En la cima de una montaña un hombre labró,
talló y pulió a Libertad, una simple guitarra, aunque muy lustrosa.
Libertad fue envuelta y llevada en una vieja
carreta a la ciudad, donde fue vendida a una tienda de instrumentos. En la
tienda había violines, mandolinas, charangos, contrabajos, arpas y cuanto
instrumento de cuerdas podía imaginarse; por supuesto, eso incluía a las
guitarras mismas: muchas guitarras de varias marcas y colores.
Un día de primavera el tendero tensó y afinó
las cuerdas de Libertad para tocar con ella un fragmento de “Fantasía para un
gentilhombre”. Libertad, que había estado dormida en el almacén, despertó ese
día con aquellas notas y ante algunos escuchas que aplaudieron estupefactos la
interpretación. Libertad entonces, viva, sintió por vez primera la distensión
de sus cuerdas y fue guardada detrás de un cristal, pero ella no sabía qué
sucedía y no conocía el sufrimiento, estaba feliz de sonar como sonaba.
Luego de mirar por varios días a través del
cristal, Libertad se había percatado de que a la tienda llegaban jóvenes y
viejos, aprendices y expertos músicos; también alguno que otro mirón. También
se dio cuenta de que casi todos los instrumentos gozaban de cierta libertad,
muchos incluso estaban a la mano de quien entrara a la tienda, donde a veces
había una fiesta de cuerdas y un disonante concierto de aplausos. Unos tocaban,
otros compraban, otros reían. Sí, casi todos los instrumentos vivían allá afuera
con la gente, sonaban a libertad y salían como amantes de algún músico para no
regresar nunca, mientras que ella, Libertad, permanecía presa en un aparador,
bajo llave y con las cuerdas flojas cuando quería sonar como sonaba queriendo
ser también amante y fantasía, música y Libertad.
El tiempo pasó y Libertad escuchó mil
conciertos de músicos consagrados y vio nacer también mil historias de amor
músico-instrumento. Pero por razones que le eran inciertas, nadie se fijaba en
ella. Libertad entonces se hizo una guitarra triste que solo sonaba cuando con
las cuerdas, tensadas una vez a la semana por el tendero, entonaba un fragmento
de “Fantasía para un gentilhombre”.
Hasta que una tarde lluviosa y de desesperanza
un joven empapado e impetuoso, estaba sonriendo frente a ella, del otro lado
del cristal. El joven era un apuesto estudiante cuya familia adinerada
pretendía reclutarlo en el conservatorio. Y querían precisamente a Libertad con
todo y sus cuerdas para él, pero tensas. En palabras del tendero, no habría
mejor guitarra para sus aspiraciones. Y Libertad entonces salió de la tienda
bajo el brazo de aquel apuesto joven, sabiendo que era una guitarra muy
especial, hecha para la mejor de las músicas y el mejor de los amantes músicos.
Con las cuerdas tensas supo que sería feliz.
Pero el muchacho no sabía mucho de música, él
sabía mucho de amantes; no tenía mucho talento pero tenía muchas novias. Con
Libertad hizo algunos intentos pero al cabo de no poder sacar más de dos notas
seguidas, al cabo de su impaciencia y de su falta de apreciación e interés
musical, envolvió nuevamente a Libertad y la guardó en un oscuro y silencioso
clóset.
A Libertad, después de muchos años de oscuridad
-aún con las cuerdas tensas y comenzando a cuartearse- le parecía que escuchaba
todavía en su caja los fragmentos de “Fantasía para un gentil hombre” en un eco
de aquello que sentía cuando sonaba. Deseaba no haber sido una guitarra tan
especial sino cualquier otra guitarra presa de alguna fantasía, la amante
guitarra de algún trovador que la tocara en un café o en una noche de luna, un
trovador gentil que tocara fantasías con Libertad.
Este es otro de los cuentos que me hubiera gustado escribir, así que lo pongo aquí. Lo encontré en el blog "Ahmlive" ( http://www.ahmlive.com.mx/?p=133). Y lo pongo porque a mi también me hizo recordar que hace un tiempo que no cojo mi guitarra para tratar de sacarle algunas notas.
Dos palabras: Pobre guitarra.
ResponderBorrarA propósito, hace unos meses que no toco la mía... la voy a desempacar y raguear con ella un rato :) .
Un saludo.
Qué pena he sentido por la guitarra. Pero no sé... este cuento pide a gritos una continuación.
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