesta creer que en realidad sucedió no pensé que llegaría hasta hoy. Tal como las historias antiguas, las circunstancias y el momento exactos en que empecé a escribir estas páginas aparecen borrosos y modificados por el recuerdo y cuando a uno le preguntan desde cuándo escribe en el blog, la respuesta será “desde siempre”.
Recuerdo que empecé esto como una buena manera de dar rienda suelta a mi imaginación, como una manera de demostrarme a mí mismo que podía escribir las historias que siempre rondaron por mi cabeza. Luego el reto fue mantener la regularidad en la publicación. Al inicio, como supongo que a la mayoría le pasó, publicaba un relato tan pronto terminaba de escribirlo, hasta que caí en la cuenta de lo esporádico de la inspiración. Entonces decidí establecer una frecuencia fija y dejar las historias en el almacén de los borradores hasta que llegara su tiempo. Poco a poco esta frecuencia se fue acortando: 15 días, 10 días, 7 días. En mis mejores tiempos llegué a publicar un post cada 4 días, ritmo que hoy he reducido a seis, periodicidad que me permite escribir cómodamente.

Aunque no todos los posts que he publicado aquí son historias, me gusta pensar que incluso las imágenes y los videos musicales que he puesto de vez en cuando son también relatos a su manera. Porque me gustan las imágenes y las canciones que narran una historia. Hay historias ajenas de esas que me hubiera gustado escribir y que también he publicado aquí. No olvido tampoco a las frases twitteables que aparecen también aquí de vez en cuando. Estas son microhistorias, pedazos de historias que a veces he desarrollado hasta convertirlas en un nuevo post, una nueva historia. ¿Qué hay en común en estos 500 posts que han aparecido aquí? Quiero creer que cada uno es una historia que deja algo al lector: Una lección, una sonrisa, un pensamiento, todo ello, en los mejores casos.

Normalmente escribo todas estas cosas sin pensar en el lector, y solo al final me pongo a pensar si aquellos que llegan a esta dirección lo entenderán, lo entenderán como quise que lo entiendan o se quedarán pensando en qué quise decir con esto o aquello. Por eso presto atención a los comentarios que recibo. Algunas veces me he sorprendido al ver que alguien ha encontrado algo que yo no había visto al leer una de las historias y lo comparte conmigo. Tal vez solo un comentario del tipo “Me gustó mucho” basta para que yo relea lo que he escrito y encuentre algo nuevo en un post al que quizá no encontré muchos méritos al escribirlo.

Debo admitir que los blogs han cambiado desde que empecé esta aventura. Antes esta era la única forma de podía insertar videos y publicar pequeñas frases. Ahora el Facebook y el twitter son mejores en estos aspectos. Y los blogs han vuelto a ser lo que fueron en el comienzo: lugares donde poner mis historias, las cosas que me ocurren y las cosas que se me ocurren, un reflejo de lo que pienso en el momento. Una de mis hasta ahora 500 historias.

Y es cierto que de vez en cuando me gusta releer nuevamente mis posts antiguos con la misma curiosidad con que leo los relatos ajenos, como imagino a mis lectores leyendo por primera vez un cuento recién publicado. Encuentro fallas, incongruencias, razonamientos incorrectos. Por eso uno de mis últimos pasatiempos es revisar mis posts antiguos, desde los primeros hasta los últimos, y agregarle párrafos, corregir errores de redacción, completar ideas con los comentarios que recibí en su momento, cosas que pasé por alto y que ahora recuerdo. No sé todavía muy bien qué hacer con estos relatos revisados. Algunos de ellos los he vuelto a publicar en mi página de Google + con mi verdadero nombre, con el ánimo de recibir nuevos comentarios.
Por mientras, y mientras me dure la inspiración, seguiré escribiendo aquí, aunque tenga cada vez más la impresión de que el blog es una actividad en decadencia, al ver otras páginas que seguía y que ya han dejado de actualizarse. He hecho, como decía, la prueba en Google +, quiero encontrar una buena forma de publicar estos relatos en Facebook, quiero encontrar una forma de que estas historias sobrevivan un tiempo más.

Tal vez haya espacio en algún lugar para otras 500 historias.

martes, 25 de febrero de 2014

El día de volver al pasado

Hoy he decidido volver al pasado, tal vez tratar de recoger algunas de las cosas que dejé en el camino. Paso por mi sala y enciendo el enorme televisor a colores, uno de los primeros que salieron en el país, para ver los dibujos animados de los pitufos y Cool Mc Cool. Sobre el televisor está la vieja consola de juegos Atari 2600, en donde jugaba al Pacman y al Frogger, con gráficos que eran poco más que cuadrados redondeados y sonido pobrísimo. Cuesta ahora creer que en ese tiempo eran lo más avanzado. Las ahora omnipresentes computadoras personales no existen todavía, al menos no en mi casa, y el único teclado que hay en mi casa es el de una máquina de escribir Olivetti en la que hago los deberes escolares.

Tengo ahora en mi mano los viejos billetes de 50 mil soles y hasta los de 5 millones, que me recuerdan el tiempo en que todos eran millonarios, y cuando los millones no alcanzaban para comprar nada.

Puedo elegir entre poner una cinta en el Betamax que está conectado al televisor, o salir a la calle a buscar a los amigos con los que jugar fulbito con una pelota de plástico en el césped del pequeño parque a pocos metros de mi casa. Saldré a la calle, pasando los cercos hechos de matas de granadillas y cipreses, que después serán reemplazados por muros de ladrillo y rejas para evitar los robos.

En la calle veo pasar a los buses amarillos que llevaban al centro de la ciudad, y me daban unos boletos de papel blanco que coleccionaba en el forro de mis cuadernos de colegio. En ese tiempo recién aparecían los niños que cantan en el bus pidiendo monedas. Al ser los primeros, recibían muchas monedas de los viajeros, razón por la cual se multiplicaron tan rápidamente que cuando nos dimos cuenta, ya era imposible hacer un viaje sin que aparezcan dos y hasta tres veces en los pasillos cada vez más llenos.

La gente que circula por las calles lleva la ropa de antaño, cuando la moda era realmente distintiva y se podía marcar un corte con los tiempos de antes: Jeans estampados, desteñidos nevados, las camisetas Lacoste amarillas primero, de otros colores después; collares hawaianos para hacer juegos con camisas de flores de colores brillantes. Los peinados parecían querer llegar al cielo y ocupar todo el espacio posible.
Tomamos gaseosas en lata de marcas extrañas, con tal de que no fueran Coca-Cola ni Pepsi-Cola, en ese entonces enfrascadas en una guerra que hacía que nos inviten un vaso en la calle para tratar de adivinar cuál de las dos era. Estas gaseosas las compraba de camino al local de video juegos donde jugaba al Street Fighter, Miss Pacman o Donkey Kong, que trataba de evitar que Mario rescate a la princesa.

La música la pone el Walkman de Sony que viene con unos audífonos forrados de espuma plástica y necesita cassettes que duran 30 minutos a cada lado, y que lleno con música que grabo directamente de la radio FM: The Police, Duran Duran, B-52’s y otros más. La música pasaba de moda muy rápidamente en ese entonces, las canciones de hace tres meses eran reemplazadas por la nueva música, e incluso se podía ordenar las grabaciones por meses, sin miedo a equivocarse. En la tienda de discos, parada obligada en la ruta, compraba los enormes LPs de Queen, U2, y los primeros que conseguí de The Beatles.

Mi caminata por el pasado me lleva ahora al parque, aún sin los caminos de cemento que lo atraviesan, los árboles un poco más pequeños y con niños que lo rodean sobre sus skateboards. Más allá, hacia el oeste, puedo ver el sol al ocultarse, antes de que lo taparan los edificios del centro comercial que existe hoy. Ya había olvidado cómo el atardecer tenía de rojo las fachadas de las casas, sin tiendas ni avisos luminosos. Y una de esas casas es la que reconozco ahora. Este es el recuerdo que quería recoger, después de haberlo dejado en el camino. Me pregunto qué habrá sido de ti, que pasó después de que te mudaste y tu antigua casa fue convertida en un local comercial por los nuevos dueños.

Me quedo pensando en el tiempo que ha pasado, en si valió la pena cambiar de década, cambiar de milenio, en lo que hemos hecho desde entonces y en si fuera posible dar marcha atrás y recuperar aquello que hemos dejado en el camino.
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