miércoles, 14 de marzo de 2012

Transformación

Cuando era niño, mi padre solía repetirme “Tú puedes ser todo lo que quieras ser”. No entendí el verdadero significado de sus palabras hasta mucho después, cuando falleció y encontré escondidos entre sus cosas muchos papeles, libros y apuntes sobre magia. La obsesión de toda su vida había sido el zoomorfismo, el arte de convertirse en animal. Entonces comprendí las escapadas nocturnas de sus últimos años, el porqué a veces aparecía después de varios días, lleno de polvo, mojado o con olor a animal.

Me dí a investigar los hechizos que encontré en los papeles heredados. Al comienzo me parecieron complicados y sin sentido, hasta que poco a poco fui encontrando el orden correcto de los elementos, la importancia de los conjuros y la concentración mental necesaria para intentar este tipo de hechizos. Como historias aleccionadoras, se hablaba en los apuntes de personas que habiendo sido transformados en animal, no pudieron jamás regresar, y de animales que se convirtieron en humanos, viviendo una vida miserable el resto de sus días.

Llegó el día en que no pude avanzar más en el estudio sin hacer intentos en la práctica. El problema, según lo que había estudiado, era regresar a la forma humana, ya que si un humano toma la forma animal toma también las costumbres e instintos propios de la nueva forma. Mi primer intento fue convertirme en paloma, considerando a este un animal común y fácil de mezclarse en la ciudad. No es cosa de transformarse en un tigre y después ser capturado por la policía y llevado a algún zoológico. Lo mismo sería transformarme en caballo o vaca en medio de la ciudad. Para mi sorpresa, lo logré al primer intento. Volé desde mi azotea hacia el parque más cercano hasta estrellarme contra un árbol, producto de mi torpeza al manejar mis nuevas alas.
Desde esa noche dediqué cada vez más de mis horas al estudio de la transformación. Desistí de convertirme en paloma al darme cuenta de la rígida estructura social de estos animales, que no aceptan a nadie que no sea de su bandada y que me atacaban a picotazos cada vez que me trataba de acercar a ellos. Me fui convirtiendo sucesivamente en perro, gorrión, iguana y gaviota. Ninguno de estos animales me convenció realmente, hasta que intenté transformarme en un gato. Esta fue desde entonces mi transformación habitual. Los gatos son independientes y me aceptaban tanto cuando quería estar con compañía como me dejaban tranquilo cuando me apetecía pasear solo por la ciudad. Llegué a conocer sus costumbres, sus rutas, el placer de las escapadas nocturnas e incluso las peleas, que son tan organizadas y rituales como los duelos de los humanos. Era ahora yo el que solía desaparecer por días enteros hasta que regresaba a casa maltrecho, lleno de polvo, pero satisfecho y libre.

Un día, un mal cálculo en el ciclo de transformación me convirtió en humano antes de lo previsto y acabé en un callejón a medianoche. Sin temor alguno, tras experimentar la forma animal, me encaminé a un local de mala muerte a pasar el resto de la madrugada hasta que pudiera regresar a casa. Allí la conocí. Tenía la piel tersa, un caminar silencioso y unos ojos que parecían brillar en la oscuridad. Me enamoré de ella sin pensar y sin temer a las consecuencias, como un gato. Me gustaba la forma en que movía el cuerpo al sentarse junto a mí, como si quisiera acurrucarse, al bailar no lo hacía con la fuerza de la música, sino que seguía su propio ritmo interior, que le dictaba movimientos ondulantes.

 Dejé entonces la transformación por un tiempo, fascinado nuevamente con ser humano. Algo había quedado, sin embargo, de las transformaciones anteriores, que ella parecía adorar. Buscábamos los sitios oscuros y los largos paseos nocturnos. Ambos tomamos afición a ver a los gatos de la calle, y nos subíamos a la azotea a verlos reunirse y cazar en las noches de luna. Fue por ese tiempo en que adoptamos a un par de ellos. Yo, que había sido uno de ellos, nunca los consideré como mascotas, en lo que mi pareja estaba completamente de acuerdo. Eran personas con tantos derechos como nosotros, independientes de nuestros cuidados, que recibían con indiferencia.

Hasta que un día, dentro de una conversación trivial, le comenté lo que bien que se sentía ser un gato en la noche citadina. Ella acogió con entusiasmo la idea, así que le confesé mis poderes mágicos. Mi natural resistencia fue vencida al cabo de varios días de resistir a sus poderes de seducción. De nada sirvieron las advertencias sobre los peligros de la transformación, y del cuidado al hacer los conjuros. Ella estaba dispuesta a correr todos los riesgos con tal de disfrutar de la libertad de la condición gatuna.

La noche en que intentamos juntos la transformación, me impresionó lo rápido que aprendió la complejidad del proceso. El resto fue increíble. Pasamos toda la noche corriendo por la azoteas, entrando por las ventanas de las casa, maullando a la luna y compartiendo con los demás gatos la madrugada en un parque.

Con las primeras luces del alba llegamos a mi azotea y lanzando el contraconjuro tomé nuevamente la forma humana, pero ella no me siguió. Me miró por última vez con sus ojos brillantes en la penumbra y dio vuelta para alejarse de mí. Fue entonces cuando comprendí la verdad. Ella solamente me había usado para llegar a este momento. Tal como decía en los papeles de mi padre, ella también era una gata que se había convertido en humana y había olvidado como regresar a su forma original. Ahora que ya no me necesitaba, se alejaba para siempre a vivir la vida que tanto había extrañado, olvidando lo anterior, sin necesidad de nadie más, sin temor al mañana, sin nadie que le pida algo. Como un gato.

4 comentarios:

  1. Buaaaa...la piel de gallina te lo juro!!! Que preciosidad de relato, la verdad es que me toca en especial y me siento super reconocida en tantas cosas que no sabría ni como expresarlo. Tanto se me ha estremecido el alma felina que creo que voy a tener que salir un rato a recorrer los tejados...hasta que se me pase este "enganche" de tus letras, que han amarrado fuerte esta vez...y que no sueltan :) Bellísimo, magistral de principio a fin...y es que sí, hay ciertas almas (en especial felinas) que no acaban nunca de ser humanas, no pueden, no es su condición...y si se las ama en cautividad se mueren...y si se las deja en libertad, se marchan...esa es su naturaleza :)
    Un abrazo enorme precioso!!! Eres muy GRANDE :)
    Favole

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  2. Uff....
    Madre mia como bien dice tropiezos y trapecios LA PIEL DE GALLINA!!
    Simplemente magnifico. No soy muy fan de los gatos, mas bien les tengo "miedo" ( Malas experiencias con los felinos), pero este relato realmente me ha cautivado,y seguramente ahora entienda mas su mundo y su naturaleza.
    Pero que final tan agridulce.
    Siempre me he preguntado si pudiese ser animal... ¿Cual eligiría? Y viendo todas esas posibilidades y lo que eso conlleva. Ya tengo mi lista de probabilidades algo mas ordenada. Lo que nunca pensé es que añadiría en esa lista la posibilidad de elegir ser Gato.

    Buenas noches:)

    bRuNi**

    Enhorabuena!!

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    Respuestas
    1. este relato me sorprendio bastante pero no se si eso fuera real siempre pense que transformarce en animal era posible pero en realidad no lo sabemos
      me encantaria entrar algun dia ala vida de ser un animal como el puma

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