sábado, 26 de enero de 2013

Las dos metáforas

Hay gente a la que le gusta contar historias, como que yo soy una de ellas. También hay gente de pocas historias y gente de muchas historias, como que yo trato de ser una de ellas. Por eso yo siempre estoy alerta para cuando aparece una historia a mi alrededor que pueda incrementar mi caudal. Y hay otros que buscan las historias ya listas para contar en libros, revistas y como no, en internet, donde se encuentra de todo sin más esfuerzo que unos cuantos clicks, con un notable ahorro de energía y musa.
El personaje de esta historia era uno de estos últimos, con la ventaja de que parte de su trabajo es dar exposiciones a los trabajadores de la empresa. Como parte de sus herramientas de trabajo, lleva siempre un par de libros de historias edificantes, llenos de post-its que marcan la ubicación de las historias que necesita buscar. Y es en estas exposiciones donde gusta de contar esas historias ante un público cautivo que se tiene que quedar hasta el final, a diferencia de las historias que yo cuento, que se narran junto a una bebida o un plato, y con la ventaja para mis oyentes de que si no les gusta el cuento, pueden hacerse los del “¡Qué tarde se me ha hecho!” y dejarme con el final de la historia en la punta de la lengua.
Los de mi centro de trabajo ya saben que cuando él está presente, en cualquier momento dirá “Esto me hace recordar una metáfora” y empezará con uno de sus cuentos. Algo así como este:

Un señor tenía una granja de gallinas, e invita a un amigo a verla. El amigo dice al pasar “Qué bonitas gallinas” hasta que encuentra a una y dice “Pero esta no es una gallina”. El dueño de la granja le dice “Claro que es una gallina”. “No, esta es un águila”; “Esta es una gallina”; “Te voy a probar que es un águila”, y se la lleva al techo del gallinero, y la zamaquea y le dice “Escucha, tú no eres una gallina, tú eres un águila, tú has nacido para volar, tú no has nacido para arrastrarte por el suelo, ¡Vuela, águila! Y el águila se va contra el piso. El dueño le dice “¿Ves que es una gallina?” “Te doblo la apuesta” dice el otro, y se la lleva a lo alto de una montaña, y nuevamente la sacude y le dice “Águila, tú has nacido para volar no para comer gusanos y arrastrarte por el suelo, tu eres un águila, vuela” y la suelta. El águila cuando ve que está cayendo y va a morir si se estrella con el suelo, extiende las alas por reflejo y descubre que puede planear, luego mueve las alas y descubre que puede volar. Esa águila somos nosotros, señores, que hacemos caso a todos los que nos dicen que no podemos, y nos creemos ese paradigma, ¡Nosotros somos águilas que nos han hecho creer que somos gallinas, y tenemos que empezar a volar!

No niego que el amigo tiene cierto talento para contar sus metáforas, aunque el suyo no es para nada mi estilo, pues las cuenta en voz muy alta y con un sentido de urgencia, como si lo que quisiera fuera asustar al oyente. Aquí es donde entro yo, con una forma más amable, buscando la sonrisa y sin machacar con tanta insistencia en la moraleja, que me gusta que sea el oyente quien la halle, así que saqué de mi galera mi propia versión de la metáfora, para que se sepa que este tonto también tiene lo suyo a la hora de asombrar al auditorio. Y me salió una cosa más o menos así:

Un señor tenía una granja de gallinas, e invita a un amigo a verla. El amigo dice al pasar “Qué bonitas gallinas” hasta que encuentra a una y dice “Pero esta no es una gallina”. El dueño de la granja le dice “Claro que es una gallina”. “No, esta es un águila”; “Esta es una gallina”; “Te voy a probar que es un águila”, y hace además de cogerla. El dueño rápidamente le previene “¡No la agarres que está empollando!”; Pero el amigo dice “No te preocupes, que yo sé lo que hago, vas a ver que esta es un águila”. Cuando el amigo trata de levantar al águila para sacudirla y tratar de alentarla a ser un águila, esta, creyendo que le van a robar los huevos, saca las garras y empieza a atacar al amigo, con furiosos aleteos y ataques de sus afiladas garras. El amigo queda tendido en el piso, cortado por todas partes del cuerpo y demasiado adolorido para moverse. El águila regresa tranquila a empollar sus huevos, sin hacer caso siquiera a su enemigo vencido que le dice, a manera de rendición: “Está bien, tú ganas, eres una gallina”. ¿Y cuál es la moraleja de la historia? No ofendas a una gallina, ni le recuerdes que se arrastra por el suelo, ni se te ocurra tirarla desde el techo, y sobre todo recuerda que ¡PARA SER GALLINA, HAY QUE TENER HUEVOS!

Es que hay varias maneras de contar las historias, y es el oyente el que da el veredicto final de si le agrada o no la metáfora, o si entiende la moraleja que le quieren contar o si es que crea la suya propia, para disgusto del narrador que se cree dueño de la historia de las gallinas.

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