martes, 9 de noviembre de 2010

El hombre invisible


Recuerdo perfectamente a Anselmo, el hombre invisible. Era todo un señor, un caballero como los que ya no se ven hoy en día. Siempre se podía contar con él, aunque normalmente anduviera sin un céntimo en el bolsillo. Trabajaba de mayordomo en ese tiempo. Sus jefes decían que era el mayordomo perfecto, pues no dejaba notar su presencia y no se le veía. Más tarde un amigo le dijo que en ese trabajo no se le veía futuro y le consiguió empleo en una oficina. Allí hacía un trabajo discreto, invisible. Aunque era honrado y nunca se le vio haciendo algo deshonesto, el ascenso no llegaba y sus jefes no lo veían en un puesto superior. Recuerdo que cuando lo invitaba a almorzar, el mozo hacía como que no lo veía e incluso me traía la cuenta a mí. A Anselmo ni lo miraba. Yo creo que era por la ropa que llevaba.

En ese tiempo fue que las cosas empezaron a salir mal para él. Primero se enfermó y nadie lo fue a ver, incluso el médico dijo que no le veía nada malo. Luego su esposa lo dejó, diciendo que no lo quería ver nunca más. Peor fue cuando lo denunciaron en el juzgado. Aunque acudía a las citaciones, decían que no lo habían visto llegar y los jueces no veían su caso. Los amigos empezaron a rechazarlo. Cuando pasaba, fingían no verlo. A mí me daba tanta pena que no lo podía ver en ese estado. A él tampoco le gustaba que lo vean así. Algo de orgullo le quedaba.

Por eso creo que se volvió solitario. Ya no se dejaba ver por estos sitios. Y cuando nos dimos cuenta, nadie recordaba ya haberlo visto. Ahora ya ninguno de nosotros lo ve por estos rumbos. Una vez lo llamé por teléfono y le pregunté cuándo nos podríamos ver. El día acordado no lo vi allí.

Es que la vida de un hombre invisible es difícil, aunque muchos no puedan verlo así.

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