lunes, 18 de mayo de 2015

La chica de la curva


Dentro de las reuniones que tenemos de vez en cuando para aliviar la lejanía del hogar, siempre en algún momento la conversación se vuelve hacia las historias de fantasmas. En uno de mis primeros trabajos, uno de nosotros contó la historia del tesoro enterrado, otro la de los duendes que roban niños, yo contaba aquella del antimonio, al pedirle a una de nuestras compañeras, ingeniera ya de edad madura, que cuente su historia, accedió a relatarla, con la siguiente aclaración: “Esta no sé si es una historia de miedo o de fantasmas, pero lo que sí es cierto es que la gente se asusta mucho al escucharla. Es raro que cuando se cuentan historias de fantasmas, la gente la cree, pero cuento ésta nadie es capaz de creerla. La contaré, y ustedes decidirán si la toman como verdadera o no”. Así empezó su relato, el que trato de reproducir aquí:

Hace ya varios años, yo era la representante de ventas de una importadora de repuestos, la que me obligaba a viajar por todo el país. Visitaba asientos mineros, cooperativas en el interior, plantas de producción en la selva. Cada vez que creía conocer todos los caminos y pueblitos, llegaba el pedido de una visita a algún sitio desconocido, un viaje en camioneta por un camino lleno de recovecos en el cual era muy fácil perdernos. Y eso fue lo que pasó una vez en que iba a unos molinos de mineral con un técnico que a la vez me hacía de chofer, y eso era una suerte, porque yo le tengo miedo a los caminos de la sierra, como todos saben. En el camino ya se nos había tarde cuando una piedra cayó del cerro y rebotó en el capó. El golpe hizo perder el control al técnico, que chocó con una peña al borde del camino, doblando la rótula de la camioneta, además de darnos un golpazo y un susto de muerte.

Sin saber exactamente dónde estábamos, tratamos de mover el carro fuera del camino, pues no teníamos triángulo de señalizar, se hacía de noche, estábamos cerca de una curva y un chofer desprevenido nos podría chocar, agravando nuestra situación. A duras penas pudimos mover la camioneta lo suficiente, pues el eje estaba casi en el piso. El técnico salió a ver si había algún poblado cerca o alguien que nos pudiera ayudar. Yo me quedé a descansar, porque en el choque me había golpeado la cabeza y me había hecho un chichón que empezaba a verse feo. Después de una hora estaba sola e inquieta, ya se había hecho de noche. En ese tiempo solamente había pasado un carro por el camino, pero no pude reaccionar a tiempo para pedir ayuda y se fue antes de que pudiera salir del carro. Ahí fue que me di cuenta también que la camioneta había quedado oculta por unos arbustos y que nadie que pase nos vería. Me pareció que lo mejor sería esperar afuera por si pasaba alguien más. Después de un rato vi las luces de un auto y salí al camino. El carro casi frena en seco al verme. Eran dos técnicos del molino, que me hicieron pasar al asiento trasero, lleno de paquetes y bolsas. 

Ahora sé que tenía un aspecto terrible en ese momento, golpeada, pálida y asustada. Sé también que la forma en que les conté nuestra peripecia no fue la mejor. Recuerdo haberles dicho literalmente que nos habíamos sacado la mierda contra una roca, recuerdo también que ya que faltaba todavía un poco para el molino, descansaría un poco, porque estaba muerta. Así fue, cogí un costalillo que había como cobija y me recosté un rato. No debo haberme quedado dormida más de unos minutos, pero cuando desperté, estaba sola en el carro, las puertas delanteras abiertas. Me asusté inmediatamente y bajé del carro, dándome cuenta recién en ese momento de lo tonta que había sido al subir al carro, y lo fácil que hubiera sido para ellos abusar de una mujer sola en un descampado. Así que traté de ocultarme hasta que vi a los del carro regresar subir de nuevo y emprender la marcha. Afortunadamente ya se veían las luces de un pueblito y llegué después de unos pocos minutos de caminata. Allí encontré a mi técnico, peleando en un almacén por el precio de unos alimentos que pensaba llevarme. Ya se había comunicado con nuestra oficina, había hablado con un mecánico con camioneta (no encontró grúa) para recogerme y remolcar  nuestra camioneta. Cuando me vio y supo cómo había llegado, no podía creerme y me habló de historias de mujeres que habían sido violadas y asesinadas por abordar el carro de un desconocido.

Pasé la noche en un albergue del pueblo, en un cuarto con doble llave y poniendo un armario en la puerta como tranca, así de asustada estaba. Al día siguiente regresé a la capital por indicación de la oficina, por el susto y para que me vieran la contusión que tenía en la cabeza.

Una vez en la oficina, después de unos días de descanso, no salí de viaje por un tiempo, mitad por recomendación de mi jefe, mitad por mi propio susto. Pasados más de tres meses, uno de los compañeros que acababa de llegar de viaje al molino al que yo nunca llegué, me vino con la noticia. En el molino le habían contado la historia de dos técnicos que hacía poco habían recogido a una mujer blanca en el camino, que se sentó en el asiento de atrás, les dijo que había muerto en un accidente en una curva, que ellos no le habían creído y que se habían reído de eso hasta que cuando voltearon la chica ya no estaba. Bajaron del carro pensando que la chica había saltado del carro o se habría caído, pero no encontraron nada, y cuando llegaron pueblo y al molino preguntaron si alguien había visto a una mujer blanca con sangre en la frente. Les respondieron que no había nadie, solo un chofer que se le había malogrado la camioneta en el camino, pero que ya se la habían llevado a la ciudad.

Al terminar el relato, todos los presentes nos quedamos callados, sin saber qué decir ni qué pensar ¿Era verdad todo aquello? Nuestra compañera insistió en que todo era verdad, que le había ocurrido hace años. Uno de los ingenieros dijo que la historia de la chica de la curva había ocurrido en otro país, hace bastante más tiempo, pero nadie podía decir a ciencia cierta el origen de la historia. Nuestra compañera terminó diciendo lo mismo que dijo al empezar: que sabía que no le íbamos a creer, y que era una historia de fantasmas más increíble que todas, porque era la pura verdad.


Yo no quiero afirmar ni negar nada, tal vez sea cierto o no que una vez conocí a la chica, o al fantasma de la curva. 

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