Entre todo el mobiliario de la oficina donde estoy trabajando, hay uno que destaca nítidamente por su diferencia entre tantos papeles, planos y demás documentos: Un pequeño burro de cerámica que lleva como carga un pequeño cactus, del tamaño exacto para llevarlo en su lomo.
Cuando llegué a la oficina
estaba ya plantado en su puesto, junto a una de las computadoras, con su
expresión afable, como si estuviera contento de estar en una oficina tan
animada (sí, pues, mi oficina es bastante animada).
Yo no sabía entonces de
la creencia difundida de que colocar un cactus junta a la computadora sirve
para absorber las radiaciones dañinas, y realmente no me importa. Preferiría
que eso no fuera verdad, porque eso convertiría al humilde burrito en el único
elemento verdaderamente decorativo de nuestro ambiente de trabajo, a diferencia
de los lemas corporativos, política de la empresa, o la lapicera con el logo
del área, que cumplen de verdad una función, aunque no sea más que hacer creer
a la gente que tenemos un área con gente comprometida con el trabajo y la
empresa.
El asunto es que llegó
a nuestra oficina para proteger a la computadora de todo mal, habiendo cumplido
su trabajo admirablemente hasta el momento. Ha salvado a la oficina de los
ladrones que se han llevado cosas de otras oficinas, y de la pérdida de datos
que también ha atacado a otras áreas de la empresa.
Pero es ahora, cuando
el calor atrae insectos, y se enciende un incienso o una vela aromática para alejarlos, cuando
la gente que viene de visita a la oficina relaciona la vela con alguna
imagen de un santo, y el pequeño animalito se ha convertido oficialmente en San
Burrito, con una congregación de fieles compuesta por los que ocupamos la
oficina, quienes lo hemos nombrado como la mascota del área y patrono de los que...
quieren ser como el burrito, por decirlo de alguna manera.
Como en toda
congregación, hay miembros reacios. En este caso era una de las ingenieras, a
quien el burrito disgustaba sobremanera. “¡Uno de estos días lo voy a tirar!”
era su opinión más común cuando alguien comentaba las cualidades del burrito.
Hasta que un día, con
alguna excusa (ya no recuerdo cuál) decidió pasar de las palabras a los hechos
y deshacerse del burrito, su sonrisa y su carga. Un grito se escuchó entonces
en la oficina ¡¿Por qué no me dijiste que era un cactus de verdad?! ¡Yo creía que
era artificial! El burro se había defendido usando su carga contra los dedos
desprevenidos de su enemiga. Con esta valiente acción, el burrito se ganó el
derecho a permanecer en la oficina y la ingeniera no se atrevió a tocarlo nuevamente.
Un par de días llevando una curita la convencieron de que había topado con
fuerzas más poderosas que ella misma. Pero el burro tampoco dejó las cosas así.
Poco después halló la forma de que la ingeniera abandone el proyecto, dejando
en la oficina únicamente a quienes aceptaban su presencia como patrono y
protector de la oficina.
Aún sigue aquí, con su
sonrisa, su cactus, y una velita o incienso, cuidando la oficina y a quienes
trabajamos en ella, dándonos protección y buena vibra, Como tiene que ser.
Wo!, que genial relato
ResponderBorrarSencillamente genial. Sin pecar de estrafalario, con tu relato conviertes a un humilde burrito de barro en un tótem con poderes. Excelente.
ResponderBorrarEsta historia no puede pecar de estrafalaria porque es totalmente real, yo solo me he limitado a escribirla tal cual sucedió, y sigue sucediendo.
ResponderBorrarEs que no hay mejor musa que la vida real. Saludos a San Burrito. XD
ResponderBorrarjajaja! Amé esta entrada... gracias por compartir la magia que sucede en la realidad, que es mas poderosa que la inventada... solo que pasa más inadvertida... suerte de personas como tu que eres capaz de captarla.
ResponderBorrarUn besito para ti y para San Burrito ^_^