lunes, 25 de febrero de 2013

El equilibrista


Como todas las noches desde hace tanto tiempo, el funámbulo realiza su acto. Hubo un tiempo en que hacerlo representaba una real aventura, pero ahora, muchos años después, la repetición del acto se le hace una actividad tan monótona que no puede comprender el asombro del público cada noche y dos veces los fines de semana.
Para él, siempre es el mismo truco. Bailar sobre la cuerda floja, hacer malabarismos con tres pelotas en lo alto del cable, y la simulación de un resbalón para que la gente grite de emoción. Este último detalle es lo que más le agobia. El acto es tan mecánico que no puede creer en la reacción del público. Le parece que la audiencia es la misma de ayer, la misma de hace un mes, la misma siempre, un público tan entrenado y rutinario como él, con aplausos que la costumbre convierte en un acto mecánico, hecho para engañarlo a él, como si los papeles se hubieran invertido y fueran ellos ahora los que se burlan de él.

Hay una forma, sin embargo de romper ese círculo vicioso de la costumbre. Hacer algo inesperado. Algo no planeado, que en realidad el público no espere. Solo así recuperará la emoción y volverá a sentirse vivo otra vez.
Da un paso al vacío, aun sabiendo que no hay red que lo detenga. Solo quiere escuchar un grito verdadero del público. Mientras cae, sonríe pensando en lo que dirá cuando le pregunten qué fue lo que pasó. Y su respuesta será: “Parecía una buena idea en ese momento”.

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