domingo, 19 de mayo de 2013

Nacionales y extranjeros



Actualmente, la globalización parece haber acercado al resto del mundo a nuestro país, trayendo gente de muchas partes del mundo hacia aquí, circunstancia de la que nadie parece notar demasiado por acá debido a que en el Perú tenemos una gran cantidad de razas conviviendo pacíficamente. Yo mismo tengo algo del cocktail de razas que ya se ha vuelto común por aquí.

Lo que pasa es que al parecer el clima y el ambiente que se respira aquí parecen tener un efecto igualador sobre las personas. Los extranjeros que se quedan un tiempo en nuestro medio adoptan tan rápida y completamente nuestras costumbres que parece magia a los extranjeros que nos vienen a visitar por primera vez. Este proceso es conocido por nosotros los peruanos y hasta tiene nombre: Se le llama “criollización”. El extranjero “acriollado” come cebiche, baila marinera y es hincha del Alianza Lima, y como tal es aceptado en nuestra sociedad, donde tiene hijos que olvidan las costumbres paternas y se convierten en peruanos con tantos derechos como los descendientes de los criollos afincados hace siglos en nuestra tierra.
Es por eso que aquellos anuncios de Benneton donde aparecen niños de distintas razas no tuvieron mayor impacto en nuestro medio. Fotos de ese tipo nos parecían más bien tomadas en cualquier escuela de clase media de Lima, nada especial que nos llame la atención.
Otra de las consecuencias de esto es que nosotros tenemos un concepto de extranjero muy limitado. Un extranjero aquí debe ser “gringo”, es decir debe tener la piel tan blanca como un papel, la que se debe tornar de un rojo camarón al primer contacto con el sol.

Y los peruanos nos creemos esto a pie juntillas, sin nadie que nos saque de esta opinión. Una vez conocí a un filipino al que acompañaba en su visita a nuestro país. Como buen peruano, lo llevé a una bodeguita para que conozca la Inka Kola, que en ese tiempo todavía era nuestro orgullo nacional. El filipino, que hablaba tagalo y un poco de inglés muy masticado, pidió al dueño de la tienda algo de beber. El bodeguero le respondió de mala manera, creyendo que se estaban burlando de él. Yo tuve que intervenir para explicar que el señor en realidad era filipino y que no sabía castellano. “Pero si el señor tiene cara de piurano” se quejó airado. La verdad, y viéndolo de cerca, el bodeguero no andaba lejos de la verdad, pues los filipinos tienen la misma tez oscura y los ojos achinados de los nacidos en Piura.

El caso contrario le sucedió a un amigo mío, descendiente de italianos, y con la cara aún no oscurecida por la peruanidad. En busca de un recuerdo para unos amigos a los que iría a visitar a Europa, fue a un conocido mercado de artesanías. Le fue imposible obtener el precio que sabía que costaban las artesanías, sin mencionar lo que pasó cuando insistió en pagar en soles por las compras que hizo. Los vendedores simplemente se negaban a creer que era peruano, a pesar de su acento completamente limeño. Al día siguiente regresó al mismo lugar con un amigo, este sí con aspecto completamente peruano, y obtuvo los precios que se aplican a los nacionales.

Es que a los peruanos aún nos falta aprender lo que es la globalización.

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