lunes, 23 de marzo de 2015

La guerra gringa


Había una vez, en un país al que no llamaré por su nombre, en el que el presidente, que había llegado a tal puesto como quien se saca la lotería, tenía la necesidad urgente de distraer al pueblo de todos los problemas que habían causado el y su ilustre antecesor. No tuvo que pensar mucho en una respuesta, en realidad. La solución se encuentra desde hace muchos años en todos los manuales de populismo y libros de gobierno dictatorial para dummies: Hay que culpar a los Estados Unidos. No importa que el país del norte sea el principal comprador del único producto exportable del país, nadie habrá quien defienda a esa fuente de todos los males mundiales, y si alguien se opone, pues es un agente de la CIA, se le encarcela y asunto arreglado.

El problema es que no todo es tan fácil como lo dice el manual del perfecto dictador. Normalmente el gobierno yanqui ante las bravatas de nuestros países hace el mismo caso que a las moscas que fastidian en verano, pero esta vez ensayó una tibia respuesta: impuso restricciones a los diplomáticos del país en Gringolandia. Los tales diplomáticos vieron cortados sus viajes con toda la familia, tuvieron problemas al sacar sus dólares y el lucrativo negocio del contrabando en valija diplomática se vio severamente restringido. El presidente consideró el caso de suma importancia (más aún que las marchas y protestas que se multiplicaban en su propio país), porque todos los familiares, compadres y ayayeros con cargo diplomático, que eran la mayoría del gremio, amenazaron con convocar a un golpe de estado, recordando al presidente que la lucha contra la pobreza que había prometido al inicio de su gobierno se empieza y se termina por casa. 

El dicho presidente, que para golpes ya estaba curado desde aquel que lo llevó a él mismo al gobierno, convocó a su gabinete para tratar la grave situación. Esta vez se ha llegado a un límite intolerable, dijeron todos al unísono ¿Qué pasaría si los Estados Unidos encontraban la forma de congelar las cuentas en dólares que todos ellos tenían? La agresión debía responderse de manera contundente. ¿Denunciar la agresión ante los organismos internacionales? Imposible, esos organismos suelen estar llenos de países democráticos, y decir democráticos es lo mismo que decir amigos de los Estados Unidos. ¿Cortarles nuestras exportaciones? No se puede, son nuestra única fuente de ingreso. ¿Buscar otros países para hacer un frente? Sería buena idea si los otros países no se rieran de nosotros. Además, esos países cobran la amistad en petróleo, y con la reducción de producción por las huelgas y mal mantenimiento, además del subsidio a ese otro país, ni siquiera tenemos para el gasto, vean las colas en las gasolineras de la capital. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Urgen medidas desesperadas, y la idea más descabellada se acepta en este momento. La idea más descabellada es la del ministro de guerra (otro de los compadres presidenciales), que propone la guerra abierta con los yanquis go home. El presidente, que tiene la cualidad de decidir tan rápidamente que los opositores lo calumnian diciendo que improvisa, aprueba la idea sin más discusión. Los asesores buscan entonces la justificación a la decisión: informan que será bueno para deshacerse de un poco de gente, ya que el país está sobrepoblado, se podrá por fin probar los aviones y tanques recién comprados de segunda mano a una de las ex repúblicas soviéticas (a precio de nuevos, ya se sabe que los gobiernos nunca facturan nada en barato), y se dará al pueblo algo de qué hablar para distraer de los problemas cotidianos y se unirán en el objetivos común de destruir a los Estados Unidos, que ese objetivo sí vale la pena, no como con el vecino del sur, con el que siempre discutimos y nunca llegamos a nada.

Los preparativos para la guerra se hacen con prontitud. Se convoca a las fuerzas armadas, bueno, casi armadas, porque las armas no alcanzan para todos. Los soldados son entrenados de acuerdo a los nuevos conceptos que permiten resultados en siete días convirtiendo a pacíficos ciudadanos en terribles máquinas de matar. En realidad se perdió un día enseñando a los soldados a decir correctamente “yankees go home”.

Los problemas que se encuentran son achacados a sabotaje internos por agentes de la CIA, aunque no hay mucho que decir cuando los uniformes militares comprados en China han llegados dos tallas más pequeños y se rompen al primer roce. Las prácticas de las armas han sido un éxito, solamente se cayeron tres aviones, dos de los tanques se malograron y otros cinco se quedaron sin combustible en pleno desfile frente al presidente.

Como parte de los preparativos, también se confiscan los pocos medios de comunicación de oposición que quedan, no se debe malgastar tinta criticando al gobierno en estos momentos tan difíciles. Se confiscan también almacenes y tiendas que venden productos del imperialismo yanqui, al esfuerzo de la guerra se debe colaborar con productos nacionales. 

Cuando llega el día del inicio de la invasión sorpresa a los Estados Unidos, día anunciado por el presidente en cadena nacional, el glorioso ejército hace cola en el aeropuerto, ya que no hay suficientes aviones militares y deben tomar vuelos comerciales. Al pasar por el control, se descubre que las mochilas de los soldados llevan en vez de armas y pertrechos, arepas y tamales para los familiares que viven en Estados Unidos. Todos parten felices de traer un buen resultado, despedidos por los familiares que insisten en que los soldados aprovechen en visitar a los familiares expatriados. Las arengas del propio presidente que está presente para despedir al ejército invasor no son escuchadas por nadie, pero eso no importa, porque el mensaje será repetido por las radios y televisoras estatales (es decir, todas) para que nadie quede sin escucharlas y aún repetirlas de memoria en las escuelas.

Tras la primera semana de ofensiva, el ministro de guerra informa al presidente de los desalentadores resultados.
-          Compadre, quiero decir ciudadano presidente, hemos tenido 3,659 bajas en los últimos días…
-          ¿Qué cosa? ¿Han matado a todos esos tres mil no sé cuántos soldados?
-          No, mi presidente, los 3,659 se han quedado a vivir por allá de ilegales, con parientes o por su cuenta. Pero no se preocupe, hemos logrado que regresen otros 1,387 soldados.
-          Esos sí son patriotas, ¡Que los condecoren! ¡Que todos vean que han traído la victoria y que están contentos!
-          Ya lo hicimos, mi presidente, y en verdad están muy contentos porque han traído dólares que sus familiares les han dado para la familia acá, y también han traído laptops, celulares, y playstations para vender…


Esta es la historia de lo que en realidad ha sucedido, verdad que inexplicablemente es silenciada por el gobierno, y que es publicada aquí para que el pueblo sepa la verdad…

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...