jueves, 11 de junio de 2015

La caída


Al pasar por las ventanas de los pisos del edificio, descubro que mirar por ellas esta noche de tan desusada manera, me da acceso por un pequeño instante a lo que la gente realmente es, a lo que hace cuando cree tiene la confianza de que nadie la verá, estoy contemplando la verdadera vida de la gente, rara oportunidad que se le ha concedido a muy poca gente. En esta época del año muy pocas de las ventanas tiene cortinas o estas están abiertas. No hay construcción al frente, por lo que todos creen protegida su intimidad y se exponen libremente, ignorantes de mi paso y de que estoy mirando todo desde mi posición.

En una de las ventanas puedo ver a un señor escribiendo a la luz de una lámpara de mesa. Llama mi atención un momento algo que no logro definir, algo que no cuadra, hasta que sonrío al ver lo singular de la vista. El hombre está escribiendo en una máquina de escribir. El anacronismo de escribir a máquina en estos tiempos de laptops y monitores planos me causa simpatía, más aún al darme cuenta que la rapidez del tecleo indica una costumbre y no solo un atavismo ocasional. Me hace imaginar que lo que escribe es algo especial, algo que no puede enviarse por correo electrónico, algo importante, tal vez sea un escritor que escribe las carillas de una novela, tal vez lo que escribe es algo que merece verse reflejado en papel, algún tema merecedor de este romanticismo. Quizás el sonido de las teclas es el que activa su inspiración. De pronto me entra el deseo de ver lo que está apareciendo en la hoja de papel, lo que sin duda ya está escrito en una ruma a su costado que no puedo ver, pero debo seguir con mi recorrido.

Hay otra ventana con las luces encendidas, pero no logro ver a nadie. Tal vez los ocupantes de la casa salieron y olvidaron apagar las luces, tal vez están en otra habitación que no puedo ver.

En la siguiente ventana hay una pareja abrazada viendo la televisión, están tan concentrados, tal vez en la televisión, tal vez uno en el otro, que no me ven pasar. Es una pareja de esposos, lo sé por el perro que completa la escena. Muy probablemente los hijos están ya en la cama y ellos están tratando de recordar la época en que no tenían más preocupaciones, el tiempo en que eran ellos solos, cuando eran amantes.

Hay una chica hablando animadamente por el celular en otra ventana. Su vestimenta me deja adivinar que está lista para salir y está coordinando el plan para esta noche. La historia es tan común que me siento un poco decepcionado, esperaba encontrar algo más interesante.

En el siguiente piso no hay nadie y las luces están apagadas, pero la luz de los postes que se refleja me deja ver una mesa adornada con velas que esperan ser encendidas en el momento apropiado. Algo importante sucederá aquí, pero yo no lo veré, pues debo seguir mi camino. No podré ver el evento que se desarrollará después, no escucharé la música seleccionada para la ocasión, pues es claro que habrá música de fondo. Quisiera por un momento que mi paso por esa ventana no fuera tan rápido.

Las siguientes ventanas no despiertan demasiado mi interés. Niños con juegos de video, una mujer cocinando, una escena sin más interés que lo desusado de la hora, seguramente es lo que llevará a comer al trabajo al día siguiente. Una reunión de amigos, con vasos de cerveza, me hace recordar que estas cosas todavía existen, que no todo es soledad compartida por las redes sociales.

Ya casi llegando al final puedo ver a una pareja en el balcón. Me siento un intruso interrumpiendo un momento romántico. Ellos me miran asombrados y yo los miro avergonzado de arruinar su intimidad al casi obligarlos a mirarme, a llamar a los dueños de las demás ventanas interrumpiendo a su vez a las demás historias de este edificio. He interrumpido esta historia, de las varias que he visto en mi recorrido, de las muchas que no llegaré a ver, que ya no podré conocer. Comprendo ahora que cada ventana es una historia, de las que yo puedo atisbar solo una parte, como lo he hecho hasta ahora, una historia por cada ventana, y solamente falta la mía, que ha de terminar aquí. No es una historia de amor, de aventura, de cotidianeidad, como las que he visto en cada piso, pero es mi historia. Este no es mi mejor final, pienso al ver acercarse rápidamente el pavimento hacia mí, al terminar mi caída.

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