Aquí estoy, esperando el disparo que indica el inicio de la carrera. Entre tanta gente que quiere batir un récord, probar lo que dijo algún libro de autoayuda, o lograr un selfie que publicar, yo parezco ser uno de los pocos que solamente quiere divertirse. Incluso ahora, estoy a una buena distancia de la línea de largada, siempre llena de gente que quiere verse en las cámaras de televisión, o creen que mientras más cerca estén de la línea más ventaja tendrán sobre los otros corredores.
Cuando suena el disparo, empiezo a correr a baja velocidad. Hay demasiado tumulto hacia adelante, y quiero librarme de los empujones, tropiezos, y caídas que son cada vez más comunes en este tipo de carrera.
Como sé que no voy a llegar primero, decido que lo mejor es aprovechar para mirar el paisaje, disfrutar de esta hermosa mañana de domingo. Por eso elijo una posición que no esté tan llena de gente, sin que me importe llegar al pelotón de los líderes. Desde mi privilegiada posición veo alguno de los eventos que han pasado en la carrera. Alcanzo a ver a los médicos que están atendiendo a algunos corredores que han sido empujados o atropellados por esos corredores demasiado ansiosos de probar algo. También veo a los exhibicionistas: los que llevan algún disfraz mientras corren, los que corren acompañados de su perro, o incluso alguna mujer que lleva un carrito de bebé.
Al ver a tantos corredores que me sobrepasan, debo aceptar el hecho de que no me he preparado adecuadamente para la carrera, que definitivamente no llegaré entre los primeros, ni siquiera entre los de la mitad. Pero esto tiene algunas ventajas. Puedo divertirme saludando a la gente, aceptando los vasos de agua que me ofrecen y escuchar sus gritos de ánimo. Ya que mi idea es disfrutar del viaje, trato, con poco éxito, de entablar alguna conversación con algún colega corredor. Es inútil, al parecer nadie quiere perder su valioso aliento conversando, nadie quiere perder la concentración y todos se alejan de mí tan rápido como pueden.
Conforme sigue la carrera, veo más espaldas que se alejan de mí. No me importa, ni siquiera cuando me adelantan un ciego con su perro y un hombre en silla de ruedas.
El último grupo de corredores ya es apenas visible a lo lejos y ya nadie me adelanta. Ahora tengo toda la pista para mi, como si yo fuera el único corredor. Los espectadores que llenaban la vereda ya se han ido casi todos, y los pocos que quedan tienen cara de aburrimiento. Un par de representantes de los organizadores me hacen señas para que me apure y que ellos puedan también terminar su jornada. Incluso un policía en su moto me informa que por mi culpa no pueden reabrir el tránsito vehicular en la calle.
Mientras paso por los últimos tramos de la carrera, veo que ya están quitando las barreras que separaban al público de los corredores, ya no hay nadie que me invite un vaso de agua, y la calle se ve ahora como la de cualquier otro domingo. El cansancio me hace correr cada vez más lento y más que correr, estoy caminando, pero sigo avanzando. Por fin veo a lo lejos la meta, cuando un policía me indica que vaya por la vereda, pues ya reabrieron el tránsito en la avenida.
Cuando llego a la línea de meta, ya todo está vacío, me he perdido la premiación a los ganadores, la celebración y hasta el reparto de recuerdos de los auspiciadores. Los estrados portátiles ya están a medio desarmar y arrumados a un costado esperando que llegue el camión que se los lleve. Descubro entonces que no me importa ser el último, ni que haya nadie para recibirme. Aún así, he vencido a todos los que abandonaron, a los que cayeron por agotamiento, y a los que se fueron discretamente por no pasar la vergüenza de ser el último.
Hay cierta dignidad en ser el último, y no hacer caso a los que se burlaron, a los que quisieron que me rinda, a los que dijeron que esto no es para mi y que mejor me dedique a otras cosas. Es un triunfo muy personal el haber partido sin esperanzas, y haber terminado, aunque tan atrás de todos que muy pocos recuerdan siquiera haberme visto participar. He llegado, y por eso mismo, esta llegada tiene algo de victoria secreta, no hay más premio que el que yo mismo me asigne, y la recompensa será solo mía.
Una historia con mucho mensaje. Cada cual corre su carrera. Un beso
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