Primero llegaron los hipocondríacos del amor, quejándose de inexistentes males del corazón. Ellos se quedaban poco tiempo, pues pronto llegaban sus parejas a llevárselos, tratando de convencerlo de que no pasaba nada.
Conforme avanzaba la tarde, llegaban más enfermos de amor, quejándose de fuertes dolores de pecho. Algunos de ellos fueron despachados rápidamente al comprobarse que era solamente una indigestión, o una falta de aire.
Ya al llegar la noche la aglomeración era tal que se tuvo que dividir a los recién llegados en varias filas. Por un lado los que tenían el corazón herido, en otra columna aquellos de corazón sangrante, y en otra los más críticos, los que tenían el corazón completamente destrozado.
A pesar de que se trató de poner orden, no se pudo evitar la presencia de los traficantes de órganos. Ofrecían corazones sin usar para aquellos diagnosticados con males irreparables, y buscaban intercambiar corazones, para aquellos que lo tenían muy grande o muy pequeño.
En la noche había ya una multitud y los médicos no se daban abasto para atender a todos. Ante tanta espera, algunos pacientes decidieron curarse entre ellos y se fueron juntos. Otros vendían sin ningún escrúpulo su lugar en la cola. Eran, sin duda, personas sin corazón.
Ya solo se dejaba pasar a los casos más graves. Aquellos suicidas que quisieron arrancarse ellos mismos el corazón, o los que tenían el corazón casi completamente muerto.
Al acercarse la mañana, y viendo que el día de San Valentín ya había terminado, los pacientes se fueron retirando poco a poco. Muchos se dieron cuenta de que sus males no eran tan graves. Otros se fueron pensando que quizás podrían soportar un año más…
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