jueves, 2 de enero de 2014

Limpieza mental


Hoy, que es época de cambios y remodelaciones, he decidido hacer una limpieza en mi cerebro. Hay muchas cosas que ordenar, limpiar, arreglar y desechar. Al empezar, me sorprendo de todas las cosas que había acumulado en todo este tiempo: cosas que en algún momento pensé que me servirían para más adelante y que finalmente nunca utilicé. Hoy pasadas de moda y obsoletas, deben ser tiradas a la basura sin más miramientos.

Tengo también muchos conocimientos sin utilizar, pero que todavía podría necesitar si se presenta la ocasión. Quizás los tire en la próxima limpieza, pero los conservaré por ahora. Es sorprendente ver como las ideas se vuelven antiguas. Ideas que apreciaba en mi juventud, y con las que hoy ya no podría salir a la calle porque ya no se usan o simplemente ya no me quedan. Ahora incluso me pregunto como es que pude usarlas alguna vez. 

Dentro de toda la colección de recuerdos que encuentro tengo algunos que siempre uso, otros que tienen una utilidad más bien práctica, algunos de invierno que calientan en las noches y otros veraniegos que son frescos y suaves al tacto.

Ordenar las cosas implica cambio de lugares, poner las cosas que se usan con frecuencia en un lugar donde pueda alcanzarlos con facilidad, y al organizar los pensamientos, veo que algunos los uso con mucha frecuencia, otros no los uso casi nunca. Algunos me los pongo simplemente porque me gusta andar con ellos. Trato de ordenar y separar pensamientos, ideas y recuerdos para reservarles un lugar adecuado y poderlos encontrar cuando los necesite, pero me quedo dudando sobre cuál pertenece a qué categoría.
Para mi sorpresa, encuentro recuerdos que creía ya muertos pero que aún viven. Al tocarlos rompen a volar por todo el lugar y debo perseguirlos y atraparlos para guardarlos otra vez. Algunos ya están muertos y encuentro sus restos momificados en varios lugares que no revisaba desde hace tiempo.

Algunos de mis recuerdos los guardo para consultarlos cuando tengo alguna duda, otros que me gusta releer de cuando en cuando. Tengo algunos que me prestaron alguna vez y que nunca devolví. Otros son de dominio público y no hay problema si los pierdo, ya alguien me los dará después.
Tengo recuerdos que me pongo a arreglar para que se vean más bonitos cuando los saque para enseñárselos a alguien. Tengo varios que me gusta mostrar a la gente, otros que solo muestro a pocas personas, en la confianza de que los sabrán apreciar al verlos.

Encuentro también muchas cosas que no sé si conservar. Cuando estaban nuevas, recuerdo que no me gustaban, pero ahora encuentro que mis gustos han cambiado, o que les encuentro ahora alguna utilidad que no pensaba cuando las adquirí.

Descubro que el uso les da a los recuerdos un tinte propio. Los más nuevos aún conservan su brillo, otros se ven gastados por el uso, más de uno muestra una capa de polvo acumulado por el tiempo en que no los saco, otros, de tanto usarlo se han deformado, cosa de la que me he dado cuenta cuando los comparo con los que guardan otras personas, dejándome sin saber si es el mío el que ha cambiado, el de la otra persona, o tal vez los dos. Cada quien acomoda sus recuerdos como mejor le parece, pienso.

Después de una trapeada en todos los estantes llenos de recuerdos y pensamientos, el piso queda lleno de polvo y hay que barrer. Ahora la mente se ve un poco más ordenada. Hay más sitio para colocar nuevas cosas que iré adquiriendo en adelante. He limpiado también los adornos y sacado lustre a los trofeos, las ventanas ahora que están limpias me permiten ver el paisaje lejano, entra más luz y todo parece más brillante. Ha sido una buena idea hacer esta limpieza.

1 comentario:

  1. Que linda entrada, ya tendria yo que desvestirme un rato de las ideas y los recuerdos y tirarlos al lavarropas. Sacarlos, secarlos, doblarlos y guardarlos. O desaparramarlos,segun venga en gana. Gracias por la caricia a mi dormido intelecto.

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