Después de las lluvias que afectaron tanto al turismo en el Cuzco, las autoridades están en una campaña para invitar a celebridades a que se den una vueltita por esta imperial ciudad, de modo que el turista común y corriente se anime a visitarnos. Así, pues, no fue raro encontrar en un restaurante no tan conocido, pero íntimo y acogedor, nada menos que a Hannibal Lecter. Sin dudarlo me acerqué, armado de mi celular con cámara y mi libreta de autógrafos.
- Dr. Lecter, supongo…
El Dr. Lecter ni siquiera se dignó a mirarme, dejándome en una posición incómoda, sin saber si quedarme o irme. Me quedé, casi hipnotizado al verlo comer. Realmente no he visto, ni creo que vuelva a ver, el raro espectáculo de alguien comiendo carne cruda con tan exquisita fruición y sin romper ninguna de las reglas de la etiqueta.
- Dr. Lecter ¿Me permite acompañarlo?
- Tome asiento, joven, si gusta – Me dijo con una cortesía impecable.
- Es un honor que visite nuestro país… ¿Qué le trae por aquí?
- Hace tiempo que he querido visitarlo… Me han hablando altamente de la cocina peruana y ahora se presentó la ocasión… Confío en encontrar a los peruanos tan deliciosos como me han dicho…
- Ehh… Se refiere a la comida ¿Verdad?
- Los peruanos son tan simpáticos y serviciales… Ayer vino un mozo a preguntarme qué deseaba, y me comí unos riñoncitos con habas, acompañados de un buen pisco… Mmmm…
La conversación estaba tomando un cariz que no me gustaba nada, así que intenté cambiar de tema.
- ¿Y ha venido usted solo, Dr. Lecter?
- En realidad, venía con un amigo, pero él se tuvo que quedar en el aeropuerto… Por alguna razón ya no dejan entrar con lonchera al avión. Motivos de seguridad, supongo.
- Y habrá usted venido a visitar nuestras maravillas arqueológicas, o nuestros bellos paisajes ¿No es cierto?
- ¡Oh, no! En realidad vengo por turismo gastronómico. Soy un gourmet, como usted sin duda sabe, y vengo a probar todo lo que pueda del Perú…
Por alguna razón, el Dr. Lecter, lograba siempre llevar la conversación hacia el tema de la comida, y con un tono que me hacía pensar que lo suyo no era precisamente la comida vegetariana. En eso llegó el mozo con un plato.
- Aquí tiene lo que pidió, Doctor. Unos ricos anticuchos de puro corazón, jugositos, término casi crudo…
Aquí sí me convenció de lo suyo era en verdad turismo gastronómico. Los ojos muy abiertos, y ese rostro de felicidad al ver los anticuchos, denotaban a alguien que se alegraba verdaderamente al llegar el plato.
- Maravilloso… En realidad es un corazón ensartado en una estaca… Es usted un mozo muy atento, igual que el que me atendió ayer, mis felicitaciones…
- Gracias, y a propósito, ¿Qué habrá pasado con el mozo de ayer? – inquirió el mozo – Salió ayer con usted y ya no regresó hoy…
- No se preocupe, ayer tuvimos una larga conversación y se irá conmigo… Salvo, claro, lo que pueda digerir de él hasta el vuelo…
Esta última frase me decidió a despedirme antes de que al Doctor Lecter se le ocurra convertirme en parte del menú como postre o como bocadito para el camino. Pero al menos me debía despedir.
- Ha sido un gusto, quiero decir, un placer, haberlo conocido Doctor Lecter… Espero que lo pase bien durante el resto de su visita a mi país…
- Yo también lo espero… Su país es muy hospitalario, esta noche estoy invitado a una ceremonia, creo que me quieren nombrar pishtaco honorario, o algo así… Entiendo que es ese un gran honor aquí… ¿Me haría el honor de acompañarme?
- Lo siento, Doctor, créame que justo hoy tengo otros compromisos… Adiós…
No sé por qué, pero al salir me dieron ganas de comerme una hamburguesa cruda, y al llegar al McDonalds más cercano vi a algunas guapas chicas que se veían muy ricas, y daban ganas de comérselas…
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