En los últimos tiempos, el trabajo se ha vuelto tan escaso que tengo que economizar en todo y comprar lo mínimo. Así, tengo pocos adornos, mi cantidad de ropa está calculada para un uso normal sin que ninguna prenda quede sin usarse en toda la temporada, y la compra se limita a una adecuada reposición. Alguien a quien comentaba esto me dijo que me había vuelto minimalista. En ese momento yo no conocía el término, pero mi curiosidad hizo que esa misma noche buscara en internet información, para saber si me hablaba para expresar elogio, sorpresa, o por el contrario, me estaba ridiculizando o insultando.
Así descubrí que los gringos (cuándo no) han armado toda una base filosófica que tiene como premisa el tener la mínima cantidad posible de cosas. Valiente filosofía, pensaba yo al leer eso. En mi tierra a eso se le llama hacer economía y ser pobre.
Rebuscando en los anaqueles de la historia encuentro la biografía de Diógenes el Cínico, que ya era un minimalista hace más de dos mil años, y que cada vez que encontraba algo de lo que podía prescindir, lo tiraba sin más. Tenemos un poco más tarde en la historia a la orden de los franciscanos, que vivían en voto de pobreza, y no tenían más que lo que llevaban puesto.
Mucho más adelante en el tiempo tenemos los cuartos de estudiante de algunos compañeros míos de la universidad, que eran tan pequeños que para bostezar tenían que abrir la ventana. Tales compañeros no solo practicaban el minimalismo, sino también el versatilismo, que es hacer que todas las cosas tengan muchos usos. Por ejemplo, uno de mis amigos tenía un jarro de fierro aporcelanado que le servía para lavarse los dientes, tomar el café matutino, servía de pisapapeles, vaso de refresco, plato de sopa y hasta ducha, porque hasta su habitación no subía el agua.
Con todo, después de leer un poco sobre el minimalismo traté de practicarlo de una manera más consistente, y no como medida improvisada o impulsada por la necesidad. Lo primero es deshacerse de todo lo que sea innecesario. Esto no es tan fácil como parece, porque para alguien como yo, que trata de estar preparado para todas las situaciones, la mayoría de las cosas merecen salvarse en el sagrado nombre del “por si acaso”. Así, se salvaron muchos cables de diferentes tipos, libros de conocimientos apenas obsoletos, y una cantidad de CDs que ya no recuerdo qué contienen, pero “un día de estos voy a revisarlos y botar lo que ya no sirve”.
Lo segundo es deshacerse de lo duplicado. En este punto llego a la conclusión de que el que difunde eso del minimalismo no es un ingeniero, a quien le entregan una casaca impermeable con el logotipo de la empresa en cada obra, a quien todos los vendedores que visitan le regalan un llavero o un lapicero, y que trae como recuerdo de cada curso o congreso al que asiste, un lapicero, una libreta de apuntes y un toma todo. Ya una vez me deshice de la mayoría de útiles de oficina que terminaron en mi casa, para volverme a llenar de cosas al poco tiempo.
Hay que cambiar de estrategia, pensé. Tomé una hoja de borrador (una de esas hojas que salieron mal impresas de algún trabajo, y de las que tengo también una cantidad respetable) y me pongo a apuntar lo mínimo de cada cosa que se me ocurriera. Como siempre, empecé a divagar y la lista que obtuve fue la siguiente:
- Mínimo triunfo: 1 a 0
- Mínima siesta: un pestañeo.
- Mínimo viaje: asomarse a ver el camino.
- Mínimo trabajo: levantar la cabeza de la cama.
- Mínimo almuerzo: oler el plato de otro.
- Mínimo enamoramiento: Que tú me mires.
- Mínima ayuda: Citar una frase de autoayuda.
- Mínimo odio: fruncir el ceño.
- Mínima escritura: un punto.
- Mínimo silencio: el que viene después de una coma.
- Mínimo amor: una sonrisa.
- Mínima conversación: Hola.
- Mínimo mensaje: un emojil.
- Mínima pregunta: “¿Qué?”
- Lo mínimo que ella se merece: yo.
Ante el fracaso de ser más minimalista de lo que me obliga la falta de dinero, abandono el esfuerzo y no habrá más intento que los que hago cada cambio de estación o el día en que me arrebato y me deshago de todo lo que hace bulto en mi casa, y la dejo lista para recibir otra carga de cosas que no voy a usar, y se repita el ciclo.