En la primavera de 1878, primavera que fue más calurosa de lo normal, según cuentan los registros de la época, la gente se volcaba a los campos para disfrutar del aire fresco y escapar de la ciudad y sus tensiones. Por esos años era ya muy popular el juego del football, que reunía en ese tiempo a decenas de jóvenes que salían del trabajo con aquellos a quienes la revolución industrial dejaba sin futuro a la vista. Muchos de ellos se convirtieron en marinos en ese tiempo, convirtiendo a Inglaterra en la potencia dominante en los mares del mundo, y esparciendo el football a su paso por todos los puertos en donde recalaban.
En ese caluroso 1878, entonces, se jugó un partido entre Nottingham Forest y Sheffield Norfolk. Muchos de los jugadores eran, como hemos dicho, marinos que habían regresado de largas travesías marinas, y habían traído al fútbol varias de las costumbres de la marina, como el uso de uniformes y las señas con banderas para el árbitro. También habían traído al juego la rudeza de los marineros, que los alejaba de la tradicional caballerosidad inglesa, que llegaba anteriormente a reconocer sus propias faltas en el juego y a hacer innecesaria la presencia del árbitro. Pero en este juego la rudeza era patente, alimentada por la tradicional rivalidad entre los dos pueblos de donde provenían los equipos.
De poco le servía al árbitro agitar la bandera y señalar a gritos las faltas cometidas, pues los jugadores no miraban las banderas y se gritaban entre ellos, haciendo inútiles los reclamos verbales del árbitro. El juez, oficial de la marina inglesa, estaba muy poco acostumbrado a no ser obedecido y vio claro el riesgo de que el juego se saliera de control y degenerara en una gresca de proporciones. Sin duda aquello le parecería demasiado parecido a un motín en alta mar, así que hizo lo que un oficial de la Real Marina haría en un barco: Sacó de su bolsillo el silbato que utilizaba para impartir órdenes y lo sopló con gran fuerza. Los jugadores al escucharlo, obedecieron también al acto reflejo de detener toda acción y colocarse en posición de firmes. Las fricciones entre ambos bandos cesaron de inmediato, el árbitro recuperó la autoridad que le daba el silbato y el partido terminó sin mayores incidencias.
Aquel día nació una de las tradiciones del fútbol: el uso del silbato, que pronto se difundió en toda Inglaterra y luego en el mundo. Hoy lo recordamos aquí porque… No sé, tal vez porque me pareció algo bonito para contar hoy…
Ese silbato que tantas veces se soplo injustamente.
ResponderBorrarSaludos.